EL GRAN PECADO DE LA HISTORIA


¿Cómo entender el  pecado, sobre todo en tiempo de Cuaresma? Andrés Opazo  nos señala que  “desde nuestra fe, el pecado cobra su real dimensión en referencia a Jesús (…) El pecado no es la transgresión de una norma. Es la renuncia o incapacidad de optar por una forma de vida bienaventurada (…)Para una persona de fe, el gran pecado de la historia fue el asesinato de Jesús, alguien que pasó la vida haciendo el bien: sanando a los enfermos, dando esperanza a los deprimidos, escuchando, comprendiendo y compartiendo con todos, sin hacer distingos entre las personas.”

Por otro lado Rodrigo Silva se pregunta ¿dónde está Dios? ¿Está presente en cada momento de nuestra vida o nos abandona y lo perdemos en los momentos más duros de aflicción?. Para finalizar, una lúcida interpretación del sacerdote Alvaro González sobre el Evangelio de San Lucas del domingo reciente. “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Temas para compartir, reflexionar y crecer. La invitación de siempre para que nos escriban y nos ayuden a profundizar en nuestra fe


PERDONA MI PECADO

El tiempo de Cuaresma es un tiempo de reflexión en que nos plantamos ante Jesús crucificado, confrontamos ante él nuestra vida, constatamos nuestra deficiencia y pedimos perdón. Esa deficiencia es lo que se llama pecado. Y parece oportuno volver a un tema que nos incomoda, que no tiene cabida en nuestra cultura. Quizás sea a causa de una tradición heredada de culpabilización y autocastigo, o debido al ambiente de autosatisfacción en que vivimos.

Desde nuestra fe, el pecado cobra su real dimensión en referencia a Jesús. No equivale a error, debilidad, caída o culpa en el acontecer humano. Jesús rompe todos nuestros esquemas; mira la vida de otra forma. No fue un héroe de la historia, Por el contrario, fue un fracasado, enjuiciado por los dirigentes religiosos de su tiempo, torturado y luego crucificado. Su muerte fue la consecuencia de su coraje para asumir plenamente un mensaje de bienaventuranza y amor, como testigo del plan de Dios para la vida humana. Denunció con su palabra y con su ejemplo, la situación soportada por su pueblo. El Dios de Jesús buscaba la vida y felicidad del más ignorado y despreciado de la sociedad, de los pobres y marginados. Este era su anuncio.

Si elegimos a Jesús como nuestro modelo, su existencia no puede dejar de cuestionarnos. Nos llama a volvernos prójimo de todos, a aliviar el sufrimiento de quienes lo padecen, tanto de los cercanos y conocidos, como también de los que no cruzan por nuestro camino, pero que son seres humanos como nosotros. El pecado, entonces, no es la transgresión de una norma. Es la renuncia o incapacidad de optar por una forma de vida bienaventurada.

Para una persona de fe, el gran pecado de la historia fue el asesinato de Jesús, alguien que pasó la vida haciendo el bien: sanando a los enfermos, dando esperanza a los deprimidos, escuchando, comprendiendo y compartiendo con todos, sin hacer distingos entre las personas. Sólo ante él, pues, podemos aquilatar nuestro propio pecado, el que habita en cada uno de nosotros. No es raro que hagamos daño, queriendo o sin querer; que pasemos por encima de los derechos o expectativas de otros. No siempre somos sensibles a sus necesidades, ni dispuestos a aliviar el sufrimiento padecido. Por eso podemos repetir con el salmo: Piedad, Señor, porque pequé contra ti.

Pequé contra ti. ¿Somos realmente conscientes de que pecamos contra Dios cuando somos insensibles ante las personas que se insinúan en nuestro entorno, singularmente las despreciadas o atropelladas? Quizás no abunda entre nosotros esa mirada. Tenemos escasa conciencia de pecado. Pues para llegar a esta conciencia, es preciso reconocer la espontaneidad del ego que nos nubla la vista, el atractivo de nuestra propia satisfacción, la indiferencia ante el rostro del otro. El que no tenga pecado, que lance la primera piedra, dijo el Señor; y todos los acusadores se retiraron.

Pero es bueno señalar que la genuina conciencia de pecado es algo totalmente diferente de un supuesto rasgo masoquista. Si creemos en el Dios de Jesús, que es puro amor, no podemos quedar atrapados en la culpa. Por el contrario, al pedir perdón a Dios, nos abrimos a la bienaventuranza y a la esperanza. Si invocamos a Dios nuestro Padre, que es pura misericordia, y le pedimos perdón, no lo hacemos con el afán de liberarnos de una cierta tendencia autodestructiva; es otra cosa. Lo hacemos para que regrese la paz a nuestras vidas. Por eso, los cristianos podemos entender el pecado como el umbral de la Buena Nueva. El retorno del hijo pródigo a la casa de su padre.

