LA ESPIRITUALIDAD DE HOY

San Francisco de Asís, el santo que quiso ser hombre. Este es el título que motivó a Andrés Opazo para su reflexión sobre la espiritualidad de hoy. Un hermoso texto que nos invita a una revisión muy profunda, en el “marco del retroceso de las religiones institucionalizadas en la sociedad que vivimos”. Por su parte, Rodrigo Silva, entrega algunos apuntes sobre los nuevos aires en la iglesia, a partir del impulso de Papa Francisco y de su secretario de estado, exactamente a un mes de su visita a Chile.
Como siempre, LA PALABRA NUESTRA es una ventana abierta para compartir vivencias, reflexiones y para generar un debate que contribuya a enriquecer nuestra existencia.


UNA ESPIRITUALIDAD PARA HOY

El retroceso de las religiones institucionalizadas en la sociedad que vivimos, y en especial en los países de larga tradición cristiana, parece ser un hecho comúnmente aceptado. No obstante, y a similar ritmo, se puede comprobar en muchos hombres y mujeres un ansia de espiritualidad. Para ellos queda muy claro que religión y espiritualidad son cosas diferentes. Es un tema que merece desarrollo.

Suele entenderse por religión un complejo de verdades inverificables sobre el más allá, con sus correspondientes códigos morales, y sus rituales o ejercicios de piedad; todo ello definido y regulado por una autoridad incuestionada. Las religiones difieren en sus contenidos, no así en su estructura general. La espiritualidad es una vivencia interior. Ella abarca la vida entera de la persona. “No sólo su “espíritu”, sino también su cuerpo; no sólo su individualidad, sino además sus relaciones sociales y públicas, su condición de ciudadano del mundo”. (José M. Castillo) La espiritualidad se desarrolla, pues, como una vía para una realización de la persona en su plenitud, individual y social, para llegar a ser verdaderamente uno mismo, a menudo resistiendo la presión social. Sin llegar a expresarlo de este modo, muchas personas así lo intuyen y viven.

Acabo de leer un libro contemporáneo sobre la vida de San Francisco de Asís, “el santo que quiso ser hombre”. El subtítulo ya es un indicador. Este joven de comienzos del siglo XIII era el hijo de un rico empresario y educado para continuar el negocio familiar. Insatisfecho con esa carga impuesta, lo dejó todo para vivir pobremente, cobijándose donde lo sorprendía la noche, comiendo lo que le ofrecían, y dedicado a reconstruir con sus manos una capilla abandonada. Huía del mundo de los honores y el poder, para convivir con los últimos, incluidos los proscritos leprosos. Era una persona muy alegre, un cantor y poeta que, en tiempos de crisis de la poderosa Iglesia, no deseaba más que ser un simple laico, independiente de toda formalidad eclesiástica. Pero se le fueron uniendo compañeros deseosos de compartir su vida sencilla de trabajo y oración. En sus cortos 20 años de vida activa, conmovió a Europa entera, y antes de su muerte, los “franciscanos” superaron los 5.000; un serio problema para quien se sentía sólo un juglar de Dios y para nada el fundador de una orden religiosa.

Estoy convencido de que el impulso vital de Francisco, que no fue ni un teórico, ni un intelectual ni un teólogo, podría animar a los insatisfechos que abundan en nuestra sociedad contemporánea. Esta ensalza el éxito de quien consigue el mayor bienestar personal y familiar, del que es capaz de hacerse de una gran riqueza, del que se regala los mayores lujos y alcanza poder y prestigio social. Vivimos condicionados por relaciones despersonalizadas, insensibles ante las carencias y dolores de los perdedores. Se nos urge a tener más y más, al costo de soportar el exceso de trabajo y largos desplazamientos. Multitudes se resignan ante la estrechez de la vida, insatisfechas y expuestas a la depresión.

