EL PAPA SE ACERCA
En menos de cuatro meses habrá llegado el Papa Francisco a Chile. No obstante, su visita se organiza desde mucho antes que se confirmara la fecha de su venida. Así nos los explica Guillermo Villaseca, quien coordina el área de finanzas de esta gran tarea. Antes, Rodrigo Silva extracta dos aspectos de la intervención del Papa ante el CELAM, en su reciente viaje a Colombia. Uno sobre el rol de la mujer y otro sobre el carácter de la iglesia misionera en América Latina. Finalmente, Andrés Opazo, nos entrega una reflexión sobre el sentido y la justificación del ejército en Chile, a propósito de las fiestas patrias, tomando como referencia la realidad de Costa Rica y el impacto que tuvo la medida de suprimirlo, a partir de 1948.
Como siempre, LA PALABRA NUESTRA es una oportunidad para analizar y debatir nuestras reflexiones. Les esperamos.
YO TAMBIÉN TE INVITO
FRANCISCO
Definir una estrategia para financiar la visita del Papa
Francisco a Chile fue una tarea que comenzó más de un año antes de saber
que vendría el próximo mes de enero.
En ese tiempo, evaluamos una estrategia para la eventualidad
de que en uno o dos años nos visitara. Desde ese tiempo surgió el buscar
una forma de obtener recursos que se integrara con los objetivos
de su venida, que lo económico “conversara” con todo el contenido de los
mensajes de su pontificado para el tiempo actual y que tuviera muy presente la
situación del país y de la iglesia.
La eventual venida de entonces era una oportunidad única
para convocar no sólo a los católicos, sino también a tantos que se han alejado de la
iglesia y a otros, que sin ser católicos, se sienten atraídos por la “nueva
mirada” que trae Francisco a través de su mensaje inclusivo, su sencillez
y esa coherencia en que muestra al mundo el Evangelio, con su
actuar y con su vida.
La primera propuesta de entonces, fue buscar un lema y
llamado que convocara a todos, no sólo a los católicos, y que el
mensaje no se transmitiera solamente a través de la estructura eclesial
sino en eventos deportivos en los estadios, en lugares de espectáculos y
festivales musicales, en el metro y universidades, donde hoy se reúne la gente,
además de las iglesias capillas y escuelas. Enviar un mensaje abierto en esos
lugares que incluyera a todos, requería de un tiempo largo de organización y
demandaba muchos esfuerzos y recursos.
Cuando el Papa confirmó que nos visitaría dentro de
unos meses, fue necesario modificar la estrategia adecuándola a la
inminencia de su visita. Le propusimos entonces a la Conferencia Episcopal, que
a través de la estructura eclesial se implementara una estrategia de cuatro
fases. La primera de ellas fue invitar a participar con un aporte en la medida
de sus posibilidades, a toda la estructura eclesial: las diócesis, santuarios,
fundaciones, congregaciones, movimientos, espiritualidades y carismas. El
objetivo fue que toda la iglesia chilena unida en una causa común, se
movilizara y fuera parte aportando el capital inicial que permitiera poner en
marcha el proceso. Ha sido una alegría ver la respuesta y cómo
comunidades tan diversas se han sumado a esta campaña común.
Como segunda fase se propuso una colecta masiva a realizarse
en todo Chile los días 14 y 15 de octubre próximos, con el objetivo de llegar
con la invitación y el mensaje a amplios sectores del país, de manera que
surgiera de todos los rincones una sola voz: ¡¡Yo también te invito Francisco!!
Es claro que este esfuerzo demanda un trabajo intenso y
costos importantes y su rendimiento económico es relativo. Sin embargo, es una
forma potente de motivar a todo el país para responder a los llamados del
Papa, a salir de nuestros lugares cómodos, ir a las periferias y no excluir a
nadie.
La tercera y cuarta fases se dirigen principalmente a
motivar a los que pueden ir más allá de aportar en una colecta. Mediante un
contacto individual en el cuál se les resalta la importancia de su aporte para
lograr reunir los fondos necesarios, la tercera invita a que cada una de las personas que
aportan, se transforme a su vez en gestor invitando a cuatro o cinco personas
cercanas a sumarse, y que estas últimas hagan lo mismo con otras cuatro o cinco,
dando origen a una “bola de nieve”.
Actualmente la primera fase ya ha superado la mitad del
objetivo propuesto, la campaña masiva está en plena organización y las
fases tercera y cuarta están próximas a iniciarse.
En la campaña de financiamiento de la visita del Papa
Francisco queremos que los que se sumen lo hagan con una profunda alegría al
contribuir. Y si la generosidad de los
chilenos va más allá de los montos requeridos, los excedentes se aportarán a
instituciones que atienden ancianos y adultos mayores, inmigrantes y niños y
jóvenes con discapacidades severas.
