SEÑALES DE PREOCUPACIÓN

¿Nos hacemos cargo realmente de los conflictos y problemas de nuestra sociedad? Tenemos los cristianos una actitud consecuente?
Andrés Opazo nos entrega dos reflexiones. Una, acerca sobre la forma cómo la iglesia aborda la visita del Papa desde la perspectiva económica y el llamado que ha hecho para contribuir a financiarla. Es muy crítico y aporta sus argumentos. Y, la segunda, sobre la transformación de “los nadie”, gente que en su momento vivió en la más absoluta marginalidad y hoy con otros rostros y nuevas condiciones, siguen siendo parte de un conflicto social que requiere consensos, sensibilidades y una actitud que supere la indiferencia. Finalmente, el aporte de Felipe Barriga sobre el amor de Jesús. Temas para abrir debates y compartir criterios. Les invitamos.

EL DINERO Y LA VISITA DE PAPA

El tema del costo económico de la visita del Papa Francisco a Chile ha levantado un revuelo que distorsiona su sentido y trascendencia. Se especula sobre la intencionalidad que llevó a ponerlo en la agenda pública; ignoro si alguna vez una visita papal haya sido cuestionada por su elevado costo.

El Papa Francisco, no por su investidura religiosa sino por su desempeño en nuestro mundo conflictivo de hoy, se ha convertido en un líder moral a nivel universal. Su próxima visita a Chile debería constituir una invitación a que los chilenos nos miremos a nosotros mismos, en términos de la vigencia de nuestras convicciones democráticas, esto es, el progreso hacia libertades reales para todos, igualdad de derechos y oportunidades, y una convivencia amable y fraternal. Y especialmente, un llamado a los cristianos y a la Iglesia como institución, a dejarnos interrogar por nuestra responsabilidad en la construcción de un país más humano, de acuerdo al mensaje de Jesús.

Sin embargo, en lugar de prepararnos para una reflexión humana y cristiana, lo que ha saltado a la primera plana es el tema del financiamiento de la visita. Me parece decepcionante. ¿Se habló de ello cuando vino un papa hace 30 años? ¿Hubo preocupación pública recientemente en Colombia, en donde el costo de la visita fue mucho mayor? ¿Será que Chile se ha convertido en un país cada vez más materialista y metalizado? ¿O será que la Iglesia Chilena ha perdido el norte sobre lo esencial y lo instrumental?

Los temas abordados por Francisco desde el comienzo de su pontificado confirman su opción por una Iglesia al servicio de la humanización de la sociedad en sus distintos niveles. Denuncia la economía dominante que enriquece a un puñado de millonarios mientras condena a la indigencia a mayorías nacionales y mundiales. Recuerda la urgente necesidad de cuidar nuestro planeta, haciéndose eco del grito de la tierra y de los pobres. Llama a la acogida de los migrantes y desplazados. Aboga por los pueblos originarios amenazados por la inclemencia del mercado. Interviene en pos de la paz en países asolados por la violencia. Sus visitas por el mundo lo confirman: a la República Centroafricana en guerra civil, al pueblo armenio diezmado históricamente por sus vecinos, a Egipto, a Colombia, Ecuador, Bolivia y otros países de mayorías sumidas en la pobreza o atravesados por conflictos. Busca un ecumenismo que fortalezca lazos de paz y comunión entre religiones. En suma, se empeña en algo como una globalización de la misericordia, involucrando en ello a la diplomacia vaticana. Además, y sobre todo, se desvela en poner a las iglesias nacionales al servicio de la causa de los más postergados, de convertirlas en iglesias pobres y para los pobres. No puede extrañar, entonces, que haya escogido a Iquique y Temuco en su visita a Chile, como muestra de su preocupación por los sectores que sufren mayores discriminaciones, los pueblos originarios y los migrantes.

Ignoro cómo se han financiado anteriores viajes apostólicos de los papas. Juan Pablo II no dejó rincón sin visitar, desplegando en muchos de ellos suntuosos espectáculos masivos y televisivos, a riesgo de dejar a las iglesias fuertemente endeudadas. Todo el mundo cree, y es probable que así sea, que la Iglesia es poseedora de una gran riqueza material; cardenales y obispos habitan lujosas residencias, valiosas obras de arte en sus museos, poderosas instituciones dedicadas a la educación de las clases altas. Es una percepción generalizada que, al menos, debería tomarse en cuenta en el plano comunicacional.

