¿CAMBIO DE RUMBO DE LA IGLESIA CHILENA?
La crisis de la iglesia es abordada por Andrés Opazo. Y dice que “a fin de superar el descrédito entre los chilenos, a ella se le pide solamente la humildad necesaria para cambiar de rumbo, y hacer presente en la sociedad la palabra y el ejemplo de Jesús.” Así de simple y de profundo. Además, presentamos una reflexión del sacerdote Guillermo Rosas, sscc sobre los cambios y las responsabilidad que se deben asumir en la iglesia de Chile. Sostiene que a todos nos corresponde implementar los cambios. “La crisis que vivimos es una oportunidad excelente para ser Iglesia de otro modo”. Por su parte, Rodrigo Silva se pregunta si el Papa nombrará un interventor para conducir las transformaciones de la iglesia que la deberían transformar profundamente. Finalmente Laura Yáñez nos relata una preciosa experiencia del Conjunto Los Perales en la parroquia de Ventanas, entre el mar, la alegría y la devoción. Y nos invita a los Oratorios de Pentecostés.
Cualesquiera que sean los cambios que se avecinan, deberán ser propuestos, asumidos y llevados a cabo por TODOS los miembros de la Iglesia. Es decir, no sólo por el Papa, la jerarquía y el clero de Chile, cuya competencia es indudable, sino también y hoy más que nunca, por el laicado activo y partícipe de la vida y la misión de la Iglesia. Más que nunca debiéramos reivindicar y poner en práctica, en este tiempo lleno de esperanza, el sacerdocio común de los fieles, que a todos, laicos y laicas, religiosas y religiosos, diáconos, presbíteros y obispos, nos hacen miembros IGUALES del mismo Pueblo de Dios, antes de toda diferenciación ministerial. Los que tenemos un ministerio ordenado debiéramos recordar, hoy más que nunca, que fuimos ordenados para servir al Pueblo de Dios: escucharlo, respetarlo, dejarnos evangelizar por esas voces que son también voz de Cristo, y recorrer juntos el camino de la Iglesia, casa común de quienes creemos en Jesucristo y su Evangelio.
Que en este tiempo de oración por nuestra Iglesia en Chile, sea el Espíritu Santo quien ilumine, conduzca y fortalezca a todos los que anhelamos los necesarios cambios para “reparar el escándalo y restablecer la justicia": los de corto, mediano y largo plazo. La crisis que vivimos es una oportunidad excelente para ser Iglesia de otro modo y, muy especialmente, para que los ministros ordenados, en primer lugar los obispos, ejerzamos nuestro servicio DE OTRO MODO, más cercano al Buen Pastor: ése que cuida de verdad a sus ovejas, y no las trata como un rebaño infantil y subordinado, sino que conoce a cada una por su nombre, porque sabe de la infinita dignidad de cada hijo e hija de Dios.
LA IGLESIA SE ALEJA DE SU PUEBLO
Un caso emblemático
La actual
crisis de la Iglesia chilena suscita preguntas de diverso orden. Pues para
superarla, no basta la renuncia de algunos obispos. Con el fin de aportar a la
reflexión, traigo a la memoria una situación vivida años atrás, como indicador
de la involución eclesiástica. Una encuesta de Adimark sobre la Iglesia (Revista
del Sábado, 25 de septiembre de 2005), constataba que el 59% de los católicos
desearía que los sacerdotes pudiesen casarse; el 60% era partidario de la
ordenación sacerdotal de las mujeres; el 74% no compartía que se impidiera a
los divorciados recibir la comunión; el 75% deseaba que los sacerdotes y fieles
de una diócesis eligieran a sus obispos; el 95% aprobaba el uso del condón para
prevenir el Sida; el 95% estimaba legítimo el derecho de las parejas a elegir
su propio método de control de la natalidad. Era evidente el desacuerdo de los
católicos respecto de disposiciones reiteradas hasta el cansancio por la autoridad
de la Iglesia.
Algunos eclesiásticos cuestionaron la metodología de la encuesta. Pero
Juan Ignacio González, del Opus Dei y obispo de San Bernardo, sorprendió con
una mirada diferente. No cuestionó la veracidad de las opiniones expresadas,
sino que las interpretó a su manera, como señal de la crisis moral que vive el
país que, a su juicio, ha abandonado a Dios. Pero fue mucho más allá; sostuvo
que la propia Iglesia era la responsable de ello por haberse dedicado “a cuanta
cuestión política había” (sic), en vez de anunciar a Cristo, su Evangelio y su
moral. Tal había sido para él, la orientación sostenida en décadas anteriores por
los obispos. Era obvio que se refería a la pastoral social y de defensa de los
derechos humanos encabezada por el Cardenal Silva Henríquez y seguida por
muchos obispos. Juan Ignacio González coincidía plenamente, pues, con el
discurso de la dictadura que denunciaba la intromisión política de la Iglesia.
