PROBLEMÁTICA VISITA DEL PAPA
Bienvenidos a un nuevo año de reflexión, esperando ser un aporte a la construcción de una comunidad que piensa y reza.
Andrés Opazo afirma que la solvencia ética es el valor supremo de toda sociedad. Y lo dice a propósito de la inminente visita del Papa Francisco a Chile, a quien califica como un referente moral. Un hombre que “reclama la justicia y la dignidad humana en toda región del mundo.” Que ha hecho una fuerte crítica al actual sistema económico y que se ha preocupado de la ecología y el cuidado de la tierra como casa común. Sostiene Andrés que su visita será problemática, porque su palabra incomoda y particularmente en virtud de lo que califica como la “penosa realidad de la iglesia chilena, a la que sólo uno de cada tres chilenos otorga credibilidad.” Este es el contexto de su reflexión titulada “UNA VISITA PROBLEMÁTICA”. Adicionalmente, reproducimos una carta del teólogo Antonio Bentué enviada al Obispo de Osorno, Juan Barros, a quien invita a renunciar, “como gesto de gran sabiduría y amor a la iglesia”.
Como siempre, todos invitados a comentar y compartir estas ideas y reflexiones.
UNA VISITA PROBLEMÁTICA
A algunos
escandaliza el alto costo financiero de la venida del Papa Francisco a Chile.
Ignoro si alguna vez una visita papal haya sido cuestionada por semejante tema.
¿No será que los chilenos de hoy miramos antes que nada el bolsillo, como
reacción casi instintiva? ¿Ocurrió lo
mismo con Juan Pablo II? ¿Se inquietaron los colombianos por una visita harto
más larga y costosa? Parece que estimaron que la anhelada paz, la unidad
nacional, el sueño de un país mejor en lo social, político y espiritual,
merecían el esfuerzo. ¿No será que en Chile nos seguimos creyendo los jaguares
y tememos al escrutinio público? Pues la visita de un líder moral de la
envergadura de Francisco no puede dejar indiferente a nadie.
Otros,
atrapados en un laicismo un tanto miope y anticuado, objetan que un Estado
Laico reciba oficialmente a un dirigente religioso, sin percatarse de que, hoy
en día, todos adherimos a esa laicidad como un bien adquirido. Parecieran
desconocer que la solvencia ética es el valor supremo de toda sociedad. Y que
todo aporte a la causa es bienvenido, venga de budistas, musulmanes, católicos,
masones o ateos.
La verdad es
que, por su discurso y sus gestos, el Papa Francisco se ha convertido en una
figura moral reconocida universalmente. Reclama la justicia y la dignidad
humana en toda región del mundo. Ha desplegado insistentemente una crítica al
actual sistema económico, “que mata, que considera al ser humano en sí mismo
como un bien de consumo que se puede usar y luego tirar”. Ha enjuiciado a “los
mecanismos sacralizados del sistema económico imperante, que sostienen un
estilo de vida que excluye a otros y desarrolla la globalización de la
indiferencia”. Denuncia la cultura del bienestar que nos anestesia, así como
“la autonomía absoluta del mercado y la especulación financiera, que hacen que
las ganancias de unos pocos crezcan exponencialmente, mientras la mayoría se
queda cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”. Frases como éstas
abundan tanto en su Encíclica Evangelii Gaudium (números 53 al 67), como en sus
discursos ante diversos auditorios. Naturalmente, no caen bien a los oídos de
los controladores del sistema.
La ecología y
el cuidado de la tierra como casa común, es el otro gran tema de este Papa
profeta. Intenta mover las conciencias sobre el uso irresponsable y el abuso de
los bienes que Dios ha puesto en ella. “Hemos crecido pensando que éramos sus
propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. “La violencia del corazón
humano… también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en
el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes”. (Laudato Si)
Francisco clama por considerar el clima como un bien común, y no desestima
esfuerzos para aunar voces contra el calentamiento global. Y en torno a estos
temas no se queda en una fraseología genérica y aséptica. Aborda cuestiones muy
concretas como el cuidado de la diversidad, las leyes que regulan la pesca, la
producción de basura y la cultura del descarte. Dedica párrafos enteros al problema
del agua. “Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible,
en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso,
convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado”. (n. 30) A más
de un político o empresario chileno debería incomodar una sentencia como ésta.
