FRANCISCO: CONSISTENCIA Y CONTRADICCIONES

La semana pasada hicimos una pausa. La presencia del Papa en Chile fue tan contundente, como hermosa y polémica. Es el gran tema de esta entrada. Andrés Opazo evalúa su presencia, su discurso, su cercanía y sus contradicciones y el rol de la iglesia. Y Rodrigo Silva comenta su experiencia, como miembro del coro que participó en la Misa del Parque O´Higgins. Concluye con un breve apunte sobre la misericordia. Les invitamos a compartir, a difundir,  a debatir y a escribirnos.
Durante febrero no vamos a publicar por vacaciones para retomar nuestra comunicación con ustedes a partir del 1 de marzo. Hasta pronto!


LA VISITA DE FRANCISCO: DESDE LO MEJOR HASTA LO MÁS FEO

La presencia en Chile de un Papa de nuestro idioma y cultura tuvo de todo. Un profundo y atingente mensaje plasmado en sus intervenciones y bellas homilías; una agenda deslavada y defensiva a cargo de la autoridad eclesiástica nacional; y un punto negro al final.

Una gran innovación de Francisco como Papa, ha sido el carácter de los temas que trata y el lenguaje que emplea. Lejos del pomposo discurso eclesiástico tradicional, él predica la Buena Nueva de Jesús que, desde el aquí y el ahora, interpela a la condición contradictoria y herida de nuestra humanidad, para encender allí una luz de esperanza. El Papa no habla de doctrina, sino del corazón bien dispuesto hacia los desvalidos y olvidados: cesantes, mapuches, migrantes, jóvenes, viejos, niños abusados; en fin, los rezagados en el injusto y tecnocrático paradigma vigente en Chile y en el mundo. De esto dan cuenta las intervenciones de Francisco.

Aludió varias veces al concepto de Patria, no patriotero sino como tarea y desafío de futuro. A la Universidad Católica la instó a no refugiarse en su condición privilegiada, sino a instalarse en el espacio público, para contribuir con una convivencia nacional de mayor calidad, integrando realidades diversas y dinámicas, y haciendo converger lenguajes y sabidurías de honda raíz popular. La visita de Francisco a la cárcel de mujeres fue momento de conmovedora densidad. Las internas le expusieron su gama de errores y dolores, y la hermana capellana hizo ver a la prisión como destino natural de la pobreza. Ante una realidad así de dramática, el Papa las animó a no resignarse. Si bien se encontraban privadas de libertad, no por ello debían despojarse de su dignidad. Les recordó el pasaje en donde Jesús, ante el llanto por una joven recién fallecida, le dice: “Niña, yo te lo ordeno, levántate”. Llamó a enfrentar la propia realidad, con la mirada puesta en un futuro al alcance según el esfuerzo y capacidad de superación. También pidió mayor humanidad a la institución carcelaria, así como iniciativas reales para procurar la rehabilitación de las internas.

El Papa recordó y contextualizó su mensaje habitual crítico del sistema imperante y esperanzado en un cambio. Enmarcado en este horizonte, hizo un llamado a los pastores de la Iglesia y a los religiosos, a no seguir añorando un pasado de gloria y reconocimiento social, sino a enfrentar su misión en un país en proceso de cambio acelerado. Un tema que amerita un tratamiento detenido y que excede los límites de esta página.

Pero justamente, la inercia y la lejanía de la Iglesia chilena respecto de la realidad nacional, privó a la visita papal de mayor impacto en el acontecer del país. Fiel al Concilio Vaticano II, que abrió a la Iglesia a un diálogo con el mundo y a hacer suyas sus alegrías y dolores, Francisco ha acogido y reconocido la realidad del mundo. Sin embargo, no hubo diálogo sustancial y relevante con la realidad chilena.

