DIOS Y LA IGLESIA. 10 Agosto

¿Qué sabemos de Dios? ¿Es una certeza, una esperanza o un deseo? Sabemos del Dios de Jesús. “Nosotros sólo le creemos a Jesús que nos revela un Padre que nos ama, nos congrega en el amor y nos hace hermanos”, nos dice Andrés Opazo en una interesante reflexión sobre el tema. Una nueva reflexión que ahonda en nuestra fe. Para analizar y compartir. Para preguntarnos sobre su presencia.
Luego Rodrigo Silva recoge las calificaciones que hizo esta semana el Cardenal Jorge Medina sobre Carolina Goic y quienes aprobaron la despenalización del aborto. Evidencia de juicios extremos.
Finalmente, si Isabel Margarita Silva se encontrara a solas con el Papa Francisco antes de su viaje a Chile ¿qué le diría?. Veamos.
Les invitamos a compartir esta entrega de LA PALABRA NUESTRA. Un espacio de encuentro, de debate y de fe.


LA PREGUNTA SOBRE DIOS

Me ha tocado vivir en un entorno en donde amigos de gran valor humano rechazan la idea de Dios. No creen que exista un ser supremo, en lo alto y por encima del mundo y de la humanidad; un poder que maneja a su antojo las fuerzas de la naturaleza y del destino. Ese Dios exigiría una sumisión irracional que despoja al hombre de toda capacidad de discernimiento e iniciativa, y ello acarrearía una degradación de lo humano y de la convivencia en sociedad. Este ateísmo de corte humanista se ve reforzado cuando representantes de la religión hacen uso excesivo del nombre de Dios, que a veces esconde intereses de otro tipo. Ello nos obliga a preguntarnos seriamente sobre nuestra fe.

Le diría a ese ateo, que yo tampoco creo en ese Dios emperador, al que la sociedad debe rendir culto público y acatar su ley, incluso mediante el recurso al castigo. Este concepto aún subsiste en los ambientes más “religiosos” e integristas del presente. Pero no así en muchos cristianos que, en vez de creer en un Dios como poder absoluto, se guían por el Dios que Jesús nos muestra en los evangelios; para él no es un poder que somete al hombre, sino su Padre, su Abbá, es decir, es puro amor. Es un Dios de los corazones, inmerso en las entrañas de la humanidad. Para ilustrarlo, Jesús nace en un suburbio marginal, hijo de una mujer del pueblo, un galileo, la categoría más baja y despreciable en Israel. Trabaja con sus manos, se pone del lado de los que nada valen, comparte sus vidas, habla desde su situación, y se niega a introducirse en las esferas del poder. Es un Dios que se da a conocer desde la debilidad humana.
De Dios en sí mismo no sabremos nunca nada. Pero a Jesús lo conocemos, recordamos sus palabras, sabemos cómo vivió y cómo murió. Para el cristiano, ese misterio insondable que invocamos con el nombre de Dios, se nos revela en Jesús. La mejor idea que nos podemos hacer de Dios, es la que se refleja en aquel galileo que pasó por encima del sábado, que dijo que destruiría el templo y lo reconstruiría en tres días, que soportó el suplicio de la cruz. Jesús vivía íntimamente unido a ese Dios, su Padre, y pasaba noches en oración. No pronunció discurso alguno sobre El, lo que extrañó a sus propios discípulos, al punto de que uno de ellos le pidió: Maestro, muéstranos al Padre. “Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre”, fue su respuesta. Pues bien, en esto consiste justamente el misterio que llamamos la Encarnación; en que Dios emerge desde la trama de lo humano, se hace uno de nosotros y solidario con nuestra existencia. No se trata, pues, del Dios de “la” religión. El Dios de Jesús nunca ha estado en alturas inaccesibles. Ni siquiera se dejó ver por los gobernadores y emperadores. Puso su tienda entre los humildes y sencillos, entre los más necesitados. De ahí que podamos concluir que no llegamos a Dios según nuestra pequeña lógica o por el vuelo de la especulación racional, sino a través de la misteriosa sencillez de lo humano.

Los primeros cristianos lo sabían bien, según dice San Pablo a la comunidad de Corinto. “Hermanos, deben darse cuenta de que Dios los ha llamado a pesar de que pocos de ustedes son sabios según los criterios humanos, y pocos de ustedes son personas con autoridad o pertenecientes a familias importantes. Y es que para avergonzar a los sabios Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos; y para avergonzar a los fuertes, ha escogido a los que el mundo tiene por débiles”. (I Corintios I, 26-29) Dios mismo se hace débil al mimetizarse con los débiles. Lo constato cada vez que participo en misas de comunidades populares; allí comparto la alegría, el cariño y la profunda fe de personas carentes de todo prestigio social.

