¿DE QUÉ NOS SALVÓ CRISTO?

Recuerdo que una vez, mientras veíamos una película sobre la Pasión del Señor en Semana Santa, mi hija Ana María me preguntó de pronto: ¿De qué nos vino a salvar Jesús? Me sentí muy incómodo. Ella no tenía formación religiosa. Seguramente había oído que nos salvaba del pecado. Muy difícil de comprender para ella, y nada satisfactorio para mí, debido al moralismo usual, fácil y frecuente. Lo primero que me vino a la cabeza fue decirle que nos salva del sinsentido en la vida. Aparentemente no le cayó mal. Pues remitía a un ámbito más profundo, aunque bastante vago.

Reflexionando después, me di cuenta de que la dirección de mi respuesta era correcta. Pero sólo como indicación de una vía en demanda de contenidos. Cuando se habla corrientemente de “salvación”, se entiende el término como salvarse de un peligro, de una inundación o de un incendio. Pero no lo hace así el discurso religioso. En efecto, el origen de la religión como fenómeno histórico, se encuentra en el intento humano por superar la condición de fragilidad, de precariedad de la existencia, del dolor, de lo incontrolable o negativo que nos acontece en la vida. En última instancia, de la muerte. Todas las religiones ofrecen alguna propuesta de salvación como acceso a una dimensión de la existencia que trasciende la experiencia de negatividad. Una inquietud que ha acompañado al hombre desde sus inicios, y que puede ser entendida como una aspiración a un estado definitivo de bienestar o realización.

Las religiones nos abren, así, al espacio o momento de lo divino, o de Dios como fuente misteriosa de todo ser y de toda vida. La “salvación” se la entiende, entonces, como el acceso al ámbito de lo seguro, al cumplimiento pleno, a la superación de lo precario o lo inconsistente de la vida. Y para evocar e invocar el misterio o conseguir el favor de Dios, los hombres de distintas culturas han edificado monumentos, realizado rituales, formulado oraciones y prescrito ciertas conductas. De este modo, al instalarse en ese plano superior o sagrado, han satisfecho la necesidad de vivir con pleno “sentido”, en una paz debida a su instalación en la trascendencia.

¿Y qué tiene que ver con ello Jesús? El nunca pretendió fundar una nueva religión, con nuevas creencias, rituales, autoridades y reglas particulares de vida. La idea de salvación adquiere un significado nuevo. Salvarse es llegar a vivir esta vida en presencia de un Dios que nos ama a todos. Pero ese Dios, lejos de encontrarse en otro mundo, es la fuente de la armonía entre los hombres, la energía de una comunidad que hermana a todos como hijos del mismo Padre. A esto Jesús llamó el Reino de Dios. La salvación es, para nuestra fe, la aceptación de este Reino en el corazón. Jesús no habla a los filósofos ni a los empeñados en ejercicios de alta espiritualidad. Su mensaje es más práctico, nos invita a hacer que el amor y la compasión oriente toda nuestra vida, aquí y junto a nuestros hermanos. Jesús no se dirigió a los sabios y religiosos, sino a campesinos y pescadores sin cultura. Seguramente ellos no se preguntaban por el sentido de sus vidas, sino que simplemente las vivían en el dolor y la degradación. Pero su predicación les daba paz, confianza, autoestima, Era para ellos una Buena Noticia. Nosotros, gente de otra época y cultura, también podemos apreciar en el mensaje de Jesús una buena noticia. Y si hablamos de sentido de la vida, lo podemos encontrar en la energía del amor, atento y abierto a la situación de prójimos y extraños. Cada gesto nuestro de amor se conecta a la salvación traída por Jesús.

Pues bien, ese gesto supremo de amor de Jesús, de entregar su vida como la consecuencia de su mensaje, es lo que recordamos en Semana Santa. El amor vence a la muerte. Jesús nos “salvó” al invitarnos a volvernos hermanos los unos de los otros, a relacionarnos como tales, a respetar nuestras diferencias, a afanarnos para que todos seamos más felices. Y no es poco. Esto es lo que Jesús llamó el reinado de Dios. Al invitarnos Jesús a esta obra maravillosa, lo proclamamos como nuestro “Salvador”.

Por eso, la pregunta de Ana María en Semana Santa era muy pertinente. Yo no supe responderla a fondo. Pero me indicaba a mí un camino de reflexión. ¿Qué significa vivir con sentido? A la larga, tratar de seguir a Jesús. Allí está mi salvación.

Andrés Opazo

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