El tema de los pueblos originarios estaba contemplado en la agenda. Pero, ¿por qué no se le organizó un encuentro con dirigentes del pueblo mapuche? Ellos podrían haber justificado su lucha por recuperar dignidad y tierras usurpadas, algunas incluso ocupadas posteriormente por instituciones de Iglesia. Allí se abriría un diálogo de verdad, lo que le habría hecho muy bien a Chile.
¿Por qué no se hizo resonar la voz de los migrantes ante la Iglesia y todo el país?
¿Por qué no se pensó en un encuentro con movimientos sociales, tal como ocurrió en otras visitas papales?
¿Por qué la ausencia de las mujeres organizadas y de sus reivindicaciones?
¿Por qué se omitió todo acto ecuménico, de comunión con otras iglesias cristianas y con dirigentes de otras religiones?
Y quizás lo más impactante para el momento vivido: ¿por qué el Papa no recibió a las víctimas emblemáticas abusadas por sacerdotes? La expresión de vergüenza y la petición de perdón hechas públicas por él, podrían haber alcanzado un significado más auténtico en un encuentro cara a cara. De allí podría haber florecido la posibilidad de un real perdón y reparación. Pero en su lugar, se fraguó a última hora una reunión secreta y anónima con algunas víctimas escogidas.

Ese diálogo franco y sincero no estuvo en la agenda. ¿Por qué? ¿Por miedo a las verdaderas cuestiones? En cambio, la jerarquía chilena se ocupó con sumo cuidado de concentraciones multitudinarias y su seguridad. Allí explayó su liturgia tan poco significativa. Un espectáculo protagonizado por el clero ante un pueblo pasivo y lejano. Vestiduras y sombreros estrafalarios que se sacan y se ponen según el momento, asistentes que deambulan con cruces y velas, abundante humo de incienso y muchas reverencias. Todo en un amplio escenario. A la muchedumbre espectadora, sólo le quedó vestirse de amarillo con blanco, y agitar banderas del Estado Vaticano. ¿Está allí la Iglesia?

Y al final, el punto negro. Sintiéndose respaldado por el Papa, el obispo Barros no vaciló en dejarse ver en público. Y vino la frase tan comentada: “no hay pruebas, todo es calumnia”. Para el Papa sólo existía lo jurídico, ignoraba la demanda de las víctimas de abusos sexuales y de la comunidad eclesial de Osorno. Los trataba de calumniadores, tal como antes lo hiciera la jerarquía chilena. Rechazaba ahora la crítica y el reclamo, algo tan estimulado por él mismo ante los jóvenes. En última instancia, el Papa renegaba en los hechos, de la idea de una Iglesia como pueblo de Dios capaz de expresarse, concepto que siempre orientó su discurso. Una patente inconsecuencia. Por otra parte, acusar de calumnia al que protesta, no es sólo un error sino un grave pecado. Y esto no es ningún agravio, pues Francisco se reconoce a sí mismo como pecador; como todos nosotros, que juzgamos indebidamente y suponemos intenciones torcidas en los demás. El pidió pronto perdón por su forma de referirse al tema, pero al parecer, en forma no muy convencida.

Este incidente, que desgraciadamente ensució toda la visita del Papa, nos mueve a sacar conclusiones provechosas. La reforma de la Iglesia es tarea ardua y de largo plazo. Para nuestra fe, es obra del Espíritu Santo. No hay superhéroes que la gestionan desde la cúpula; ella madura desde abajo, en el esfuerzo de crear comunidad, en el compromiso con los rezagados, en la oración que pide la asistencia del Espíritu, en la esperanza y la acción de gracias. La perplejidad causada por la visita del Papa al Chile de hoy, ya mayor de edad y bastante más lúcido, deberá suscitar una profunda reflexión de cara a lo acontecido en Jesús.

Valoramos supremamente el pontificado del Papa Francisco y rezamos por él. Pero hace mucho tiempo que no creemos en infalibilidad alguna. El Papa trajo a Chile lo mejor de un legado que amerita una meditación en paz. Pero el ruido de la institución que dirige tiende a enturbiar su voz.