Guillermo Villaseca
EL PAPA REMUEVE LOS
CIMIENTOS
La reciente visita del Papa a Colombia nos dejó un conjunto
de sólidos mensajes. El preludio de lo que podría ser el viaje que realizará a
nuestro país el enero próximo. Tuvo varias intervenciones. En todas ellas
abordó problemas claves de nuestra sociedad, con especial énfasis en la
realidad colombiana, como era obvio suponer. Sin embargo, a mi juicio una de las más
importantes fue la que pronunció ante el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Por allí le habló a la jerarquía de la iglesia. Y los instó a un cambio. A
continuación, dos de los extractos que a mi juicio son significativos, tanto
para la iglesia como para el conjunto de la sociedad. Uno sobre el rol de la
mujer y otro sobre el carácter misionero de la iglesia en América Latina.
Rostro femenino
La esperanza en
América Latina tiene un rostro femenino. No es necesario que me alargue para
hablar del rol de la mujer en nuestro continente y en nuestra Iglesia. De sus
labios hemos aprendido la fe; casi con la leche de sus senos hemos adquirido
los rasgos de nuestra alma mestiza y la inmunidad frente a cualquier
desesperación.
Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en
las mujeres de la ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas
catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas artesanas del
bien. Sin las mujeres la Iglesia del continente perdería la fuerza de renacer
continuamente. Son las mujeres quienes con meticulosa paciencia, encienden y
reencienden la llama de la fe.
Es un serio deber comprender, respetar, valorizar,
promover la fuerza eclesial y social de cuanto realizan. Acompañaron a Jesús
misionero; no se retiraron del pie de la cruz; en soledad esperaron que la
noche de la muerte devolviese al Señor de la vida; inundaron el mundo con el
anuncio de su presencia resucitada. Si queremos una nueva y vivaz etapa de la
fe en este continente, no la vamos a obtener sin las mujeres.
Por favor, no pueden ser reducidas a siervas de
nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la
Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar, incluso en el
sufrimiento de su Pueblo; en su aferrarse a la esperanza que vence a la muerte;
en su alegre modo de anunciar al mundo que Cristo está vivo, y ha resucitado.
La iglesia en permanente misión
Mucho se ha
hablado sobre la Iglesia en estado permanente de misión. Salir con Jesús es la
condición para tal realidad. Salir sí, pero con Jesús. El Evangelio habla de
Jesús que, habiendo salido del Padre, recorre con los suyos los campos y los
poblados de Galilea.
No se trata de un recorrido inútil del
Señor. Mientras camina, encuentra; cuando encuentra, se acerca; cuando se
acerca, habla; cuando habla, toca con su poder; cuando toca, cura y salva.
Llevar al Padre a cuantos encuentra es
la meta de su permanente salir, sobre el cual debemos reflexionar continuamente
y hacer un examen de conciencia. La Iglesia debe reapropiarse de los
verbos que el Verbo de Dios conjuga en su divina misión. Salir para encontrar,
sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo.
Se trata de que se metan día a día en
el trabajo de campo, allí donde vive el Pueblo de Dios que les ha sido
confiado. No nos es lícito dejarnos paralizar por el aire acondicionado de las
oficinas, por las estadísticas y las estrategias abstractas. Es necesario
dirigirse al hombre en su situación concreta; de él no podemos apartar la
mirada. La misión se realiza en un cuerpo a cuerpo.
Una Iglesia capaz de ser sacramento de
unidad ¡Se ve tanta dispersión en nuestro entorno! Y no me refiero solamente a
la de la rica diversidad que siempre ha caracterizado el continente, sino a las
dinámicas de disgregación. Hay que estar atentos para no dejarse atrapar en
estas trampas.
La Iglesia no está en América Latina
como si tuviera las maletas en la mano, lista para partir después de haberla
saqueado, como han hecho tantos a lo largo del tiempo. Quienes obran así miran
con sentido de superioridad y desprecio su rostro mestizo; pretenden colonizar su
alma con las mismas fallidas y recicladas fórmulas sobre la visión del hombre y
de la vida, repiten iguales recetas matando al paciente mientras enriquecen a
los médicos que los mandan; ignoran las razones profundas que habitan en el
corazón de su pueblo y que lo hacen fuerte exactamente en sus sueños, en sus
mitos, a pesar de los numerosos desencantos y fracasos; manipulan políticamente
y traicionan sus esperanzas, dejando detrás de sí tierra quemada y el terreno
pronto para el eterno retorno de lo mismo, aun cuando se vuelva a presentar con
vestido nuevo.
Rodrigo
Silva
OTRO CHILE ES POSIBLE
Sin guerras; por tanto, sin ejércitos
Este martes seguí
por televisión la Parada Militar como homenaje a las glorias del ejército. Pude
admirar la liturgia militar, a la que no se puede negar su valor estético, sus
movimientos, la disciplina de sus ejecutantes, la ardua preparación allí
empeñada. Pero como cada año, me hice la pregunta por el sentido. ¿Por qué el
ejército evoca tan emotivamente la noción de patria? Como si el desarrollo del
país y el bienestar de su gente se basara en la potencia de las armas. Me
arriesgo aquí a remar contra la corriente.