Pero esta adhesión a un Dios que se hace débil, renunciando al atributo de absolutamente poderoso, tiene otras connotaciones. Por ejemplo, la debilidad abraza también nuestra propia forma de pensarlo. Nuestro pensar sobre Dios es absolutamente débil, ya que carecemos de certezas y seguridades humanas. Un ejemplo lo puede ilustrar muy bien. Hace algunos años asistí a un funeral acompañado de mi hija menor, entonces de unos 15 años. En la cena familiar que le siguió, ella me pregunta: papá, ¿realmente tú crees que hay una vida después de la muerte? Y yo le respondo: no es que yo lo crea, sino que lo espero. Luego, al quedarnos solos los adultos, una de las comensales me regañó con vehemencia por haber respondido, a su juicio, en forma dubitativa. Me decía que tenemos que dar cuenta de nuestra fe con la máxima seguridad y firmeza a fin de acallar toda duda.

Yo había respondido intuitivamente, tratando de ponerme en la inquieta cabeza de una adolescente. Pero pensándolo bien ahora, un tiempo después, creo que no estaba equivocado en mi respuesta. Las afirmaciones que pretenden dar cuenta de una verdad completa e incuestionable, no parecen ser atrayentes en la hora actual. En buena medida se valora la honestidad de la incertidumbre y se reconoce la limitación de nuestro pensar. En cambio, un pensamiento rotundo y avasallador fácilmente desata el cierre de la conversación y con ello la negativa a reflexionar. Reconozco aquí un rasgo de la cultura actual que ya aprendió a dudar de todo. Por ello nuestro discurso actual sobre Dios debería ser más prudente y respetuoso.

Ahora bien, si con esta sensibilidad abordamos los contenidos de nuestra fe cristiana, podremos ir más allá. Nosotros no adherimos a doctrinas, a verdades racionales y probadas; no sabemos nada acerca de la vida eterna; sólo la podemos desear. Y esto es normal, pues si el Dios de Jesús asumió la debilidad frente al mundo, no podría extrañar que nuestro pensamiento sobre él sea igualmente débil y para nada arrogante. Pues cuando decimos que “creemos”, no estamos apuntando a creencias o construcciones dogmáticas sagradas e inconmovibles. Nosotros sólo le creemos a Jesús que nos revela un Padre que nos ama, nos congrega en el amor y nos hace hermanos. Más que a adherir a una verdad teórica, nos invita a práctica de vida. En última instancia, nuestra fe no es más que un acto de confianza del que fluye espontáneamente la esperanza.

Andrés Opazo


JUICIO DE PASTOR
Ella, Carolina Goic, en uso de sus facultades y, en conciencia, hizo lo que le pareció correcto. Aprobó la ley de despenalización del aborto en tres causales. Todas dramáticas, por cierto. Lo que hizo fue legislar para que una mujer, en Chile, tenga la capacidad de decidir en esas condiciones extremas, sin que sea perseguida o juzgada por su conducta. Ella no votó para obligar a una mujer a interrumpir su embarazo. Lo hizo, como la mayoría del congreso chileno, para liberarla, no para condenarla. Para que ella tome su determinación en conciencia.
El 19 de abril de 2005, él, Cardenal Jorge Medina, anunció a la multitud congregada en el atardecer de un día de primavera en la Plaza San Pedro, la designación del nuevo Papa, Benedicto XVI. Dijo “habemus papam”. Estaba en el balcón central de la Basílica. Ejercía su rol.
Este martes 8 de agosto, él envió una carta al diario El Mercurio. Dice, refiriéndose a la legisladora “y no solo ella, ha favorecido con su voto el proyecto de ley que legaliza el aborto. Digo "legaliza", porque hablar de "despenalización" es un eufemismo para disfrazar, con el aval del Estado, la cruda realidad que es la autorización que se otorga, conculcando el más fundamental de los derechos humanos, para quitar la vida a un ser humano inocente; es decir, para asesinarlo, usando la clara terminología del Papa Francisco.”
Y agrega “ …. bajo el eufemismo de "despenalización" se oculta la atroz realidad de la legalización del asesinato de un inocente. Usar y abusar de ese eufemismo es, simplemente, "dorar la píldora", o tratar de "hacernos comulgar con ruedas de carreta", o "pasar gato por liebre", como enseña la sabiduría popular plasmada en los dichos y refranes que escuchamos de nuestros mayores, o sea esquivar mañosamente la realidad, esa verdad que "aunque severa, es amiga verdadera".