A ojos de la gente, la propia iglesia chilena también dista mucho de ser pobre. Dispone de colegios y universidades de costosa infraestructura y que generan ingresos generosos; órdenes religiosas, obispados o movimientos católicos poseen propiedades de alto valor; la gente sabe de las características del Opus Dei o los Legionarios de Cristo, en donde militan grandes empresarios de considerable fortuna y poder.

Ante esta realidad, la cuestión del costo de la visita papal, y la decisión eclesiástica de pasar el platillo entre sus simples fieles, le parece a mucha gente algo patético y escandaloso. Todo esto agravado por el hecho de que, junto a esa riqueza tan visible y expuesta públicamente, coexiste otra iglesia muy pobre y a veces necesitada de lo esencial. Ocurre en las poblaciones periféricas, en muchas capillas y parroquias atendidas por sacrificados sacerdotes, religiosas y laicos, que comparten la pobreza con sus vecinos. Pareciera obvio que, de haber una colecta, se debería destinar, no a la visita del Papa, sino a la subsistencia de la capilla y a la atención de los más pobres, los ancianos, niños y familias en extrema carencia.

El financiamiento de la Iglesia es un misterio que el propio Papa Francisco intenta descifrar. Y el hecho de ser un jefe de Estado complica aún más las cosas. Pero si se reparara debidamente en el caudal de profecía que debe acarrear su visita a Chile y se trabajara en potenciarlo, nuestra iglesia nacional debería ser más consciente y más prudente antes de recurrir a un aporte económico de los simples fieles, algo que no resulta muy comprensible. ¿Será esto señal de su desconexión con el mundo social?

Andrés Opazo


¿QUÉ PASA EN EL CHILE DE HOY CON LOS “NADIE”?

El teólogo español José María Castillo comienza su libro sobre el Reino de Dios citando un párrafo del Libro de los Abrazos, de Eduardo Galeano.

“Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadie con salir de pobres …
que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ni ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca,
ni en llovizna cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadie la llamen
y ni aunque les pique la mano izquierda
o se levante con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando la escoba.

Los nadie; los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadie; los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanías.
Que no practican cultura, sino folclor.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadie…
que cuestan menos que la bala que los mata.”

Los “nadie” siempre han existido en Chile, aunque no hayan sido reconocidos en nuestra historia. Sólo Gabriel Salazar se ha esforzado por sacarlos a la luz. Sin embargo, han ocupado un lugar destacado en nuestra literatura. Basta con recordar a Joaquín Edwards Bello, a Manuel Rojas, a Baldomero Lillo, o al reciente libro de Elizabeth Subercaseaux, La Patria de Cristal. Allí se nos muestra cómo, más allá de los palacios copiados de Europa y dotados de las más modernas comodidades, y habitados por las familias terratenientes o enriquecidas en la minería, siempre existió un espacio físico donde se recluía una población que vivía en la mayor miseria, en el barro, el hambre, la peste, entre piojos y chinches. Era la periferia de Santiago, que sólo se hacía visible cuando los coches que iban y venían entre el palacio y la hacienda atravesaban sus tugurios. Eran personas, pero eran “nadie”.
  
Chile ha cambiado. En un primer momento, los “nadie” de campos y ciudades marcharon al norte para enrolarse en el salitre; sabemos cómo vivieron. Con la crisis de ese producto se recluyeron en las periferias urbanas, desatando “la cuestión social”; ya se convertían en un problema político; la pobreza se confundía con la marginalidad a partir de los años cincuenta.

En este proceso, los “nadie”, que en un comienzo carecían de existencia política debido a su total incomunicación con las esferas de poder, se han ido convirtiendo progresivamente en actores de la vida nacional. En el día de hoy, la pobreza se expresa de modo muy diferente. Ya no hay patipelados ni hambrientos que circulan por las calles. A pesar de que han disminuido los campamentos y tugurios, la pobreza se recluye en estrechas casas que cuentan con televisores, lavadoras y refrigeradores. Los jóvenes portan zapatillas de marca y teléfonos celulares. Pero las dificultades para vivir con decencia, han desencadenado empleos precarios buscados por padre, madre e hijos mayores. El resultado ha sido la frecuente dilución de la familia con sus consecuencias para niños, ancianos y, sobre todo, para jóvenes no dispuestos a repetir la historia de sus padres: toda una vida de esfuerzo para permanecer inexorablemente en la precariedad. De allí los acuciantes problemas de drogadicción, narcotráfico y delincuencia.

