AL ENCUENTRO CON DIOS

En esta entrega, Andrés Opazo reproduce una parte del texto de Enrique Moreno sscc contenido en su libro “Mis Días en el Estadio”. Se refiere a una misa celebrada en esas duras condiciones de cautiverio. Un encuentro para enaltecer al ser humano y su dignidad. Imperdible. Por su parte Rodrigo Silva repite acerca de la fragilidad humana. Se pregunta si realmente estamos preparados para el encuentro con Dios. Finalmente, una breve conversación con uno de los integrantes del Conjunto Los Perales, a propósito de los Oratorios de Cuaresma y Pasión que se desarrollarán entre el 21 y 30 de marzo.



“ESTO ES DE TODOS”

Reproduzco aquí un pasaje del libro “Mis días en el estadio” escrito por Enrique Moreno. Estaba detenido en el Estadio Nacional de Santiago y celebró una misa a pedido de los presos de su escotilla en el camarín que servía de dormitorio. Participaron creyentes y no creyentes.

“… Rápidamente el lugar se llenó de gente. Bien ordenados todos, nos organizamos en torno a la mesa, la gran mayoría sentados en el suelo. Vino la motivación, la lectura de la Palabra, el comentario fluido y abundante de todos los que quisieron expresarse en esa hora. Fuerte y contundente resultó la palabra del apóstol Pablo en su Segunda Carta a los Corintios: “Nos acosan por todas partes, pero no estamos aplastados; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no estamos abandonados; nos derriban, pero no nos aniquilan. Por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo…” Vino el Evangelio. Jesús nos comunicó el corazón de su mensaje. El secreto del Reino de Dios que venía a comunicar, para que lo acogiéramos con la mayor sinceridad posible. “Felices los que tienen un corazón de pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos… Felices los afligidos… los no violentos… los que tienen hambre y sed de justicia… los misericordiosos… los limpios de corazón… los que construyen la paz… los perseguidos…”

“Habló uno, habló otro, se sucedieron los hablantes. La palabra de Dios se fundía en una sola palabra que íbamos compartiendo. Nos sentíamos tan identificados con esa Palabra, creyentes y no creyentes, creyentes católicos, creyentes evangélicos, todos en una sola dinámica ecuménica donde Dios era de todos, sin barreras, sin discriminaciones, con toda la universalidad debida y en la comunión de la diversidad. Uno pidió la palabra diciendo: “Compañeros, yo no soy creyente, pero ¿puedo hablar? “Hable no más compañero, esto es de todos” se adelantó a responder otro. “Si hasta los no creyentes parecían querer creer, me comentaría después uno de los presentes. Esa tarde, Jesús fue la gran propuesta del Estadio Nacional.

“Concluido el momento de la Palabra, vinieron los gestos y las palabras de Jesús sobre el pan (no había vino), rememorando aquella cena memorable con sus amigos y discípulos. Un silencio profundo acompañaba los signos, fijos los ojos en el Jesús allí representado. Vino la oración por la comunidad de los presentes y de los ausentes, y la plegaria común con las palabras de Jesús y los sentimientos de su corazón. “Padre Nuestro…” dijimos todos, moros y cristianos. Y el pan partido fue solemnemente compartido, con el compromiso renovado de formar todos un solo cuerpo, ya que habíamos comido el mismo pan. La liturgia llegaba a su fin. Para ese final fue reservada la paz entregada por Jesús, la paz acogida y compartida entre todos los que allí estábamos. Nos abrazamos, nos abrazamos llorando, nos abrazamos llorando y diciéndonos unos a otros: no estamos solos, compañeros, no estamos abandonados, nos estamos acompañando unos a otros con una fuerza inexplicable en medio de nuestra debilidad, algo nos está ocurriendo que nos supera y nos llena de firme esperanza. No estamos solos, alguien camina con nosotros.

“Cuando logré llegar a la puerta de nuestro camarín-capilla, me di cuenta de que en la entrada misma habían permanecido siempre, expectantes, dos soldados jóvenes, asistiendo como testigos de nuestro encuentro. Al salir, la gente les daba la paz, uno tras otro con un sincero abrazo, que ellos recibían desconcertados dejando descuidadas sus armas en el piso. Cuando conseguí acercarme para darle también mi abrazo, ambos estaban llorando, emocionados, sin saber qué decir ni cómo reaccionar. Los abracé, también, con lágrimas en mis ojos, diciéndoles: “hermano, construyamos juntos algún día la paz”. Sólo un sollozo de respuesta, en un apretado abrazo. Estábamos entonces de acuerdo. Era cosa de darnos tiempo.

