CRISTIANISMO Y SECULARIZACIÓN

¿Es Chile un país católico” se pregunta Andrés Opazo, a propósito de la reciente Semana Santa y todo lo que implica, desde lo ritual a lo cultural. Y profundiza en la secularización de nuestra sociedad, liberada de la tutela de la iglesia y la religión, en sus palabras. Una sociedad crítica, con apertura a una conversación profunda y sin restricciones. Una vez más, un texto muy valioso. Por su parte, Rodrigo Silva nos entrega una conversación con Juan Manuel Hrepich, por largos años integrante del Conjunto Los Perales, acerca del impacto de este grupo y la significación de su música. Luego de Cuaresma y Semana Santa, Los Perales prepara dos presentaciones de Pentecostés para el mes de mayo. Música para meditar y orar.



¿ES CHILE UN PAÍS CATÓLICO?

En el marco de la reciente Semana Santa, vuelvo a la pregunta que se hacía el Padre Hurtado hace alrededor de setenta años, en su afán de remover la conciencia de los cristianos. Hoy podemos hacernos la misma pregunta, pero no en su espíritu original, reflexivo y crítico, sino desde una mirada sociológica. Nos preguntamos entonces si la religión católica continúa hoy modelando la sociedad chilena, sus instituciones, sus hábitos y costumbres. En el Chile tradicional, la mayoría vivía la Semana Santa con recogimiento y frugalidad, se visitaban los templos, se asistía a procesiones. En nuestros días, la Semana Santa es probablemente el “fin de semana largo” más apetecido por los chilenos; ocurre en marzo al finalizar el verano, cuando el sol aún calienta las playas y el frío inclemente todavía no amenaza al sur. Un fin de semana largo para retornar por unos días a las vacaciones.

Por otra parte, la Semana Santa se hace presente en la prensa en torno al abastecimiento y precio de pescados y mariscos, o el alza de los pasajes de buses interurbanos. Para muchas familias sólo consiste en los huevitos de chocolate dejados por el conejito. Una ínfima minoría asiste a retiros y ceremonias en las parroquias, lo que mueve al tradicionalismo católico y a portavoces de la Iglesia a denunciar la actual “descristianización de la sociedad”. Una presunción equívoca, pues en otro tiempo la Iglesia controlaba las instituciones y regía la vida social, sin que la sociedad fuese realmente cristiana. Campeaba el privilegio y el abuso de poder, la corrupción, el lujo codo a codo con la miseria, la insensibilidad social y la ausencia de derechos de la gran masa de desposeídos.

En vez de descristianización, pues: “secularización”. Un concepto relativo a un hecho histórico desatado por la modernidad, y no al triunfo del demonio sobre Dios. Una sociedad “secular” es aquella emancipada de la tutela de la Iglesia o de la religión, que consagra la autonomía intelectual y moral de los humanos, que reconoce derechos para todos, acepta el pluralismo y la convivencia en la diversidad, otorga prioridad a las conciencias y por ello respeta a todas las religiones. Constituye un proceso de desarrollo humano, en donde la sociedad se vuelve neutra de cara a la religión. Como tal, ya no puede existir una sociedad cristiana; lo serán las personas y comunidades, ahora invitadas a convivir con no creyentes y con fieles de otras religiones.

La secularización es, por lo tanto, un evidente progreso hacia un estatus de mayor madurez humana, y conlleva principios éticos innegables. Por ello mismo, y pese a la pérdida de poder de la Iglesia como institución, representa una oportunidad histórica para la vivencia de la fe cristiana, que acoge con gozo el mensaje de Jesús, de un Dios del amor, la compasión y el perdón. Una oportunidad para que se desvanezcan los restos de la antigua Iglesia Monárquica, dejando el paso libre a una Iglesia de comunidades centradas en el Evangelio de Jesús. De ahí que: ¡Bienvenida la Secularización! Tanto más cuanto que la mirada eclesiológica del Concilio Vaticano II arranca, justamente, del reconocimiento y la plena aceptación de una humanidad ya madura.

Esta nueva Iglesia de comunidades fraternales y abiertas a todos, puede celebrar la Semana Santa sin nostalgias ni pretensiones de control de la sociedad. Meditará recordando la cena de despedida de Jesús con sus discípulos, se inclinará ante el misterio de la cruz y del sufrimiento humano, y exultará con el triunfo de la Vida sobre la Muerte. La liturgia será el espacio de contemplación y acción de gracias, en solidaridad con todo lo humano.

Los dirigentes de la Iglesia ya no hablarán desde balcones de la plaza pública, sino como pastores de la comunidad eclesial, para animarla, motivarla y comprometerla. Y su palabra no será autorreferente sino atingente a la realidad de vida de todos, a sus alegrías, dolores y desvelos. Así se inscribirá en el espacio de la profecía: el anuncio de un Padre amoroso, y de su proyecto de hermandad para el mundo.

Un modelo de este discurso profético lo encontramos en la homilía del Papa Francisco en la celebración reciente de la Pascua. Allí nos decía que creer en Jesús Resucitado, es volver a creer que Dios irrumpe en nuestra vida, en nuestra historia, desafiándola. Nos invita a preguntarnos si realmente deseamos participar en ese anuncio de vida, o bien si nos conformamos con permanecer enmudecidos ante los acontecimientos.

Nos insta el Papa a dejarnos sorprender ante Jesús Resucitado, tal como ocurrió con sus discípulos acobardados tras su muerte. Y a pedir que el Espíritu Santo toque nuestras creencias y convicciones más profundas, que nos atrevamos a creer, nos dejemos cuestionar, desafiar y movilizar.