Andrés Opazo


MI EXPERIENCIA CON EL PAPA. ENCUENTRO DE VOCES

Entre el anuncio y su aparición en el parque pasaron algunos minutos eternos. Todos queríamos verlo. Tantas veces, cientos de veces su imagen por la televisión, pero nunca antes verlo de verdad. Allí. Al hombre de carne y hueso saludando desde su vehículo abierto, en medio de los vítores de miles de personas, agitando sus pañuelos y gorros, grabando en sus celulares. Dejando el registro para el resto de la vida. Ese fue un momento que me produjo una emoción muy profunda. Llevábamos dos horas en la tarima del coro ubicado al costado del altar, en el presbiterio, cuando le vi a lo lejos. Allí se cristalizaba todo. Francisco estaba con nosotros.

Meses antes, como miembros de uno de los coros de la parroquia San Juan Apóstol de Vitacura aceptamos la invitación y nos inscribimos para formar parte del gran coro que participaría en tres eventos de la visita en Santiago: la misa del Parque O´Higgins, el encuentro de religiosos en la catedral y la reunión con los jóvenes, en el templo votivo de Maipú.

Reconozco que apunté mi nombre aun cuando detesto las aglomeraciones. Me inscribí para no ir. Curioso y contradictorio, pero así fue. Inscribirse para participar en un gran coro y al mismo tiempo rechazar la idea de un evento de miles de personas. Pero así fue.

A las 3:35 de la mañana del martes 16 de enero estábamos instalados en un bus que nos llevaría al parque. La mañana era fría, pero el espíritu cargado de ansiedad superaba el sueño y cualquier incomodidad potencial. Finalmente seríamos unas quince personas del coro de la iglesia las que llegamos al final. Superamos el cansancio, las eventuales críticas por cierto desorden en la estructura de los ensayos o el carácter de algunos “jefes de cuerda” (personas que están a cargo de preparar y dirigir los ensayos de cada una de las voces). En ese momento todo estaba superado. El objetivo se debería cumplir en algunas horas más.

Como en la preparación de un gran evento pasan muchos meses, la recomendación es gozar y agradecer cada instante, porque el evento en sí mismo, es muy corto. La misa por la paz sería breve. Se vive como película en cámara rápida. No hay tiempo para digerir la experiencia. Eso vendrá después. Ahora es el momento.

En el primer ensayo, cuando nos juntamos todas las voces en el antiquísimo patio del Colegio de los Padres Franceses de la Alameda, mi decisión brotó espontánea y natural. Imposible abandonar. No habría tumulto o incomodidad que me hiciera desistir. Me quedaría hasta el final. No importaría el calor o el cansancio. Todo sería superado. Y así fue. Era imposible desechar una oportunidad para recibir un regalo que me provocaba tanta emoción y placer. Lo escribí antes y lo repito. En el momento en que el grupo de los bajos,  personas totalmente desconocidas, provenientes de las más diversas parroquias y sectores de Santiago,  alzó su voz, sólida y potente, para mezclarnos con sopranos, contraltos y tenores, unidos en un deseo y sentimiento común era imposible decir no pertenezco. Por el contrario, de aquí soy, nada podrá impedirlo, dejémonos llevar por este cauce de amor:  

/: Chile, una mesa para todos;
Chile, una patria donde todos podemos estar:/

Cristo, Señor y Rey del universo,
del cielo y de la tierra y Chile entero.
Señor, de norte a sur, de la pampa y el mar,
/: De las montañas, ríos y lagos,
de los campos y valles, tú eres, Señor:/

Chile, una mesa para todos fue el primer canto en el entorno de las ocho de la mañana, quizá un poco después. El parque se veía repleto. Gorros blancos y amarillos predominaban. Todo ordenado. La mesa estaba preparada. El director, sacerdote Orlando Torres, se encargó de hablar y animar a los asistentes. Es hermoso escuchar que varios miles, quizá cien mil o más responden a la pregunta sobre el conocimiento de una canción y luego cantan, acompañando al coro, sintiéndose tan o más participes que nosotros, del orden de cuatrocientas voces, más una orquesta de treinta personas, entre niños, jóvenes y adultos. Allí la emoción inunda. Y nos sentimos en éxtasis.

