ESPERA Y ESPERANZA EN EL CHILE DE HOY

Concluida la Teletón, cruzada que cumplió cuarenta años en Chile, la madrugada del pasado domingo 2 de diciembre, Andrés Opazo expresó sus críticas y reflexiones, las que ahora comparte con todos nosotros en esta entrega. Sostiene que la salud es un derecho humano y social y que, por tanto, debería estar garantizado por el Estado y no expuesto a la buena voluntad o generosidad de empresas y personas.  Es un crítico de la iniciativa aun cuando reconoce el impacto que ha tenido en la rehabilitación de miles de personas.
Por su parte, Rodrigo Silva cuenta una breve experiencia vivida en tres esquinas de la ciudad de Santiago, a propósito de la significación del tiempo de Adviento, de espera y esperanza.
Como siempre estamos abiertos a conversar, analizar, discutir y, esencialmente a enriquecernos con un debate abierto y franco.

A PROPÓSITO DE LA TELETÓN

Cada vez que he expresado críticas sobre la Teletón, me ha sorprendido la reacción de molestia que se despierta, incluso de irritación. Pareciera herir sensibilidades, desacralizar el aura que encubre a una institución reputada como orgullo nacional; algo como un escupitajo a la bandera. Tal irritación refleja, a mi entender, un fenómeno cultural, una mentalidad que se ha ido conformando a través de cuarenta años de insistente publicidad. No es mi ánimo enjuiciar a personas ni dudar de la honorabilidad de nadie; sólo trato de articular ideas que nos conciernen a todos.

En primer lugar, quisiera expresar mi admiración por la generosidad de tantas personas, grupos espontáneos, barriales o laborales, que se empeñan por entregar su tiempo y brindar su aporte económico a la causa. En segundo lugar, no puedo sino reconocer los grandes beneficios que ha otorgado la Teletón a miles de incapacitados, rehabilitándolos para una vida más digna. Pongo énfasis en este punto pues, cada vez que expreso mi cuestionamiento, se me refuta con vehemencia en estos términos, como si yo negase el bienestar que la obra ha producido.

Es preciso explicitar de entrada una convicción bien fundada; que la salud es un derecho de todos, uno de los derechos humanos consagrados por las Naciones Unidas y acatados en principio por nuestro país; un derecho de segunda generación, parte de los derechos sociales que complementan a los de primera generación, como son los derechos del ciudadano: derecho a la vida, a la libertad de movimiento, de conciencia, de reunión, de expresión o de prensa. Ahora bien, una sociedad que acepta la vigencia de los derechos humanos, entiende que el Estado es el garante de su aplicación efectiva. En consecuencia, si el cuidado de la salud es un derecho humano, no es aceptable que sea transferido al ámbito de la caridad o a la discrecionalidad de la buena voluntad. No puede ocurrir aquí lo mismo que el ministro de educación deseaba para los colegios deteriorados; que fuesen reparados por medio de bingos. Pues, así como los problemas de la educación no se solucionan con bingos, así los de la salud no se resuelven con teletones.

Durante la gigantesca operación comunicacional de la Teletón, el ciudadano pasa muchas horas escuchando mensajes de amor, solidaridad, caridad, generosidad. Se dan cita las personalidades más conocidas del ambiente, de los medios, artistas, empresarios, todos ensalzando al unísono la excepcionalidad del evento, y adulando a responsables y participantes. “27 horas de amor”, “un regalo que nos hacemos como país”, un contagioso y cuasi religioso acto de auto exaltación: ¡qué buenos somos los chilenos! ¡qué solidarios!

Pero uno puede legítimamente dudar de tanta expresión de amor, generosidad y solidaridad. Podría ser que los principales actores abriguen otro tipo de intereses. Habría que observar, por ejemplo, cómo en las horas finales del grandioso espectáculo presentado a todo Chile, y temiéndose no alcanzar la meta, aparecen bancos o grandes empresas aportando suculentas donaciones. Una publicidad gratis transmitida en cadena nacional. Y al respecto, no es insensato suponer que esas empresas carguen el costo a los precios; tampoco preguntarse si quizás tales donaciones sean descontadas de los impuestos; las estaríamos pagando todos los contribuyentes.

