RELIGION Y POLITICA. 3 Agosto 2017
¿Deben coincidir religión y política? ¿Corresponde a la fidelidad de la fe cristiana? En Jesús de Nazaret “se conjugaba, por lo tanto, una experiencia mística con una convicción política.” Esto nos dice Andrés Opazo en una interesante reflexión sobre “Espiritualidad mística y política. Un texto que puede servir de base para un interesante debate. Y el propio Andrés nos regala un hermoso texto acerca de un encuentro con Gastón Garatea en Lima, la semana pasada. Le conoció a los diecisiete años en Chile. Pasaron muchos años antes de verse nuevamente. Pero la amistad y los principios les unirán para siempre. Finalmente, Rodrigo Silva nos entrega un breve texto sobre la significación que tiene para él la oración, en el contexto de un grupo del Colegio Saint George.
Felicidades y hasta la próxima semana
Felicidades y hasta la próxima semana
ESPIRITUALIDAD MÍSTICA Y POLÍTICA
Muchas
personas creen que la religión y la política transcurren por caminos paralelos
que nunca se deben confundir. Así es como se acusó a eminentes personalidades
religiosas, como el Cardenal Silva Henríquez o al Arzobispo Arnulfo Romero de
El Salvador de meterse en política. Y eso es lo que efectivamente ellos
hicieron, pero en fidelidad a su fe cristiana, que contiene una dimensión
política insoslayable e intrínseca al mandamiento de un amor universal. En
consecuencia, si al hablar de religión trascendemos el ámbito de las prácticas
religiosas, para poner los ojos en la espiritualidad cristiana, no podemos
dejar de referirnos a lo acontecido con Jesús de Nazaret. Por una parte, él
vivió la experiencia de una profunda y permanente unión con su Padre, su abbá,
con el que pasaba horas en oración; y por otra, se consagró a la predicación
del Reinado de Dios en esta tierra y entre los hombres. En él se conjugaba, por
lo tanto, una experiencia mística con una convicción política. Y ésta no era
otra que la urgencia de construir una convivencia humana cimentada en
relaciones de fraternidad. Para Jesús, lo uno no podía ir sin lo otro. El que
dice amar a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso, dice San Juan.
La
espiritualidad de Jesús, así como la de otros grandes maestros religiosos de la
humanidad, sostiene que la transformación interior, objetivo y meta de toda
espiritualidad, no debiera quedar ensimismada en la interioridad de cada uno,
sin proyectarse al mundo. En otras palabras, el ser una mejor persona, implica
poseer una mayor capacidad para relacionarse con otros, para aceptarlos como
son y para buscar su felicidad y realización. Y esos otros no son sólo las
personas de nuestro entorno inmediato, sino todo ser humano, los prójimos de
que hablan los evangelios.
De acuerdo a
la dimensión mística, Jesús se dirige a Dios como abbá. Su concepto de padre es
diferente de aquel que sugiere una actitud de subordinación y sometimiento ante
un poder superior, incluso ante un Dios como Ser Supremo. La experiencia que
Jesús tiene de Dios es de otro carácter; Dios se le revela como su “papá”, en
una relación de confianza, entrega, ternura y absoluta cercanía. Como el padre
del Hijo Pródigo. Jesús nos invita, pues, a compartir esa experiencia y a
hacernos hijos junto con él. Bien lo dice Leonardo Boff. Dado que Jesús es
nuestro hermano, que comparte nuestra misma humanidad, la conciencia de ello
“significa una puerta abierta para cada uno de nosotros. El nos abrió la
posibilidad de tener nosotros esa misma experiencia de Dios como Padre, y de
sentirnos hijos e hijas queridos. He aquí nuestra suprema dignidad; ser
miembros de la familia de Dios, llevar a Dios dentro de nosotros, y ser llevados
por Dios dentro de él”.
De esta
conciencia de filiación ofrecida a todos, se desprende una de hermandad
universal. Y ello desencadena una convicción de índole político-religiosa.
Jesús anuncia la llegada de un Reinado de Dios, que se encuentra ya en medio de
nosotros. Por este término de “reino de Dios”, Jesús entiende una presencia de su
Padre y nuestro padre en el mundo, en nuestra sociedad. Ello se traduce en el
ofrecimiento de un proyecto de vida personal y social, en donde no cabe el
sufrimiento, la enfermedad, la injusticia, la condición degradada de algunos, que
coexiste con la de otros que disfrutan sin conmoverse por los desafortunados.
La construcción de este reino de Dios en la tierra, equivale, pues, a la
transformación positiva de las condiciones de vida de los que van quedando
atrás. Y ésta es la tarea a la que nos llama el Evangelio: la construcción de
una convivencia social más humana, en la que todos pueden caber y coexistir con
dignidad. Es la misión de la política.