A ello nos invita el salmo que abajo reproducimos. Dios restituye en nosotros la luz. “Rocía mi alma y seré limpio, si me lavas, cual nieve quedaré”. “Haz que me llene de júbilo y de gozo, alégrense los huesos que humillaste”. “Un corazón crea en mí de pureza, un espíritu recto pon en mí… No me prives de tu Espíritu Santo”.

En todo contexto, el pedir perdón siempre ennoblece al que se humilla y suplica una mirada benigna. Ante el Dios de Jesús, esa petición se vuelve liberadora. Comprendemos, entonces, que el tema del pecado no debería ser autodestructivo ni degradante. Nos reconforta en la paz y en la alegría. Ello es lo que encontramos en el salmo que a continuación recogemos.


SALMO 51

Piedad, Señor, porque pequé contra ti

Piedad de mí, Señor, en tu bondad
en la abundancia de tu amor borra mi falta
lava tú de mi maldad todo vestigio
purifica mi alma del pecado.

Pues mi falta yo la conozco
mi pecado no se aparta de mi mente
contra ti contra ti solo pequé
lo que tus ojos aborrecen yo lo hice.

Tú quieres rectitud en lo profundo
en mi interior quieres tú que sea sabio
rocía mi alma y seré limpio
si me lavas, cual nieve quedaré.

Haz que me llene de júbilo y de gozo
alégrense los huesos que humillaste
no fijes tu semblante en mi pecado
y dígnate borrar todas mis faltas.

Un corazón crea en mí de pureza
un espíritu recto pon en mí
no me rechaces lejos de tu rostro
ni me prives de tu espíritu santo.

Devuélveme tu gozo y tu salud
un espíritu noble me confirme
al extraviado tus sendas mostraré
volverán a ti los pecadores.

Pues Señor no es sacrificio lo que quieres
ni holocausto aceptarías de mi mano
mi sacrificio es un espíritu contrito
un corazón tú no desdeñas humillado.

Demos gloria al Padre bondadoso
a su hijo, Cristo, el Señor
al Espíritu que habita en nuestras almas
por los siglos de los siglos. Amén

Andrés Opazo


¿DÓNDE ESTA DIOS?

Sábado 6 de abril. A las 11:11 la mamá salió de la habitación. Volvió a las 11:23. Doce minutos inolvidables. Serían los primeros en que estaba solo con el recién nacido. Tres días ha estado con nosotros. Pero es la primera vez que lo contemplo dormido en la cuna transparente e impersonal. Una más de muchísimas. Allí está este pequeño silencioso que de tanto en tanto levanta un brazo envuelto en su pijama y lo cruza delante de su cara. Como cubriéndose o manoteando algo que le incomodara. Un movimiento que imagino totalmente inconsciente. Lo veo de lado, lo veo de arriba. No me canso de verlo. Su cabeza está cubierta por un gorro. Los ojos son unas verdaderas líneas que separan párpados encendidos por un color que no alcanza a ser rojo. Duerme plácido y lo observo con cierta avidez y curiosidad, esperando un movimiento especial, quizá un esbozo de llanto o un reflejo que se transforme en sonrisa. Esta raja me diría su madre algunos minutos después, con ese lenguaje tan propio de los jóvenes,  que cruza todas las fronteras.
En esos minutos maravillosos doy gracias a Dios y veo su presencia. Lo comento días después en una reunión de comunidad. Y alguien dice después que hablará del lado oscuro. Y relata una reciente reunión con adultos mayores en muy precarias condiciones en la comuna de Recoleta. Solos, abandonados, desesperanzados. Eso me pareció entender. El, un hombre sensible, reflexivo, cristiano, dijo. Y dónde está Dios allí. Intervine. Quizá está en el llamado que nos hace para que ese cuadro cambie. Está en cada uno de ellos y en la convocatoria para todos nosotros. Para que esos seres humanos sean recompensados con afecto, compañía y atención.
¿Dónde está Dios en los momentos de máximo dolor y angustia?
“Buenas tardes, quería contarles de cuando era una niña. Pero es inútil hacerlo porque cuando tenía 11 años un sacerdote de mi parroquia destruyó mi vida. Desde ese momento yo, que adoraba los colores y hacia piruetas en los campos, sin preocupaciones, no he existido más.
En cambio quedan marcadas en mis ojos, en los oídos, en la nariz, en el cuerpo, en el alma todas las veces en las que él me bloqueaba a mí, niña, con una fuerza sobrenatural: yo me paralizaba, me quedaba sin respirar, salía de mi cuerpo, buscaba desesperadamente con los ojos una ventana para mirar hacia afuera, esperando que todo terminara. Pensaba: «si no me muevo, de repente no sentiré nada; si no respiro, de repente podría morir».   Este es parte del testimonio que dio una mujer europea, años después, consignado recientemente por el diario oficial del Vaticano,  L’Osservatore Romano

Más adelante se interroga;
«Dios, ¿dónde estabas?»... ¡Cuánto he llorado haciéndome esta pregunta! No tenía más confianza ni en el Hombre ni en Dios, en el Padre-bueno que protege a los pequeños y a los débiles. Yo, niña, ¡estaba segura que nada malo podría venir de un hombre que “perfumaba” a Dios! ¿Cómo podían las mismas manos, que a tanto habían llegado sobre mí, bendecir y ofrecer la Eucaristía? Él adulto y yo niña... se había aprovechado de su poder además que de su rol: ¡un verdadero abuso de fe!