Otra duda apunta a los artistas participantes. Para muchos de ellos y sus agentes, su presencia representa una excelente posibilidad de exhibición masiva. Lo constaté personalmente cuando la Teletón fue exportada a Costa Rica, país en el que entonces yo vivía.  Residentes chilenos formábamos un conjunto folklórico bien conocido. Nos inscribimos para la Teletón y nos asignaron cupo a las 3 de la mañana. Pero poco antes de subir al escenario, nuestra participación es clausurada. Después supimos de la pugna entre agentes de México y de Miami, solícitos por poner en escena a sus artistas apadrinados; no había tiempo para nosotros. Esta duda sobre el real amor y solidaridad de los artistas, es extensiva a los animadores: ¿podría haber un espacio más privilegiado que la Teletón para mostrarse?

Desde otro punto de vista, me resulta muy chocante que el afán publicitario llegue a utilizar el dolor y los defectos físicos que afectan a niños y personas; que se los exhiba en imágenes que ofenden la privacidad y faltan el respeto a su dignidad. Una práctica que debería ser sancionada por organismos de derechos humanos.

Otra duda a considerar: llama la atención que este gigantesco emprendimiento comunicacional, antecedido además por un mes de actuaciones a lo largo de Chile, sólo persiga obtener una cifra tan escuálida en relación al despliegue realizado: 32 mil millones de pesos. (el valor de un edificio de quince pisos de departamentos en Providencia o Las Condes) ¿Qué es eso frente a un presupuesto nacional de 73 mil millones de dólares? ¿A cuánto asciende el presupuesto de la salud pública en comparación con otros? Podría sospecharse que, en un evento de tal magnitud, se articule una ignorada conjunción de intereses.

Esto merece mayor atención. El diccionario llama hipocresía a la manifestación de sentimientos o ideas distintos de los reales; me precio de ser solidario, pero busco otra cosa. Como decía al comienzo, no pretendo emitir juicios sobre personas; sólo me inquieta que habite en nosotros cierta hipocresía inconsciente e interiorizada en nuestra mentalidad. La crítica social y cultural debería develarla.

Lo que está en juego, en definitiva, es un tema de fondo: el derecho universal a la salud, el cual debe estar garantizado por el Estado. Su eficacia requiere el sustento en un sistema tributario que grave a personas acaudaladas y a empresas de alta rentabilidad. Así lo han entendido los países que han alcanzado el mayor grado de desarrollo humano conocido hasta el presente. Pero la ideología que planea sobre nuestra sociedad no lo cree así; postula un Estado pequeño y no interventor, a fin de que la actividad económica y los servicios sociales, sean realizados como negocios privados. Supuestamente, el Estado es de por sí ineficiente y penetrado por la corrupción. Es la tesis neoliberal que rige como verdad absoluta, y que debiera ser desmentida a mediano y largo plazo por la práctica democrática y la educación ciudadana.

Andrés Opazo

ME ENSEÑÓ ESPERANZA

Todo ocurrió en tres esquinas. Saber de la tragedia y el desconsuelo de “Chimenea”, conocer a Fredy y darme cuenta de la tremenda fortuna que nos entrega la vida. El tema es como sigue.

Esquina 1. Llegamos caminando con Willie, como ocurre muchas mañanas. En una conversación que a veces son los retazos  de un diálogo mayor o bien anticipos de nuevos encuentros. Es el momento previo de la despedida. El girará a la derecha y caminará en dirección a la cordillera poco más de una cuadra hasta llegar a su edificio. A mí me tocará cruzar la calle y avanzar una cuadra y media hasta el departamento. En línea recta.

Antes de llegar a la esquina, Willie me estaba comentando de la trágica situación del hijo de “Chimenea”, un muchacho alto y guapo, buena pinta, que alguna vez había intentado ser jugador de fútbol pero había fracasado. Lo echaron del club por su adicción al alcohol, por “curao”, como quizá le pasa a muchos que jamás llegan a consolidar esos sueños. En este caso el joven ha tenido problemas severos, incluso llegando a situaciones límite, de gran violencia y escándalo.  Con riesgos evidentes para todos quienes le rodena. Por fin ayer lograron internarlo en el hospital, confiando en una ruta de sosiego familiar y de tratamiento futuro. Por ahora, inquietud y angustia.
En eso estábamos cuando Fredy se detuvo en medio de nosotros. Su nombre lo sabría minutos después. Como yo debía cruzar la avenida, cuando se puso verde el hombrecito del círculo, lo tomé del brazo y cruzamos. En esos pocos metros se establece el vínculo. Nos damos nuestros nombres y me entero que va a la Escuela Militar.