Francisco se
dirige a todo el mundo, apuntando a las carencias, los sufrimientos y las
injusticias flagrantes que afectan a los más postergados, a aquellos a quienes
el actual sistema económico condena progresivamente a una vida inhumana. Y ello
no se consigna solamente en sus documentos doctrinales. Lo practica a través de
sus viajes. Visita a las regiones más afectadas por la violencia, la
discriminación y la pobreza: Egipto, República Sudafricana, Bangladesh,
Birmania, Colombia, Bolivia, entre otras. Hasta hoy no ha viajado a Europa,
salvo a Fátima. Su primera salida de Roma la hizo a Lampedusa, colapsada por la
inmigración africana. En cada país se ha reunido con pueblos originarios,
desplazados por prejuicios étnicos o religiosos, movimientos sociales,
migrantes. A su ritmo, la diplomacia vaticana se ha ido transformando en una
globalización de la misericordia. No debiera extrañar, entonces, las
prioridades de su visita a Chile: los migrantes y pueblos originarios. Y esto
ciertamente nos incomoda.
Resulta
evidente que, al dirigirse al mundo, el Papa no persigue intereses religiosos o
institucionales. Sólo hace como Jesús, que no vino a defender la religión y sus
derechos. El denunció como pecado la avidez por el dinero, el uso del poder que
subyuga al indefenso, la insensibilidad ante la suerte del otro. Llamó a la
compasión, al amor como servicio al prójimo, a la hermandad universal. Para
algunos fue una Buena Noticia; para otros, una pesadilla.
Quizás lo que
vuelve más problemática la visita del Papa Francisco, es la penosa realidad de
la Iglesia chilena, a la que sólo uno de cada tres chilenos otorga
credibilidad. Sin duda, su desprestigio radica en los abusos sexuales del
clero, un escándalo tan inconmensurable y patente, que no merece aquí un mayor
espacio. Pero tan grave como ello, es que la Iglesia chilena se haya hecho
irrelevante para la sociedad, a la que debería anunciar el mensaje de Jesús.
Mientras el Papa sale al mundo movido por la urgencia de un amor universal, en
Chile, la Iglesia permanece encerrada en sí misma. Fue la voz de los sin voz,
pero sus prioridades cambiaron. Recién recuperada la democracia, y ante la
enorme tarea de reconstrucción de una vida digna y fraternal para todos, se
concentra en la oposición al divorcio, como más tarde al aborto terapéutico o
al matrimonio homosexual. También levanta su voz contra una reforma educacional
que cuestiona sus privilegios. Todo ello no puede sino alejarla de la gente.
Puede suceder, entonces, que la Iglesia chilena sea la más temerosa por la
palabra del Papa Francisco.
El Cardenal
Bergoglio fue elegido Papa para reformar la Iglesia, una misión casi imposible
para un humano, que lo obliga a una prudencia extrema y a una gradualidad
inteligente. Ciertamente desearía realizar una visita como pastor y no como
Jefe de Estado, con todas las consecuencias no deseadas por alguien cuyo
referente es Jesús de Nazaret, y también para el Estado anfitrión y la sociedad
que lo recibe. Pero esa es una realidad geopolítica y no cabe más que
soportarla. Cuando hablamos de una Iglesia posible y deseable según la mente de
Jesús, no la imaginamos como el Estado Vaticano.
Pero el Papa
Francisco, como humano que es, además de argentino, directo, espontáneo y a
veces deslenguado, también comete errores. Aunque no me agradó su asistencia al
sepelio de Cardenal de Boston acusado de proteger una pedofilia en gran escala,
no me atrevo a emitir un juicio drástico, en vista de las necesarias
componendas que exige el camino tortuoso de la reforma vaticana. Pero lo que sí
estimo como un error muy grave del Papa, es el nombramiento del obispo Barros
en Osorno, y la descalificación que hizo de la protesta de la comunidad
eclesial. Si la nueva Iglesia por la que se empeña el propio Francisco, debería
desterrar el clericalismo y promover la participación democrática de los
fieles, no resulta comprensible que haga oídos sordos a una aspiración tan
sentida por la iglesia de base. Este empecinamiento papal puede menguar el
efecto beneficioso de su visita. La imposición jerárquica en el caso de Osorno,
es contradictoria con lo que fue la práctica pastoral del obispo Bergoglio.
Con todo, creo
que en la próxima visita papal terminará imponiéndose el buen sentido de los
miles de fieles, conjugado con el carisma, la cercanía, sencillez y calidad
humana del papa argentino, familiarizado, además, con la teología del pueblo
que lo inspiró.
Andrés Opazo
FACTOR DE CONFLICTO
En medio del verano,
la visita del Papa a Chile, del 15 al 18 de enero, sacará chispas. Removerá
conciencias y promoverá debates. Abordará temas candentes de nuestra sociedad
–migraciones, pueblos originarios, concepción y defensa de la vida, entre otros-
y, sin duda debiera tener palabras y evidenciar signos sobre los abusos
cometidos al interior de la iglesia y las reformas y acciones que requiere para
hacer frente a esta realidad. Tendrá admiradores y detractores. Y quizá uno de
los temas controversiales de su paso por Chile, tendrá que ver con el
nombramiento de Monseñor Juan Barros -15 de enero de 2015- como Obispo de
Osorno. Una medida que ha provocado divisiones e incluso palabras
descalificatorias del Papa contra miembros de esa comunidad.