En síntesis, si nos ilusionamos ante la Iglesia profética que se ve alumbrar en nuestro mundo secularizado, podremos concluir con certeza de que, por la gracia de Dios, el Chile de hoy ya no es un país católico a la antigua usanza. Es más bien, un terreno para el anuncio de la Buena Noticia, de la Alegría, la Paz y la Esperanza.

Andrés Opazo


MÚSICA DE MEDITACIÓN Y ORACIÓN


El Conjunto Los Perales no descansa. Luego de los tres oratorios de marzo, prepara dos presentaciones para mayo. Su música comienza a estar en la red. De hecho, ya hay cuatro CD´s en Spotify. Y uno de sus integrantes, desde hace prácticamente dieciocho años, Juan Manuel Hrepich, nos relata el impacto de su música, que lo ha acompañado desde pequeño.

¿Cómo ha sido tu historia con Los Perales?

Supe de ellos cuando estaba en el Colegio de los SSCC en Alameda, por el año 1963. Íbamos recién entrando a Humanidades y se comentaba mucho de un grupo de seminaristas que cantaban canciones religiosas choras.

En esa época se juntaban dos cosas en boga. Por un lado, la música folklórica, que con el nuevo folklore (4 Cuartos, Los de la Escuela, más tarde Quilapayún y otros)  eran las canciones de moda y lo que más se tocaba en la radio. Incluso hubo un fervor por empezar a cantar. Se formaron muchos grupos folklóricos y había festivales de colegio por decenas.  El que alcanzó mayor notoriedad fue el que organizaba nuestro colegio, llamado Festival de la Unidad. Personalmente conformé un conjunto que lo llamamos Amancay con el cual lo ganamos. Y, por el otro, la autorización del Concilio Vaticano II para introducir música vernácula. Eso incentivó a los compositores chilenos, tanto a componer como a grabar, pues la necesidad era enorme, ya que no había nada que cantar, salvo Cantemos al Amor de los Amores….
Los Perales reunió exactamente esas dos necesidades: canciones religiosas pero folklóricas y novedosas. Se juntaron el Hambre con las Ganas de comer. Su éxito fue inmediato.

Recuerdo tres encuentros con el suceso Los Perales,  que me marcaron a fuego:
·         Misa dominical de las doce en la Parroquia de Ñuñoa. Coro y Orquesta de Vicente Bianchi. Iglesia repleta hasta las escalinatas. Logramos entrar a penas con mi papá y mamá cuando comienza la orquesta a sonar estruendosamente  y el coro inicia el canto: Jerusalén está en fiesta, canta la Esposa del Rey……de  Los Perales. Mi impresión de niño de 12 años fue arrebatadora. Me sentí transportado a otra dimensión. Esta era otra Iglesia, otra liturgia……era la que me marcó por largos años.
·         Ensayo de nuestro incipiente grupo Amancay en la sala de música del Colegio. Aparece Andrés  Opazo, autor de la música y arreglador de los Perales a darnos una manito. Nos oye y su conclusión fue que yo debería destacar más, pues era el que le daba el timbre al Conjunto. Jamás olvidé esa conversación.
·         Campamento de Scouts, en 1965, en el lago Riñihue. Fogata al caer la noche antes de irnos a acostar. El capellán de la Tropa, Gonzalo Valdivieso, integrante de Los Perales originales,  hoy fallecido, acompañado en guitarra por Jorge Rojas , hoy médico cirujano, fundador de Coaniquem y concertista en guitarra, comienzan a tocar y cantar El Ángelus….En mi Dios,  mi salvador, me salta el alma de gozo….La fogata, la música, los compañeros, la bondad de Gonzalo reflejada en la noche estrellada y diáfana como pocas veces he visto de nuevo, junto a las notas de guitarra del gordo Rojas, gran amigo  y maestro de canto nuestro, jamás se han borrado de mi memoria.

Pasan 35 años, durante los cuales suceden muchas cosas en Chile. El país ha cambiado y Los Perales deciden volver a juntarse, graban un disco los integrantes originales y posteriormente deciden incorporar gente nueva al grupo, ampliarlo e incorporar mujeres.
Necesitan un tenor para completar el grupo y José Manuel Ugarte, compañero de curso y formador también del mencionado conjunto Amancay, hoy también fallecido, me invita a participar del grupo. Le digo de inmediato que acepto.
He grabado muchos CD's con ellos y ha sido un orgullo pertenecer a este grupo por 18 años.

En una época de secularización y de descrédito de las instituciones ¿que representa la música de Los Perales?

Un tesoro que está reservado para aquellos que pueden entender lo maravilloso de la poesía del Padre Esteban Gumucio, Pablo Fontaine, Fernando Ugarte y con la musicalización y arreglos de Andrés Opazo. Ya no es popular. Sirve de meditación, oración. Un refugio frente a tantos acontecimientos funestos por los que ha pasado la Iglesia Católica.

¿De qué manera impacta a nuestra sociedad y a qué grupos? ¿Y en ti?

La falta de difusión de este género musical afecta la llegada a la gente. El pueblo católico se ha acostumbrado a canciones más dulces y melosas. Las nuestras van al corazón del evangelio.
Cuando canto, siento que estoy meditando y  orando. Me emociona, me estremece pues estamos cantando LA VERDAD.

Rodrigo Silva

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