TEXTOS DE HOY. MAYO 17

Diego de Almagro
Luego de la catástrofe de la semana pasada, “poco a poco va llegando ayuda y el pueblo vuelve a ponerse de pie”, nos comenta el párroco Enrique Moreno sscc. Para ellos toda nuestra solidaridad y oración, como también  para el resto de la población de Atacama, que tanto  en el 2015 como ahora han sufrido con el cambio climático.

EL RICO Y EL POBRE PARA EL CRISTIANO

Anteayer, en la sobremesa de un almuerzo entre amigos, nos arriesgamos a hablar de política y sobre la necesidad de reformas estructurales. No entramos al debate de las candidaturas actuales, pues no todos teníamos la misma opción; nos centramos en la realidad de la extrema pobreza de muchísimos chilenos, coexistente con la extrema riqueza de una minoría, y de la vida sin restricciones que llevan. Como todos los comensales eran cristianos convencidos, no discutimos tanto las medidas políticas pertinentes, sino sobre cuál puede ser una mirada desde nuestra fe.

Entregar lo superfluo / Me interrogo por el Evangelio
Como el tema me ha inquietado mucho debido a mi trayectoria, distinta de la de otros, recordé la sentencia del que ha sido mi guía espiritual desde hace muchos años, el Padre Pablo Fontaine sscc. A él le escuché decir una vez, que según el evangelio, el rico debía entregar lo superfluo a la causa de los pobres. Entonces, después de enunciar mi argumento de autoridad, me referí brevemente a todo lo que tenemos y disfrutamos sin necesitarlo. Para mi sorpresa, algunos de los presentes me acusaron de “culposo”. No había nada personal en esta apreciación de amigos entrañables, pero me hizo pensar en cierta actitud espontánea de nosotros los ricos, según la cual no debemos tener mala conciencia cuando disfrutamos de placeres y bienes legítimos. Siento realmente que no es la culpa lo que sustenta mi coincidencia con el Padre Pablo. Simplemente, trato de dejarme interrogar por el Evangelio. Jesús le pide al joven rico, cumplidor de todos los preceptos religiosos, que lo que le falta para seguirlo, es vender sus bienes y darlos a los pobres. En otro pasaje se narra la parábola del rico y de aquel pobre que yacía doliente a su puerta; el rico no le hacía ningún daño, pero era insensible a su miseria. Pues bien, los evangelios contienen alegorías que literalmente nos parecen exageraciones. Pero nos obligan a ir al fondo y preguntarnos por su sentido para nosotros los creyentes. El llamado a seguir a Jesús es exigente. Creo que es bueno dejarse cuestionar, pero sin levantar el dedo acusatorio contra ninguna persona, por más que desaprobemos su conducta.

Mandamiento del amor
Conocemos las interpretaciones tranquilizadoras y dulcificantes del juicio de Jesús sobre la riqueza y la pobreza, consistente en que él se refiere a una pobreza de espíritu. Pero me parece que, ante la realidad irritante de una desigualdad material y real, y ante el sufrimiento de muchísimas personas, el mandamiento del amor no puede quedar en simples espiritualidades y buenas intenciones. Deseo ilustrarlo con la palabra de los obispos vascos en una carta pastoral de 1981, que nos ofrece el jesuita José Ignacio González Faus en su libro “Otro mundo es posible… desde Jesús”. Escojo algunos párrafos.

“Según la tradición bíblica, esta riqueza de algunos existe a costa de la pobreza de otros. En definitiva, hay pobres porque hay ricos… Jesús no se preocupa tanto por el origen injusto de la riqueza, cuanto por el hecho mismo de su posesión. Su denuncia es más profunda y radical: mientras siga habiendo pobres y necesitados, la riqueza acaparada y poseída sólo para sí, es un obstáculo que impide el Reinado de Dios, que quiere hacer justicia a todos los hombres. Por eso Jesús la condena”.

“La riqueza endurece a los hombres y los insensibiliza a las necesidades de los demás. Aunque viva una vida piadosa e intachable, algo esencial le falta al rico para entrar en el Reino de Dios. Algo le falta a nuestra vida cristiana cuando somos capaces de seguir disfrutando y poseyendo más de lo necesario, sin sentirnos interpelados por el mensaje de Jesús y las necesidades de los pobres.”

“Esta ceguera cruel es el riesgo que amenaza siempre al que vive disfrutando del bienestar, sin preocupaciones ni aprietos económicos”.

“Jesús es duro con los ricos; pero su mensaje no deja de ser un mensaje de esperanza también para ellos. Por eso se acerca también a los ricos, entra en sus casas… Al rico se le ofrece un camino de salvación: compartir lo que posee con los pobres. Para Jesús “dar limosna” no es un gesto de caridad por el que nos desprendemos de una pequeña parte de lo superfluo para seguir siendo ricos. Dar limosna es el proyecto de vida de quien ha escuchado la invitación del Reino de Dios. Implica dejar de ser “rico”, es decir, compartir lo que poseemos sin necesidad con aquellos hermanos que lo necesitan”.

