POLITICA E INMIGRANTES
Dos textos acompañan esta entrada. Uno de Andrés Opazo, en que aborda determinadas preguntas sobre la política y la forma cómo deben ser enfrentadas desde su perspectiva cristiana, sobre todo teniendo en cuenta el mensaje de Jesús. Y Rodrigo Silva aporta una mirada sobre los inmigrantes. Todo cuánto han dejado en sus países de origen para llegar al nuestro o a cualquier otra realidad. Dos temas que serán debate intenso por la visita del Papa Francisco a Chile.
PREGUNTAS SOBRE POLÍTICA
Resulta obvio
que las preguntas en este plano se derivan de la visión que uno tiene del país,
así como de las aspiraciones sobre lo posible y deseable. Aparte de naturales
simpatías y animosidades, deberíamos esforzarnos en analizar nuestra realidad desde
valores morales universales, posibles proyectos de vida buena para todos,
acabando con la exclusión. Y más aún debiera pedirse a los hombres y mujeres
que pretenden realizar una opción preferencial por los pobres, según el mensaje
de Jesús, que asumió la causa de los humildes y despreciados de su tiempo. ¿Puede
ser otra la política para un cristiano?
El rector
Carlos Peña, sostiene que el resultado de las recientes elecciones ganadas por
la derecha confirma su tesis de que los chilenos prefieren la causa de la “modernización
capitalista”, en lugar de las transformaciones sociales impulsadas por la
centroizquierda. Dicho en forma más simple, que en este país la gente se centra
en su propio bienestar, consumo y ascenso social, y otorga apoyo político a
quien lo asegure. La derecha interiorizó la tesis de Peña; se expresó la “voluntad
popular”. Pero un error metodológico carcome la conclusión del rector. Confunde
a los electores que efectivamente votaron por Piñera, con el conjunto de todos
los chilenos. Un ejemplo: en Vitacura votó el 73% de la población, mientras en
La Pintana un 37%.
Es la
tendencia general entre los pobres y desfavorecidos en la educación. Este
amplio sector casi no vota, es políticamente marginal; un indicador más de la
multifacética exclusión social. Quizás la inmensa población periférica del país,
ya se resignó a la incapacidad de la política para construir equidad. No parece
creíble, entonces, que esa población excluida esté satisfecha con la llamada
modernización capitalista (operada por el gran capital), que la mantiene a
distancia sideral respecto de la minoría que sí es feliz. Efectivamente, una
abstención del orden del 50% invalida la tesis de Peña, pues la votación de la
derecha no superaría el 30% de los potenciales electores. ¿Se podría hablar tan
alegremente de voluntad popular? Con el agravante de que el temor a una
profundización de las reformas, desató en la clase alta una inusitada
movilización que la llevó hasta el último rincón del país. El éxito de su
campaña demostró, además, su tradicional dominio de la técnica electoral. Pero ¿se
expresó por ello la voluntad popular, de todos los chilenos?
Otra pregunta
pertinente. Piñera asumió las banderas de la centroizquierda y se comprometió a
no desmontar las reformas políticas y sociales en curso. ¿Será posible cumplirlo?
La duda se funda en la sospecha de que el poder real en Chile no lo detenta
tanto la clase política, sino el poder económico, los grandes gremios
empresariales: la CPC, la SOFOFA, la SNA, los bancos, las cámaras de comercio y
la construcción... Por más que abunden los empresarios progresistas y
altruistas, tales gremios se constituyen para la defensa de los intereses de
los asociados. Sus dirigentes son elegidos para esa finalidad, y si no lo
consiguen, los echan. La misión de un gremio empresarial es la de presionar a
la política en beneficio propio; en última instancia, para el incremento del capital.
Aspiran a que toda actividad en el campo económico y social, sea ejecutada por
privados a fin de convertirla en negocio, en mayores utilidades.
No podría
extrañar, entonces, que resistan no sólo a una reforma laboral o tributaria,
sino también a reformas de la educación, de la salud, del sistema de pensiones,
de vivienda social, o del derecho de los consumidores. Una mayor presencia estatal
incide en la reducción del rol empresarial en tales servicios, hasta ahora campo
privilegiado de inmensos negocios y ganancias. De allí la extrema politización
e ideologización del empresariado chileno. ¿Podrá aceptar esa derecha económica
una política de redistribución de la riqueza, para otorgar mayores recursos al
Estado y satisfacer urgentes necesidades del grueso de la población?
