¿ES INDISPENSABLE EL AUTOCONOCIMIENTO? 14 JUNIO

 ¿Cuál es nuestro verdadero yo? ¿Nos conocemos verdaderamente? ¿De qué sirve este ejercicio clave de la vida? Estas y otras interrogantes son abordadas desde dos miradas muy distintas por Laura Yáñez y Andrés Opazo en nuestra entrega de hoy. En tanto, Rodrigo Silva nos relata una hermosa experiencia de un Encuentro de Acogida en el Colegio Saint George, el pasado fin de semana. Finalmente reproducimos la entrevista de un poeta de Diego de Almagro, un hombre de noventa años que repasa su vida, el desarrollo de su fe y sus proyectos.
Les invitamos a compartir los textos, a emitir comentarios, a reproducirlos e incluso a enviar nuestra dirección a personas conocidas que pudieran aprovechar estas ideas y experiencias.

CONOCERSE A SÍ MISMO

En la última reunión de nuestra comunidad comentamos el capítulo 9,  Llegar a conocerse a sí mismo, del libro “Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical”, de Albert Nolan. En estos meses ha sido nuestro texto de estudio/reflexión. Unas veces más cercano y otras más lejano. Pero el capítulo de ayer lo sentí muy actualizado y pertinente.
Una de las integrantes nos ayudó a aterrizar algunos conceptos, por su experiencia de años en Eneagrama.

“El eneagrama de la personalidad es un sistema de clasificación de la personalidad, que algunos también encuentran útil como camino de superación personal. Esta propuesta es una elaboración histórica por parte de autores occidentales que se basa en ideas anteriores de origen místico y oriental” (Wikipedia)

Y la definición jesuita:
El Eneagrama es una herramienta que sirve para conocerse más a sí mismo con el fin de descubrir las causas y el origen de nuestro comportamiento y de posibles desequilibrios y malestares psíquicos. Si el conocimiento está bien orientado, conduce a la aceptación personal y de los demás. El fruto será la paz interior y para algunos el compromiso con el entorno.

Los números del 1 al 9, eneatipos, son característicos de tipos de personas. Ella decía “el 1 es el perfeccionista, el 2 el servicial, el 3 el vanidoso, el 4 el diferente … etcétera, y nosotros imaginando que ciertos conocidos son de tal o cual número … Y yo sintiendo que soy todos los números.

Nolan nos advierte con el pasaje del evangelio: “Por qué le sacas la mota del ojo de tu hermano y no te fijas en la viga que tienes en el tuyo…”. Este es el más claro ejemplo de falta de autoconocimiento e hipocresía. “Un hipócrita es quien pretende ser lo que no es, quien presenta al mundo una falsa imagen de sí mismo”

¿Quién se libra de esto? Unos más y otros menos ¿somos todos un poco hipócritas por falta de autoconocimiento? ¿O por cuidar la imagen? ¿O por acomodo? Pero si, “la hipocresía es la falsedad de nuestra vida, las mentiras y contradicciones en que vivimos”, porque hemos construido esa barrera para tapar nuestro ser más íntimo, el ser puro y divino que somos al nacer, para defendernos.  ¡Qué difícil será el autoconocimiento!

Lo que siento más claro es la imposibilidad de encontrar el profundo ser verdadero que somos, si no vemos nuestra viga, si pretendemos ser lo que no somos, si somos falsos. Y más difícil conocer al otro, ser capaces de verlo en su real magnitud, de acogerlo como es, de aceptarlo y entenderlo si mantenemos la barrera de nuestro ego.

Ah, y tan contingente me pareció asimilarlo y aplicarlo a los candidatos que comenzaron a desplegar sus campañas para la presidencia. Ruego al Padre bueno que cada uno de ellos pueda ver ese país verdadero, ese que pretenden conocer, acoger en sus necesidades y cuidar, sin intentar solamente buscar la mota en el ojo ajeno.

Amén
Laura Yañez


AHONDAR AL INTERIOR DE UNO MISMO

La lectura que hacemos en comunidad del teólogo sudafricano Albert Nolan nos invita a conocernos a nosotros mismos, tanto en vista del propio progreso espiritual, como para mantener buenas relaciones con los otros. Y esto vale para creyentes y no creyentes. Efectivamente creo que la transparencia en la mirada que volvemos hacia nosotros mismos, es condición para todo juicio que hagamos sobre los demás. Nos dice al respecto el Evangelio de Lucas (VI, 41): “el ojo es la lámpara del cuerpo: si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado. Pero si no está sano, todo tu cuerpo está en tinieblas”. Una vida luminosa depende, pues, de la limpieza de nuestra mirada, lo que requiere conocerse a mí mismo y disipar las oscuridades que a menudo nos envuelven. Y el texto de ese evangelio vuelve más adelante sobre el tema, pero de una forma más categórica. “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano déjame que te saque la mota del ojo, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.” (Lucas VI, 41)