Conciencia
Los obispos vascos me interpelan profundamente. Su misma mirada es la que yo traté de comunicar en la referida reunión de amigos. Dije que ante el sufrimiento de los pobres, un cristiano no goza jamás de buena conciencia. Es por esta frase, quizás, por lo que se me apodó de culposo. No obstante, no creo que yo me deba sentir culpable, ni menos achacar culpas a otros.

Andrés Opazo


No ignorar al que sufre
DIOS TIENE LA ULTIMA PALABRA ENTRE RICOS Y POBRES

El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Solo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir solo para banquetear.

Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Solo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».

Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.

Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.

La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.

Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.

Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.

José AntonIo Pagola
Reproducido de Religión Digital, 22 de septiembre de 2016


UNO POR CIENTO

El fervoroso llamado me sorprendió. Lo hizo por convicción y por encargo. Se trata de insistir a los miembros de la comunidad eclesial, los que vamos habitualmente a una parroquia y compartimos sus servicios, el pago del 1% de los ingresos El sacerdote y párroco se apresuró a decir que el 90% de esos recursos se destinaba al Arzobispado de Santiago para ser distribuido a parroquias con escasos recursos.  O eso le entendí. Quizá dijo todo lo recaudado. Es posible.

¿Recaudación cuantiosa?
Alguien podría pensar, por el tipo de gente que asiste, que la recaudación es cuantiosa. Pero al parecer no es así porque el cura insistió en dos ideas claves. Primero, que la gente se inscriba para entregar allí el dinero.  Y segundo,  que los ya inscritos desde hace  varios años actualicen sus datos. No es posible que con los tremendos autos y las casas en que viven entreguen estas cantidades. Poca plata a su juicio. Así lo dijo. Un tirón de orejas con sonrisa y simpatía, cercano. Pero a la vez, claro y directo.

¿Falta claridad?
Sería interesante preguntarse por qué ocurre este fenómeno. Por qué doy poco si tengo más. O por qué me obligan al uno por ciento. Se me ocurren al menos tres interpretaciones. Una, que se da por caridad. Dinero genéricamente para la gente pobre. La más necesitada. Como en las peticiones del último domingo: “Por todos los pueblos de la tierra, especialmente por los más pobres …” Esa gente que se ve de soslayo, que está en los dramas de la televisión, pero con la cual difícilmente se convive. Dos, que se da con desconfianza, como poniendo en duda si el uso de los recursos será bien administrado. Si efectivamente llegará a quienes lo requieren, porque es evidente que quizá sin pensarlo conscientemente, todas las instituciones, iglesia incluida, están bajo la sospecha del descrédito. Tres, habrá quienes sienten que utilizan sus recursos de manera directa. Que desarrollan una acción social a través de diversas instituciones. Asistencia voluntaria a comedores populares, a hospitales, a hogares de ancianos. En fin, tantas tareas en las que se involucran personas de buena voluntad, que tienen un corazón generoso y, además, el tiempo para emprender esas acciones, que les provocan regocijo y tranquilidad espiritual. Sienten que aportan y por eso están agradecidas, porque ven el valor y el impacto en los otros. En todo caso, la iglesia se ha encargado de expresar que esas acciones o los dineros que involucren no sustituyen el aporte del 1% de los ingresos, que debe entenderse como una obligación de los miembros de una comunidad.

Lejanía y desconocimiento
Para quienes viven alejados de sectores populares, quizá sea imposible imaginar lo que se hace en esas parroquias donde operan redes de voluntarios en diversos campos de trabajo. Por ejemplo, la entrega de ciento cincuenta almuerzos diarios en el comedor solidario de la parroquia San Cayetano de La Legua. Y así cientos y quizá miles de iniciativas que se desarrollan al margen de nuestra vida, en otras zonas de Santiago y de Chile, en otras comunidades, con las cuales nosotros no tenemos contacto alguno. Y ni siquiera nos podríamos imaginar.

Transparencia, compromiso y apertura
Quizá si a la iglesia, además de pedir el 1% debería hacer un esfuerzo para demostrar cómo y de qué forma se invierte ese dinero recaudado. No solo por transparencia, sino para abrir el corazón de quienes efectivamente podrían dar “hasta que duela”. Incluso más, generar permanentes oportunidades de encuentro entre realidades tan opuestas, la de la tranquilidad y la de la zozobra, de la seguridad y de la inquietud.
Ciertamente a los seres humanos nos falta vincularnos, conocernos, eliminar barreras y prejuicios. Superar las desconfianzas. Aprender a confiar en el otro.  Conocer a los seres humanos y comprometernos mutuamente.   
Y también, me parece, que la iglesia debiera ampliar los límites de sí misma, que se abra y salga, que conviva, con menos dogmas, con más libertad, con total transparencia. Que acepte el debate, el intercambio. Que no castigue, ni discrimine. Que acoja siempre, sin distingos. Ojalá.

Rodrigo Silva


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