EL EVANGELIO EN EL MUNDO DE HOY

A diferencia de lo que ocurría un par de generaciones atrás, en la mayoría de los países de tradición cristiana de hoy, no resulta natural u obvio decirse cristiano. El régimen llamado de cristiandad ya no es plenamente vigente. Los códigos culturales en los que se formuló la fe,muchos de los dogmas que se nos transmitieron, hoy no encuentran resonancia. La moral tradicional no parece muy convincente, pues no siempre apunta a los actuales desafíos humanos. Los ritos de la Iglesia han dejado de ser significativos, y ella misma como institución se devalúa, decrece su credibilidad ante la sociedad. No obstante y gracias a Dios, son muchos los cristianos, sacerdotes, religiosas, laicos e incluso obispos,  que buscan vivir en coherencia con una fe que va más allá de ese catolicismo tradicional.

Adecuarse al espíritu del Evangelio
Los cristianos nos hallamos en franca minoría y nos preocupa la pregunta por nuestra identidad. Creemos que en nuestra búsqueda, no deberíamos preocuparnos demasiado por el porvenir de la institución eclesiástica tal como hoy existe. Jesús vino a anunciar el Reino de Dios y no se ocupó de fundar instituciones que ni siquiera imaginó. Permanecemos fieles a la Iglesia como comunidad que se propone seguir a Jesús. Y esperamos que la actual institución eclesiástica, el aparato que la gobierna, se adentre en un proceso de profundo cambio para adecuarse, tanto al espíritu del Evangelio, como a la mentalidad democrática y pluralista del presente. Y pensamos que este cambio ya comenzó. Lo muestran las redes de comunidades de personas que se juntan a pensar, a orar, a animarse y apoyarse en el conocimiento de Jesús y su seguimiento. Por consiguiente, la transformación comienza desde abajo. Ya se vive en parroquias y movimientos católicos.

Tampoco deberíamos gastar energías en tratar de convertir a amplios sectores católicos para los cuales nuestra religión es principalmente un camino de santificación individual. Muchos católicos permanecen en espacios por ellos construidos para su propia seguridad y protección. Así pueden resistir mejor a un mundo hostil. Ello sucede con movimientos o parroquias que poco desbordan el círculo de sus fieles.

Redescubrir nuestra fe en Jesús
Hoy vivimos en un mundo no religioso y en una cultura pluralista, y es en esta realidad donde debemos reencontrarnos para redescubrir nuestra fe en Jesús. Pero lejos de convertirnos en una secta de escogidos celosos de su superioridad espiritual, nuestro gran desafío es el de comulgar y comprometernos con todas las iniciativas que se afanan por una vida mejor para todos, sin exclusiones. El mandamiento del amor, el único que nos legó Jesús, nos invita a salir de nosotros mismos para mirar a los otros, en especial a los más desventajados y doloridos. Y éstos constituyen la gran mayoría en el mundo de hoy.

Deseamos seguir hoy a Jesús tal como lo vemos en los evangelios. El no optó por hacerse un espacio dentro del mundo religioso de su tiempo. Ni simpatizó con las iniciativas para ingresar a grupos religiosos elitistas que ya existían. El vino a anunciar el Reino de Dios para todo el pueblo, una vida nueva en donde los ciegos verían, los cojos andarían, los enfermos serían sanados, donde los poderosos serían humillados y los pobres ensalzados. Una gran noticia, una bienaventuranza, la esperanza en una vida buena y digna para todos, sin las limitaciones causadas por la enfermedad, o por la discriminación de unos sobre otros. El reinado de Dios era la superación de todo aquello que atenta contra la posibilidad de vivir plenamente como humanos. Y esta opción de Jesús le costó la saña de escribas y fariseos, los especialistas en religión. Fue su manera de hablar de Dios, su Padre, con quien vivía en íntima comunión.

Sistema que consagra privilegios
Hoy sabemos que el impedimento para que todos tengamos una vida buena, no viene necesariamente de la condición o naturaleza humana. Ya superamos esa fatalidad casi metafísica. La verdadera resistencia para conformar un país de ciudadanos libres e iguales en derechos, reside en la forma como nos organizamos en sociedad y como en ella se distribuye el poder. El mal que nos agobia es un sistema que consagra privilegios de algunos ante la indefensión de la mayoría. Es corriente justificar esta situación diciendo que somos un país pobre, en donde los beneficios no alcanzan para todos sino para los esforzados y emprendedores. No es verdad. En Chile abundan los recursos económicos y tecnológicos suficientes para proveer a todo ciudadano de alimento, salud, educación, seguridad, una buena calidad de vida. La discriminación entre exitosos y fracasados, no viene de Dios ni de la naturaleza humana, sino del poder de unos sobre otros. Un cierto fatalismo dominó las conciencias durante siglos que ya no es posible sostener. La auténtica realidad es la escandalosa concentración de la riqueza en una minoría y el consecuente despojo del resto. Esto a nivel de nuestro país y del mundo entero. Y seguimos hablando de derechos humanos.

Nuestro rol como cristianos
Esta situación inhumana no puede eximirnos a los cristianos de responsabilidad. Pues aquí no se trata de temas sociológicos, sino del dolor y la frustración de millones de personas. Máxime cuando los que dominan provienen de una cultura que sigue llamándose cristiana. Nuestra tarea  consiste, pues, en creer en el amor, en Dios que es amor, y en su llamado a abrir los ojos ante los demás. Tanto cristianos como iglesias debemos ejercitar una libertad plena, un sentido crítico y disposición generosa y constructiva. Debemos tomar la palabra. Creemos en el anuncio del Reino de Dios y podemos contribuir en su progresiva instalación en esta tierra. Muchos son los hombres y mujeres altruistas que se desvelan por avanzar hacia una vida buena para todos. Históricamente nos han antecedido en este sueño. Es hora, pues, de que integremos nuestros esfuerzos a los de todos los auténticos humanistas. Si los cristianos de hoy creemos en Dios, deberíamos pedir su ayuda para colaborar con su causa.


Andrés Opazo

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