¿ESTÁ EN CRISIS LA IGLESIA CHILENA? 20 Julio 2017

Una  gran pregunta que se aborda a través de dos miradas. Una, referida al clericalismo dominante en la sociedad local, de Andrés Opazo, y la segunda, a través de una conversación de Rodrigo Silva con el sacerdote jesuita Agustín Moreira, actual Administrador de la Orden en Chile. Todo como parte de la reflexión sobre el escenario en que será recibido el Papa Francisco, en enero próximo. Concluimos la entrega de hoy con un enfoque de Rodrigo sobre el respeto y la tolerancia acerca de la aprobación de despenalizar el aborto/interrupción del embarazo, aprobada por el Senado la madrugada de este miércoles 19 de julio.
Confiamos en que estos materiales sean de interés. Compártanlos, dennos su opinión, escríbannos. Esta es LA PALABRA NUESTRA, que esperamos sea también la de ustedes.


EL CLERICALISMO ATROFIA LA FE

La visita del Papa Francisco a Chile ha dado qué hablar sobre la crisis de la Iglesia chilena. Esta tiene múltiples dimensiones. Personalmente no le atribuyo importancia a la disminución de los católicos y de la práctica religiosa. Ya pasó el tiempo de la uniforme cultura religiosa de la cristiandad, y es normal que nuestra fe cristiana sea minoritaria dentro de la sociedad. Más me preocupa la calidad que la cantidad. En lo que sigue me referiré sólo a un factor de esa crisis, al clericalismo dominante.

Hace unos meses asistí a un responso en la parroquia de Buin. Había muerto la hermana de una amiga de nuestra comunidad cristiana. Falleció en el hospital público y sus restos fueron trasladados a la parroquia. Como no era posible celebrar una Misa, se haría un responso siempre que hubiese un sacerdote disponible.

Mi amiga es católica, pero las personas de su entorno directo no lo son. Junto a ella nos encontrábamos esa mañana cinco personas; aparte de mí, tres amigos ateos y una señora que no conocía. Esperábamos en el velatorio cuando llegó un sacerdote con pantalón negro y camisa blanca con alza cuello. Saludó de mano a cada uno sin pronunciar palabra, preguntó por el nombre de la difunta, se puso una estola morada, abrió su libro y comenzó a leer el texto del ritual. Escuchábamos en silencio, salvo cuando decía “el Señor está con ustedes”, a lo que mi amiga y yo contestábamos, “y también contigo”. Los amigos ateos guardaban respetuoso silencio. El rito no era más que la recitación de fórmulas que caían en el vacío. Sin juzgar la espiritualidad del sacerdote, su comportamiento era el de un funcionario que cumple con lo mandado y se marcha. Todo no duró más diez minutos.

Lo frío, impersonal y mecánico del rito me dolía por mis amigos no creyentes, testigos de un acto supuestamente religioso que quizás los confirmaba en su irreligiosidad. No hubo ninguna referencia a la vida real, ninguna reflexión sobre la esperanza cristiana, ningún gesto de fraternidad. Todo ello explicable probablemente por la prisa del sacerdote que debería oficiar en otro lugar. Uno se pregunta, entonces, la razón de ese ritual estereotipado. Por qué llevar el féretro a una parroquia carente de toda vinculación con los deudos, por qué debe pasar la noche en un velatorio desierto, para qué debe acudir un sacerdote.

El cuestionamiento que me hago arranca de mi experiencia personal y comunitaria. Resulta que un grupo de vecinos mantenemos una comunidad que se reúne todos los domingos para hacer una oración eucarística en reemplazo de la misa. Oramos y ponemos en común nuestra vida, problemas y expectativas; leemos los textos de la liturgia del día; recitamos un salmo y luego lo medular del canon de la misa, rezamos el Padrenuestro, nos deseamos la paz y, al terminar, compartimos una copa de vino. Es como nuestra eucaristía sin sacerdote. Hemos llegado a esta liturgia dominical después de recorrer las parroquias de nuestra zona de Buin y Paine. En realidad, ya no soportamos los rituales rutinarios ni las predicaciones abstractas o moralistas. Pareciera que el obispado de San Bernardo careciera de interés por alimentar la fe de sus fieles en referencia a la vida y a los tiempos que vivimos.

