CÓMO SE NOS PRESENTA DIOS?

Debemos vivir como si Dios no existiera decía el teólogo Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo luterano que murió en la horca en 1944, citado por Andrés Opazo en su profunda reflexión de esta entrega. 
¿Dé que manera nos relacionamos con Dios?. Esta es la pregunta crucial que nos plantea Andrés. 
Por su parte, Rodrigo Silva entrega algunos apuntes de los primeros momentos de la visita del Papa a Colombia. En este contexto, Guillermo Villaseca, encargado de la gran tarea de las finanzas para la venida del Papa a Chile, nos escribe para contarnos la  forma cómo sintió el llamado para participar activamente en la preparación de este viaje que marcará a las nuevas generaciones.
Rodrigo también nos relata la experiencia de la Misa de Sanación que año a año se desarrolla en el Colegio Saint George, enfocada a través de las vivencias de Lorena Poblete, Scarlett Crawford, Isabel Margarita Silva, Verónica Baeza y Cecilia Quiroz.
Con gozo les invitamos a leer LA PALABRA NUESTRA y entregarnos sus comentarios y opiniones.


SIN DIOS, PERO CON DIOS

En una reciente reunión de nuestra comunidad nos pusimos como tema “DIOS”. No es algo frecuente; hablamos de Jesús, de nuestra sociedad, de temas morales, de la Iglesia, pero no mucho de Dios. Allí recordé a Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo luterano que murió en la horca en 1944, ejecutado por atentar contra Hitler. En su largo cautiverio escribió que, en este mundo de atroces sufrimientos, debemos vivir “como si Dios no existiera”; “vivir como hombres que logran superar la vida sin Dios”. En consecuencia, que sólo deben echar mano a su libertad y responsabilidad. Así cuestionaba este teólogo nuestra tendencia a recurrir a Dios como un “tapa agujeros”, es decir, cada vez que carecemos de respuestas, o somos incapaces de enfrentar la adversidad. Reconocía la validez del mundo secularizado que no necesita a Dios para desarrollarse, con lo cual los hombres de fe deberían combatir el mal y organizar una convivencia verdaderamente humana, en conjunto con los no creyentes.

Pero agregaba: “Sin Dios, pero ante Dios y con Dios”. Suena paradojal para las certezas de las religiones y su recurso irresponsable al nombre de Dios. Vivir ante El y con El implica, pues, una nueva relación con Dios de carácter personal e interior. Es acoger plenamente el misterio que enmarca nuestra existencia y le otorga sentido. Vivir en Dios no es otra cosa que estar abierto al amor. San Pablo ya lo había dicho: “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Se vive en Dios cuando se está impregnado de una confianza radical de su presencia amorosa, cuando se apuesta a que el Bien triunfará sobre el Mal, y el Amor sobre la indiferencia. Un encuentro de esta naturaleza es el que vivieron los grandes místicos. Ellos pudieron experimentar esa inmersión espiritual y consciente de la vida en Dios, lo que los colmaba del mayor gozo. Jamás lo entendieron ni pudieron explicarlo. Sólo lo expresaban a través de la poesía o la alegoría. Dos versos de San Juan de la Cruz lo ilustran.


                “Entréme donde no supe,                    Quedéme y olvidéme,
                 Quedéme no sabiendo,                       El rostro recliné sobre el Amado,      
                 Toda ciencia trascendiendo”.             Cesó todo y dejéme,
                                                                                  Dejando mi cuidado,
                                                                                  Entre las azucenas, olvidado.

La entrega de sí mismo conduce a una paz total, a una íntima comunión, a una suprema felicidad. Muchas personas han accedido en ciertos momentos privilegiados, a una dimensión superior y sublime de la vida. Y la describen con diversas aproximaciones y sin mencionar necesariamente a Dios. Pero quizás todos podrían concordar en que se trata de una intensa experiencia de amor, indefinible conceptualmente. El amor acontece, sobreviene de pronto en la vida, envolviéndola, inundándola. Y sólo cabe agradecer. Gracias a la vida, gracias al amor, gracias a Dios, la comunión definitiva. Lo dijo poéticamente San Juan de la Cruz en los versos que anteceden. Quedéme y olvidéme; el rostro recliné sobre el Amado.

