SIGUIENDO A JESÚS
A Jesús lo asesinaron. Así lo dice Andrés Opazo en su entrega de esta semana. “Jesús fue quizás el ser más conflictivo de la historia. Fue un auténtico provocador. Se saltó con ostentación los rituales religiosos, un gran escándalo para los fariseos; sacó a latigazos a los mercaderes del templo, el negocio de los sacerdotes. Fue la vergüenza de sus paisanos de Nazaret, que lo creyeron loco. (Marcos III, 22).” Les invitamos a profundizar en esta reflexión y en el amor de Jesús. Por su parte, Rodrigo Silva nos cuenta una experiencia única: animar una celebración matrimonial, en tanto que Laura Yáñez abre su corazón para compartir su experiencia en Los Perales, conjunto al que se unió en el año 2000 y que cambiaría sustantivamente su vida.
Por cierto Los Perales estarán en la capilla del Colegio San Ignacio, El Bosque, este viernes 30 de marzo, a las 12:30. Todos invitados
LA
FUERZA DE JESÚS
En la Semana Santa
recordamos la muerte de Jesús. Un hecho histórico cuyo significado ha sido
entendido de distintas formas. Una de ellas, vigente para muchos hasta hoy,
dice que Jesús murió para redimirnos del pecado. Es decir, que Dios habría
dispuesto que su Hijo Jesús pagara con su padecimiento y muerte nuestra
liberación y reconciliación con él. De ser así, ese Dios Padre quedaría muy
malparado. Una visión que nos deja más preguntas que explicaciones, y que
carece de todo sustento histórico. Lo cierto es que a Jesús lo asesinaron. Lo
hizo ejecutar el poder religioso de su tiempo que, para justificarse, los
derivó al poder político de Roma. Jesús había armado un gran lío; conflictos
con la ley judía (los fariseos), con el templo (los sacerdotes y saduceos), y
con el orden público.
Jesús fue quizás el ser
más conflictivo de la historia. Fue un auténtico provocador. Se saltó con ostentación
los rituales religiosos, un gran escándalo para los fariseos; sacó a latigazos
a los mercaderes del templo, el negocio de los sacerdotes. Fue la vergüenza de
sus paisanos de Nazaret, que lo creyeron loco. (Marcos III, 22) No se ciñó a
las normas de la familia patriarcal, desconcertando a todos. En efecto, mientras
hablaba a la muchedumbre, le gritaron: “¡Oye! Aquí están tu madre y tus
hermanos que quieren hablarte”. Y Jesús responde: ¿quiénes son mi madre y mis
hermanos? “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre”. (Mateo XII, 46) Una sentencia nada
gratificante para María, que guardaba estas cosas en su corazón. También mantuvo
conflictos con sus discípulos que no lo entendían; a Pedro lo rechazó como
Satanás. Y fue una desilusión para los partidarios de la lucha armada contra
Roma.
Es que la novedad
predicada por Jesús contravenía los convencionalismos y creencias reinantes. Y
era muy consciente de los conflictos que le seguirían, no sólo a él, sino
también a sus discípulos. De ello da cuenta el capítulo X de San Mateo. Jesús
escoge a sus doce apóstoles y les da instrucciones como las siguientes: “Mirad
que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed prudentes como las
serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres porque os
entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas” … “Entregarán a la
muerte hermano a hermano, y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y
los matarán. Y seréis odiados de todos a causa de mi nombre” … “No penséis que
he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer paz sino espada. Sí,
he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la
nuera con su suegra; y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual …
“El que no tome su cruz y me siga no es digno de mí. El que encuentre su vida,
la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Son palabras chocantes,
como muchas en boca de Jesús. En su lenguaje hiperbólico, nos pinta un mundo
patas arriba, un cuestionamiento de usos y creencias que nos parecen obvias y normales.