Desde esta experiencia me interrogo ante lo sucedido con el mentado responso. ¿No habría sido más cristiano hacer una oración en nuestra comunidad, para despedir en la esperanza a la hermana de mi amiga y acompañar a su familia en el dolor? Podrían haber asistido amigos no creyentes, como ha ocurrido otras veces, y participar de nuestro acto de fe. Habríamos rezado con nuestras simples palabras, partiendo de nuestras vivencias, en vez de escuchar fórmulas poco comprensibles. En el fondo, y esto vale también para la eucaristía, ¿por qué debe leerse siempre el mismo texto en todo lugar y en todo contexto humano? El memorial de la muerte y resurrección de Jesús, núcleo de nuestra fe, puede ser expresado en diversas culturas, pero dentro de parámetros comunes y universales.

No cabe duda de que nuestra Iglesia es todavía un asunto del clero. Como éste es cada vez más escaso, los fieles se quedan sin animación pastoral, o bien deben contentarse con una prestación ritual estandarizada muchas veces carente de sentido y de humanidad. Sin embargo, puede ser que la crisis del clero no sea una crisis de la Iglesia, sino más bien una gran oportunidad para que las comunidades superen un infantilismo impuesto, y se hagan cargo de los medios adecuados para ahondar en su fe. Pero para ello sería necesario que las autoridades eclesiásticas se abrieran a una teología más actual y adoptaran una nueva estrategia pastoral. En lugar de empeñarse en improductivas campañas para vocaciones sacerdotales, podrían dar prioridad a la formación y capacitación de auténticos responsables de comunidades. Ello exigiría una redefinición de los ministerios y servicios eclesiales, algo urgente para una renovación de la Iglesia de cara al mundo actual.

Ya un cardenal alemán, ante la disminución acelerada del clero profesional, ha planteado la pregunta: ¿Por qué un cristiano probado no puede celebrar la eucaristía? Las comunidades cristianas de los primeros siglos no conocieron el sacerdocio. Un hombre o una mujer, un líder reconocido por la consistencia de su fe, presidía la Cena del Señor. Quizás llegó la hora de aceptar la extinción del actual cuerpo especializado con funciones exclusivas, que tiende a despojar de iniciativa religiosa a un pueblo cristiano en comunión con sus pastores.

Andrés Opazo



EL PAPA EN CHILE. UN MENSAJE DE JUSTICIA

El anuncio fue reciente. El Papa Francisco vendrá a Chile en enero próximo. Son pocos meses para organizar una visita de tres días. ¿En qué contexto se realizará? ¿Cuál es la iglesia que lo recibirá? A continuación el enfoque del sacerdote Agustín Moreira, Administrador Provincial de la Compañía de Jesús en Chile y ex capellán del Hogar de Cristo. Su visión es optimista porque el Papa viene a hablarnos del Evangelio de Jesús. Pero antes aborda los problemas y desafíos de la iglesia y el impacto que podría tener la presencia de Francisco.

¿Compartes la idea de una crisis en la iglesia?
Comparto ese criterio. Hay una iglesia en crisis en una sociedad que está en crisis. Creo que estamos asistiendo a un cambio de época. Hoy las respuestas no son satisfactorias para las preguntas que surgen en las comunidades.

¿A través de qué elementos se manifiesta esa crisis?
Al interior de la iglesia nos han afectado fuertemente los casos de pedofilia. También un liderazgo débil de parte de la jerarquía, a diferencia de otras épocas en que hemos tenido liderazgos bastante más iluminados, más fuertes y que se han hecho cargo de problemas sociales agudos. Tampoco en la iglesia  le hemos dado el espacio que debiera tener la mujer. De otro lado,  hay una gran distancia entre lo que oficialmente la iglesia promueve como un ideal en todos los temas valóricos y de la relación moral de la persona. Hay una gran distancia respecto de lo que viven los cristianos y los fieles. En fin, básicamente tenemos una dificultad en la transmisión de la fe. Hoy muchos apoderamos se encuentran con que la fe que ellos tienen no han sido capaces de transmitirla. Estos son algunos de los rasgos  a través de los cuales se evidencia que la iglesia está en un período de búsqueda y algo nuevo tiene que surgir de todo esto.

