¿CÓMO VIVIMOS LA NAVIDAD?
Qué representa para cada uno de nosotros, cómo la vivimos?. Estas preocupaciones son abordadas en dos textos. Uno del sacerdote Esteban Gumucio ss.cc., fallecido en mayo de 2001, y el otro, a través de la experiencia de Andrés Opazo. Para finalizar un breve apunte personal de Rodrigo Silva.
Aprovechamos para saludarles a todos y desearles que vivan momentos y experiencias hermosas en estas festividades. Que logremos abstraernos al máximo de todos los símbolos comerciales y nos dediquemos a irradiar el amor y a vivir en plenitud nuestra fe.
Acá les dejamos un enlace a villancicos que canta el Conjunto Los Perales, para que acompañen su fiesta y compartan con otros.
https://soundcloud.com/conjunto-los-perales/sets/ventana-de-belen
HACE MUCHO, MUCHO TIEMPO
Hace mucho,
mucho tiempo, casi 70 años, mirando un Nacimiento de yeso en la Iglesia
Parroquial de Santa Ana, me encontré con el Amor Misericordioso de Dios. Ahí oí
la primera llamada a ser amigo de Jesús.
Lleno de
emoción al comprender que Dios era capaz de todo con tal de mostrarme su
especial cariño, le prometí que mi vida iba a ser como un lindo pesebre que yo
fabricaría con toda la hermosura de mi imaginación de niño.
Desde
entonces, Señor, he vivido días y años muy llenos de gozo, en tu cercanía. Tú
me has ido mostrando, a lo largo de esta historia de tu presencia de pobre en
el mundo, que ese pequeño pesebre de mi infancia tiene validez, también ahora,
al caer la noche.
El centro de
todo era el Niño. Yo leía, debajo del yeso mal pintado, el Amor Misericordioso
de Dios.
¡Mira cómo te
quiere!, me decía mi mamá. ¡Dios se hizo
niño, como tú! ... ¡Se hizo más pobre que nosotros! Ahora, debajo de todos los
envoltorios de la fragilidad humana, debajo de todas las precariedades de la
historia, mi Fe cristiana me hace encontrar al mismo Cristo del amor
incansable.
Debajo del
yeso de nuestra cotidiana historia, contemplo su vida, sus obras, sus palabras,
su acción redentora y su presencia de Resucitado. He releído muchas veces los
santos evangelios; los he meditado y los he predicado; he gozado estudiando
libros sobre Jesús; hasta he ido al cine para ver películas sobre él y los
santos que lo han imitado... Al final de todos los caminos me encuentro con
Belén, la Cruz y el Sepulcro vacío. En Belén está todo en semilla.
El Corazón
del Niño es el centro del mundo. Allí, en ese corazón, Dios se pone al alcance
de todos. Hasta los más pequeños se empinan para alcanzar a divisar a Jesús,
escondido entre tantos pastores, vacas, burros y ovejas... ¡Allí está El,
misterioso y cercano… grande y pequeño, Dios y hombre!... ¡Cómo quisiera vivir
siempre su bondad, su apertura a todos!...
Recuerdo la
voz de mi mamá: "¡Mira, hijo, mira cómo tiene los brazos
abiertos!"... y quisiera hacer de mi persona "acogida",
“cordialidad", "profundidad interior"...
El Niño no
está solo: "Esa señora, hijo, es la Virgen María, la mamá de Jesús...
Mírala, está inclinada con todo su ser hacia Jesús"...
Ahora la
contemplo: siempre mirando y escuchando a Jesús, guardándolo en su corazón,
siguiéndolo en todas las etapas de su vida: Belén, Nazaret, Jerusalén, en su
predicación por los caminos de Galilea, en los conflictos, en los momentos
grandes y en los difíciles, hasta la cruz...
¡Mamá, la
imagen de la Virgen está topando la imagen del Niño Jesús! ¿Por qué la ponen
tan cerca?"... Yo mismo, ahora viejo, me contesto con las teologías que no
quiso entregar mi mamá al preguntón de siete años. Es que María está siempre
muy unida a Él. En todo lo que El hace para liberarnos y salvamos, está ella
también ahí, unida, en su silencio, en su oración en que contempla los
misterios salvadores y, sobre todo, en su amor de madre, extendido a todos los
hombres... Ojalá todos sintamos la alegría que a ella le viene de la Buena Nueva...