Conscientes del vacío, muchos se niegan a renunciar a sueños que acarician a lo largo de sus vidas. Persisten en el deseo de relaciones más humanas y naturales, en la búsqueda de mayor acogida hacia los distantes y distintos, en un trato más cordial, en una mayor armonía con la naturaleza, en una real libertad frente a las imposiciones de una lógica individualista y consumista; y como consecuencia, en la creación de espacios de creatividad y comunicación. De ello dan cuenta nuevos movimientos sociales y culturales, por ejemplo, en pos de la no violencia, de una fraternidad universal, de la jovialidad, el arte, la ecología, el amor a los animales. Es el reflejo de una nueva cultura que se abre camino.

En el fondo, asistimos al reclamo de un espíritu de simplicidad, naturalidad y ternura, que puede tener mucho en común con la opción de San Francisco hace 800 años. Su espiritualidad le permitió mantener la cordialidad y cortesía para con todos. En sus últimos años, llegó a soportar en paz y buen humor su cuerpo doliente. Habiendo quedado totalmente ciego, entona el Cántico de las Criaturas, una alabanza a Dios por la belleza de todo lo creado, por el hermano sol, la hermana luna, el hermano fuego, la hermana lluvia, e incluso la hermana muerte ya muy próxima.

Francisco fue un laico, así como hoy es laica la espiritualidad tras la cual tanta gente se empeñaría en caminar. Sean de raíz laica o religiosa, las corrientes espirituales están todas llamadas a una convergencia en vista de un mundo más humano. Pero tal como en el santo de Asís, en la espiritualidad del creyente se vislumbra una trascendencia que profundiza lo humano como don gratuito de Dios; en la insatisfacción y en el anhelo existencial, puede verse su obra creadora, que no se extingue en el instante inicial, sino que se prolonga ahora alentando y uniendo nuestros corazones. Creemos que la simplicidad, la verdad, la comunión con todos y con todo, proviene de Dios. Y pedimos la fuerza del Espíritu para ser consecuentes.

Por último, un rasgo común a toda espiritualidad moderna es la aspiración a la paz, como paz consigo mismo, paz con los demás humanos, paz con el universo; en última instancia, una paz que reposa en Dios.

“SEÑOR, HAZ DE MÍ UN INSTRUMENTO DE TU PAZ”.

 Así comienza la memorable oración atribuida a San Francisco. El franciscano Leonardo Boff agrega a ella la siguiente glosa.

“Aparta, Señor, los obstáculos que nos impiden recorrer el camino de tu paz;
la envidia, el miedo a la muerte
y el olvido de tu presencia que religa a todos los seres.
Fortalece en nosotros los dinamismos del amor, la colaboración y la acogida,
para que pueda florecer en nosotros la paz duradera.
Amén”.

Andrés Opazo



LOS NUEVOS AIRES

Cuando el Papa llegue a Chile, el 15 de enero, le faltará dos meses para cumplir cinco años como Obispo de Roma y jefe del estado vaticano. Cinco años de cambios, de nuevos signos y también de contradicciones. De disputas,  de visiones y convicciones de profundo arraigo.  Su tarea no ha sido nada fácil. Ha tenido que conformar equipos para ejercer el poder y orientar la barca.

El 15 de octubre, de 2013,  Pietro Parolin asumió  la secretaria de estado del Vaticano. Se convirtió en la mano derecha del Papa. Su responsabilidad esencial era la reforma de la curia romana, sacudida por diversos escándalos. Monseñor  Parolin, 62 años, fue Nuncio Apostólico en Venezuela. Es un diplomático de carrera, profundo conocedor de la realidad de China, Vietnam, Israel y, particularmente, de América Latina. Es un hombre joven y respetado, pero su tarea ha sido muy compleja porque ha tenido que reordenar el eje del poder en el Vaticano, poniendo a prueba la visión de Francisco. Y desde luego, las reacciones de quienes por años se han sentido, al parecer, unos verdaderos príncipes de la iglesia.

