CÓMO SE NOS PRESENTA DIOS?
Debemos vivir como si Dios no existiera decía el teólogo Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo luterano que murió en la horca en 1944, citado por Andrés Opazo en su profunda reflexión de esta entrega.
¿Dé que manera nos relacionamos con Dios?. Esta es la pregunta crucial que nos plantea Andrés.
Por su parte, Rodrigo Silva entrega algunos apuntes de los primeros momentos de la visita del Papa a Colombia. En este contexto, Guillermo Villaseca, encargado de la gran tarea de las finanzas para la venida del Papa a Chile, nos escribe para contarnos la forma cómo sintió el llamado para participar activamente en la preparación de este viaje que marcará a las nuevas generaciones.
Rodrigo también nos relata la experiencia de la Misa de Sanación que año a año se desarrolla en el Colegio Saint George, enfocada a través de las vivencias de Lorena Poblete, Scarlett Crawford, Isabel Margarita Silva, Verónica Baeza y Cecilia Quiroz.
Con gozo les invitamos a leer LA PALABRA NUESTRA y entregarnos sus comentarios y opiniones.
SIN DIOS, PERO CON
DIOS
En una
reciente reunión de nuestra comunidad nos pusimos como tema “DIOS”. No es algo
frecuente; hablamos de Jesús, de nuestra sociedad, de temas morales, de la
Iglesia, pero no mucho de Dios. Allí recordé a Dietrich Bonhoeffer, pastor y
teólogo luterano que murió en la horca en 1944, ejecutado por atentar contra
Hitler. En su largo cautiverio escribió que, en este mundo de atroces sufrimientos,
debemos vivir “como si Dios no existiera”; “vivir como hombres que logran
superar la vida sin Dios”. En consecuencia, que sólo deben echar mano a su libertad
y responsabilidad. Así cuestionaba este teólogo nuestra tendencia a recurrir a Dios
como un “tapa agujeros”, es decir, cada vez que carecemos de respuestas, o somos
incapaces de enfrentar la adversidad. Reconocía la validez del mundo
secularizado que no necesita a Dios para desarrollarse, con lo cual los hombres
de fe deberían combatir el mal y organizar una convivencia verdaderamente
humana, en conjunto con los no creyentes.
Pero agregaba:
“Sin Dios, pero ante Dios y con Dios”. Suena paradojal para las certezas de las
religiones y su recurso irresponsable al nombre de Dios. Vivir ante El y con El
implica, pues, una nueva relación con Dios de carácter personal e interior. Es
acoger plenamente el misterio que enmarca nuestra existencia y le otorga
sentido. Vivir en Dios no es otra cosa que estar abierto al amor. San Pablo ya lo
había dicho: “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Se vive en Dios cuando
se está impregnado de una confianza radical de su presencia amorosa, cuando se
apuesta a que el Bien triunfará sobre el Mal, y el Amor sobre la indiferencia.
Un encuentro de esta naturaleza es el que vivieron los grandes místicos. Ellos pudieron
experimentar esa inmersión espiritual y consciente de la vida en Dios, lo que los
colmaba del mayor gozo. Jamás lo entendieron ni pudieron explicarlo. Sólo lo
expresaban a través de la poesía o la alegoría. Dos versos de San Juan de la
Cruz lo ilustran.
“Entréme donde no supe, Quedéme y olvidéme,
Quedéme no sabiendo, El rostro recliné sobre
el Amado,
Toda ciencia trascendiendo”. Cesó todo y dejéme,
Dejando mi cuidado,
Entre
las azucenas, olvidado.
La entrega de
sí mismo conduce a una paz total, a una íntima comunión, a una suprema
felicidad. Muchas personas han accedido en ciertos momentos privilegiados, a una
dimensión superior y sublime de la vida. Y la describen con diversas aproximaciones
y sin mencionar necesariamente a Dios. Pero quizás todos podrían concordar en
que se trata de una intensa experiencia de amor, indefinible conceptualmente. El
amor acontece, sobreviene de pronto en la vida, envolviéndola, inundándola. Y sólo
cabe agradecer. Gracias a la vida, gracias al amor, gracias a Dios, la comunión
definitiva. Lo dijo poéticamente San Juan de la Cruz en los versos que anteceden.
Quedéme y olvidéme; el rostro recliné sobre el Amado.
