¿CÓMO ENTENDER EL PECADO?

Gran interrogante sobre la que reflexiona Andrés Opazo en esta entrega. “ …el pecado continúa existiendo; sólo que ha cambiado de naturaleza y se ha tornado más ingrávido y sutil. Pero continúa demandándonos una reconversión interior o cambio de rumbo. Si bien nos hemos liberado del amenazante fantasma del pecado que antes nos perseguía, hoy se nos exige mucho más.” 
Luego Rodrigo Silva, citando al Papa Francisco aborda el tema de corrección fraterna, base del Evangelio de Mateo del domingo reciente. 
Finalmente Laura Yáñez y Andrés dedican hermosos textos para despedir a José Manuel Ugarte, fallecido este mismo domingo. Cofundador del Conjunto Los Perales. Un hombre bueno. Un amigo.


¿EXISTE TODAVÍA EL PECAD0?

Para los que fuimos formados en un ambiente católico, el tema del pecado fue algo central. Se nos transmitió una religión del miedo; si uno moría en pecado se iba al infierno, por lo que había que confesarse lo más pronto posible. Algunos vivían atemorizados, mientras otros, quizás debido a una cierta sanidad mental, no daban mucho crédito a tan perturbadora doctrina. Pero gracias a Dios, las cosas han cambiado. Una teología más fundada en el espíritu del evangelio nos ha abierto un horizonte liberador, pero no por ello menos exigente. En lo que sigue me inspiro en el libro “Otro Mundo es Posible desde Jesús”, de José Ignacio González Faus.

El pecado ha sido entendido como una transgresión a la ley moral definida por la Iglesia. En efecto, a partir del siglo IX, empezaron a elaborarse manuales destinados a servir de guía para la administración del sacramento de la confesión, los que determinaban qué era pecado y qué no lo era. El sacramento comenzaba a realizarse en forma privada y caso a caso. Una novedad, pues en la Iglesia primitiva no existía ese tipo de confesión, sino el arrepentimiento público ante el obispo, lo que tenía como nombre uno equivalente a penitencia. Cabe suponer que, al solicitarse de esta forma el perdón, el pecado consistía en una ofensa grave a la comunidad.

La nueva institución de la confesión fue obra de monjes celtas y se expandió a todo el imperio de Carlomagno. Se transformaba profundamente el sentido del sacramento, para convertirlo en un acto individual de autoacusación ante un clérigo; la “confesión auricular” que se practica hasta el presente. A la transgresión estipulada en el listado de pecados, podía seguir una absolución, pero condicionada a una suerte de multa ritual, que comenzó a llamarse la penitencia. Todo se hacía más fácil; podías pecar tranquilo porque luego te confesabas. Una banalización de algo que antes era un gesto de reconciliación, que seguía a un acto de re-conversión o manifestación de un cambio de rumbo de parte del arrepentido. Así al sacramento mismo se le dio otro nombre; en vez de llamarse penitencia, como sacramento de celebración del perdón de Dios, se lo llamó confesión, es decir, autoacusación. Y en este proceso de privatización del sacramento, los pecados sexuales comenzaron a engrosar los manuales de registro de transgresiones para el uso de los confesores. Para mucha gente y aún hasta hoy, el pecado ha tenido que ver principalmente con el sexo.

A pesar de que todavía persiste en la práctica este concepto de pecado como transgresión, el Concilio Vaticano II reaccionó teológicamente para transformarlo en sintonía con el mensaje de Jesús y su único mandamiento del amor al prójimo. Así reformulado, “el pecado no es más que la falta de amor o el acto contra el amor. Y precisamente porque Dios es Amor, toda ofensa al amor será ofensa a Dios … Más allá de nuestros errores y nuestras maldades, los seres humanos son buscadores de amor, y en esa búsqueda se juegan su realización y la aprobación de Dios” (González Faus). He aquí una nueva concepción, ahora inspirada en el Jesús de los evangelios, y alejada de todo moralismo banal y culpabilizador.

Al recordar el mandamiento del amor al prójimo, descubrimos que el pecado más frecuente que cometemos: el pecado de omisión. En la parábola del Buen Samaritano, Jesús apunta al sacerdote y al levita que pasan junto al herido postrado en el camino, sin siquiera mirarlo. O en la parábola del rico Epulón, a cuya puerta yacía el pobre cubierto de llagas, quien se alimentaba con el chorreo de su mesa. El rico no le había hecho daño al pobre, pero era insensible a su situación. Para las leyes humanas, pues, sólo la transgresión de una ley moral es motivo de culpa, una concepción jurídica transmitida a la moral tradicional católica. Los personajes nombrados en esas parábolas no se conmovieron ante el dolor ajeno.