“Quienes se hacen cómplices de tal atrocidad no deben recibir el voto de ningún cristiano, voto que los pueda conducir al desempeño de cargos públicos, a menos que, con anterioridad a las elecciones, hayan manifestado públicamente su arrepentimiento. Y digo "públicamente", porque los hechos que son de dominio público deben repararse también públicamente, y no solo como a escondidas y cobardemente, en forma privada u oculta.”

“Esas personas, si dicen ser católicas, puesto que han cometido públicamente un grave pecado, no están en condiciones de poder recibir los sacramentos de la Iglesia, a no ser que se hayan arrepentido y hayan manifestado también públicamente su arrepentimiento …. “
 
El miércoles 9 de agosto, otro sacerdote, Percival Cowley, también en carta al director de El Mercurio pregunta: ¿Hubo algún cardenal galo que, en su momento y públicamente, condenara al Primer Ministro francés y católico por aprobar la ley de aborto? ¿Por qué no pensar primero en que la persona aludida está actuando desde su propia conciencia? ¿Debe ser siempre respetada la conciencia madura del otro? ¿Qué hizo y qué dijo el señor cardenal en Chile cuando se violaban sistemáticamente los DD.HH.? ¿No deberíamos, al menos los católicos (y más aún en este mes de la solidaridad), preguntarnos acerca del "aborto social"; es decir, aquel provocado por los ingresos injustos, provenientes de empresarios injustos, que impiden las familias numerosas?

Yo creo que, al menos para los cristianos, hay que decir que no al aborto libre, pero a la vez aprender a confiar en las conciencias maduras de los hermanos.

Desde Antofagasta, en La Chimba, otro sacerdote, Felipe Berríos,  calificaba la carta del martes 8 de agosto, como la “Pastoral del Terror”

Y yo me pregunto acerca del tipo de pastores que necesitamos en nuestra iglesia. ¿Acogedores, inclusivos, comprensivos, amorosos o castigadores, inquisidores, poseedores de todas las verdades? ¿Qué tipo de iglesia necesitamos? ¿Una que confíe en la madurez y en la libertad de conciencia de quienes somos parte de ella o, por el contrario, que dictamine, ordene y censure?

La iglesia, la institución, ha cometido muchas equivocaciones. Algunas muy graves. ¿Vamos a ir con antorchas a quemarla o, por el contrario tendremos siempre la capacidad para debatir las diferencias con amplitud, capacidad de escuchar y de enriquecimiento mutuo?

Rodrigo Silva


¿QUÉ LE DIRÍA AL PAPA?

Algo de lo que le pediría al Papa es una revisión y  renovación de la liturgia, que la hiciera más cercana y más comprensible. 
Le diría que avanzáramos para ampliar la participación de los laicos comprometidos, favoreciendo la formación y participación en la toma de decisiones en la Iglesia. 
Le preguntaría cómo ve hacia adelante la participación e inclusión de la mujer en la Iglesia, verdadera transmisora de la fe.
Le pediría que como Iglesia, promoviéramos ser mucho más inclusivos con todos los hijos de Dios. En ella somos ¡TODOS bienvenidos! Que se promueva la certeza que Dios nunca se equivoca y que para él no hay hijos que "calan" bien y otros que "calan" mal. La Iglesia y la inclusividad tendrían que estar siempre de la mano. 
Le pediría que en la formación de los curas diocesanos se trabajara con ellos mucho más el corazón, para que puedan mirarse más a sí mismos y, como consecuencia, puedan acoger más amorosamente el corazón de los demás, al estilo de Jesús.
Que los pastores sean gente sencilla. Servidores que sepan y comuniquen su certeza que no son mejores que nadie, sino personas, comprometidas para servir según la escuela del Jueves Santo. En este mismo sentido, que se trabaje más para acabar en la Iglesia, como él mismo lo ha mostrado, con la pompa, con los curas muy arreglados y olorosos, que expelen aires de superioridad, Se ven ¡tan alejados del estilo del Maestro! 
Que se forme, desde el púlpito si es necesario, a los jóvenes y a las familias en temas candentes, como es hablar  abiertamente de sexualidad, vida sexual, matrimonio, compromiso, uso y abuso de drogas, negocios y ética. 
Muchas más cosas le diría al Papa.

Isabel Margarita Silva


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