Al segundo ensayo, el gran grupo ya estaba dividido. Por edades, laicos y religiosos. Unos estaríamos en el parque, otros en la catedral y los otros en Maipú. Así, los ensayos fueron diferenciados. Más eficiente, más claro y más ordenado. Hasta que llegamos al ensayo final y la prueba de sonido en el parque, el domingo 14 de enero, con ese calorcito de enero que aplasta. Nos reunimos en el subsuelo de la cúpula del parque, ese gran recinto de masivos recitales y que alguna vez albergó a un bochornoso partido de tenis por Copa Davis en que volaron las sillas y se generó una gresca de proporciones. Hoy se llama Movistar Arena. Allí estuvimos ensayando todas las voces por al menos un par de horas para luego de una considerable espera y de excesivas declaraciones de medidas de seguridad accedimos al escenario real, a la derecha del altar. El parque lucía desierto aún. Las sillas llegarían al día siguiente. La prueba de sonido, como siempre, es un proceso lento. Se repite una y otra vez hasta lograr el equilibrio entre la orquesta, los solistas y el coro. Todo estaba listo para nosotros. Diez para las nueve de la noche del domingo 14.

En la madrugada del martes el bus nos dejó muy lejos. Detrás del Palacio de los Tribunales, donde el diablo perdió el poncho. Literalmente. Fue un bus de alejamiento. Tuvimos que caminar una hora hasta llegar al subsuelo del Movistar, nuestro lugar de encuentro. Pero fue interesante porque vimos a miles de fieles personas que con tranquilidad y hasta con resignación esperaban con santa paciencia para ingresar al parque por la Avenida Rondizzoni, puerta 5. Eran cuadras y cuadras de personas. Un verdadero “mar humano”, rodeado por vendedores de todo lo que se nos pueda ocurrir, desde gorros, banderas, poleras, llaveros, calendarios. Un festival ambulante.

El sol irrumpió con fuerza esa mañana. Como la voz masiva de la canción “el peregrino de Emaús”, que fue coreada por la multitud, porque es de esos temas que se han transformado en un patrimonio de Chile. Y para mí,  una múltiple emoción porque Andrés Opazo, el compositor, es un hombre tan cercano como admirable, fundador de Los Perales grupo insignia del canto religioso en el país. De alguna forma me sentí como el embajador del grupo en medio de este coro multitudinario del parque. Los que estábamos en la tarima y la asamblea de la explanada.

Fue difícil escuchar la homilía de Francisco, no por falta de deseos sino porque el sonido para nosotros era complejo. Se escuchaban ráfagas, bocanadas de una voz parsimoniosa que de pronto se apagaba y quedaba convertida en murmullo. Ráfagas, bocanadas de una voz parsimoniosa que de pronto se apagaba y quedaba convertida en murmullo. Nuestro rol no era escuchar sino ser escuchados.  Y eso lo cumplimos. Nos quedamos envueltos en emoción y excitación por las horas vividas. Terminada la misa compartimos algunos alimentos con las personas de nuestra parroquia, saludamos y agradecimos. Y más tarde caminamos cuadras y cuadras hasta llegar a una estación del metro para retornar.

Todo fue un gran ejercicio de paciencia, de disciplina, de obediencia, de adaptación, de superación de incomodidades. De humildad. De entrega. Reconozco la seriedad de las personas que atendieron y guiaron nuestra cuerda. Su pulcritud y exigencia, hasta el final. No somos un coro más. Tenemos que cantar perfecto. El que no se sienta cómodo o no se sepa alguna de las canciones, mejor que se retire. Así lo dijo el propio director, la mañana del martes antes de subir al escenario. Luego rezamos, nos encomendamos a la virgen y nos formamos en una larga fila de dos en dos, para emerger por la rampa del sótano e ingresar al parque.

Cada uno de nosotros guardará el recuerdo de un evento único e irrepetible en la vida. Un hecho extraordinario. Todas las canciones se volverán a cantar, incluso por años. Pero nunca en ese mismo lugar, con el Papa Francisco, que ya está en Roma. Su visita ha concluido. Hoy son otras voces desconcertadas que claman explicaciones. El Papa se ha disculpado por dichos inadecuados que han violentado a víctimas de abusos sexuales por parte de miembros de la iglesia. Y a tantos más. Antes había perdido perdón en La Moneda, porque estaba avergonzado. Luego se disculpó en el avión de regreso a Roma. La iglesia está viva.