Viví más de quince años en Costa Rica.
En 1948, don Pepe Figueres, presidente que acababa de ganar una guerra civil,
abolió constitucionalmente el ejército. Sus vecinos inmediatos, Nicaragua y
Panamá, se encontraban bajo gobiernos militares. Con todo, desde entonces este
pequeño país desarmado nunca ha sido agredido. El mundo no lo permitiría.
Gracias a esta decisión, Costa Rica se puso a la cabeza de América Latina en
los servicios de salud, educación, electrificación, conectividad. Se ahorraba
el gasto monumental implicado en la compra y mantenimiento de aviones, tanques,
barcos de guerra, ello sumado a la carga impositiva para costear sueldos,
alimento, vestuario, instalaciones y transporte de millares de hombres
improductivos. Los costarricenses hoy se sienten orgullosos de su civilidad.
Creo que en la medida en que, como seres humanos, avancemos hacia un mayor grado de civilización, será innecesario que cada país mantenga fuerzas armadas y continúe preparándose para la guerra. En la América Latina de la segunda mitad del siglo XX, ha habido sólo dos escaramuzas bélicas. Una entre Honduras y el Salvador (1969), y otra entre Perú y Ecuador (1997). Ambas fueron desactivadas en sus inicios por la acción de organismos interamericanos. Se ha sostenido, incluso, que la segunda fue producto de un pacto entre militares de ambos países para forzar la compra de armas. Hoy día, en un continente mucho más integrado e interdependiente, y con instituciones regionales más consolidadas, es imposible que haya una guerra. Entonces ¿para qué mantener ejércitos? Es prácticamente imposible que un país agreda a otro. Con cierto pudor se habla de compra de armas “disuasivas”, como los aviones F16. Creo que es una farsa. Millones de dólares despilfarrados, mientras existen necesidades básicas no satisfechas.
Para todos debería quedar claro que los
ejércitos se justifican sólo en vista de la guerra, la peor calamidad desde la
infancia de la humanidad. Ella es un rasgo del componente animal que nos
constituye. Basta con observar a los perros o a los gallos en su hábitat, que
se destrozan por la disputa del alimento o de la hembra. El trato violento
hacia el otro fue heredado por el “homo sapiens-demens”, y más tarde se expresó
en los grandes imperios, asirio, persa, egipcio, romano. Los nobles medievales,
por su parte, vivían para la guerra causando muerte y desolación a su
alrededor. “Genios militares” como Napoleón y Hitler fueron en su tiempo el
horror de Europa. No bastaron en el siglo XX las dos atroces guerras mundiales,
para que gobernantes de hoy se amenacen con una destrucción total.
La guerra estuvo por siglos asociada a la esclavitud, las dos grandes lacras de la historia de la humanidad, la causa del mayor y más masivo sufrimiento humano. Por lo tanto, así como la conciencia de la humanidad abolió, no sin resistencias, la esclavitud, llegará el tiempo en que el crimen institucionalizado que es la guerra, sea al fin desterrado. Los movimientos por la paz son cada vez más fuertes y masivos. Ninguna guerra es justa como se lo creyó en un tiempo. El progreso de la conciencia humana y el reconocimiento de la mutua dependencia entre las naciones harán que, así como un día se terminó el gran negocio de los esclavos, pronto se ponga fin al negocio de las armas.
Pareciera que en Chile estamos muy atrasados en este punto. El fortalecimiento de las instituciones armadas se basa en el supuesto de que nuestros vecinos están a la espera de la primera ocasión para atacarnos. Una verdadera paranoia colectiva de la que se sirven intereses de otro orden. Pero en verdad, la seguridad nacional no se asienta en amenazas bélicas, sino que se construye en el trabajo, el estudio, la investigación, el desarrollo, tareas sólo realizables en paz. Para ello se han creado organismos bilaterales y regionales llamados a intensificar los lazos de cooperación e integración con países vecinos. El progreso en este campo es irreversible. No hay razón, entonces, para que se perpetúe sobre las espaldas de los chilenos el inmenso peso de la preparación para la guerra, el objetivo específico de las fuerzas armadas.
Miles de millones de dólares se podrán destinar a una inversión socialmente productiva; a mejores viviendas, a la salud pública, a la educación de calidad, a pensiones dignas para los ancianos, a la preservación del ambiente. Y también al fomento de la poesía, del teatro, de la música y la danza. Merece aquí recordar que el mismo presidente de Costa Rica que acabó constitucionalmente con el ejército, también se preguntó ¿para qué tractores sin violines? Al respecto, un importante político nos acaba de decir que la única tarea de la actualidad es el crecimiento económico, y que “lo demás es música”. Quizás algún día, como en Costa Rica, en nuestras festividades patrias podríamos ver desfilar a los escolares bailando.
Andrés Opazo
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