¿En qué tiempo se produce un cambio porque de acuerdo a lo que dices habría una necesidad de modificar los liderazgos y todo parece indicar que no habrá cambios significativos?
Yo he hablado de la iglesia chilena que contrasta con el liderazgo que está ejerciendo el Papa en la transformación de la curia, y también en la apertura que le está imprimiendo a esta iglesia. Ahora, creo que en la iglesia local chilena nos falta receptividad frente a eso y veo muy débiles a los liderazgos actuales en la jerarquía, con un discurso que no toca, que no llega y que, en el caso de los jóvenes, muchos de ellos prescinden de ese discurso.

Esa misma jerarquía es la que recibirá al Papa en enero  y, por lo tanto, ¿habría un contrasentido en lo que la jerarquía siente y lo que el Papa expresaría en la visita a Chile?
Veo una distancia grande. Veo en el Papa una invitación potente a salir hacia afuera, pero como iglesia tenemos dificultades para salir a buscar a las personas más necesitadas, estar en contacto con los más pobres, buscar nuevos espacios de participación.

Sin embargo, el párroco de  San Juan Apóstol, en Vitacura, y además Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal me decía que la concepción que tiene el Papa es exactamente la que nosotros tenemos, somos una iglesia misionera  y estamos en total sintonía con el Papa.
Yo no lo veo y creo que esa es la percepción de muchos chilenos

¿Cuáles crees que son los temas capitales que el Papa abordará en la visita a Chile? ¿Hablará de los temas que le preocupan a la sociedad local o más bien adecuará su discurso a una condición política que no entorpezca las relaciones ni con unos ni con otros?
No, yo creo que el Papa viene a hablarnos de Jesucristo. El mensaje central del Evangelio es la persona de Jesucristo. Un Jesucristo que hace una opción radical por los más débiles, por los más pobres, por los excluidos, por los que sufren. Y en ese sentido, al hablar de Jesucristo va a tocar muchas de las heridas que tenemos como sociedad. Una sociedad que es tremendamente desigual, que tiene una deuda pendiente con la Araucanía y con el pueblo mapuche. Una sociedad que tiene  que replantearse respecto de su relación con el medio ambiente, de la forma cómo acogemos a los inmigrantes. En este sentido son interesantes los sitios que ha elegido visitar. Uno de ellos, Iquique, donde está la fiesta de La Tirana, toda esa religiosidad popular, pero también donde ha llegado una importante población de inmigrantes. Después está la Araucanía, que es la zona más pobre de todo Chile y también es la zona más fuertemente poblada por el pueblo mapuche. Entonces hay una llamada muy poderosa desde el Evangelio de Jesucristo a ver cómo abordamos la relación con el pueblo mapuche de una forma distinta.

Sin embargo la elección de los lugares entiendo que no fue una propuesta del Papa, sino de la Conferencia Episcopal.
Sí, en conjunto

Por lo tanto, daría la impresión que para la iglesia chilena y para esta jerarquía es muy importante que el Papa aborde estos temas, no sé si con la intencionalidad de demostrar que hay un pensamiento común,  o con la intención de incentivar un cambio de la iglesia con estos valores y principios.
Creo que el Papa tiene  la gran oportunidad de hablar de Jesucristo en un sentido positivo. Y desde Jesucristo invitarnos y desafiarnos a asumir una actitud positiva respecto de heridas que tenemos y las soluciones que podemos dar a estos problemas. Esperaría que el Papa entronque en esa dinámica.

¿Cuál debería ser el impacto que tendrá la visita del Papa en la iglesia chilena?
Esperaría que el Papa nos ayude a encender la esperanza, a encender un amor crecido por Jesucristo, un deseo de seguir y ser más fiel a Jesucristo. Si logra eso sería una muy buena noticia. El mensaje de Jesucristo sigue teniendo validez hoy más que nunca. Es un mensaje de salvación, de esperanza, de alegría, que nos invita a mirarnos como hermanos. Un mensaje de justicia

Rodrigo Silva



PERSUADIR Y RESPETAR

Soy partidario de la vida. De cuidarla, en cualquier condición. No obstante, reconozco que ante una atrocidad quizá mis principios pudieran verse dramáticamente a prueba.

Esta madrugada, 19 de julio de 2017, el Senado de Chile aprobó la despenalización del aborto en tres causales. Inviabilidad del feto, riesgo de muerte para la madre y violación. Más allá de algunas normas como la objeción de conciencia del equipo médico, a título personal y no institucional, las mujeres tendrán la libertad de elegir qué hacer en circunstancias tan dolorosas o traumáticas ante las tres causas. La Presidenta de la República no habla de aborto sino de interrupción del embarazo.