Rodrigo Silva

MISERICORDIA

El Papá se equivocó y provocó mucho dolor y desconcierto. Como lo hemos hecho cada uno de nosotros en nuestra vida. Y nos sentimos perdonados. Intentamos no repetir conductas que provoquen daño. Pero no siempre tenemos la delicadeza y la capacidad para situarnos en el lugar de los otros, de escucharles, de comprenderles y de creerles.

El Papa es tan humano como cualquiera. Pero es el Papa, un líder moral que trasciende a los cristianos o católicos. Por eso sus palabras son tan determinantes. Pero es tan frágil como tú o yo. Pero es el Papa y le exigimos. Lo criticamos y lo respetamos. Admiramos lo que está haciendo por la iglesia. Su claridad para enfrentar los problemas. La manera simpe y sencilla, pero tan clara y hermosa como se dirigió a cada uno los auditorios que le escucharon en Chile. A las presas, a los jóvenes, a los religiosos, a los académicos. A todos les habló desde el corazón y la razón. Fue profundamente humano. Tanto que se equivocó, particularmente por el controvertido caso del obispo de Osorno. Pidió disculpas, a mi juicio insuficientes. Pero lo hizo.

Así como nos pide que recemos por él, también nos pide que le perdonemos. Que lo de Barros sea mínimo al lado de su gran palabra, pero igualmente importante en el contexto de las víctimas, de los abusados y de quienes desean verdad para reconstruir sus vidas y, por sobre todo, para evitar más víctimas en el presente y en el futuro.

Sintámonos agradecidos por los encuentros con el Papá, como por la valentía y el tesón de años de Murillo, de Cruz o de Hamilton. Y de todos aquellos anónimos que han vivido experiencias de abuso. Con todos estamos en deuda. Y la iglesia y el Papa podrían hacer mucho, pero muchísimo más.

Rodrigo Silva




Comentarios

  1. Francisco "venit". No vió ni venció. Pese a que ciertos espectáculos más bien recordaban la llegada del César Imperator, después de su campañas, con trofeos , fervor popular. . . y víctimas.

    No vale la pena comentar los desaguisados ofensivos y la soberbia del poder.

    Pero nos queda claro algo que debemos atesorar y trabajar como los denarios de la parábola. Que, "habenti dabitur" (su verdadero sentido) = tenem os una Fé que se nos dá como Gracia de Dios. Un albedrío de los HIjos del espíritu conquistado por le Cruz y la Resurrección.

    ¡SOMOS LA IGLESIA! Capaces de plantar cara a adoctrinamientos espurios, vanidades mitradas y oscuridades plasmadas por el poder temporal, convertido en Estado papal.

    Tenem os un mandado de Amor y un mundo al cual convencer, mediante testimonio, no documentos teologales. Tenemos enfrente hermanos que sufren injusticia, abuso y, más encima. vilipendiados papalmente.

    A ellos y todos los "anawim" de Dios nos debemos. "Id y evangelizad la Tierra". Toda la Tierra de hombres mujeres, mares, bosques y desiertos.

    Yo comenzaría por eucaristias, sencillas, convocantes de solidaridad. No para desafiar. El Papa es el Jefe sacramental de nuestra Fe. Pero no es la Fé

    El Corpus Christi somos NOSOTROS. No por mérito sino por la gracia pascual Hagamos nuestro camino. Está marcado. Por el Bautismo. "In Principio". Tenemos tanto qué hacer. Un mundo (la Creación) que, como dice San Pablo, se atormenta esperando.

    Hemos tenido de todo en estos 21 siglos. Papas como Bonifacio IV. Borja, Colonna, Médicis. recientemente, varios de cuyo nombre es mejor no acordarse. Pero también ,a luz, la candela de Juan XXIII y el Espíritu en su Concilio También un Poverello, Alberto Hurtado. Esteban.

    ¡Avanti, popolo!

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