Desde el ángulo
opuesto, es decir, a ojos de la mayoría carente de acceso al poder y a las
decisiones políticas, la realidad de nuestro país, supuestamente ilusionado con
su “modernización capitalista”, es muy sombría. No podría desconocerse el progreso
económico y social de las clases más bajas, pero éste ha sido conquistado con sangre
y cárcel de líderes sindicales y dirigentes poblacionales (toma de terrenos y
campamentos). Es cuestión de recordar el origen de nuestras poblaciones. Nada
se ha regalado ni se regalará.
Pero aún con ese
progreso, la mitad de los chilenos hoy gana menos de $ 300.000, un poco más que
el salario mínimo, insuficiente para mantener una familia. Miles de ellas viven
en casas estrechas y deterioradas, o hacinadas en departamentos de vivienda social,
y en poblaciones que no han conocido nunca el equipamiento urbano: arboledas,
lugares de esparcimiento, servicios adecuados de salud, de transporte, de
educación. Nuestros viejos, después de trabajar toda una vida, reciben
pensiones miserables. La desesperanza y carencia de oportunidades acecha a
nuestros jóvenes de ambientes populares, y los empuja a optar por la
delincuencia, incluso previendo la respuesta represiva del Estado que
condiciona sus vidas enteras. Se podría abundar hasta la saciedad sobre la injusta
realidad del Chile de hoy. Si el atraso del país fuese uniforme y generalizado,
y se desconociera el privilegio de unos pocos, no tendríamos problemas de
conciencia moral, ni nos haríamos preguntas sobre la política.
Al expresar
estas inquietudes se me tacha de ser una persona muy ideologizada. Sin embargo,
yo aludo a realidades patentes, a las carencias de miles de hombres y mujeres,
de ancianos, jóvenes y niños. No arranco de ideas abstractas, sino desde una
cuestión de humanidad. La ideología viene después, como una indispensable visión
de lo posible y deseable a partir de valores universales. Estimo que en plano de
las ideas y su transmisión reside el gran vacío de la política chilena. Por
ello me desconcierta una postura tan banal en boca de un rector de universidad
como Carlos Peña. El sólo toma en consideración los hábitos de consumo del
presente como determinantes de la política, sin proyectar inquietudes,
horizontes de valor, apertura de espacios hacia una mejor democracia.
Concluyo
poniendo el énfasis en que toda interrogación sobre la política debe fundarse
en una perspectiva moral. Y ésta no debería echar mano a grandes discursos o
ideologías generales, sino ajustarse a los hechos, a la realidad tal como es
vivida por personas humanas muy concretas. Ello vale aún más para un cristiano
y una Iglesia, si desea asumir la misión de iluminar horizontes de humanidad.
Ella podría aportar una mística, una espiritualidad fecunda, encarnada y contagiosa.
Para ello deberían refrescar el recuerdo de Jesús, y desde allí repensar su rol
moral y político ante la realidad del país.
Andrés Opazo
INMIGRANTES
Cuando vemos a un inmigrante, generalmente pensamos en el
impacto que nos provocará su presencia. Ayer, cómodamente sentado en la butaca
del automóvil, en el entorno de las cuatro y media de la tarde, con treinta y
un grados de calor en Santiago, me detuve frente a un semáforo en la Avenida
Costanera, frente a la Embajada de los Estados Unidos. Aire acondicionado,
música clásica en el interior. Un privilegio. De pronto, una pareja de mujeres
de raza negra cruzaban de lado a lado. De vereda a vereda. Curvaturas
pronunciadas, ropas oscuras y peinados como de la década del sesenta, esa
suerte de “gatos”, en este caso con bastante volumen. Una de ellas llevaba una
guagua en brazos, que no tendría un año. Por su apariencia podrían ser madre e
hija. Me pareció. O las vi así. Esa era la imagen. Y pensé en ellas caminando
en un espacio probablemente tan distinto, en su lugar de origen. Con otros
aromas, otros sabores y colores. Otro vestuario. Música diferente. Cadencias
distintas. Cuánto han dejado los inmigrantes. Cuánto han perdido. ¿Qué han
ganado? Porque Santiago, las principales ciudades y los pueblos del país están
cambiando su aspecto con una presencia masiva de inmigrantes, muchos de ellos
de raza negra. Que se notan.