Ni en la vida
cotidiana, ni incluso en la oración, la mayor parte de nosotros, aunque lo
deseáramos, no logramos acceder y mantenernos en una conciencia de unión con
Dios. Pero sí sabemos del amor, de esa honda experiencia humana que nos adviene
e ilumina la vida. También ello se ha expresado poéticamente, una forma donde
la palabra se aproxima mejor al misterio.
“Lo que puede el sentimiento
No lo ha podido el saber
Ni el más claro proceder
Ni el más ancho pensamiento
Todo lo cambia al momento
Cual mago condescendiente
Nos aleja dulcemente
De rencores y violencia
Sólo el amor con su ciencia
Nos vuelve tan inocentes”.
Son versos de Violeta
Parra que nos llegan a lo profundo. No es el mucho saber ni la amplitud del
conocimiento lo que nos devuelve la inocencia, la bondad original, sino otro
amor con su ciencia propia. Es ésta la que nos hace humanos, tanto en la luminosidad
y sencillez de la vida, como en el sufrimiento incomprensible. Si somos
sensibles al amor, a ese mago condescendiente, y creemos en su poder
transformador, podemos vivir sin ese tapa-agujeros llamado Dios todopoderoso,
pero en nuestra realidad, impotente.
Jesús no nos exige
la altura del místico para vivir en Dios. Sólo nos pide hacer su voluntad; hacernos
hermanos los unos de los otros y lavar los pies del último de los siervos. En
un pasaje del Evangelio, él invita a sus discípulos más cercanos, Pedro,
Santiago y Juan, a tener una visión de Dios. Han subido a un monte, y al llegar
a la cima aparecen Moisés y Elías, testigos de Yahvé para el mundo judío. De
pronto, el rostro y las vestiduras de Jesús irradian una luz resplandeciente,
mientras se escucha la voz de Dios: éste es mi hijo amado. El gozo y
arrobamiento hacen decir a Pedro: ¡qué bien que estamos aquí!, hagamos unas
tiendas y nos quedamos para siempre. Pero al instante se disipa la visión y no
ven más que a Jesús. Al bajar del monte, les dice que no cuenten a nadie lo
visto porque él debe cargar la cruz y morir antes de resucitar.
Aunque como en
la Transfiguración, pudiéramos experimentar el gozo de la unión mística con
Dios y el Amor pleno, a los cristianos, como en la bajada del monte, no nos
queda más que tener los ojos puestos en Jesús, en su ejemplo de vida entregada
a los otros, y en su mandamiento del amor. Es la arista práctica de nuestra fe
en el Dios de Jesús, el Dios del amor.
Andrés Opazo
NO SE DEJEN ROBAR
LA ALEGRÍA Y LA ESPERANZA
Cuando ustedes lean esta entrega, el Papa Francisco ya está
en Colombia. De miércoles a domingo. En el camino del perdón y la
reconciliación. En el momento en que el país avanza en su proceso de paz. Y que
las FARC se aproximan a convertirse en partido político. Paz y reconciliación será
el mensaje central de su segundo día en Bogotá. Llegó el miércoles 6 de
septiembre. Lo vi desde Chile, en directo, qué maravilla, a través de la
televisión satelital. Me emocionó saberlo en nuestro continente con la visita
confirmada a Chile, en enero próximo. Es una imagen que antecede a las que
tendrá acá. En otro contexto, pero con la misma cercanía y calidez de quien
intenta cambios que permitan transparencia, encuentros, fraternidad y
preocupación por los excluidos de la sociedad.
Francisco sonríe con calidez y les dice a los jóvenes en
las afueras de la Nunciatura de Bogotá que no se dejen vencer ni engañar. Les
habla del heroísmo, de ese que se percibe en una sociedad que ha buscado la paz
durante tantos años y con tantos obstáculos. Y tantos mártires.
En un espacio pequeño, en una calle que une, está el Papa
en una tarima bajita en las afueras de la Nunciatura, su alojamiento, su sede
de descanso, de oración y de reuniones, y recibe la bienvenida de los jóvenes
de la calle, agrupados y rescatados. Los excluidos que han encontrado un rumbo
para avanzar en el vida. Para superar la violencia, la droga y el desamparo.