La sentencia de Jesús es contundente. En realidad, si pienso ingenuamente que no existe distorsión alguna en mi mirada sobre el otro, podría estar doblemente ciego. Por una parte, no alcanzaría a ver mi propia ceguera, es decir, no sería consciente de posibles motivaciones ocultas que pulsan en mí, o de las racionalizaciones o justificaciones detrás de las cuales suelo esconderme. Por otra, esa misma ceguera me llevaría a deformar mi mirada sobre el otro. Todo depende del cristal con que se mira; lo advierte el dicho popular.

Ahora bien, lo que sucede es que, debido a la herencia de nuestra naturaleza animal, tendemos a anteponer en toda circunstancia la propia supervivencia como individuo, en especial ante alguna amenaza. Lo vemos en los animales y hasta en los niños. Es una reacción instintiva, que el teólogo Antonio Bentué asocia a la idea de pecado original. Somos originariamente egoístas y lo superamos en el transcurso de nuestra maduración como seres humanos y conscientes. Los psicólogos han visto en esa espontánea reacción la presencia del “ego”, o del yo egocéntrico con el que todos cargamos.  El ego equivale a la viga en el ojo de la que habla Jesús.

Ese yo egocéntrico se refugia en nuestro inconsciente y debe ser develado por un esfuerzo de honradez para consigo mismo, por un ejercicio de autoconocimiento. Y creo que no siempre es necesario ir al psicólogo para desenmascarar al ego. Basta quizás con mirarse un minuto hacia adentro, para descubrir posibles heridas que arrastramos o amenazas que percibimos, y que se traducen en celos, rivalidades, ansias de reconocimiento, vanidades y otras actitudes movidas por el impulso a recuperar la propia primacía amenazada. En efecto, todos llevamos de alguna manera ciertas heridas de un ego menoscabado, y necesitamos sacarlas a la luz y reconocerlas.

Pero esa toma racional de conciencia no es suficiente; esas heridas deben ser procesadas en el corazón, es decir, ser confrontadas con el proyecto de vida buena que palpita débilmente en lo más hondo de cada ser. Pues es allí, en el corazón, en un anclaje emocional, en donde reside nuestro verdadero yo. Y lo entiendo como una voluntad profunda de autoestima, es decir, como un inconfesado anhelo que apunta a lo que en verdad aspiraríamos ser. Esto sólo lo vislumbra el ojo del corazón. Pues lo que el humano generalmente desea en última instancia, es llegar a ser amado y amar, poder convivir en paz y armonía para que el otro no sea necesariamente una amenaza.

Para avanzar en este camino, el primer paso debería ser explorar en la propia conciencia para develar al ego, sus maquinaciones y engaños que nos nublan la vista. En otras palabras, desmontar la viga en el ojo para liberar la mirada. Y luego reconocer en ese ego tan rebelde, una falsa versión del verdadero yo. Aunque es una tarea para toda la vida, al intentar examinarnos honradamente, podemos quizás apreciar cómo el verdadero yo pulsa por salir a flote. Entonces podemos perdonarnos a nosotros mismos y a los otros, podemos conmovernos con sentimientos de compasión por las personas necesitadas, podemos dar gracias por los dones que la vida nos regala. He aquí señales del verdadero yo, pues no es natural que el ego sea capaz de perdonar, de compadecer y de agradecer. Pareciera, entonces, que esta acción de domesticar el ego para hacer que emerja el verdadero yo, es lo que en el Evangelio se llama una “conversión”, un real encuentro consigo mismo y con los otros.

Andrés Opazo



LUZ Y ESPERANZA

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: “Crucemos a la otra orilla”. Ellos, dejando la multitud, lo llevaron a la barca así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval y las olas entraron en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal! Le despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No te importa que nos hundamos?” Desperrtándose, increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállatte!” El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Entonces se quedaron atemorizados y se decían unos a otros: “Quién es este  que hasta el viento y el mar le obedecen?” Mc 4, 35-41
Con esta lectura comenzó Guillermo el encuentro de la mañana del sábado 10 de junio, preparado para acoger a personas que tenían una aflicción o un dolor muy profundo. Personas que han tenido alguna pérdida muy significativa o que tienen a un ser muy querido con una  enfermedad  y no encuentran consuelo. Que buscan herramientas para atenderles y para superar su propio estado emocional.