Benedicto XVI se marchó, primera renuncia de un Papa en la historia, en un momento álgido, básicamente marcado por la crisis del Banco Vaticano, una poderosa red de influencia en la curia y el creciente descrédito internacional por los abusos cometidos por sacerdotes en diferentes partes del mundo. En este escenario es elegido Francisco, un hombre sencillo de la Compañía de Jesús que vino del tercer mundo. Que conoce la otra cara del poder.

La salida al balcón del segundo piso del Vaticano del nuevo Papa, la noche del 13 de marzo de 2013, fue una bocanada de aire fresco para la iglesia católica, con poco más de mil doscientos millones de fieles en el mundo, cuya mayor parte está justamente en América Latina y, en especial, en Brasil. No en vano, el Papa, en su primer viaje vino al encuentro mundial de jóvenes en Río de janeiro. Allí habló con fuerza y claridad para reiterar el tipo de iglesia que pregona, cercana con todos, tolerante y respetuosa.

Bergoglio tiene la cancha de los porteños argentinos. Su cercanía natural. Esa noche se asomó al balcón, en medio de los vítores de la multitud. Llamó la atención que su vestuario era distinto. También su empatía con la gente. Se planteó como un servidor. Pidió que rezaran por él.

Francisco ha roto convenciones. No es el Papa lejano que se exhibe ante la multitud. Es un hombre que se acerca y comparte con ella. Dejó los zapatos rojos y mantiene sus “bototos” negros. La sencillez de su vestuario lo acompaña a cualquier parte. Como dice el teólogo José Antonio Pagola “el Papa Francisco está llamando a la Iglesia a salir de sí misma olvidando miedos e intereses propios, para ponerse en contacto con la vida real de las gentes y hacer presente el Evangelio allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y trabajan (…)  La Iglesia ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”. No está pensando en planteamientos teóricos, sino en pasos muy concretos: “Salgamos de nosotros mismos para encontrarnos con la pobreza”.

Otro teólogo, el español José María Castillo sostiene que Francisco  suele arremeter contra la gente de Iglesia, denunciando, sin pelos en la lengua, a los funcionarios de la religión que no hacen lo que tienen que hacer, que se muestran como unos trepas que lo que quieren es colocarse en puestos de importancia, ganar dinero y vivir bien. Y Francisco hasta ha llegado a denunciar públicamente a los mafiosos vestidos de sotana. No estábamos acostumbrados a este lenguaje en “los augustos labios del Pontífice”, según solía expresarse “L’Oservatore Romano” hasta los tiempos de Juan XXIII, que cortó en seco con semejante estupidez en la forma de hablar.

En sus primeros días y meses, el Papa evidenció signos muy diferentes. Adoptó una forma sencilla de vivir. Ni siquiera usa las habitaciones asignadas, sino que desde que llegó a Roma vive en el Convento de Santa Marta.  Con su ejemplo está produciendo un cambio radical en la forma de la iglesia. Está  centrado en el Evangelio, en Jesús, y ha hecho una opción por los que más sufren, por los marginados, como lo hizo Jesús en su tiempo.  Ha puesto el acento en una mirada responsable y de largo plazo ante el hábitat del mundo y ha sido un crítico permanente de los abusos y la desigualdad.

Este es el espíritu que ha impulsado también al secretario de estado vaticano. El aire fresco ha soplado con más fuerza por todos los rincones, no sólo del Vaticano, sino también en todas las latitudes del mundo cristiano.

Como dijo el propio Francisco ante los obispos de Brasil, a poco de comenzar sus tareas “hoy hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay quien se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía.”

¿Cuánto ha cambiado la iglesia en estos cinco años con Francisco? Quizá sea prematuro aventurar juicios, pero pareciera evidente que hay nuevos aires que están provocando avances y retrocesos, como es siempre el ejercicio del poder.

Rodrigo Silva

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