Por lo tanto,
si es cierto que creemos en un Dios Padre de todos, que permanece presente en
el interior de cada uno, deberíamos hacer nuestros todos los esfuerzos de
transformación humanista de la sociedad. Es en virtud de esta convicción
profundamente religiosa, que nos sentimos llamados a expresar nuestras
opiniones sobre el devenir de la comunidad dentro de la cual habitamos, que
ahora es el mundo entero. Y en especial, a manifestar nuestro compromiso con
las personas que viven condiciones dramáticas y que ven vulnerados sus
derechos. Para Jesús, esa transformación hacia una vida mejor debe comenzar por
la inclusión de los últimos de los últimos, por los pobres y los condenados de
la tierra. “Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino”…
Andrés Opazo
EL
TIEMPO NO VALE
Pasé cuatro días de la
semana reciente en la Lima Virreinal junto a mi esposa Laly. Quise contactar a un
amigo limeño que no veía desde más de cincuenta años, salvo un fugaz almuerzo compartido
con amigos en Santiago el año pasado. Conseguí su teléfono y al día siguiente
nos pasó a buscar al hotel. Dos viejos canosos y barbudos nos dábamos un fuerte
abrazo. Caminamos frente al mar aprestándonos para degustar la reconocida
comida peruana. Brindamos con pisco sour por el encuentro y, además, porque ese
día yo cumplía nada menos que 80 años. Sólo estábamos Gastón, la Laly y yo
Habíamos coincidido
entre 1958 y 1962 en Los Perales, el seminario de la Congregación de los
Sagrados Corazones. Allá llegó este peruano de 17 años. Un joven foráneo para quien
todo era nuevo, pero que cautivó a todo el mundo con su simpatía, buen humor,
dotes de futbolista y participación en todo evento. Una vez ordenado sacerdote,
regresó a su país para ocupar diversos cargos, entre ellos Provincial de la
Congregación durante nueve años. Asumió fielmente un compromiso con los más
pobres y se integró a las corrientes más renovadas de la Iglesia. Esto le valió
el castigo de su Arzobispo, que hasta hoy le prohíbe celebrar misas en su jurisdicción.
La vida religiosa y sacerdotal no le ha sido nada fácil a Gastón. Por mi parte,
yo me retiré de la Congregación a los pocos años de haber sido ordenado, me
hice sociólogo, formé una familia, y me tocó vivir en el extranjero largos
años. La vida nos había llevado por caminos muy distintos.
Conversamos de todo lo
posible, sobre nuestro recorrido, nuestros países, sobre la Iglesia actual, sus
problemas y desafíos. Recordamos también a nuestros antiguos compañeros de Los
Perales, a nuestros maestros Esteban, Diego, Beltrán, Pablo; revivimos anécdotas
del pasado. Fue uno de esos encuentros que hacen esfumarse las distancias de
tiempos y lugares. Comprobamos con velada emoción que nada ha sido obstáculo
para que, al cabo de tantos años, sigamos unidos en el mismo espíritu y con la
misma vitalidad. Una muestra de que, cuando han sido reales y profundos, afloran
espontáneamente el afecto y la amistad como don gratuito de la vida. Pudimos
concluir al final, que lo que más agradecemos a la Congregación que azarosamente
nos reunió, es habernos enseñado a ser hermanos y querernos mucho. Y así
seguimos.
Andrés
Opazo
CADENA DE ENERGÍA
Hace dos días el automóvil estaba remolón. Prendía el motor
como un quejido. Desganado. Y de pronto se negó. No quiso más. Al día siguiente
después de mimarlo un buen rato me acompañó desde el subsuelo hasta la primera
planta del estacionamiento, al aire libre. Convinimos en que quedaría allí, no
sin antes advertirme que estaba cansado,
que no tenía energía. Que si fuera por él se quedaría todo el día en el
estacionamiento, tranquilo y silencioso, contemplando a otros pasar a sus
rutinas diarias.
Llamé al doctor y le pedí auxilio. Vino y me ayudó. Hizo
un traspaso de energía de una batería a otra. Lo suficiente para arrancar y
emprender mis tareas. Y en ese momento pensé en el valor de la oración. Esa que nos convoca prácticamente
todos los días por diferentes personas. Mamás, hijos, padres, hermanos, el
primo de, la amiga cercana de. Por Ignacia que se opera mañana, por Mauro que
sufrió un infarto. Por tantos. Estamos escribiendo sus nombres y les ponemos
sobre la mesa en la sala de reuniones cada quince días. Y permanentemente a
través del WhatsApp. Cada uno en sus quehaceres de pronto nos detenemos unos
instantes para orar por cada uno de ellos, atendemos el llamado, cada quien a
su manera. Pasan los días, a veces las semanas y sabemos de agradecimientos. De
quienes han sentido con fuerza las plegarias, toda nuestra energía, la de
muchos, de diferentes grupos. El nuestro, la Pastoral de Enfermos Padre Carlos
Delaney c.s.c, del Colegio Saint George es uno de ellos. Quizá no todos siempre
estemos en oración, pero ese es nuestro deseo. Acompañar, preocuparnos, pedir
por ellos. Como acabo de hacerlo, silencioso, por Jerónimo, mi nieto de dos
años y medio, quien fuera intervenido este mañana. Una operación que claramente
es quizá de aquellas más simples, pero que requieren todo el protocolo. Por la
tarde, náuseas, vómitos, sangramiento y mucho fastidio de un precioso pequeño
que se rebela ante el dolor y la incomodidad. Pasarán los días, confiamos, y
estará bien. Ojalá. Y daremos gracias por él.
“Padre nuestro que
estás el cielo, santificado sea tu nombre venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad …
“ Lo decimos porque creemos y deseamos estar conectados con Dios, por
nuestro goce y por todos ellos.
Rodrigo Silva
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