¿Dónde está Dios? Cinco años de sufrimiento y terror. De destrucción total.

Y yo que he tenido el privilegio de no vivir situaciones extremas siento que Dios está conmigo. Que lo llamo y viene a mí. Me acompaña y lo siento. Agradezco todos los días su presencia en pequeños detalles y en los grandes momentos de la vida. Pero estoy consciente también del salvaje desenfado de quienes se sienten omnipotentes y en el ejercicio de su arrogancia son capaces de agredir y matar sin matar. Aquellos que sufren han de preguntarse siempre ¿dónde está Dios?

Tengo la convicción que Dios está en medio del sufrimiento, no para provocarlo, por favor, sino justamente para que cualquier ser humano con sensibilidad se oponga a él, lo denuncie  con fuerza y comprenda que tiene un papel asignado para luchar por el amor, la comprensión y la justicia.

Rodrigo Silva


RECONOCER NUESTRO PECADO NOS HACE HUMILDES

Evangelio según san Juan (8,1-11):

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:
- «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó:
- «Ninguno, Señor». Jesús dijo:
- «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

·         El Evangelio siempre nos sorprende, nos introduce en un mundo que no conocemos y nos enseña a ver la realidad con ojos nuevos. Hoy nos sorprende que las peores situaciones de pecado son ocasión de encontrarnos con Jesucristo.

El texto que hemos proclamado, si lo dejamos que toque nuestras entrañas, quiere ayudarnos a convertir nuestros juicios y nuestros labios   a los criterios novedosos de Jesús.

·         Vivimos en un contexto donde nos descalificamos unos a otros con gran facilidad. Somos especialistas en desconfiar y descubrir los lados más vulnerables, los errores y pecados que otros tienen para condenarlos. Nuestras conversaciones giran sobre lo malo que hemos visto y oído de otros.

·         Dos frases que nos iluminan sobre como Jesús enfrenta nuestra realidad:

·          “El que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”
Necesitamos reconocernos pecadores, que nos hemos confundido muchas veces dejándonos llevar por las tentaciones del Maligno, que con nuestra manera de actuar nos dañamos y hacemos sufrir a otros, que elegimos caminos que nos parecen buenos pero que nos llevan a lugares y situaciones que nos dañan.

El pecado es como una nube oscura que nos envuelve y nos hacemos ciegos, sordos,  centrados en nosotros mismos, nos perdemos.

Jesús nos invita a reconocer el lado B que todos tenemos. Son nuestras envidias, rencores, egoísmos, violencias, autoritarismos, vanidades, mentiras, etc.

Nos cuesta y no estamos acostumbrados a entrar a nuestras zonas sombrías. Esto nos quita verdad, peso de vida, transparencia. Nuestras relaciones se alteran seriamente. Pasamos la vida tapando nuestra oscuridad.

Antes de ser pecadores somos hijos amados de Dios, el nos creó a su imagen y semejanza y sabe de que barro fuimos hecho. Reconocer nuestro pecado no nos humilla, nos hace humildes, sencillos, verdaderos.

El amor de Dios es incansable y nos busca, pone los ojos y su corazón en nuestras miserias, sean del orden que sean. Quiere encontrarse con personas reales y está pronto al perdón.
Jesús, ayer, hoy y mañana, es ante quien podemos mostrarnos con verdad, sin perder la dignidad y recibir el amor que necesitamos para vivir.

·         “Yo tampoco te condeno, anda y en adelante no peques más”
No podemos olvidar que Jesús vino a liberarnos de nuestras cegueras y torpezas, nos invita a mirar hacia delante, a darle espacio a lo nuevo, el perdón nos re-crea.

El perdón de Dios es lo primero, es el amor incondicional el que lleva a la mujer adúltera a cambiar de vida. Jesús invita a la mujer a iniciar una vida más digna porque el pecado daña. Necesitamos una mano amiga que nos ayude y nos ofrezca una posibilidad de rehabilitarnos y nos ponga de pie. Su nombre es Jesús.

Para nosotros el encuentro con Jesucristo es fundamental, El es el maestro de la compasión y de la bondad que el Padre tiene con sus hijos. “Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva”.

El perdón de Dios no nos hace irresponsables sino hombres y mujeres agradecidos, asombrados, con experiencia de humanidad.

La antífona del Salmo es “El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”. Reconociendo nuestra condición de pecadores perdonados repitamos esta semana muchas veces esta frase con un corazón agradecido, queda camino por recorrer.

Amén

Alvaro González

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