Ni en la vida cotidiana, ni incluso en la oración, la mayor parte de nosotros, aunque lo deseáramos, no logramos acceder y mantenernos en una conciencia de unión con Dios. Pero sí sabemos del amor, de esa honda experiencia humana que nos adviene e ilumina la vida. También ello se ha expresado poéticamente, una forma donde la palabra se aproxima mejor al misterio.

“Lo que puede el sentimiento
No lo ha podido el saber
Ni el más claro proceder
Ni el más ancho pensamiento
Todo lo cambia al momento
Cual mago condescendiente
Nos aleja dulcemente
De rencores y violencia
Sólo el amor con su ciencia
Nos vuelve tan inocentes”.

Son versos de Violeta Parra que nos llegan a lo profundo. No es el mucho saber ni la amplitud del conocimiento lo que nos devuelve la inocencia, la bondad original, sino otro amor con su ciencia propia. Es ésta la que nos hace humanos, tanto en la luminosidad y sencillez de la vida, como en el sufrimiento incomprensible. Si somos sensibles al amor, a ese mago condescendiente, y creemos en su poder transformador, podemos vivir sin ese tapa-agujeros llamado Dios todopoderoso, pero en nuestra realidad, impotente.

Jesús no nos exige la altura del místico para vivir en Dios. Sólo nos pide hacer su voluntad; hacernos hermanos los unos de los otros y lavar los pies del último de los siervos. En un pasaje del Evangelio, él invita a sus discípulos más cercanos, Pedro, Santiago y Juan, a tener una visión de Dios. Han subido a un monte, y al llegar a la cima aparecen Moisés y Elías, testigos de Yahvé para el mundo judío. De pronto, el rostro y las vestiduras de Jesús irradian una luz resplandeciente, mientras se escucha la voz de Dios: éste es mi hijo amado. El gozo y arrobamiento hacen decir a Pedro: ¡qué bien que estamos aquí!, hagamos unas tiendas y nos quedamos para siempre. Pero al instante se disipa la visión y no ven más que a Jesús. Al bajar del monte, les dice que no cuenten a nadie lo visto porque él debe cargar la cruz y morir antes de resucitar.

Aunque como en la Transfiguración, pudiéramos experimentar el gozo de la unión mística con Dios y el Amor pleno, a los cristianos, como en la bajada del monte, no nos queda más que tener los ojos puestos en Jesús, en su ejemplo de vida entregada a los otros, y en su mandamiento del amor. Es la arista práctica de nuestra fe en el Dios de Jesús, el Dios del amor.

Andrés Opazo


NO SE DEJEN ROBAR LA ALEGRÍA Y LA ESPERANZA

Cuando ustedes lean esta entrega, el Papa Francisco ya está en Colombia. De miércoles a domingo. En el camino del perdón y la reconciliación. En el momento en que el país avanza en su proceso de paz. Y que las FARC se aproximan a convertirse en partido político. Paz y reconciliación será el mensaje central de su segundo día en Bogotá. Llegó el miércoles 6 de septiembre. Lo vi desde Chile, en directo, qué maravilla, a través de la televisión satelital. Me emocionó saberlo en nuestro continente con la visita confirmada a Chile, en enero próximo. Es una imagen que antecede a las que tendrá acá. En otro contexto, pero con la misma cercanía y calidez de quien intenta cambios que permitan transparencia, encuentros, fraternidad y preocupación por los excluidos de la sociedad.

Francisco sonríe con calidez y les dice a los jóvenes en las afueras de la Nunciatura de Bogotá que no se dejen vencer ni engañar. Les habla del heroísmo, de ese que se percibe en una sociedad que ha buscado la paz durante tantos años y con tantos obstáculos. Y tantos mártires.

En un espacio pequeño, en una calle que une, está el Papa en una tarima bajita en las afueras de la Nunciatura, su alojamiento, su sede de descanso, de oración y de reuniones, y recibe la bienvenida de los jóvenes de la calle, agrupados y rescatados. Los excluidos que han encontrado un rumbo para avanzar en el vida. Para superar la violencia, la droga y el desamparo.