El Papa les había invitado siempre a sonreír. Y ahora les
dice “no se dejen robar la alegría y la esperanza”. Los jóvenes cantan, bailan,
regalan y expresan sus ideas. Confían en el Papa y le pidan que la fuerza de su
palabra reafirme la necesidad de la inclusión. Un clamor para decir nosotros y
nadie sobra. Todos nos necesitamos. Nuestra sociedad se tiene que hacer cargo
de todos nosotros.
Rodrigo Silva
NUBE POTENTE DE AGUA FRESCA
Hace un
par de años, en un noticiero de televisión vi la detención en un robo
flagrante, de un adulto de algo más de sesenta años junto a una niña de unos
doce.
Frente
a las cámaras le preguntaron al adulto sobre su relación con la niña y mirándola
con ternura dijo “es mi nieta”. El policía continuó “y ¿por qué expone a su nieta a robar con usted?”
“Es que es mi regalona”, replicó el abuelo. “Yo quiero lo mejor para ella, que
aprenda a ser laborante y también delincuente, así cuando grande podrá
decidir.”
Quedé
perplejo y sentí que se me apretaba el corazón. ¡Cómo puede ser!, mientras
sentía aflorar toda la ternura que siento por mis nietecitas, me surgió de muy adentro,
¿cómo puede un abuelo entrenar a una niñita que quiere tanto para ser
delincuente, exponerla a los riesgos de un asalto”?
¿Qué
nos pasa como sociedad? ¿Qué estamos construyendo para el futuro, si a nuestros
niños más queridos los llevamos de la mano por esos senderos?
Cabizbajo,
en un momento de profundo silencio, fui escuchando todo lo que se movía y se
removía en mi interior… ¡Señor! ¿Qué podemos hacer? ¡Por favor dinos! ¿Qué
podemos hacer?
Si, si, ya sé que tenemos que mejorar la educación
de los más pobres. ¡Si, sí Señor! tenemos que comprometernos en una lucha
frontal contra la marginación, la pobreza y todos los flagelos que día a día golpean
nuestra puerta sin que les prestemos oído. ¡Si!
¿Pero cómo se hace? ¿Cómo luchamos contra esa viscosidad negra que se
expande sin límite en nuestra sociedad? ¿Quién puede liderar un desafío tan
grande y tan urgente de enfrentar? ¡Qué puedo hacer yo, a mi edad, para
apurar la construcción de un país mejor?
Tiempo
después de haber visto ese noticiero, me invitaron a integrar un grupo de
trabajo para la eventualidad de que “en algún momento, sin plazo definido en el
futuro pudiera venir a Chile el Papa Francisco.”
Tuve un
instante de duda antes de responder la invitación. En ese lapso irrumpieron todas
mis aprehensiones y temores. ¡A estas alturas de la vida! ¡Con las tareas en
las que estoy comprometido! ¡Hay tantos
y más jóvenes que lo podrían hacer mejor! Junto a las interrogantes vi la
imagen de la niña subiendo al auto policial junto a su abuelo y pude des-cubrir
que tenía frente a mí, la respuesta a todas las interrogantes que despertó ese
episodio. Ese ¡háganse servidores! contundente que respondía todas les
preguntas que habían quedado abiertas. Fue en ese instante que decidí que sí,
¡yo quiero ayudar! ¡Sí, no me puedo restar! Si me invitan a
emprender esta tarea que me queda grande, que mirada desde la razón es una
locura, ¡Cómo podría negarme!!
En ese
momento la visita del Papa Francisco era como la pequeña nube que vio Elías
levantarse en el mar allá lejos en el horizonte. Para mí, sin embargo, fue una
nubecita que presagiaba la nube potente de agua fresca y renovadora que creo
que es un regalo para regar la tierra reseca de nuestro país.
Guillermo Villaseca
REZA POR MÍ
La gente llegó con parsimonia. Tomándose su tiempo. Fue
recibida con calidez en las afueras de la capilla, en medio de árboles añosos,
una tarde de sábado en la que el colegio no murmura. Todo es tranquilidad. El
sol es tenue y trata de sobresalir entre nubes que deambulan con la
tranquilidad de los espacios conocidos. En ese ambiente se celebró la Misa de
Sanación en el Colegio Saint George de Vitacura, la tarde del 2 de septiembre.