Lo que anuncia es un Reino de Dios diferente del ordenamiento construido por
los humanos. Una gran novedad, en donde los pobres y los mansos serán felices,
los que lloran serán consolados, los que tienen hambre y sed de justicia serán
saciados, los pacíficos y los limpios de corazón verán a Dios. Este es, pues,
el mundo (Reino) querido por Dios. Un mundo al revés. Con toda lógica, los
poderes de nuestro mundo real no pudieron soportar tamaña provocación, y
decidieron ejecutar al revoltoso de la forma más cruel y denigrante.
A toda mirada objetiva
sobre el “hecho” de Jesús según los evangelios, resulta asombroso su coraje y
seguridad para nadar contra la corriente. No muestra sombra de vacilación. Y
misteriosamente, ello se compagina bien con la dulzura y ternura de su corazón:
acoge y abraza a los niños pese a la resistencia de los apóstoles; se conmueve
ante los leprosos, los ciegos, los cojos y los enfermos; llora la muerte de su
amigo Lázaro y llora también al contemplar Jerusalén, previendo su pronta
destrucción; invita a venir a él a los cansados y agobiados para encontrar
consuelo. Pero a la vez, enfrenta a las autoridades y las califica de
hipócritas, de sepulcros blanqueados, y decide subir a Jerusalén a sabiendas de
que debía enfrentar el suplicio y la muerte.
Ese coraje y
determinación no viene de la autosuficiencia del “contreras”, o del aventurero
que sólo busca notoriedad o aplauso. Revela otro ánimo: una profunda convicción
acerca de la voluntad de Dios su Padre, y sobre su misión de proclamar una
buena noticia para todos, aunque por momentos no se la entienda. Pero ¿de dónde
podría venir la fuerza de esa convicción? Los evangelios lo dicen y repiten;
Jesús pasaba noches enteras en oración, se retiraba a la montaña para estar en
soledad con su Padre. “Yo y mi Padre somos una misma cosa”. De esa perpetua
unión provenía tanto su ternura como su vigor y coraje.
He ahí el secreto a
compartir por todos los que desearíamos seguir a Jesús y enfrentar los
conflictos de la vida con la misma lucidez, convicción y energía. Quizás los
primeros pasos en ese seguimiento deban consistir, pues, en asumir la necesidad
de hacer oración, darnos el tiempo, detener la cotidianeidad para encontrarnos
con Dios en lo profundo del corazón. Sabemos que en nuestro mundo no resulta
fácil ni cuándo ni cómo orar. Los maestros espirituales de todas las corrientes
aconsejan la meditación, momentos para bajar hacia el fondo de uno mismo en
busca de equilibrio interior, coherencia personal y paz profunda. Es
fundamental para no vivir permanentemente alienados, fuera de nosotros mismos.
Pero a los ojos de
Jesús hay algo más. Vamos a lo profundo no para permanecer en el solipsismo,
sino para beber en la fuente de su fuerza, como condición para avanzar en su
seguimiento. Si creemos realmente que Dios es Amor, no serían nuestras virtudes
las que nos acercan a Dios, sino su amor gratuito que nos levanta y fortalece. He
allí la fuerza que Jesús nos prometió: su propio Espíritu. Sólo tenemos que
pedirla.
“Yo os digo: Pedid y se
os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide
recibe, el que busca halla, y al que llama se le abrirá. ¿Qué padre hay entre
vosotros que, al que su hijo pide pan, le da una piedra? … Si pues vosotros,
siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lucas XI, 9)
Andrés Opazo
UN RITO ÚNICO E
IRREPETIBLE
Hay situaciones que se buscan y otras que, aparentemente,
se producen por total casualidad. Esta corresponde a la segunda categoría. Y me
produjo una emoción y goce muy profundos. También le ocurrió a muchos de los
presentes. Me lo dijeron luego, por eso lo supe. Lo mío lo sentí. Lo de ellos
me lo verbalizaron. Pero también lo veía en sus rostros.
El escenario fue natural. Un ombú macizo y extraordinario
estaba a mi espalda. Todos los demás veían su magnificencia y, con seguridad,
se sintieron acogidos en ese entorno natural de varios cientos de años. La
naturaleza en todo su esplendor y conservación abriendo un espacio para un
grupo humano del orden de ciento setenta personas que venían a festejar, a
acompañar, a vivir con intensa alegría el amor de una pareja.