Sollozos y lágrimas
Estábamos sentados en semicírculo. Éramos veintiocho personas. Y cada una explicó por qué estaba allí. Qué razones había tenido para aceptar la invitación de la Pastoral Familiar y de Enfermos del Colegio Saint George.
La madre de Cristóbal, el más pequeño de sus cuatro hijos enfermó hace dos meses. Ella quiere estar bien para darle fortaleza. Tiene que llorar en la ducha para luego animarse y enfrentarle con una sonrisa optimista y luminosa. A pesar de ser de una familia católica hace dos meses que no reza. No quiere llegar a esa frase del Padre Nuestro que dice “hágase tu voluntad …” Teme. Sollozó, una y luego otra vez. Al final del encuentro, casi tres horas después, cuando nos dimos un abrazo sentí que estaba más serena. De hecho pudo rezar y poner su brazo derecho sobre el hombro de Lorena, para mecernos, en un círculo más estrecho, todos de pie, como en una barca de amor.
Un padre comentó acerca de la depresión de su hija y del momento tan duro que estaban viviendo. Al final, emocionado, agradeció a Guillermo y dijo que nadie les había hablado de esa forma en tanto, aun cuando lo hemos buscado. Guillermo sostuvo con una palabra calmada y profunda, que el amor de Dios hay que verlo Hay que sentirlo desde el corazón. Envolverse en él y compartirlo. Lo dijo al comienzo. Y sin decirlo de viva voz, estuvo presente en su discurso toda la mañana.
Francisca sobrevivió a un accidente automovilístico, pero una amiga murió. Lloró. No pudo resistir. Sin embargo, a la hora de la despedida estaba alegre. Sonrió y agradeció los testimonios de cada uno de los asistentes. Se paró con una amiga y partió antes que el resto. Las vi salir livianas, sin el peso del cuerpo. Parecían flotar hacia la puerta del salón.
Vine por mi consuegra, dijo una señora mayor. Para ayudarla a ella porque había fallecido su esposo, mi consuegro a quien yo adoraba, hace pocos meses. Ambas venían  de Viña del Mar. Pero al final de la jornada se dio cuenta del valor que había tenido este encuentro para ella. Comentó de sus dolores y aflicciones. Algo compartió de su intimidad. Ahora me preocuparé también de mí. Y también de ella. Pareció sentirse un poco en falta con esta última afirmación. Hubo una risa tenue en el grupo.

Abrir el corazón
Y así fueron varios los testimonios que nos permitieron abrir el corazón y buscar nuestra conexión con Dios, no desde la mente y el raciocinio, sino desde el corazón. Fue un ejercicio de silencio, de profunda introspección. Luego vimos veinte imágenes que estaban en una sala contigua. Eran corazones dibujados en láminas pegadas en los muros. Todas o muchas de las formas posibles de sentir o sentirse. Corazón envuelto en alambre de púas, otro en un cojín, descansando. Otro viéndose en un espejo. Muchas situaciones que todos vivimos en diferentes etapas de nuestra vida. Incluso de cada día. El ejercicio apuntaba a generar una identificación con alguna o varias de esas imágenes para comprender o hacer aún más consciente nuestra realidad.

En este encuentro ratificamos  que compartir las penas, las angustias y los dolores es un paso fundamental para avanzar en la superación de nuestros episodios críticos,  pero también lo es la forma cómo el conductor de la sesión ofrece alternativas de reflexión. Cómo, Guillermo en este caso, nos hace ver que el amor de Dios es permanente y acogedor. Que debemos estar dispuestos a verlo y a sentirlo. Nos revelamos y decimos por qué a  mí. Cómo puedo superar esta situación que me aflige, con qué herramientas Compartimos y nos apoyamos. Terminamos fundidos en un abrazo y antes, en un círculo de acogida y esperanza.

Una mañana hermosa en que se cumplió plenamente el objetivo. Acoger e intentar ver y compartir una luz de esperanza en un período de sufrimiento.

Rodrigo Silva

UN POETA CON PROYECTOS (*)

Don Maximiliano Guzmán López completará sus 90 años en noviembre próximo. Y está lúcido, activo; con la mente despierta y el espíritu atento a todo lo que ocurre. Desde los 12 años es poeta. En tres momentos de su vida ha vivido en Diego de Almagro por algún tiempo. “En total completo ocho años viviendo aquí”, nos dice. Y agrega que ahora se queda aquí en Diego hasta el final, donde vive con su hijo. “A esta edad ya no estoy para moverme mucho”, agrega sonriendo. Lo conocimos cuando, recién llegados a Diego, pidió permiso para leer un poema al final de la misa: era un homenaje al aniversario de la parroquia. (**)

¿Dónde nació usted, don Maxi?
Yo nací el 9 de noviembre de 1927, en la oficina salitrera Cecilia, en la región de Antofagasta. Pero, de chico, me crie en Arica, adonde se trasladó la familia. Allí viví 52 años.