Ayer, también, al mediodía vino a la oficina una mujer
venezolana. Debe bordear los cincuenta años. Poco más, poco menos. Bien tratada
su cara y quizá algo de su cuerpo. En algún minuto de la conversación comentó
que su marido era cirujano, pero no plástico, anunció al instante, como
diciendo él no tiene nada que ver. No me ha intervenido. Pero ese no es el
fondo. Sus tres hijos viven fuera del país. Se han ido en el curso de los
últimos años. Dos a Estados Unidos y la hija a Chile. Al parecer en buenas
condiciones económicas, a diferencia de otros miles de inmigrantes que han
llegado al país a trabajar en lo que fuere para no comerse los pocos ahorros
que tienen o para sobrevivir en condiciones dignas. Sus hijos dejaron su país
en una búsqueda de oportunidades económicas, como cientos y miles alejándose
del agobio. En algunos casos de la violencia extrema, en otros ahogados por la
falta de libertad. En fin, cada uno con sus particularidades. Pero todos cual
más cual menos dejaron a padres, hermanos, primos, tíos, amigos, los compañeros
del colegio o de la universidad, esos con los cuales en otras circunstancias se
juntarían para siempre.
De acuerdo a las estimaciones actuales, en Chile habría
del orden de seiscientos mil extranjeros residentes. Personas que vinieron a
quedarse. Otros tantos estarán en ese proceso. Quizá doscientos mil más.
Haitianos por cantidades, cada día más, en todas partes, en todos los pueblos y
ciudades. Ellos se notan todavía más por
su color, por su andar, por sus expresiones, por entender o por no hacerlo. Por
sus sonrisas, por su interés de agradar
o por querer actuar a su manera. Y luego dominicanos, venezolanos,
colombianos, desde luego peruanos, una inmigración que fue muy numerosa,
particularmente a fines de los noventa y comienzos de los dos mil. Y más,
bolivianos, argentinos, ecuatorianos. Hay zonas donde los inmigrantes ya forman
barrios y enclaves, como en Tarapacá y Antofagasta o en nuestra propia Región
Metropolitana. Escuelas del centro de Santiago, por ejemplo, donde la mayoría
de la matrícula es formada por hijos de extranjeros.
Los inmigrantes están provocando un cambio profundo en
nuestro país. La fisonomía de la gente cambió. Los colores cambiaron, el
lenguaje está cambiando, lentamente nos apropiamos de sus dichos como ellos de
los nuestros. Las comidas se enriquecen. Las arepas venezolanas se consumen en
“el bajón” de los matrimonios, o en el Cine bajo las estrellas, del Parque
Bicentenario, en Vitacura. Para que decir de la comida peruana, con más de
trescientos restoranes, o las bandejas paisa de los colombianos. En La Vega, en
Santiago, hay galerías completas de puestos de extranjeros que ya han hecho su
vida en el país. Y quizá nunca más regresarán a sus países de origen. Morirán
lejos de sus ancestros.
Tantos de ellos que cuando van a sus países, ya hablan
distinto. Lo hacen acá y lo hacen allá. Nadie les reconoce en su autenticidad. O
es que tienen una nueva.
Recuerdo que hace treinta o cuarenta años, muchas mujeres
chilenas que vivían en el exterior pedían que les llevaran un tostador de pan. Sí,
algo tan simple y sencillo. ¿Qué pedirán las colombianas, dominicanas,
venezolanas o haitianas? Qué afectos lejanos necesitarán para que su vida no
solo se construya de recuerdos y anhelos. Qué aromas de naturaleza extrañarán.
Qué humedades para que sus cuerpos mantenga la vitalidad de ayer.
Pensemos en los inmigrantes como una oportunidad de
encuentro, de enriquecimiento mutuo y también veámosles en sus necesidades, en
los afectos perdidos, en la naturaleza dejada, en el sacrificio que representa
cambiar la realidad, en este verdadero y profundo trasplante.
Rodrigo Silva
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