Cuando la novia avanzaba del brazo de su padre por un
sendero de tierra y hojas otoñales, con total parsimonia, en ese triple
significado de impaciencia, cobijo y entrega, su madre, a mi lado, en un altar
imaginario, estaba a punto de llorar. Yo sentí que el nudo de mi garganta también
se estrechaba. Recordé mi caminar por el césped de una iglesia natural llevando
a mi hija a un altar de barricas, en una ceremonia presidida por un generoso
sacerdote jesuita, también bajo un árbol añoso, en un sitio no muy distante de éste, hace prácticamente dos años atrás.
El matrimonio con el oficial del registro civil se había
efectuado en septiembre del año anterior, coincidiendo con las fiestas patrias.
Una ceremonia esencialmente para ambas familias. Hermosa, en un día soleado, en
la ribera del lago Panguipulli, en ese mágico sur que sorprende a cada
instante.
Faltaba el rito de una ceremonia en que los
novios/esposos se preparan quizá desde siempre y en que se juran un amor que sobrepasará
el infinito. Va más allá. Así fue en este caso. Ambos se paran de frente. Ella
con un traje hermoso y sencillo, con “cola”, una mujer radiante de amor y
alegría, él, mayor del ejército, con su
tenida de gala para uno de los momentos culminantes de su vida.
Toman el micrófono y cada uno declara su amor, con la
profundidad de su corazón expuesto ante todos, con sus propias y espontáneas
palabras. Se ponen sus anillos, se besan. Son aplaudidos intensamente. En un
verdadero éxtasis se sientan nuevamente en sus fardos revestidos con un saco
blanco. El cuarteto toca una canción que les identifica. Comparten sus
símbolos.
La ceremonia comienza con una bienvenida, cálida –así lo
sintieron los asistentes- en un momento
en que la emoción se apodera de mí. Respirar profundo, dejar que los segundos
resbalen, uno a uno, eternos. Nos ponemos en presencia del Señor y damos
gracias. Y explico el sentido de la celebración. Luego un gran amigo de los
novios lee un pasaje del Evangelio de Juan, y lo comentamos. La tarde se pone
muy fría, la amenaza de lluvia es inminente. El micrófono nos desconoce y se
silencia, luego aclara su “garganta”. Vendrán peticiones y agradecimientos, con
la naturalidad del amor franco y sincero, de amigos y familia. De gente que les
conoce de años, desde el nacimiento, desde el jardín infantil, desde la
universidad o de la escuela militar. Todos se funden en sentimientos, atrapados
por el embrujo de este atardecer
envuelto de amor.
Pero falta algo más. El padre de la novia, el padre del
novio y la madre de la novia, en esa secuencia,
también se unen en el regocijo de su experiencia, en sus deseos y
recuerdos para alentar a la pareja a una vida plena. Recordarán a quienes ya no
están, pero que fueron simiente para la pareja. Canción final. Los novios
caminan sobre las hojas secas y pasan a través del túnel de espadas para llegar
a un final inundado de pétalos de rosas.
Rodrigo Silva
CON
LOS PERALES GANAMOS EN ESPÍRITU, FE Y MÚSICA
Laura Yáñez es una de las voces
femeninas de Los Perales. Una experiencia que le cambió la vida. A continuación
su testimonio. Han pasado prácticamente dieciocho años desde su incorporación
al grupo.
Conocí la música del Conjunto Los Perales desde el colegio, porque
cantaba en misa y tuve la suerte que me las enseñó el mismo Javier Cerda sscc, que
perteneció al Conjunto.
Incluso canté muchas en matrimonios, cuando estaba entrando la
guitarra a estas ceremonias.
El espíritu y tipo de música eran parte de mi cotidianidad.