La capilla se transforma. La presencia genera un espacio
de silenciosa complicidad. El propósito es compartir la esperanza. Algunos con
dolencias profundas buscan consuelo. Otros que han vivido situaciones límite y
están en proceso de lenta superación, como es el caso de Isabel y Pepe, un
matrimonio que vivió la desaparición de uno de sus hijos por tres o cuatro días
que fueron parte de su eternidad. Otros que no logran superar su aflicción y
que se entregan a la presencia de un Dios que al parecer sienten que no siempre
les acoge. Pero están allí, en esa búsqueda, asociados, en comunidad. Y hay
quienes en silencio acompañan a sus seres queridos, abrazándoles con gestos y
miradas.
El sacerdote acoge y todos nos disponemos. Lo primero
será el recuerdo de quien impulsó estas celebraciones. Un sacerdote nacido en
los Estados Unidos, miembro de la Congregación de Santa Cruz, Carlos Delaney,
que por más de cincuenta años vivió en Chile.” Nos invitó a ver los problemas de otra manera.
A ver que existe un camino diferente para limpiar, curar, sanar, entender y
perdonar. Nos enseñó a acompañar a los que sufren la angustia y el dolor, a
llamarlos y visitarlos.” Así se hablaría de él.
Luego vino
el testimonio de un matrimonio que ha comenzado una nueva vida. En realidad es
más que eso. Se trata de una familia. La historia fue muy pública. Un
estudiante universitario desapareció. Entiendo que angustiado por decisiones
que no lo hacían feliz. Toda una comunidad movilizada en diversas áreas de la
ciudad en las que podría estar, o haber estado, o llegar a estar. Siempre con la convicción
que sería encontrado. La muerte era una opción pero nadie querría hablar de
eso. Había que aferrarse a la vida con todas las fuerzas. Días y noches de zozobra
y búsqueda. Decenas de personas que silenciosamente aportaron en distintos
aspectos de la búsqueda. Hasta que llegó el final. El hijo fue encontrado. Todo
lo que viene es un cambio radical. Comprender qué y por qué ocurrió. Examinar
todas las razones y comenzar una nueva
oportunidad de vida. En eso estamos, me diría el padre terminada la misa.
Momento
estelar fue la imposición de manos y oleos. Un espacio y un tiempo de energía,
de amor y de encuentro. De la presencia de Dios. Del misterio que se siente
pero que no tiene explicación racional. Y no la tendrá jamás.
Pedimos por cada uno de nosotros, reunidos en
este encuentro de amor y de fe, para que celebremos siempre la vida y logremos
la paz, incluso en los momentos más duros y difíciles. Lo hicimos por
todos los enfermos y ancianos para que reciban siempre el soporte, el afecto y
el amor de sus familias. Y por quienes cuidan con dedicación y cariño a los
enfermos y desamparados. Por la comunidad del colegio, por la Congregación de
Santa Cruz, para que siempre
sea una luz que nos guíe en una práctica de amor de solidaridad y encuentro
humano. Y también por el Papa Francisco,
para que su visita a Chile sea un impulso renovador en
nuestra Iglesia y nos ayude a construir siempre una sociedad más fraterna
privilegiando siempre a los más débiles y excluidos de nuestra sociedad.
De todos los asistentes quizá hubo quienes pudieron haber
contado sus experiencias. Una de ellas
pudo haber dicho que su hijo estaba en la cárcel. Impactante que alguien lo
hubiera dicho porque quizá en esta comunidad no sea frecuente. Más aún, que su hijo esté preso porque una
noche no muy lejana haya dado muerte a su padre, su esposo por cuarenta y cinco
años. Así de fuerte, dramático y sorpresivo. De una puñalada acabó con la vida
de un hombre tranquilo e inofensivo como quizá lo sea la gran mayoría de las
personas del mundo. El hijo, un treintañero aún no tiene conciencia de haber
matado al padre. Está fuera de la realidad. En la cárcel.
Esa madre estaba allí, en la misa de este sábado, con la
esperanza, quizá, que todo haya sido una pesadilla y que pueda despertar de este
sueño tan extraño y violento. Pero no. Ha asumido la realidad. Con dolor,
frustración y rebeldía y, al mismo tiempo, con la fuerza inagotable y ejemplar de
una madre.