Por lo tanto, es el pecado de omisión lo que nos preocupa. Se han hecho - y se hacen actualmente - daños gravísimos a personas y a multitudes originados en la obsesión por el dinero, sin que se incurra en pecado. Durante siglos, empresarios cristianos se abocaron a la caza de seres humanos en África para obtener grandes ganancias con su venta. Causar sufrimientos inimaginables a personas que ya habían escapado a la muerte en la bodega de un barco, no era pecado, no transgredían la ley moral de entonces. Tal como hoy, la ganancia del capital a cualquier precio y su concentración en manos de un puñado de multimillonarios, condena a la miseria, al hambre y a la muerte a los más indefensos de la humanidad. Algo que se reproduce a escala nacional. Supuestamente es la ley de la economía y no es pecado. Sólo la Conferencia de los Obispos Latinoamericanos en Medellín habló de un pecado estructural. Pero pareciera que ello no afecta a la conciencia del gran empresariado, ni menos puede ser tema de confesión.

El principal pecado de hoy es el dolor causado por el amor al dinero: la insensibilidad ante la carencia de lo esencial de millones de seres humanos, que no se ven como prójimo pero que se sabe que existen. El pecado social debiera despertar la lucha de cada uno de nosotros por una mayor justicia y humanidad; no hacerlo es complicidad o pecado de omisión. La insensibilidad ante el dolor es, también, el pecado que cometemos con mayor frecuencia en nuestras relaciones cotidianas, en la familia, en el entorno vecinal, en el trabajo. El pecado de hoy es la carencia de humanidad.

Aunque no tengamos el hábito de confesarnos como antes, el pecado continúa existiendo; sólo que ha cambiado de naturaleza y se ha tornado más ingrávido y sutil. Pero continúa demandándonos una reconversión interior o el cambio de rumbo propio de la penitencia. Si bien nos hemos liberado del amenazante fantasma del pecado que otrora nos perseguía, hoy se nos exige moralmente mucho más.

Andrés Opazo


LA FRAGILIDAD DE NUESTROS VALORES

Siempre he pensado que en Chile la franqueza se confunde con la agresión. Ojalá me equivoque. Por eso cuando el cura Osvaldo habló de la corrección fraterna comentando el Evangelio del domingo 9 de septiembre marqué un signo de interrogación. ¿Será posible?

 “Jesús dijo a sus discípulos: ”SI tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad, considéralo como pagano publicano …” (Mateo).

El Papa nos dice, a propósito de este Evangelio que “Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una culpa contra mí, me ofende, yo debo usar la caridad hacia él, antes que todo, hablarle personalmente, explicándole que aquello que ha dicho o hecho no es bueno ¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error que ha cometido; si, no obstante esto, no acoge la exhortación, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco escucha a la comunidad, es necesario hacerle percibir la fractura y el distanciamiento que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe.”

El Señor, dice el Papa, nos pide actuar con “delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Porque, ¡también las palabras matan! Cuando hablo mal. Cuando hago una crítica injusta, esto es matar la reputación del otro. También las palabras matan. Estemos atentos a esto. Al mismo tiempo esta discreción tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador. Es a la luz de esta exigencia que se comprende también la serie sucesiva de intervenciones, que prevé la participación de algunos testimonios y luego incluso de la comunidad. El objetivo es aquel de ayudar a la persona a darse cuenta de aquello que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos. Pero también ayudarnos a librarnos de la ira o del resentimiento, que sólo nos hacen mal: aquella amargura del corazón que trae la ira y el resentimiento y que nos llevan a insultar y a agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es cristiano ¿Entendido? Insultar no es cristiano.”

El Papa nos recuerda que somos todos pecadores y necesitados de perdón. Enfatiza, todos. Y sigue. “Jesús, de hecho, nos ha dicho no juzgar. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana. Es un servicio recíproco que podemos y debemos darnos los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma consciencia que me hace reconocer el error del otro, me hace acordar que yo me he equivocado primero y que me equivoco tantas veces.” Y luego sostiene que entre las condiciones que “acomunan a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a Misa: todos somos pecadores y a todos Dios dona su misericordia. Son dos condiciones que abren las puertas de par en par para entrar bien a Misa. Debemos recordar esto siempre antes de ir hacia el hermano para la corrección fraterna.”