En el año 2000 me pasó algo curioso, en Semana Santa conocí a
Fernando Etchegaray (sólo conocía a Javier) me lo presentaron en un retiro, y
me pareció estar frente a una eminencia. ¡Los Perales eran ídolos para mí! y en
esa misma Semana Santa, por una coincidencia extrañísima, también conocí a
Andrés Opazo.
Más raro fue cuando a los 3 o 4 meses me contacta un amigo, José
Manuel Ugarte, para preguntarme si me gustaría formar parte del conjunto Los
Perales que sería integrado nuevamente, pero con mujeres. ¡No me habría negado
jamás! y sería el comienzo de un camino precioso lleno de regalos.
Dos aspectos han sido fundamentales en este recorrido. Primero que
con Andrés formamos una familia, estamos juntos desde ese año; y lo otro, el
sentido de grupo que hemos construido. Han pasado varios integrantes que ya no
están con nosotros por distintos motivos, pero rescato que además de cantar
juntos, siempre ha prevalecido una linda amistad.
¡Anécdotas tenemos miles! Los ensayos son duros, ninguno sabe
música, todo lo aprendemos de oído, y muchas veces de un miércoles al otro
hemos olvidado lo aprendido, pero seguimos trabajando hasta que se queda en el
disco duro y las grabaciones son una experiencia muy entretenida pero muy
exigente. Lo más rico es ver los resultados y sentir ese orgullo de haber
logrado un regalo para la comunidad.
Teníamos un ambicioso sueño, subir nuestra música a las
plataformas digitales, ya que entendemos que lo moderno va por ahí. Este año lo
logramos con algunas de nuestra producciones, ya estamos en Spotify con 4 Cd's.
Nuestra misión es cantar, donde nos inviten, donde veamos una
oportunidad, todos nos ganamos la vida de otra manera, pero cantando en Los
Perales ganamos en espíritu, en fe y en música.
Excelente reflexión de Andrés que combina armónicamente los dos brazos de la cruz, tanto la horizontalidad de la acción de Jesús con su pertinente rebeldia de lider social como la verticalidad de su relación con el Padre Dios. Centra nuestra reactualizacion de Santa Semana. Gracias.
ResponderEliminarMenos mal que a la Laly sólo le "parecí una eminencia", veo que ha madurado.
Linda la experiencia de Rodrigo, vamos volviendo a ministros laicos desterrando la magia sacramental matrimonial (al menos)
Querido Andrés, gracias por tan magnífica reflexión, como suele ser lo dejas pensando a uno. Me gusta esa inmediatez, ese sentido de urgencia que le das a la Pascua. Ahora, sobre Jesús mismo siempre habrán las más variadas perspectivas y la mía es un poco distinta. Concuerdo con ese Nazareno tan cercano e identificado con el Padre celestial pero asi tan referido a su tiempo como lo pones por muy extraordinarias que hayan sido sus cualidades y su carisma, a mi me resulta insuficiente.
ResponderEliminarPara mí en mi calidad de "no creyente" el texto fundacional aqui es la Epístola a los Romanos a través de la cual me sumerjo en el misterio del Cristo Encarnado, Sufriente y Resucitado. Es el mito el que me hace vibrar con el misterio pascual, ya que es frente al mito en cuanto punto de intersección fulgurante entre la razón poética y la razón crítica que nos hacemos esas preguntas fundamentales, qué sentido tiene esa exclamáción de Pablo: Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por Él salvos de la cólera! (Rom 5:9).
Y al fin de ese torbellino crítico-poético, que nos hace contemporáneos de lo divino, llegamos al final de la danza con los pies bien parados en el hoy, imbuídos de un sentido de misión de justicia y compromiso. Sin lo uno no hay lo otro y qué mejor para un Domingo de Pascua que acompañarse con Gloire / Fils unique, de Vassili Titov (s.17) en la versión del Coro Filarmónico de Estonia. Paul Hillier. Harmonia Mundi, 2003.
A todos los amigos/-as, una Feliz Pascua de Resurrección
Ojo, Quintin = Juan Carlos Gumucio :-)
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