El Papa les había invitado siempre a sonreír. Y ahora les dice “no se dejen robar la alegría y la esperanza”. Los jóvenes cantan, bailan, regalan y expresan sus ideas. Confían en el Papa y le pidan que la fuerza de su palabra reafirme la necesidad de la inclusión. Un clamor para decir nosotros y nadie sobra. Todos nos necesitamos. Nuestra sociedad se tiene que hacer cargo de todos nosotros.

Rodrigo Silva


NUBE POTENTE DE AGUA FRESCA

Hace un par de años, en un noticiero de televisión vi la detención en un robo flagrante, de un adulto de algo más de sesenta años junto a una niña de unos doce.
Frente a las cámaras le preguntaron al adulto sobre su relación con la niña y mirándola con ternura dijo “es mi nieta”. El policía continuó  “y ¿por qué expone a su nieta a robar con usted?” “Es que es mi regalona”, replicó el abuelo. “Yo quiero lo mejor para ella, que aprenda a ser laborante y también delincuente, así cuando grande podrá decidir.”

Quedé perplejo y sentí que se me apretaba el corazón. ¡Cómo puede ser!, mientras sentía aflorar toda la ternura que siento por mis nietecitas, me surgió de muy  adentro, ¿cómo puede un abuelo entrenar a una niñita que quiere tanto para ser delincuente, exponerla a los riesgos de un asalto”?

¿Qué nos pasa como sociedad? ¿Qué estamos construyendo para el futuro, si a nuestros niños más queridos los llevamos de la mano por esos senderos?

Cabizbajo, en un momento de profundo silencio, fui escuchando todo lo que se movía y se removía en mi interior… ¡Señor! ¿Qué podemos hacer? ¡Por favor dinos! ¿Qué podemos hacer?
Si,  si, ya sé que tenemos que mejorar la educación de los más pobres. ¡Si, sí Señor! tenemos que comprometernos en una lucha frontal contra la marginación, la pobreza  y todos los flagelos que día a día golpean nuestra puerta sin que les prestemos oído. ¡Si!  ¿Pero cómo se hace? ¿Cómo luchamos contra esa viscosidad negra que se expande sin límite en nuestra sociedad? ¿Quién puede liderar un desafío tan grande y tan urgente de enfrentar? ¡Qué  puedo hacer yo, a mi edad, para apurar la construcción de un país mejor?

Tiempo después de haber visto ese noticiero, me invitaron a integrar un grupo de trabajo para la eventualidad de que “en algún momento, sin plazo definido en el futuro pudiera venir a Chile el Papa Francisco.”

Tuve un instante de duda antes de responder la invitación. En ese lapso irrumpieron todas mis aprehensiones y temores. ¡A estas alturas de la vida! ¡Con las tareas en las que estoy comprometido!  ¡Hay tantos y más jóvenes que lo podrían hacer mejor! Junto a las interrogantes vi la imagen de la niña subiendo al  auto policial junto a su abuelo y pude des-cubrir que tenía frente a mí, la respuesta a todas las interrogantes que despertó ese episodio. Ese ¡háganse servidores! contundente que respondía todas les preguntas que habían quedado abiertas. Fue en ese instante que decidí que sí, ¡yo quiero ayudar!  ¡Sí, no me puedo restar!  Si me invitan a emprender esta tarea que me queda grande, que mirada desde la razón es una locura, ¡Cómo podría negarme!!

En ese momento la visita del Papa Francisco era como la pequeña nube que vio Elías levantarse en el mar allá lejos en el horizonte. Para mí, sin embargo, fue una nubecita que presagiaba la nube potente de agua fresca y renovadora que creo que es un regalo para regar la tierra reseca de nuestro país.

Guillermo Villaseca


REZA POR MÍ

La gente llegó con parsimonia. Tomándose su tiempo. Fue recibida con calidez en las afueras de la capilla, en medio de árboles añosos, una tarde de sábado en la que el colegio no murmura. Todo es tranquilidad. El sol es tenue y trata de sobresalir entre nubes que deambulan con la tranquilidad de los espacios conocidos. En ese ambiente se celebró la Misa de Sanación en el Colegio Saint George de Vitacura, la tarde del 2 de septiembre.