La reacción del obispo reflejaba el pensamiento de un sector del
catolicismo chileno. Pero éste llegó a sostener algo insólito. Estimaba que
cuando la Iglesia se dedicaba a la política, las iglesias estaban llenas, pero
al dedicarse ahora a “lo suyo”, quedaban vacías. (El Mercurio, 1 de octubre de
2005). ¡Vaya pesimismo radical sobre el quehacer propio de la Iglesia! Pero ¿qué
podría ser para el obispo, eso, “lo suyo”? Ojalá lo hubiese especificado. Sólo
veía que la Iglesia quedaba abandonada, aferrada a lo suyo, mientras el país se
precipitaba al despeñadero. Trágico.
Obviamente, el sentido común podría interpretar los mismos hechos
de manera contraria, es decir, que lo que explicaría el abandono actual de las
iglesias son, precisamente, actitudes como la del obispo. Pues, ciertamente, la
sociedad chilena debe haber valorado mucho más a la Iglesia cuando los
pastores, como el Buen Samaritano, recogían al herido y vendaban sus heridas.
Para el pinochetismo eso era hacer política. También para González quince años
después.
Quizás
algunos obispos, de entre los que hoy acuden al Vaticano convocados por el Papa
Francisco, sigan creyendo que su función propia consiste en preservar el orden
institucional de una sociedad tradicional, remecida por un brusco proceso de transformación
material y cultural. Efectivamente, la Iglesia como institución ha resistido
iniciativas de cambio conducentes a morigerar el privilegio y expandir el
acceso a servicios, como la reforma educacional. Se ha opuesto a leyes
orientadas a la liberación de la conciencia y la voluntad en casos de hondo
contenido humano, como la del divorcio, del aborto en ciertas causales, de la
unión civil de los homosexuales, de la solución jurídica de la transexualidad. Entonces,
¿qué podría esperar la sociedad chilena de una Iglesia que inhibe cambios en
beneficio de las personas? ¿Qué reacción puede suscitar en hombres y mujeres de
hoy, el apego de la Iglesia a supuestos y doctrinas de épocas anteriores,
respetables, pero de ningún modo enraizadas en el mensaje de Jesús?
Por ello, la
pregunta más inquietante que nos hacemos hoy los cristianos es del siguiente
tenor: ¿cómo puede encarnar la Iglesia chilena el llamado a la libertad
interior, a la misericordia y al amor universal que proviene de Jesús? Él se rebeló
contra el imperio absoluto e inhumano de la ley religiosa. Defendió la dignidad
de todos, especialmente de los más pobres, los descartados por la sociedad, los
descarriados, pecadores y discriminados. Una dignidad que hoy se traduce en
derechos. Por eso, creyentes y no creyentes desearían que los cristianos,
pueblo y jerarquía, tomásemos en serio la única ley de Jesús: el amor a Dios y
al prójimo. Y nos dispusiésemos a correr el riesgo de ser consecuentes como él.
Gracias a
Dios, también en Chile hay autoridades de la Iglesia que la desean sensible,
atenta al desfavorecido y a toda legítima inquietud humana. Ellas pueden
evaluar la diversidad como un hecho real, que interroga y desafía. Por cierto, no
siempre estarán plenamente de acuerdo. Pues es natural que la Iglesia no tenga muy
claro qué decir sobre una inmensidad de tópicos que surgen desde una cultura en
transformación. Y esto no solamente parece normal, sino que debería ser
agradecido por los fieles adultos en su fe. Sería más deseable y creíble una
Iglesia que se deja cuestionar, reconoce la validez y la complejidad de muchas
preguntas, y se muestra dispuesta a un compromiso de reflexión sincera.
La postura
del obispo González ha tenido audiencia en el episcopado nacional, y él mismo continúa
gozando de una presencia privilegiada en los medios de comunicación. Con su
actitud, se suma a otros que, con otro tipo de comportamientos, han empañado la
imagen de la Iglesia. En consecuencia, y a fin de superar el descrédito entre
los chilenos, a ella se le pide solamente la humildad necesaria para cambiar de
rumbo, y hacer presente en la sociedad la palabra y el ejemplo de Jesús. Se
espera de ella una confianza plena en su Espíritu, que la ha de acompañar
siempre, redescubriendo su propia identidad en las turbulencias de cada tiempo.