Ojalá nos sintamos cerca de ese cariño de mujer, tan comprensivo con el dolor y
la esperanza de nuestra peregrinación humana.
Mi pesebre de
niño tenía también muchos caminos de cartón piedra, llenos de cantos de gallo y
de ángeles, mezclados con camellos y Reyes Magos. Pero, sobre todo, había
pastores y gente que venía con gozo por los pequeños senderos de mi
imaginación. Todos convergían en el Niño y en la Madre: José era el primero,
con su farolito que nunca se apagaba...
Hoy, por los
caminos de la Iglesia vienen las comunidades. Vienen a dar y recibir
fraternidad, espíritu de familia, amistad, alegría. De regreso, van llevando
más amor por la justicia, más fortaleza por superarse, más deseos de participar
responsablemente en los cambios exigidos por la Caridad y la Justicia.
Suben y bajan
los caminos cansados de la Esperanza. La multitud de los pobres va y viene del
pesebre a la cruz. Desde la pobreza del pesebre nos empieza a doler el alma,
enferma de mala conciencia al ver la realidad de la miseria masiva. Todo el
mundo está lleno de pesebres olvidados, de familias que no tuvieron ni tienen
lugar en la posada.
Desde el
Pesebre nace un clamor convertido en canto: está la voz del Niño que llora y la
de los ángeles y la de los pobres: “En la tierra, paz, a los hombres de buena
voluntad".
La buena voluntad
no está en los papeles dorados, ni en los globitos, ni en las luces
intermitentes, ni en la orgía de galletas y chocolate. La buena voluntad es
hacer caminos efectivos de Justicia y Solidaridad. Así nos quedará siempre un
sabor a Encarnación, lleno de la fuerza tremenda del Amor de Cristo.
Feliz
Navidad.
Padre Esteban Gumucio sscc
¡ME CARGA LA NAVIDAD!
Los recuerdos
y la reflexión del Padre Esteban sobre la Navidad que nos brinda el texto
anterior, me dejan con un sabor agridulce. En su primera infancia, él descubrió
a Jesús en el pesebre. Una revelación que fue madurando a lo largo de su vida,
y comprendida en mayor profundidad en el marco del anuncio del Reino de Dios, y
luego de la muerte de Jesús en la Cruz y de su Resurrección. La Navidad cobra
pleno significado, pues, cuando es mirada desde su vida entera y su misión como
testigo del amor del Padre. Pero no siempre somos capaces de vivirla de ese
modo. En mi caso, la Navidad no ha sido importante para mi fe. Diría que las
mías, han sido navidades sin Jesús.
Si me vuelvo
hacia mi infancia, me viene el recuerdo de los nervios míos y de mis hermanos y
primos menores, arrimados a la puerta de vidrio del comedor, atentos a la anunciada
y fugaz aparición del Viejo Pascuero. Pero al delinearse su figura a contraluz,
sospeché que, en realidad, era el tío Moisés quien entraba por la ventana,
arrellenado para parecer más gordo, cubierto con una bata roja y cargando un
saco al hombro. Y espontáneamente exclamé: ¡es el tío Moisés!... pero recibí al
instante un combo en la guata propinado por mi hermano mayor. Es la primera
Navidad de que tengo memoria.
Ya más grande,
consistía en una cena familiar más surtida, con damascos, cerezas, galletas y
chocolates. Y le seguía la Misa del Gallo en la parroquia de El Bosque, a la
que acudíamos con mis padres y hermanos en traje dominguero. Se hacía lo que
había que hacer. Pero allí no estaba Jesús. No recuerdo alguna vivencia
religiosa asociada a la Navidad, las que sí tuve en otros momentos de mi
juventud.