Las comunicaciones al instante, las redes sociales y las facilidades de desplazamiento, han hecho que los “nadie” cobren existencia política y lleguen a amenazar los barrios más acomodados. Han dejado de ser invisibles. Pero sería vano tratar de domesticarlos o continuar reprimiéndolos como a criminales. Es imprescindible un diseño de largo plazo que ataque al fenómeno en sus causas. En plena campaña presidencial, resurge como siempre el tema de la delincuencia y no es raro que sólo se busquen ventajas políticas. El padre Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo, ha ido más allá y revelado la tragedia de la cultura del narcotráfico en las poblaciones populares.

Los “nadie” de ayer y de hoy aún no cobran rostro humano; siguen diluidos en el anonimato de los números. Si José María Castillo recoge su existencia en nombre del Reino de Dios, es porque los cristianos no podemos quedar indiferentes. Pues, así como Jesús optó por las despreciadas aldeas de Galilea, si naciera hoy día, se encontraría conviviendo en medio de los rejodidos nadie, esos de zapatillas de marca y teléfonos celulares, y que en muchos casos tienen a la cárcel como destino seguro, y ni siquiera llegan a ser brazos o recursos humanos.

Andrés Opazo


EL AMOR DE JESÚS

El siguiente es un texto enviado por Felipe Barriga, en el que comenta y ahonda en la reflexión de la entrada anterior hecha por Andrés Opazo. La compartimos íntegramente.           
“Los cristianos no podemos contentarnos con un amor sólo entre dos, o con el amor de familia, o el amor a la patria. Si escuchamos a Jesús y captamos su intención cuando habla de amor al prójimo – que no es aquel que se encuentra cerca – tomamos conciencia de que su mandamiento comprende toda una ética, una invitación universal para la relación entre los humanos”.

Realizas un esfuerzo, que comparto, por hacer crecer el ámbito del “Amor al prójimo” desde una comprensión estrecha y autorreferente a una más amplia, universal.

Para los judíos del tiempo de Jesús, y hasta hoy, el “prójimo” que vale la pena es el israelita fiel, miembro del Pueblo Escogido, heredero de La Promesa, y otras exclusividades y privilegios.
Jesús, como bien lo muestran los Evangelios y, en particular esta parábola del Buen Samaritano, frecuentemente traspasa esos límites para mostrar que el Amor de Dios alcanza a todos los pueblos, ante la ira de los fariseos.

Puede que haya un problema de traducción, desde el término hebreo y arameo, para la palabra que utilizó en griego el evangelista Lucas, traducida al castellano por “prójimo”…
Por ejemplo, en Levítico 19,1 y siguientes, aparece una solemne Palabra de Dios para Su Pueblo: “Habló Yahveh a Moisés diciendo: habla a toda la comunidad de los hijos de Israel y diles: Sed santos porque yo, vuestro Dios, soy Santo,,,” y, después de varias normas ( v. 3: “Guarden mis sábados. Yo, Yahveh, vuestro Dios”) insistiendo en que Yahveh vuestro Dios se dirige a Su Pueblo, los hijos de Israel, en el versículo 18 dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh”; es decir, “prójimo” es todo otro miembro del pueblo de Israel, y sólo ellos.

Jesús conocía este texto fundamental, lo cita y, por su palabra y por sus gestos y actitudes, va mostrando que su concepción del “Prójimo” abarca a todos los pueblos, a toda la humanidad, incluso a los enemigos (Mateo 5, 43 y siguientes; Lucas 6, 27 a 35.)   Y, por supuesto. en el diálogo de Jesús con el legista y la muy elocuente Parábola del Buen Samaritano: Lucas 10, 25 a 37.

“Amar al prójimo como a sí mismo” pone la medida de ese Amor al prójimo, una vara muy alta, que Jesús concretiza y fundamenta en Mateo, 7, 12: “Por lo tanto, todo lo que ustedes quieran que les hagan los demás, háganselo también ustedes: porque esta es la Ley y los Profetas”. Aquí ya no es “el prójimo”, sino “los demás”, todos y todas. Como dices tú mismo al comenzar: “Tomamos conciencia de que su mandamiento comprende toda una ética, una invitación universal para la relación entre los humanos”.

Felipe Barriga


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