LA IGLESIA DESEADA
Los próximos días y semanas serán cruciales para la iglesia chilena. Estaremos atentos a lo que ocurre en Roma y sus consecuencias de corto y largo plazo. En este contexto, Andrés Opazo reflexiona sobre la necesidad de la renovación de la iglesia, para atender a un cambio de época y señala algunos de los rasgos que debiera contener. Por otro lado, Rodrigo Silva se enfoca en el significado del encuentro del Papa con las emblemáticas víctimas de los abusos de Karadima, en el marco de la esperada transformación de la iglesia chilena.
RENOVACIÓN DE LA IGLESIA: ¿HACIA DÓNDE?
Lo
acontecido en la Iglesia chilena en el último tiempo suscita la esperanza de su
renovación con un doble propósito: tanto para ser fiel al Evangelio de Jesús,
como para ser inteligible y legítima en la cultura de nuestra época. La
historia del cristianismo muestra formas muy diferentes de Iglesia. Comenzó
como una comunidad judeocristiana de raíz semita; le siguió una institución integrada
al imperio romano de Oriente, de pensamiento y cultura helenista; luego una
monarquía absoluta en el medievo latino, que se prolongó en tiempos de
modernidad hasta entrar en una crisis que explota en la actualidad. Estas modalidades
muestran énfasis característicos en lo teológico e institucional.
Cada
una correspondió a un tipo de sociedad, a una determinada visión del mundo; de
allí sus profundas diferencias. Pero en todas se preservó una esencia común, a
saber: una fe en un solo Dios, Creador y Padre amoroso de toda la humanidad;
una fe en Jesús crucificado y resucitado, el modelo a seguir en esta vida; y
una fe en el Espíritu Santo, la fuerza de Dios activa en los corazones y en el
mundo. Todo podría cambiar, pero permaneciendo el núcleo de la Buena Nueva
predicada por Jesús.
La
Iglesia de nuestra época deberá redefinirse profundamente a fin de tener cabida
en la actual sociedad, secularizada, dotada de un ideario humanista y
democrático, y ajena a religiosidades del pasado. Lo ocurrido en Chile con el
desprestigio y escándalo de nuestra Iglesia, puede ser un estímulo para pensar
en una institución distinta de la actual, más conforme al servicio humilde que
Jesús propuso al lavar los pies de sus discípulos. Como todos somos libres para
soñar e imaginar el futuro, aquí pienso en rasgos como los siguientes.
Una Iglesia como red de comunidades de vida
Que
se reúnen para orar, dar gracias y celebrar la vida a la luz del evangelio de
Jesús. Comunidades abiertas y fraternales, un espacio de mutuo apoyo, en donde
se comparten las alegrías, los dolores, inquietudes y dudas. Que, tras la
huella de Jesús, alientan a los fieles a acoger a los que sufren, los caídos,
los pecadores y despreciados en la sociedad, y colaboran en sus luchas y
empeños de superación, sea en el seno de las familias, en el barrio, o a nivel
del país entero.
Una Iglesia realmente democrática
Ya
no puede regirse como monarquía absoluta, herencia de un tiempo en que se desconocía
otro modelo de gobierno. Si se entiende a sí misma como “pueblo” de Dios, sus
miembros deberían participar en lo organizacional y administrativo, y también en
la elección de los encargados de funciones y servicios, incluyendo los
sacerdotes y obispos; éstos serían ordenados o consagrados por sus pares, tal
como ocurrió en los primeros siglos. Y como en una genuina democracia, todos,
sin excepción, al cesar en su cargo se reincorporarían a su comunidad de origen
como uno más.
Comunidades de hermanos iguales en la fe
Al
estar insertas en el mundo, serían sensibles a los anhelos de todos los hombres
y mujeres de su entorno. Como comunidades de gente adulta y de buen discernimiento,
podrían designar, sin discriminación alguna, a los hermanos encargados de
servicios y responsabilidades internas. Los diáconos, sacerdotes y obispos
podrían ser varones o mujeres, casados o solteros, heterosexuales u
homosexuales; lo esencial debería ser su profunda fe y ejemplo de vida, además
de su idoneidad para guiar a la comunidad en el seguimiento de Jesús.
Una minoría solidaria con todos los esfuerzos por un mundo mejor
Comunidades
que hacen suyos los humanismos de todo cuño, que ausculten las corrientes de
pensamiento y de acción, en personas, grupos o movimientos que aspiran a
sociedades más humanas, de mayor justicia y dignidad. Pues la Iglesia está
llamada a construir el Reino de Dios también en nuestra sociedad plural, sin
proselitismo ni afán protagónico. Esta apertura humanista debería comenzar por
el impulso del ecumenismo entre las iglesias cristianas, cuyas diferencias no
residen tanto en el campo teológico, como en lo organizativo y administrativo.