La capilla se transforma. La presencia genera un espacio de silenciosa complicidad. El propósito es compartir la esperanza. Algunos con dolencias profundas buscan consuelo. Otros que han vivido situaciones límite y están en proceso de lenta superación, como es el caso de Isabel y Pepe, un matrimonio que vivió la desaparición de uno de sus hijos por tres o cuatro días que fueron parte de su eternidad. Otros que no logran superar su aflicción y que se entregan a la presencia de un Dios que al parecer sienten que no siempre les acoge. Pero están allí, en esa búsqueda, asociados, en comunidad. Y hay quienes en silencio acompañan a sus seres queridos, abrazándoles con gestos y miradas.

El sacerdote acoge y todos nos disponemos. Lo primero será el recuerdo de quien impulsó estas celebraciones. Un sacerdote nacido en los Estados Unidos, miembro de la Congregación de Santa Cruz, Carlos Delaney, que por más de cincuenta años vivió en Chile.” Nos invitó a ver los problemas de otra manera. A ver que existe un camino diferente para limpiar, curar, sanar, entender y perdonar. Nos enseñó a acompañar a los que sufren la angustia y el dolor, a llamarlos y visitarlos.” Así se hablaría de él.

Luego vino el testimonio de un matrimonio que ha comenzado una nueva vida. En realidad es más que eso. Se trata de una familia. La historia fue muy pública. Un estudiante universitario desapareció. Entiendo que angustiado por decisiones que no lo hacían feliz. Toda una comunidad movilizada en diversas áreas de la ciudad en las que podría estar, o haber estado,  o llegar a estar. Siempre con la convicción que sería encontrado. La muerte era una opción pero nadie querría hablar de eso. Había que aferrarse a la vida con todas las fuerzas. Días y noches de zozobra y búsqueda. Decenas de personas que silenciosamente aportaron en distintos aspectos de la búsqueda. Hasta que llegó el final. El hijo fue encontrado. Todo lo que viene es un cambio radical. Comprender qué y por qué ocurrió. Examinar todas las razones  y comenzar una nueva oportunidad de vida. En eso estamos, me diría el padre terminada la misa.

Momento estelar fue la imposición de manos y oleos. Un espacio y un tiempo de energía, de amor y de encuentro. De la presencia de Dios. Del misterio que se siente pero que no tiene explicación racional. Y no la tendrá jamás.

Pedimos por cada uno de nosotros, reunidos en este encuentro de amor y de fe, para que celebremos siempre la vida y logremos la paz, incluso en los momentos más duros y difíciles. Lo hicimos por todos los enfermos y ancianos para que reciban siempre el soporte, el afecto y el amor de sus familias. Y por quienes cuidan con dedicación y cariño a los enfermos y desamparados. Por la comunidad del colegio, por la Congregación de Santa Cruz, para que siempre sea una luz que nos guíe en una práctica de amor de solidaridad y encuentro humano. Y también por el Papa Francisco,  para que su visita a Chile sea un impulso renovador en nuestra Iglesia y nos ayude a construir siempre una sociedad más fraterna privilegiando siempre a los más débiles y excluidos de nuestra sociedad.
De todos los asistentes quizá hubo quienes pudieron haber contado sus experiencias.  Una de ellas pudo haber dicho que su hijo estaba en la cárcel. Impactante que alguien lo hubiera dicho porque quizá en esta comunidad no sea frecuente.  Más aún, que su hijo esté preso porque una noche no muy lejana haya dado muerte a su padre, su esposo por cuarenta y cinco años. Así de fuerte, dramático y sorpresivo. De una puñalada acabó con la vida de un hombre tranquilo e inofensivo como quizá lo sea la gran mayoría de las personas del mundo. El hijo, un treintañero aún no tiene conciencia de haber matado al padre. Está fuera de la realidad. En la cárcel.

Esa madre estaba allí, en la misa de este sábado, con la esperanza, quizá, que todo haya sido una pesadilla y que pueda despertar de este sueño tan extraño y violento. Pero no. Ha asumido la realidad. Con dolor, frustración y rebeldía y, al mismo tiempo, con la fuerza inagotable y ejemplar de una madre.