Esquina 2. Estamos esperando que los autos detengan su marcha, que el “mono” nuevamente cambie de color para avanzar  en paralelo a los ruidos abrazadores de la maquinaria que transforma el parque en lo que será una autopista en el medio de Vespucio.  En ese breve trayecto le pregunto a Fredy si su ceguera era reciente o desde siempre. Desde hace once años. Fue de la noche a la mañana, literalmente. Le dije a mi señora que prendiera la luz. Allí me di cuenta que no veía nada. Se me desprendieron las retinas. Estaba muy nervioso y con muchos problemas en el trabajo. Hemos caminado unos veinticinco metros, presumo.

Esquina 3. Nos acercamos a la parada de los autobuses. Fredy tiene cuarenta y un años. Su hijo mayor de dieciocho y su esposa está embarazada de tres meses. Su bastón blanco que en otra circunstancia habría tenido un gran protagonismo, en esos minutos había sido un acompañante silencioso, esperando ejercer su rol a plenitud. Es el radar de Fredy que ya en el paradero ha sido “encargado” a dos mujeres para que le asistan en su viaje a la Escuela Militar. Antes de darnos la mano para despedirnos, Fredy me dice que ahora es feliz, como también antes lo fue. Vidente o invidente.

Me alejo por la vereda poniente de Vespucio, hacia el norte, con una sensación extraña. Agradecimiento de haber compartido con un hombre sencillo, franco y directo. Por mis ojos que me permitieron ver todo aquello que Fredy no vio en esos minutos y en todos los que sigan en su vida. Alegría por haber tenido la oportunidad de guiarlo en esos tres cruces hasta esperar el transporte que lo llevaría a la Escuela Militar y desde allí quizá a qué mundos.

Cuando supe, en la primera esquina,  lo del hijo de “Chimenea”, la total locura en que se convirtió su vida y la de todos lo que le rodean, según me enteré, no pude sino comentarle a Willie que no puedo quejarme porque no vea a mis hijos con la frecuencia que desearía. Porque a pesar de su ausencia, los tres están muy bien, son adultos y están construyendo su destino, día a día, a pesar de la ausencia. Lo mismo le pasa a él.

Mucho antes, en la misma mañana, mientras caminaba en la cinta en la cual hago los primeros ejercicios en el gimnasio, me preguntaba qué estaba esperando en este tiempo de adviento, qué espero yo efectivamente. Lo había leído en la reflexión del sacerdote Alvaro González, quien decía que para nuestra sorpresa “el primero que sabe esperar es Dios, él siempre nos está esperando que lo descubramos donde quiera que El esté. El  es novedad y tenemos que aprender a descubrirlo en lo profundo de la realidad y en los lugares menos esperados. Su presencia es sencilla, sin grandes manifestaciones, pero nos abre a un mundo grande.  Su presencia la llamamos los “brotes del Reino”: en la belleza y armonía de tantas manifestaciones humanas, en la bondad de tantos que nos han ayudado a crecer, que nos han corregido, que nos han mostrado señales donde aprender a vivir, a querer, a  tener un corazón sabio.”

Fredy es pocos minutos me enseñó esperanza, tranquilidad y agradecimiento en el momento justo, en este tiempo de adviento que es una escuela de esperanza, como dice el sacerdote González. “Ella es la huella que Dios ha puesto en nuestro trasfondo y que hace de nosotros hombres y mujeres inquietos, buscadores, soñadores, compañeros de camino.”

Hoy lo vi, lo sentí y me regocijé

Rodrigo Silva


Comentarios

  1. Felicitaciones Andrés por tan lúcido repaso de esa famosa Teletón. Es tal cual, claro que es una ayuda perotal como señalas los costos son enormes: distrae del voraz negociado de laboratorios y cadenas de farmacias, de la necesaria discusión sobre las graves falencias del sistema de salud pública y debilita la desigual pugna contra el oprobioso sistema de las AFP.

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  2. Comparto plenamente la visión crítica de la Teletón.

    Saludos cordiales,

    Luis E.

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