Con el tiempo,
las cosas empeoraron. Me casé, viví en Costa Rica con mi esposa y mis dos hijas
pequeñas; ciertamente cumplimos con el ritual de repartir regalos junto al
árbol de Pascua. Vivíamos en un contexto no religioso. Pero vino el quiebre de
mi matrimonio; nos separamos, y mis hijas debieron alternar con quién pasaban
las fiestas. Las tensiones que esto producía, y cierto desgarro de ellas que,
según el caso, echaban de menos a su mamá o a su papá, me llevaron a odiar aún
más la Navidad. Era una fiesta impuesta por la costumbre, supuestamente en
honor de la familia, pero ¿qué hacer con una familia disfuncional, como tantas
otras? Bastante más tarde, cuando llegó mi hija menor, repetíamos el libreto, hacíamos
el show de auscultar el trineo en el cielo de la noche, mientras mis hijas
mayores ponían los regalos junto al árbol. Sólo las veces que me quedé solo,
sin fiesta ni familia, me pude acordar de Jesús
Desde que
llegué a vivir en Chile, la fiesta de la Navidad me fue presentando otra cara, igual
o más frustrante. Veía las carreras y los sudores de tanta gente, apretujada y
de mal genio, afanada en comprar un regalo barato para que nadie quedara sin el
suyo. Odio hasta hoy la insistente publicidad de la televisión, la caricatura
de la felicidad, por cosmética y engañosa. ¡Pascua feliz para todos!... Ello siempre
ha golpeado mi conciencia social.
La experiencia
que nos relata el Padre Esteban, frente al pesebre y junto a su mamá, me anima
a reavivar mi fe cristiana. Allí él descubre el amor misericordioso de Dios,
encarnado en la extrema fragilidad de un niño recién nacido. Su testimonio me
induce a releer los evangelios, revisar mi vida y la de mi sociedad, donde
tantos niños no tienen cabida en el hostal. Pero para ello debo apartar de mi
vista la fiesta del comercio, y resistir las distracciones del oropel, las
luces, chocolates, galletas y envoltorios de regalos. No es fácil abstraerse. Probablemente
a muchos le sucede lo mismo.
Andrés Opazo
DESGARRO
Navidad, ha sido disociación, por años. La celebración
por el nacimiento de Jesús se enturbia por la manera cómo organizar la
festividad con los niños. Cuando los dos mayores llegaron a los ocho y trece
años, la familia se quebró. Padre y madre viviendo el dolor y la rabia por los
hechos ocurridos. Por las causas de la ruptura.
Los niños sufriendo, a veces en silencio y otras con la fuerza de su
desgarro. Ese era el marco. Todos divididos aun cuando tratando de aparentar
normalidad. Los primeros años, quizá seis o siete después de la separación, iba
a casa de los niños a compartir la cena de navidad y el rito de los regalos
hasta que cansados emocional y físicamente nos despedíamos cerca de la
medianoche para entrar en la soledad más profunda. Nada sería igual, el corazón
quedaría roto para siempre. Pasados los años, crecidos los hijos, plantearon que
la celebración debía ser por separado. La noche de navidad con la mamá y el
almuerzo de pascua con el padre. Y así se hizo hasta ahora. Este año las cosas
vuelven a cambiar. De los tres, todos casados, solo uno está disponible para la
celebración, por tanto la rutina cambiará totalmente. No habrá encuentro de mediodía
el 25. El rito quedará para vivirlo lejos de ellos. La misa de navidad será un
momento para recordar a los hijos, pero difícilmente podremos encontrarnos.
Para ellos la iglesia, sea cual fuere la expresión, está muy lejos de su
interés. ¿Desencanto, malas experiencias, falta de ejemplo, un mal cauce? ¿Todo
junto o más? No lo sé. Todo está muy lejos de sus preocupaciones.
Jesús se acercó mucho más desde hace pocos años. Ese
Jesús de carne y hueso tan bien descrito en todas sus circunstancias por el teólogo español José Antonio Pagola. Estuvo
entre nosotros. Cuando lo vimos en la cruz fue aún más doloroso. Como lo son
las navidades desgarradas por la atomización de la familia.
Rodrigo Silva
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