Andrés Opazo
CAMBIOS, REALISMO Y ESPERANZA
En pocos días más, Francisco se
reunirá en Roma con los obispos de Chile. Se habla ya de "un antes y un
después” de la carta del Papa. Hay expectativas altas acerca de los cambios en
la Iglesia, que se esperan como fruto del encuentro en Roma. Algunas, tal vez
ilusas, fruto de años de frustración y desencanto por el modo de proceder de
quienes hoy parecen ver, y ayer no veían.
A pesar de los deseos de cambio, se
cuela todavía la falta de credibilidad en los líderes de la jerarquía de
nuestra Iglesia. Se advierten aires de conversión, cierto, pero no hay ninguna
certeza acerca de los cambios que efectivamente vendrán. Está la palabra del
Papa, de cuya sinceridad no puedo dudar: él habla de medidas a corto, mediano y
largo plazo para “reparar el escándalo y restablecer la justicia” en la Iglesia
en Chile. ¿Cuáles serán esas medidas? ¿Responderán a las altas expectativas que
se han ido expresando en estas semanas?
Por el momento, creo que es bueno
esperar con serenidad y realismo. Pero sin pasividad. Lo que anda mal desde
hace mucho tiempo, no se puede cambiar en un par de días. Y, sobre todo: sean
cuales sean los cambios que haya, ya no se puede esperar que vengan sólo desde
fuera, desde la cúspide de la jerarquía eclesial. El Papa, ciertamente, ha
jugado un papel determinante: si no hubiera enviado a Scicluna y Bartomeu, y
escrito su carta del 8 de abril a nuestros obispos, habríamos seguido igual
quién sabe por cuánto tiempo. Francisco terminó dándose cuenta de que la voz de
muchos no había sido escuchada, y le había llegado más fuerte la voz de quienes
lo hicieron formarse un juicio erróneo sobre la situación de la Iglesia en
Chile. Y actuó en consecuencia, con humildad, claridad y firmeza.
Pero, desde hace mucho tiempo, un grupo de laicos y laicas ha jugado también un papel determinante, difundiendo, “a tiempo y a destiempo”, una voz que supo ser perseverante y porfiada. A pesar de no ser tomada en cuenta y a veces incluso descalificada, esa voz ha crecido hoy como un testimonio profético. Incómoda y a veces áspera, como tantas voces proféticas, pero portadora de un reclamo justo.
Pero, desde hace mucho tiempo, un grupo de laicos y laicas ha jugado también un papel determinante, difundiendo, “a tiempo y a destiempo”, una voz que supo ser perseverante y porfiada. A pesar de no ser tomada en cuenta y a veces incluso descalificada, esa voz ha crecido hoy como un testimonio profético. Incómoda y a veces áspera, como tantas voces proféticas, pero portadora de un reclamo justo.
Cualesquiera que sean los cambios que se avecinan, deberán ser propuestos, asumidos y llevados a cabo por TODOS los miembros de la Iglesia. Es decir, no sólo por el Papa, la jerarquía y el clero de Chile, cuya competencia es indudable, sino también y hoy más que nunca, por el laicado activo y partícipe de la vida y la misión de la Iglesia. Más que nunca debiéramos reivindicar y poner en práctica, en este tiempo lleno de esperanza, el sacerdocio común de los fieles, que a todos, laicos y laicas, religiosas y religiosos, diáconos, presbíteros y obispos, nos hacen miembros IGUALES del mismo Pueblo de Dios, antes de toda diferenciación ministerial. Los que tenemos un ministerio ordenado debiéramos recordar, hoy más que nunca, que fuimos ordenados para servir al Pueblo de Dios: escucharlo, respetarlo, dejarnos evangelizar por esas voces que son también voz de Cristo, y recorrer juntos el camino de la Iglesia, casa común de quienes creemos en Jesucristo y su Evangelio.
Que en este tiempo de oración por nuestra Iglesia en Chile, sea el Espíritu Santo quien ilumine, conduzca y fortalezca a todos los que anhelamos los necesarios cambios para “reparar el escándalo y restablecer la justicia": los de corto, mediano y largo plazo. La crisis que vivimos es una oportunidad excelente para ser Iglesia de otro modo y, muy especialmente, para que los ministros ordenados, en primer lugar los obispos, ejerzamos nuestro servicio DE OTRO MODO, más cercano al Buen Pastor: ése que cuida de verdad a sus ovejas, y no las trata como un rebaño infantil y subordinado, sino que conoce a cada una por su nombre, porque sabe de la infinita dignidad de cada hijo e hija de Dios.