“Así concluyó el primer día de noviembre, y fue muy bueno.”


El comandante encargado del estadio, al saber que Enrique era sacerdote y había celebrado una misa clandestina en su camarín, le había pedido hacer una pública desde la tribuna oficial, con todo lo requerido: ornamentos y amplificación y, por supuesto, con hostias y vino. Pero le advirtió que debería cuidar mucho lo que diría. Enrique se negó para no imponer una misa desde arriba como actividad oficial. Era más significativo hacerla en la intimidad del camarín, con el pan guardado de la mañana, aunque sin vino.

“Esto es de todos”, le respondió un preso a otro no creyente que pedía la palabra en la misa. Y reaccionaba como teólogo. En verdad, Dios es de todos, no sólo de algunos ni de muchos; y especialmente de los humillados y afligidos. ¿Lo tomamos en serio? ¿Qué hacer con nuestras misas para que lleguen a ser algo de todos?

Andrés Opazo


¿ESTAMOS PREPARADOS?


Sergio sollozaba al teléfono. Iba en viaje con su esposa a la región de Coquimbo. Allí, ayer, fallecieron sus suegros en un accidente automovilístico. Gente mayor, él de 87 y ella de 83 años. Ese viaje lo hacían muchas veces en el año. Eso me dijo. Y nosotros los íbamos a esperar. A veces los buscábamos para que no manejaran. Estamos destrozados. Tan impactante, tan repentino, tan brutal.

También ayer, miércoles 7 de marzo llamé a la señora Sofía. Ella hace la limpieza del edificio en el que tenemos la oficina desde hace más de dos años. Una mujer de baja estatura, cara redondita y sonriente. Me dieron de alta pero pasé muy mala noche. Amanecí con vómitos. Ojalá que tenga paz y consuelo en estas horas. Lo mismo su familia. Rezamos por usted. Eso es lo que surgió decirle. Sofía está con cáncer. Su pronóstico es pésimo.

El último domingo nos preparábamos para celebrar el comienzo del año con la familia de mi esposa. Del año que comienza en marzo, cuando hermanos, sobrinos y nietos han retornado de vacaciones. Ese era el ambiente, festivo. Expectante, en torno a una parrilla, con piscina y una gran mesa cuadrada para que todos compartieran esperanzas y deseos.

A las 13:45 recibí un llamado. Una de mis consuegras. El saludo era el preludio de la congoja. Pensé que habría muerto su padre. Eso fue lo primero, sólo porque es un hombre que superó los noventa años. No tengo buenas noticias, no te angusties porque están bien. Su hija y mi hijo habían volcado en San Fernando. El auto destrozado. Pero ellos están bien. Están con cuello, inmovilizados en el Hospital de San Fernando. A pesar de eso, lo que sobreviene es angustia en los próximos minutos y horas. Una secuencia de muchos llamados, la opción de salir de Santiago a San Fernando y todo lo que representa una situación así.  En dos horas estábamos todos más tranquilos. A las nueve de la noche nos encontramos con ellos. Magullados, golpeados, pero sanos, vivos. A esa hora podrían no haber estado. Pero estaban. Una segunda oportunidad de vida. Para repensarla y atesorarla a cada instante.

Días antes, caminando en el atardecer del verano nos encontramos con un vecino. Médico. Hablamos de mi operación del desprendimiento de retina y luego de algunos comentarios dijo que después de los cincuenta y cinco, en cualquier momento, “todos nos podemos ir cortados”. ¿Se entiende verdad? Lo pregunto para quienes nos leen en España o en otros países. Hemos vivido lo suficiente como para que los “materiales” no resistan más. Y me pregunto ¿estamos preparados? ¿Andamos livianos de equipaje? ¿Hemos hecho todo lo que debíamos? ¿Nos hemos desprendido de nuestro egoísmo para centrarnos en el amor? ¿Lo hemos encontrado hasta entregarnos?