Hizo calor en la capilla. Hubo energía fluida. Nada salió
indiferente. Agradecimos “… Señor, porque hay seres
extraordinarios que siempre nos guían y acompañan. Cada uno de nosotros los
lleva siempre en el corazón y tú, Señor, el primero, que nos apoyas, nos
fortaleces, nos alegras y nos esperas.”
Al terminar la misa la madre viuda del hijo preso se
acercó y me dijo, reza por mí. A pesar de todo, sonreía.
Rodrigo Silva
CON LA CERTEZA QUE DIOS NOS
AMA
El
primer sábado de septiembre en la acogedora capilla del Saint George College
vivimos una fiesta de perdón, sanación, alegría y esperanza.
Tras
preparar con cariño y dedicación los detalles de esta eucaristía y siempre
iluminados por el Espíritu Santo que nos acompañó con tanta delicadeza y
guiados por Padre Rodrigo Valenzuela c.s.c nos acercamos con confianza a la
mesa del Señor que siempre nos acoge y nos espera.
Fuimos
muchos con nuestro corazón dispuesto, pusimos a los pies del Señor y por
intercesión de San Andrés Bessette, nos despojamos de nuestros dolores, miedos
y desesperanzas para al final de la celebración, tras los ritos de unción
de oleos e imposición de manos, salir renovados, con la certeza que Dios
nos ama y quiere que seamos fieles a Él como lo es con nosotros y como lo fue
nuestro pastor Padre Carlos Delaney c.s.c
El
momento de acción de gracias fue especialmente emocionante, de manera
espontánea fueron elevándose voces de quienes allí compartieron sus
sentimientos genuinos y honestos que vinieron a confirmarnos que somos
hermanos, hijos de un mismo Padre Misericordioso que nos ama.
Sólo
nos resta agradecer el haber compartido esta eucaristía y pedir a Dios podamos
ser testimonio de lo vivido y contagiarlo con humildad y alegría.
Scarlett Crawford
EL ESPÍRITU SANTO
En
medio del silencio, el Espíritu Santo, actúa, toca los corazones, nos
moviliza, y carga de amor, es lo que vivimos este sábado 2 de Septiembre.
Verónica Baeza
TAN FRÁGILES
Viví la misa de
sanación con una tremenda fe y paz.
Me conmovió el
estar juntos, ¡tan frágiles! Y, al mismo tiempo, unidos en la confianza de la
presencia de Dios en medio de nosotros, para bendecir, regalar su amor, animar,
sanar, unirnos. Me siento profundamente agradecida.
Me quedan en el
corazón los rostros; las expresiones de fe, de esperanza y de dolor. Los guardo
en mi corazón.
Isabel Margarita Silva
ABRO LOS OJOS Y
ESCUCHO
Yo no conocí al padre Carlos, si Dios no me hubiese
traído de la mano a esta "pastoral", a reunirme con este grupo
maravilloso, quizás habría sido sólo un nombre antiguo de un sacerdote más. Sin
embargo, hoy siento una ansiedad tremenda de saber más de él. Me quedo
enmudecida, casi paralizada en cada una de las misas de sanación, pienso en la
fuerza que debe haber tenido para transmitir de tal manera su mensaje. Me
impresiona, me emociona la misa, tengo tan presente la primera vez que fui. No
sabía a qué iba, supuestamente a "sanarme", y lo que encontré fue
más, muchísmo más. En la misa miro las caras de cada una de las personas y
pienso si vienen como venía yo, sin saber, pero con fe, con esperanza,
que las cosas como estaban ya no serán lo mismo, después de la misa pasan
cosas. A mí me siguen pasando. Esta misa me estremece, entonces me pasa que me
quedo rumiando por mucho tiempo.
Cecilia Quiroz
NUESTRA FRAGILIDAD
A veces no nos damos
cuenta que somos parte de un milagro. Esta
vez, el milagro es la Misa de Sanación, sábado 2 de septiembre, Colegio Saint
George, que el Padre Carlos Delaney, c.s.c., nos heredó y de quien
aprendimos, en signo de fe y amor a Dios, a ungir con los óleos de San
José y a imponer las manos a quienes
buscan contención y ayuda espiritual en su aflicción.