Guillermo
Rosas, sscc
EL PAPA TIENE LA
PALABRA
Los obispos chilenos salen al pizarrón. Entre el lunes y
jueves próximo acudirán a la cita con el Papa. Gran responsabilidad tiene el
Papa. Generó una expectativa tremenda con su carta en la que anunció cambios en la iglesia chilena.
Inmediatos, de mediano y largo plazo. Es decir, no esperen todo de una vez
quiso decir. Luego, con la recepción en su residencia de Santa Marta de
los íconos de las denuncias (Hamilton,
Cruz y Murillo), las expectativas crecieron. Porque fueron hechos inéditos.
Ellos, en sus declaraciones posteriores dan cuenta de una epidemia de abusos y
encubrimiento. Y señalaron con nombre y apellido a algunos de los responsables.
Por cierto, el Cardenal Errázuriz se excusó de asistir a la reunión de Roma. Y el
Comité Permanente de la Conferencia Episcopal señala que al acogerlos,
refiriéndose a las víctimas, el Papa “nos muestra el camino que la Iglesia chilena está
llamada a seguir ante las denuncias de abuso de conciencia, abuso sexual y, en
definitiva, frente a todo abuso de poder que pueda ocurrir al interior de
nuestras comunidades.”. Claramente es
una señal de contricción. De lo que debió ser y no fue. ¿Qué no será nunca más?
¿Qué medidas anunciará el Papá en lo inmediato? ¿Nombrará
un interventor que asuma la responsabilidad directa de un cambio profundo? ¿Se
anunciará la salida inmediata de un conjunto de obispos? ¿Se incorporará a las
víctimas para participar en instancias de acogida, seguimiento y control? Todo
eso pareciera posible y quizá recomendable. No obstante, lo de fondo, a mi
juicio, es la forma cómo la iglesia se adapta a los cambios de una nueva
sociedad, que exige participación, transparencia, inclusión, horizontalidad. La
iglesia deberá cambiar en lo profundo, más allá de nuevos nombres, de personas
cercanas y creíbles para sus comunidades. Desde el ejercicio de su poder, el
cambio de sus ritos, la participación de
la mujer, la incorporación de los jóvenes, los mecanismos de selección y
acompañamiento de sus miembros, en fin, tantos cambios indispensables que no se
hacen de la noche a la mañana.
El Papa ha dado señales inequívocas. Tendrá que
concretarlas. Tiene una responsabilidad mayúscula. La pregunta es si contará
con todo el apoyo de la iglesia chilena. Por lo pronto los laicos esperamos
confiados desde nuestras comunidades que las ventanas se abran de par en par.
Rodrigo Silva
LOS PERALES EN VENTANAS
Eso de que el Conjunto Los
Perales va donde los invitan es completamente real.
Un contacto entre un sacerdote
joven, médico, y Alejandro uno de los bajos del grupo, en el contexto de un
matrimonio, se convirtió en una experiencia muy bonita y enriquecedora para
nosotros.
El padre Gustavo nos invitó a
cantar en una misa, un día miércoles, día de semana y de trabajo para todos.
Pero, además, era en ¡La parroquia de Ventanas!,
a una hora y media de Santiago, una iglesia con una preciosa vista al mar.
Nos encontramos con una comunidad
viva, puras personas mayores, pero alegres y participativas. Tomamos un
cafecito servido por las señoras que cuidan la parroquia, la misa fue
transmitida por la radio comunal, y además fue el obispo de la zona.
Una vez que terminó la misa, las
personas se acercaron y ubicaron a nuestro alrededor y cantamos seis temas más. Fue un momento hermoso, estaban
todos muy felices, cantaban, coreaban “El Peregrino de Emaús”, “La Oración”, “El
Angelus”. Es ahí donde sentimos que el esfuerzo es compensado por esa tremenda
receptividad y acogida por lo que hacemos, que tiene sentido cantar el
evangelio puro, que el mensaje de Jesús cantado así llega al fondo de los
corazones.
Gracias a esas personas lindas,
gracias porque con su cariño nos mantenemos vivos.
Invitación
Los queremos dejar invitados a
preparar la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Haremos dos Oratorios de Pentecostés,
un momento de oración cantada, intercalando textos de reflexión:
- _ Miércoles 16 mayo, a las 20 hrs., en la
Parroquia San Carlos Borromeo, La Cañada 7001, La Reina.
- _ Jueves 17 mayo, a las 20 hrs., en la Parroquia
San Juan Apóstol, Jacques Cazotte 5600, Vitacura.
¡Los esperamos!
Laura Yáñez
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