¿Cuál ha sido su actividad laboral?
Me inicié barriendo las bodegas de la Citroen en Arica. Al poco tiempo me nombraron jefe de bodega. Después me fui a la Peugeot porque allí me doblaron el sueldo. Enseguida estudié dibujo técnico y, con el tiempo, fui profesor de dibujo técnico en la Universidad del Norte, durante 12 años, y en Inacap, durante 16 años. Todo en Arica.

Usted dedicó entonces 28 años de su vida a la docencia. ¿Qué significó esto para usted?
Fue una experiencia muy hermosa. Lo que más disfrutaba era la relación con los jóvenes que eran mis alumnos. Ellos me querían mucho. Me celebraban siempre mi cumpleaños. Ser docente es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida, después de mi esposa Doris…

¿Cómo fue su matrimonio con Doris?
Nos quisimos demasiado… (se emociona). Ella murió hace 18 años. Cuando nos casamos, ella tenía 15 años y yo 24. Fue una mujer maravillosa, que me hizo mucho bien. Tuvimos 10 hijos, pero sobreviven 6. Era una mujer muy católica. Yo era un cristiano a mi manera, si había fútbol y había misa, yo iba a jugar fútbol. Pero Doris me ayudó a comprometerme más con la Iglesia. Cuando criábamos a una nieta, la acompañamos en la preparación a su primera comunión y, para sorpresa mía, nosotros también teníamos que ser catequistas. Tenía entonces que ser responsable, y tuve que sacrificar algunas veces el fútbol. Después de la catequesis, formamos tres comunidades cristianas. La verdad es que la fe me ha sostenido mucho en mi vida.

¿Cómo se mantiene usted tan bien, don Maxi?
Es que fui deportista toda mi vida. Hice fútbol, básquetbol, atletismo. Siempre jugué fútbol, jugando como lateral derecho, pero llegando arriba, lanzando centros. Era muy rápido, porque en atletismo corría los 100 y los 200 metros. Me decían “Remolino”, porque juntaba a mis adversarios y los confundía con mi rapidez.

¿Cuándo escribió su primer poema?
Fue a los 12 años, un poema amoroso a una niña que la encontraba muy linda. Pero me fue mal, no me hizo caso. Siempre seguí escribiendo. Y escribía porque yo no tenía habilidades orales. Tenía ideas y sentimientos, pero no sabía expresarlos oralmente; entonces, me decidí a escribirlos, y me di cuenta que me resultaba bien. En Arica organizamos incluso un grupo literario de poetas…

¿Cuál es el “material de su poesía?
Yo escribo de diferentes cosas, pero siempre relacionado con los hechos que acaecen en la vida. ¿Se acuerda de ese accidente en 2008, cuando murieron cerca de Putre ocho niñas de un colegio de Santiago? Escribí un poema que titulé “Ocho angelitos en el cielo”. Y lo envié al colegio, pero nunca me respondieron. Después murió otra niña. En total, fueron nueve. Escribí también sobre un viejo campesino aymara que tocaba la tarca en Arica, en la esquina de las calles 21 de Mayo y Colón. Me emocionaba verlo porque su cara se parecía mucho a la de mi papá. Un día lo atropelló un camión y lo mató. Escribí entonces el poema “Don Osvaldo”. Así se llamaba ese hombre. En otra ocasión, conocí a una campesina joven, muy bonita, que vendía fruta en bicicleta. Me llamaba la atención que, para ofrecer sus productos, siempre hacía señas con las manos. “Es que es sordomuda” –me dijeron. Entonces escribí “La frutera silenciosa”. Y así pues…

Y mientras nos despedimos, don Maximiliano nos muestra el único libro que tiene publicado. Fue en 2011. Su título es “Poemas de las palabras simples”. Financiada la edición por él mismo, solo pudo publicar 160 ejemplares. “Este fin de año sacaré un segundo libro”, nos dice, mientras se dispone a tomar un bastón que lo ayuda a caminar por las calles de Diego. Una idea le da vueltas por la cabeza, ¿por qué no crear un círculo literario con personas mayores en Diego de Almagro? “No es mala idea", se dice a sí mismo. A los casi 90 años de edad…

(*) Texto tomado del blog Misión Atacama, N°6, mayo 30 de 2017
(**) Cuatro sacerdotes de la Congregación de los Sagrados Corazones sscc que llegaron allí a fines de febrero de este año

 

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