Conozco a una pareja que ha tenido cuatro hijos, aun cuando esencialmente a sus padres. De los cuatro, dos murieron al nacer. Sabían que eso ocurriría. Los esperaron con profunda fe. Fueron sepultados. Cumplieron un breve ciclo de vida y sus padres estuvieron dispuestos a vivir intensamente todo el proceso.  El de la vida y el de la muerte. En medio de una familia que les acompañó con inquebrantable fe. Hermoso, emocionante.

Pero hay otros casos en que las circunstancias son otras como el desgarrador y violentísimo acto de la violación, que además, en muchísimas oportunidades va acompañado de un proceso de amedrentamiento de larga duración, años incluso, cuando son familiares, incluso padres, quienes cometen esos incalificables actos.

El sacerdote Raúl Hasbún, en la misa dominical del mediodía del 16 de julio, en el Colegio Las Ursulinas, calificaba como maldita la ley que fuera aprobada en el senado esta madrugada. Tiene todo el derecho a hacerlo. Y cualquiera puede estar en profundo desacuerdo. O al revés. Lo que a mi juicio no puede ocurrir es descalificar y dividir a partidarios o detractores del proyecto, entre defensores de la vida o partidarios de la muerte. Por cierto, no lo dijo el sacerdote Hasbún. Otras personas si lo han hecho.

El proyecto aprobado no obliga a las mujeres a abortar. Eso es muy claro. Habrá quienes enfrentadas a esa realidad opten por seguir con la concepción, pero habrá otras mujeres que legítimamente podrán seguir un camino alternativo, sin que se las enjuicie y eventualmente se las condene a la privación de libertad. Se les permitirá dirimir, escoger, tomar una decisión, igualmente dura y dolorosa de interrumpir el embarazo / abortar, en una condición sanitariamente adecuada, con la asistencia médica que corresponda.

En una película reciente, actualmente en exhibición en Santiago, varias, muchas, la mayoría o un número significativo de monjas polacas (1945-1946) dan a luz en su propio convento. Habían sido abusadas, primero por el ejército alemán y luego por el ejército ruso, en el inicio de la postguerra.  La película es de un dramatismo brutal, porque expresa nítidamente la miseria humana, que no solo fue un hecho recurrente durante la segunda guerra mundial, sino que parece ser una constante, la degradación sistemática, no solo en un conflicto bélico como ese,  o en otros contemporáneos, sino también una práctica recurrente en regímenes autoritarios / dictatoriales.

Las religiosas, en la película, tienen conflictos de fe. Una lo expresa de manera rotunda: «La fe son veinticuatro horas de dudas y un minuto de esperanza.» U otra que dice, en un diálogo con una de las protagonistas centrales, «ya sabe cómo es la fe, al principio es como un niño que va de la mano de su padre y se siente seguro, pero hay un momento que tarde o temprano llega en el que te suelta la mano, te sientes perdida, sola, pides ayuda y nadie responde. Por mucho que te mentalices, te sorprende, te golpea de lleno en el corazón. Esa es nuestra cruz. Detrás de todo gozo hay una cruz.»

“Mientras su fe se tambalea, se recoge en una crítica, refiriéndose a una de las protagonistas,  las religiosas intentan conservar la suya, pese a lo que han sufrido y a que se preguntan por qué Dios ha permitido eso. Cada una de las monjas llevará sus últimos días de embarazo de un modo distinto. Desde la resignación, al miedo al infierno o incluso el amor o el odio hacia la criatura que llevan dentro.”

Sería deseable que todos cuidáramos y protegiéramos la vida, siempre, en cualquier circunstancia. Que no juzgáramos, ni menos condenáramos, ni moral, ni ética, ni religiosamente, a quien con legitimidad toma una determinación, en el ejercicio de su libertad y de su dignidad. Ojalá los cristianos fuéramos capaces de persuadir y no de imponer y, sobre todo de respetar.

Rodrigo Silva


Comentarios

  1. muy bueno Rodrigo, los 3 articulos me gustaron, particularmente el tercero, con mencion ala pelicula, brutalmente buena de las monjas polacas.
    te felicito !!!

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