En este tiempo de Cuaresma, “lo propio es la conversión de nuestros criterios, de nuestra mirada, de nuestro quehacer que nos dispone a celebrar la Pascua, la muerte y resurrección de Jesucristo, el amor entregado que nos hace pasar de la muerte a una vida toda nueva.” Lo dice el sacerdote Alvaro González,  en la reflexión sobre el tercer domingo.

Y concluye: “En los días de Cuaresma de esta semana que empieza pidámosle a Dios que nos tome de la mano y nos enseñe a ser cristianos de acuerdo al Evangelio,  a caminar por caminos nuevos, que su Espíritu nos conduzca de experiencia en experiencia, de amor en amor,  hasta encontrarnos en la casa del Padre.”

Rodrigo Silva


ORATORIOS DE CUARESMA Y PASIÓN

El próximo miércoles 21 de marzo, a las 19:30, en el Colegio Sagrados Corazones de Manquehue, el Conjunto Los Perales ofrecerá el primero de tres Oratorios de Cuaresma y Pasión. Los otros dos serán el martes 27, a las 20:30 en la Parroquia Los Castaños de Vitacura y el viernes 30, a las 12:30, en el marco del retiro de Semana Santa, en el Colegio San Ignacio El Bosque.

El Conjunto, formado a fines del año 59, por seminaristas de la Congregación de los Sagrados Corazones tiene una larga historia, divida en dos períodos. Grabó tres discos de larga duración y desde el año 2000 a la fecha, 10 CD/s. Los seminaristas originales dejaron el sacerdocio y a través de los años sus integrantes han variado, por diferentes razones de la vida. La dirección la mantiene el compositor y uno de sus fundadores, Andrés Opazo. En la actualidad son nueve miembros, tres mujeres y seis hombres.

Hoy presentamos brevemente la experiencia de uno de ellos, Alejandro Swett, médico cirujano plástico, con diez en el grupo.

LA MUSICA CONVOCA

P: ¿En qué momento de tu vida, qué edad y en qué circunstancias conociste la música de Los Perales? ¿Qué impacto te causó?
R: La conocí desde mi infancia.  En aquella época un hermano estaba en el Seminario Pontificio, a fines de los sesenta. Allí se cantaban todas las canciones de Los Perales, por lo cual las conocía perfectamente. Me acuerdo vívidamente de haberlos visto con sus sotanas blancas cantando en el programa Sábados Gigantes. Sin duda eran un suceso.
Por lo demás, siempre me ha gustado la buena música. Por eso me encantaba la de Los Perales, por supuesto en el ámbito de la música religiosa.

P: ¿Cómo se gestó tu incorporación al Conjunto?
R: Por mucho tiempo canté con la Laly, el Kiko y la Mariana (*) en el coro de la misa del San Ignacio. La Laly luego se fue a cantar al colegio de sus hijas y, al mismo tiempo, el Conjunto se juntó nuevamente y ella se incorpora. Luego ingresan el Kiko y Mariana. Cuando se enferma Gonzalo Valdivieso, requirieron de alguien que lo reemplazara y me convidaron a cantar con ellos, en el año 2008, en la misma época en que ingresa Patty Otero.

P: ¿Cuál es el aporte de la música religiosa en una sociedad como la nuestra, cada vez más secular?
R: Me parece un aporte relevante, porque a través de la música “religiosa” la gente tiene un mayor entusiasmo en ese aspecto.  La música convoca, hace más participativo el mensaje, más comunitario. Hace aflorar sentimientos y para más de alguien puede ser liberadora. Una buena canción religiosa puede tener mucho más impacto que una homilía “promedio”, sin duda.

P: Para ti ¿cuál ha sido la presentación o el concierto más significativo del Conjunto?
R: La presentación de Gabriela Divina en el GAM. Creo que de lo vivido por mí como “Peral”, marca un momento culmine del Conjunto, no sólo por la importancia del lugar, sino que también en el sentido musical –arreglos maravillosos de Andrés, fiato y voces- y una poesía religiosa “sublime” de Gabriela Mistral, de un profundo contenido.
(*) Laly, Laura Yáñez cumple dieciocho años en el Conjunto, el tanto que Kiko, Enrique Joglar,  y Mariana se retiraron en el 2017.

Rodrigo Silva




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