Hizo calor en la capilla. Hubo energía fluida. Nada salió indiferente. Agradecimos  “…  Señor, porque hay seres extraordinarios que siempre nos guían y acompañan. Cada uno de nosotros los lleva siempre en el corazón y tú, Señor, el primero, que nos apoyas, nos fortaleces, nos alegras y nos esperas.”

Al terminar la misa la madre viuda del hijo preso se acercó y me dijo, reza por mí. A pesar de todo, sonreía.

Rodrigo Silva


CON LA CERTEZA QUE DIOS NOS AMA
El primer sábado de septiembre en la acogedora capilla del Saint George College vivimos una fiesta de perdón, sanación, alegría y esperanza.

Tras preparar con cariño y dedicación los detalles de esta eucaristía y siempre iluminados por el Espíritu Santo que nos acompañó con tanta delicadeza y guiados por Padre Rodrigo Valenzuela c.s.c nos acercamos con confianza a la mesa del Señor que siempre nos acoge y nos espera.

Fuimos muchos con nuestro corazón dispuesto, pusimos a los pies del Señor y por intercesión de San Andrés Bessette, nos despojamos de nuestros dolores, miedos y desesperanzas para al final de la celebración, tras los ritos de unción  de oleos e imposición de manos, salir renovados, con la certeza que Dios nos ama y quiere que seamos fieles a Él como lo es con nosotros y como lo fue nuestro pastor Padre Carlos Delaney c.s.c

El momento de acción de gracias fue especialmente emocionante, de manera espontánea fueron elevándose voces de quienes allí compartieron sus sentimientos genuinos y honestos que vinieron a confirmarnos que somos hermanos, hijos de un mismo Padre Misericordioso que nos ama.

Sólo nos resta agradecer el haber compartido esta eucaristía y pedir a Dios podamos ser testimonio de lo vivido y contagiarlo con humildad y alegría.

Scarlett Crawford


EL ESPÍRITU SANTO
En medio del silencio, el  Espíritu Santo, actúa, toca los corazones, nos moviliza, y carga de amor, es lo que vivimos este sábado 2 de Septiembre.

Verónica Baeza


TAN FRÁGILES
Viví la misa de sanación con una tremenda fe y  paz. 
Me conmovió el estar juntos, ¡tan frágiles! Y, al mismo tiempo, unidos en la confianza de la presencia de Dios en medio de nosotros, para bendecir, regalar su amor, animar, sanar, unirnos. Me siento profundamente agradecida.
Me quedan en el corazón los rostros; las expresiones de fe, de esperanza y de dolor. Los guardo en mi corazón.

Isabel Margarita Silva

ABRO LOS OJOS Y ESCUCHO
Yo no conocí al padre Carlos, si Dios no me hubiese traído de la mano a esta "pastoral", a reunirme con este grupo maravilloso, quizás habría sido sólo un nombre antiguo de un sacerdote más. Sin embargo, hoy siento una ansiedad tremenda de saber más de él. Me quedo enmudecida, casi paralizada en cada una de las misas de sanación, pienso en la fuerza que debe haber tenido para transmitir de tal manera su mensaje. Me impresiona, me emociona la misa, tengo tan presente la primera vez que fui. No sabía a qué iba, supuestamente a "sanarme", y lo que encontré fue más, muchísmo más. En la misa miro las caras de cada una de las personas y pienso si vienen  como venía yo, sin saber, pero con fe, con esperanza, que las cosas como estaban ya no serán lo mismo, después de la misa pasan cosas. A mí me siguen pasando. Esta misa me estremece, entonces me pasa que me quedo rumiando por mucho tiempo.

Cecilia Quiroz
  
NUESTRA FRAGILIDAD
A veces no nos damos cuenta que somos parte de un milagro. Esta vez, el milagro es la Misa de Sanación, sábado 2 de septiembre, Colegio Saint George, que el Padre Carlos Delaney, c.s.c., nos heredó y  de quien aprendimos,  en signo de fe y amor a Dios, a ungir con los óleos de San José y a imponer las manos a quienes buscan  contención y ayuda espiritual en su aflicción.