¿Cuán dispuestos estamos a aceptar nuestros errores ante los demás, ante aquellos que “sin querer queriendo” ofendemos? ¿Estamos en condiciones de vencer nuestro ego y actuar con humildad?

Es muy hermoso y quizá idílico, pero no por ello debemos desfallecer en el intento, lograr desprendernos del egoísmo  y de nuestra soberbia que se expresa en la convicción más absoluta que estamos actuando siempre de manera correcta y que son los otros lo que no logran comprender el valor de nuestros actos. O no nos damos cuenta o no queremos comprender dónde están nuestras faltas, lo cierto es que nos cuesta tanto  aceptar las observaciones o los llamados de corrección de nuestras conductas. Qué lindo sería hacerlo con natural humildad. Pero cuesta porque siempre creemos en nuestra verdad. Es difícil ponernos en el lugar del otro. Comprenderlo y con ello aceptar nuestras debilidades.  Es la fragilidad de nuestros valores.

Rodrigo Silva


LO QUE ANTES FUE FUTURO, HOY ES PRESENTE
Intervención en el funeral de José Manuel Ugarte

José Manuel fue un hombre bueno. Un hombre muy bueno. Que lo digan los miembros de su familia, sus vecinos de Paine, sus compañeros de trabajo de Maipú, sus pacientes, sus empleados, y también nosotros, sus compañeros del Conjunto Los Perales, que hoy lo despedimos con inmenso cariño. El fue cofundador del grupo, cuando se relanzó y amplió en el año 2000.

Con él cantamos muchas veces el verso del Padre Esteban:

Jesús, eres mi futuro y mi presente
Mi horizonte de llanuras anheladas
Eres canto, rocío, eres llamada
Mi amigo desde ayer y desde siempre.

En la madrugada de anteayer, ese encuentro esperado en el futuro se convirtió en presente. Esas llanuras anheladas, que albergan nuestros más íntimos deseos, lo acogieron para siempre. Llanuras de paz perpetua, de vida y de amor, de comunión en Dios con su padre, su hermano, sus familiares y amigos que lo quisieron. A pesar del gran vacío que deja, nos alegramos infinitamente por su regreso al Amor que lo creó. Hoy se ha fundido en un abrazo con Jesús, su amigo desde niño y desde siempre.

Andrés Opazo


JOSÉ MANUEL, AMIGO

Ese año, en Semana Santa conocí por casualidad a dos de los próceres del conjunto Los Perales, sus fundadores, Andrés Opazo y Fernando Etchegaray.

Bueno conocer, conocer, nooo, los saludé.

En julio, me llamó mi amigo José Manuel para invitarme por encargo de Andrés a integrar el conjunto, qué honor!!! Y qué sincronía de la vida…

Nos juntamos en su casa, los tres, desde ahí yo no me separé de Andrés, y juntos sembramos lo que hoy es el conjunto Los Perales en su segunda etapa.
Han pasado 17 años, y José ha estado ahí siempre.

Hoy lo despedimos, parece mentira! Cómo nos haces esto! Sin mediar aviso alguno, el domingo en la mañana temprano, partió.

José no fallaba nunca, contadas con los dedos de la mano sus inasistencias, siempre, siempre disponible para las presentaciones, fuera donde fuera y el día que fuera.
Porfiado, pero humilde, alegaba y si no tenía la razón, lo reconocía. Grande José! Servidor, generoso y buen hombre.

Era nuestro vecino de Paine, se disponía a comenzar su etapa de disfrute en el campo, el destino le preparó otro camino. Hoy en el evangelio de su misa quedó retratado: el grano de trigo que muere para dar frutos.

Estoy segurísima que muchas veces murió a sí mismo para dar espacio a que otros pudieran vivir. Miles de veces se postergó para darle paso a los demás.

Pediatra, nos hizo de geriatra y médico general de todos, vecinos, amigos y amigos de los amigos. Infinita su generosidad!

Ahora solo nos queda agradecer su vida, su canto, su entrega, su amistad, su disposición.
Vuela Alto José!

Laura Yáñez





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