Somos un grupo de personas –Pastoral de Enfermos- quienes preparamos la misa con todos sus detalles: desde la acogida, las lecturas, buscar testimonio, escoger cantos, escribir las oraciones universales, acciones de gracias, oración Hermano Andrés Bessette, csc., hasta la despedida. Todo siempre realizado con mucha oración, pidiendo al Espíritu Santo que nos guíe e ilumine.
Este año el Señor se encargó de regalarnos semana a semana cada detalle, las diferentes lecturas, el querer enfatizar el momento del perdón, entre otras cosas y el testimonio, que fue increíble. Estaba tan cerca y no lo habíamos considerado. “Aceptamos dar testimonio, me diría Isabel. Creo que es un deber moral por tanto recibido. Lo enfocaremos en esos cuatro días vividos, desde la aflicción y cómo el Señor nos mantuvo afirmados de él en la oración y tantas almas que nos sostuvieron en el calvario para terminar en la resurrección. Tremendo desafío amiga.” Qué valientes y generosos, pienso.
Llegaría el momento. Aplaudíamos mientras cantábamos “Abre tu Jardín”. Todo se disponía para
vivir una tarde unidos en la fe, rezando
unos por otros.
El Padre Rodrigo Valenzuela. c.s.c. nos recuerda, que los testimonios son para sentirnos
identificados, como ejemplo de sanación
para cada uno de nosotros, con los que
estamos invitados a ser sanados y a sanar. Con ese espíritu nos invitó a
escuchar el testimonio de Isabel y Pepe.
Tiempo de silencio, en que con gran atención escuchábamos
y ellos tratando de hacerlo lo mejor que podían, controlando sus emociones y
nervios. Lo habían preparado con gran cariño y dedicación, cada uno iba leyendo
intercaladamente abriéndose igual como lo hace una flor. Poco a poco fueron
compartiendo los angustiosos momentos vividos y cómo fueron contenidos con su
fe y la oración de tantos que los impulsaban a levantarse para no quedarse
encerrados en su temor y dolor.
Luego el sacerdote nos hizo sentir tan profundo el
momento del perdón. El canto que maravillosamente nos llevó a vibrar en lo más
profundo.
La lectura, invitándonos a ver lo invisible y a renovar
nuestro hombre interior, y el salmo que
nos hablaba de cómo el Señor está cerca de las almas que sienten aflicción y
salva a los de espíritu abatido, todo
leído con tanta profundidad iba haciendo sentir de esta Eucaristía algo
conmovedor.
Cómo el Padre enlaza lo que vivieron Isabel y Pepe con
las bienaventuranzas. Con lo que de verdad importa, lo intangible, con las
verdaderas prioridades de la vida, con acercarnos a Dios, con la verdadera
pobreza. Y con algo que es bien
impactante, cuando nos cuenta que él estaba con el Padre Pepe Ahumada csc., ex rector del colegio Saint
George, en Montreal, Canadá, orando con
mucha fe por el hijo de Isabel y Pepe y su familia cuando vivieron esta
aflicción, y que le habían traído una medalla
especialmente para él. Nada de esto sabíamos al momento de pedirles que
dieran su testimonio.
El Señor ya tenía todo tejido desde antes. Hizo de esta
Eucaristía una historia de amor en el que unió a muchas personas en el mismo
sentimiento: amarnos, cuidarnos y rezar unos por otros. .
Después de una prédica maravillosa, rezamos todos juntos
la oración del Hermano Andrés, en la que con fe pedimos por cada una de
nuestras intenciones. Luego en las oraciones universales pedimos por la
comunidad del colegio Saint George, la Familia Santa Cruz, los enfermos y
quienes los cuidan, y por la venida del Papa Francisco a Chile.
Ofrecer a los enfermos, muchos de los cuales estaban
presentes, y pedir por los difuntos nos
recuerda nuestra fragilidad y lo necesitados que somos de Dios y de los demás.
Nos hace vivir la consagración y
comunión con esperanza y fe.
Dar gracias a Dios por cada persona que nos recuerda el
amor de Dios y cómo obra en nosotros a través de otras personas, a veces
conocidas, otras veces desconocidos.
Damos gracias a Dios por todas las personas que él hace
de ellos su instrumento para estar y acompañarnos en este viaje por la vida. Gracias
por el milagro de esta Misa de Sanación. Y cantamos a María para pedirle su
bendición y protección.
Lorena Poblete
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