Somos un grupo de personas –Pastoral de Enfermos- quienes preparamos la misa con todos sus detalles: desde la acogida, las lecturas, buscar  testimonio, escoger cantos, escribir las oraciones universales, acciones de gracias, oración Hermano Andrés Bessette, csc., hasta la despedida. Todo siempre realizado con mucha  oración, pidiendo al Espíritu Santo que nos guíe e ilumine.

Este año el Señor se encargó de regalarnos semana a semana cada detalle, las diferentes lecturas, el querer enfatizar el momento del perdón, entre otras cosas y  el testimonio, que fue increíble. Estaba tan cerca y no lo habíamos considerado. “Aceptamos dar testimonio, me diría Isabel. Creo que es un deber moral por tanto recibido. Lo enfocaremos en esos cuatro días vividos, desde la aflicción y cómo el Señor nos mantuvo afirmados de él en la oración y tantas almas que nos sostuvieron en el calvario para terminar en la resurrección. Tremendo desafío amiga.” Qué valientes y generosos, pienso.

Llegaría el momento. Aplaudíamos mientras cantábamos “Abre tu Jardín”. Todo se disponía para vivir una tarde unidos en la fe,  rezando unos por otros.

El Padre Rodrigo Valenzuela. c.s.c. nos recuerda, que los testimonios son para sentirnos identificados, como  ejemplo de sanación para cada uno de nosotros, con los  que estamos invitados a ser sanados y a sanar. Con ese espíritu nos invitó a escuchar el testimonio de Isabel y Pepe.

Tiempo de silencio, en que con gran atención escuchábamos y ellos tratando de hacerlo lo mejor que podían, controlando sus emociones y nervios. Lo habían preparado con gran cariño y dedicación, cada uno iba leyendo intercaladamente abriéndose igual como lo hace una flor. Poco a poco fueron compartiendo los angustiosos momentos vividos y cómo fueron contenidos con su fe y la oración de tantos que los impulsaban a levantarse para no quedarse encerrados en su temor y dolor.

Luego el sacerdote nos hizo sentir tan profundo el momento del perdón. El canto que maravillosamente nos llevó a vibrar en lo más profundo.

La lectura, invitándonos a ver lo invisible y a renovar nuestro hombre interior,  y el salmo que nos hablaba de cómo el Señor está cerca de las almas que sienten aflicción y salva a los de espíritu abatido,  todo leído con tanta profundidad iba haciendo sentir de esta Eucaristía algo conmovedor.
Cómo el Padre enlaza lo que vivieron Isabel y Pepe con las bienaventuranzas. Con lo que de verdad importa, lo intangible, con las verdaderas prioridades de la vida, con acercarnos a Dios, con la verdadera pobreza. Y con algo que es  bien impactante, cuando nos cuenta que él estaba con el Padre Pepe  Ahumada csc., ex rector del colegio Saint George, en Montreal, Canadá,  orando con mucha fe por el hijo de Isabel y Pepe y su familia cuando vivieron esta aflicción, y que le habían traído una medalla  especialmente para él. Nada de esto sabíamos al momento de pedirles que dieran su testimonio.

El Señor ya tenía todo tejido desde antes. Hizo de esta Eucaristía una historia de amor en el que unió a muchas personas en el mismo sentimiento: amarnos, cuidarnos y rezar unos por otros.  .

Después de una prédica maravillosa, rezamos todos juntos la oración del Hermano Andrés, en la que con fe pedimos por cada una de nuestras intenciones. Luego en las oraciones universales pedimos por la comunidad del colegio Saint George, la Familia Santa Cruz, los enfermos y quienes los cuidan, y por la venida del Papa Francisco a Chile.

Ofrecer a los enfermos, muchos de los cuales estaban presentes,  y pedir por los difuntos nos recuerda nuestra fragilidad y lo necesitados que somos de Dios y de los demás. Nos hace vivir la  consagración y comunión con  esperanza y fe.

Dar gracias a Dios por cada persona que nos recuerda el amor de Dios y cómo obra en nosotros a través de otras personas, a veces conocidas, otras veces desconocidos.

Damos gracias a Dios por todas las personas que él hace de ellos su instrumento para estar y acompañarnos en este viaje por la vida. Gracias por el milagro de esta Misa de Sanación. Y cantamos a María para pedirle su bendición y protección.

Lorena Poblete




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