Una iglesia capaz de pensarse a sí misma en el mundo de hoy
La
conciencia sobre la propia identidad y sobre el mundo en que se vive, resulta
indispensable en un cristianismo adulto. La comunidad necesita orientación y
estímulo para nutrir y vivir su fe. Y ello se logra sólo con la creación y
apoyo a centros de reflexión y formación, abiertos a todos los que buscan una
fe lúcida y madura, en donde se capaciten los dirigentes en los distintos
niveles. Estos espacios libres y creativos, de difícil instalación en las
actuales universidades católicas, deberían confluir en instrumentos de difusión
de pensamiento y alternativas de acción pastoral. La reflexión y el diálogo
deberían versar al menos sobre tres ámbitos temáticos: una mejor comprensión de
la cultura del presente, con sus anhelos, conflictos y deficiencias; una
teología centrada en las fuentes de la fe, en Jesús, su palabra, su vida, y su
proyecto del Reino de Dios en el mundo; y la búsqueda de opciones para la estructura
institucional de la Iglesia. Esta ha reprimido a los teólogos más creativos;
ahora su papel es insustituible en la formación de una fe adulta, así como en
la evangelización de contextos culturales diversos.
Algunos
de los rasgos aquí expuestos ya son una realidad o un desiderátum en
comunidades de base o movimientos de Iglesia. Forman parte de un proyecto de profunda
renovación. Se fortalecerán y expandirán en la medida en que se abra en el seno
de la Iglesia, un debate con amplia participación sobre cuestiones como las
enunciadas en esta página. Sólo así la autoridad de la Iglesia puede dejar
atrás el clericalismo, con su estilo desconfiado y el infantilismo que
acostumbra en el trato de sus fieles.
Una
Iglesia bien inserta en el mundo y solidaria con su destino, puede hacer
realidad esa aspiración expresada por el Concilio Vaticano II, de convertirse
en un “sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios, y de
la unidad de todo el género humano” …”Las condiciones de nuestra época hacen
más urgente este deber de la Iglesia, a saber, que todos los hombres, que hoy
están íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y
culturales, consigan también unidad completa en Cristo”. (Lumen Gentium n.1)
Andrés Opazo
MIRANDO A ROMA
Este fin de semana, el que viene o el que pasó, depende
de cuando estés leyendo, ocurre algo especialísimo. Tres hombres valientes, a
quienes la iglesia y “el pueblo de Dios” les deben mucho, se reúnen con el
Papa. Invitados por él, para conversar en profundidad de su experiencia de
dolor y de futuro. Es un encuentro que puede ser francamente reparatorio. Para
ellos y para muchísimas víctimas de abusos de miembros de la iglesia. Los tres
se han constituido en un emblema para representar a aquellos que no han podido
levantar su voz, que no se han podido liberar.
Me impresioné mucho cuando hace algunos años James
Hamilton, uno de los tres, explicaba en un
programa de televisión lo extraordinariamente difícil que había sido su
propia liberación. Seres adultos, hombres ya, presos de su propia conciencia.
Dominados por años, dependientes y “cobijados” por abusadores e inescrupulosos,
miembros del clero, hombres respetados en sus comunidades. Víctimas a las
cuales no se les creía. Cómo va a ser …
Ayer, sin ir más lejos (qué frase tan chilena), en un viaje al sur, conversando de estos
temas, una mamá, hoy de hijas adultas, comentaba que en un viaje al norte,
cuando las hijas eran pequeñas, once o doce años, fueron a visitar la iglesia,
en la ciudad de las iglesias. Estaba
allí quien luego sería “monseñor”. A la salida una de ellas comentó que el cura
le había tocado “las pechugas”. Y me dolió mamá, diría la niña de entonces, la
mujer de hoy. Y nosotros nos vinimos a dar cuenta años después cuando se supo
de los abusos del cura, posteriormente trasladado, dijo la madre.
Hamilton, Murillo y Cruz, los tres chilenos que serán
escuchados en primera persona por el Papa, llevan cada uno una larga fila detrás de ellos. Santa
Marta tendrá un gran murmullo este fin de semana. Muchas voces se multiplicarán
en ese convento que el Papa ha elegido como su residencia. Qué dolor más grande
revelado para desconcierto de muchos, para la vergüenza de otros y para
abrirnos los ojos a todos.
Decía yo a mis amigos que este encuentro será inédito.
No, inédito no, me replicó uno de los viajeros. Proporcional al daño que ha
provocado la iglesia, quizá.
En todo este largo proceso de las denuncias de Hamilton,
Murillo y Cruz, qué ocurrió con nuestra propia iglesia. ¿No se les escuchó, no
se les creyó, se les silenció? ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para llegar a
ciertas verdades y condenas? Cuánto dolor expuesto, cuántas dudas generadas,
cuánto maltrato. Cuánta agresión, cuánto privilegio vedado.
Qué podemos esperar de este fin de semana en Roma en la
que el Papa, sin duda, reiterará el pedido de perdón de la iglesia y la
vergüenza que esto representa. Eso ocurrirá. Pero lo más importante y ojalá
esperanzador viene después. De qué forma la iglesia se transforma, se
transparenta, abre todas sus puertas y
ventanas. Saca sus alfombras y “barre con la frente en alto”.
Este gran episodio representado por Hamilton, Murillo y
Cruz debiera ser el inicio de un camino de años, de una transformación total.
¿Será posible? ¿Tendrá el Papa y quienes le acompañan toda la fuerza para
avanzar en un proceso que luce inédito? Porque no se trata de pedir la renuncia
o remover a tres o cuatro obispos. Es tanto, pero tanto más. ¿Se escuchará lo
que pide el pueblo de Dios? Los próximos días y semanas nos darán algunas
pistas. En todo caso, se abren de par en par las puertas de la conciencia para todos
quienes somos iglesia. Recemos y confiemos en el Espíritu Santo.
Rodrigo Silva
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