En este contexto
reproducimos una carta enviada por el teólogo Antonio Bentué al Obispo Barros,
en la que le pide que renuncie, como un
“gesto de gran sabiduría y de gran amor a la Iglesia”.
“Estimado Obispo Juan:
Es la segunda vez que
me atrevo a dirigirte una carta. La primera fue en marzo de 2015, cuando
estabas recién nombrado como obispo de Osorno y no habías aún asumido ese
cargo. Hacía ya un tiempo que la situación vinculada a Karadima se había
destapado y ello había salpicado sus consecuencias a diversos eclesiásticos
vinculados al padre Karadima. Sobre todo a los tres últimos obispos salidos del
Bosque (Mons. Valenzuela, Koljatic y Barros), dejando de lado a Mons. Andrés
Arteaga que ya había tenido que renunciar como Pro-Gran Canciller de la UC y
después desgraciadamente enfermó en forma grave. Diversas conversas y
experiencias compartidas en comunidades católicas, incluyendo a muchos
sacerdotes y religiosos amigos, respecto a esa situación, me hicieron sentir
que no podía “correrme” de mi responsabilidad en hacerles saber a ustedes tres
lo que me parecía muy claro, y es lo que les transmití en una carta del 17 de
marzo del 2015, aconsejándoles, por el bien de la Iglesia, su renuncia al
carácter de obispo titular en las respectivas diócesis. Y a ti especialmente
para que renunciaras a asumir como obispo de Osorno antes que fuera demasiado
tarde. No fui el único que te lo aconsejó. Y al mismo tiempo le mandé copia de
esa carta tanto al Sr. Nuncio, como al Cardenal Ezzati quien me respondió
con una carta muy amable diciéndome que lo que yo había hecho era una
actitud evangélica.
Pero la situación no cambió para nada y ha ido empeorando
particularmente en Osorno, con una diócesis dividida y en tensión. Ahora
te escribo, pues, de nuevo, dado que hay una situación también nueva que hace
esa petición necesaria mucho más urgente. En enero viene a Chile el Papa. Es un
Papa especialmente querido por la gente, a pesar de que en muchísimos, no sólo
osorninos sino de todo Chile, hay una pena debido a que ese mismo Papa te haya
nombrado obispo titular de Osorno y tenga una idea de la situación tan
distorsionada. Sin duda que en Osorno se han producido gestos desafortunados,
por desesperación, de un grupo de fieles en la catedral. Pero uno no puede
quedarse con ello para deslegitimar su demanda, como para de esta manera “tapar
la olla”. El problema es que ahora, con la venida del Papa, temo que se va a
reavivar más la herida tapada y no resuelta. Sé que amas al Papa, como lo has
expresado tantas veces, y que amas a la Iglesia de Jesús. Y veo claro que sería
un acto de evidente amor al Papa y a la Iglesia el que renunciaras a la
titularidad episcopal antes que él venga. Le harías así un enorme favor
de comunión tanto a él como a nuestra Iglesia de Chile tan golpeada. De lo
contrario les harás un daño muy doloroso por ensombrecer esa venida apostólica,
especialmente de este Papa tan querido por toda nuestra gente, muchísimos de
los cuales no entienden cómo puedes seguir porfiadamente sin renunciar,
amparándote en la obediencia al Papa a quien pones en una situación imposible,
que está en tus manos solucionar.
Sería un gesto de gran sabiduría y de gran amor a la Iglesia que
renunciaras, no por reconocerte culpable de haber amparado a Karadima. Eso
queda únicamente en tu conciencia ante Dios. Y no veo que ahora sea lo
decisivo. Lo decisivo es tu vinculación muy cercana a Karadima y las
sospechas fundadas que ello objetivamente ha provocado y sigue provocando en
muchísima gente de iglesia. Es eso lo que, quieras o no lo quieras, constituye
la herida en el corazón de nuestra Iglesia que no sanará ni cuando Karadima
muriera, si no ha habido los gestos que ahora resultan más necesarios que
nunca: Renunciar tú y, junto con ello, instar tú mismo al P.
Karadima para que pida públicamente perdón al Papa y a la Iglesia de Chile por
el tremendo mal que le ha hecho, incluyendo en ello el tener que renunciar tú
para colaborar en la cura de esa herida.
Esos gestos serían sin duda el mejor servicio pastoral que
pudieras ofrecer a la Iglesia y al Papa, convirtiendo así el escándalo en el
que, quieras o no quieras, estás involucrado, en un “testimonio evangélico
creíble”.
Con toda humildad y animado de
Esperanza, te lo aconseja encarecidamente tu antiguo profesor,
Antonio Bentué”
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