EL ROL FUNDAMENTAL DE LA IGLESIA


¿Qué nos enseñó  Pentecostés? Compartimos un texto del sacerdote Alvaro González, que con simpleza y profundidad nos invita a reflexionar sobre la significación de esta festividad. Andrés Opazo nos entrega un análisis de las causas y orígenes de la crisis de la iglesia en Chile y, en particular sobre su sentido y misión. Y además, comparte una bendición de una joven azteca del siglo VII, expresión de amor y divinidad. Finalmente, Rodrigo Silva escribe algunos apuntes sobre nuestro rol como cristianos en el marco del descrédito y la falta de confianza en la iglesia.

Para compartir y aportar. La Palabra Nuestra es también la de ustedes.


Pentecostés  2018

·        Celebramos Pentecostés en un contexto de crisis de nuestra Iglesia en Chile. Hay en el ambiente desencanto, rabia, vergüenza, pena y dolor, desconcierto. El daño es muy grande.

·        Necesitamos recibir el aliento de Dios, su Espíritu, el que sabe consolar, el que nos impulsa a seguir adelante, el que nos enseña a vivir con un corazón sabio, el que nos hace creativos para relacionarnos con verdad.

·        Celebrar Pentecostés no es recordar una experiencia que hicieron hermanos nuestros hace dos mil años. Todo lo que el Espíritu había realizado en Jesucristo, lo realizará ahora en cada uno de nosotros.

·        Es hoy que el Espíritu quiere invadir todos los espacios para iniciar una época nueva para la Iglesia y que nuestra vida y nuestros criterios puedan cambiar como cambió la vida de los que estaban encerrados, llenos de dudas por miedo a los judíos.

·       Pidámosle a Dios que queremos recuperar el aliento, que nos hace falta una ráfaga de viento para dejarnos llevar por El.
Necesitamos  entrar a la escuela del Espíritu para pasar de la tristeza a la alegría, de la agitación a la paz, que podamos conmovernos nuevamente con la grandeza y las miserias de lo humano.
 _ Aprender a gozar de la belleza de la amistad, de la grandeza de tantos junto a nosotros que tienen un corazón generoso, a gozar de la tecnología y sus descubrimientos, de la posibilidad que tenemos de amar y de ser amados, aceptados, de comprender mejor el misterio de la encarnación en que Jesús se hace compañero de camino de todos los hombres y mujeres y los invita a gustar la vida.
_ Aprender de las miserias  de lo humano, reconocer los abusos de poder, de la mentira y el doblez de corazón, sufrir con la violencia y la injusticia, la desconfianza y la inseguridad en que vivimos, descubrir el dolor de los niños y las niñas abandonados y abusados. Son tantos  los que no quieren ver como también los que pasan por la vida indiferentes, los que no quieren comprometerse en nada, con nadie.

·       Hoy celebramos que el Espíritu Santo, una misteriosa realidad, puede entrar en nuestra vida.
Es el don de Dios que hace florecer lo seco, que le da vida a lo muerto, es el que trae buenas nuevas y mejores posibilidades para todos.

·       El está dentro de nosotros y tenemos que entrar al fondo de nuestro ser para despertar la bondad que tenemos encerrada, encontrar la audacia que nos permita emprender caminos nuevos y a ser nosotros mismos, el nos ayuda a vencer nuestros miedos y prejuicios que nos quitan libertad.

·        En la escuela del Espíritu tenemos mucho que aprender y ensayar:
-    El viene a iluminar nuestra vida y nos ayuda a entrar en los rincones  sucios que hay en nosotros y que encontramos en la Iglesia. Como es un viento fuerte arrastra las hojas muertas y nos anuncia primaveras, que la vida está nuevamente empezando a brotar, distinta a la que conocemos.
               “He venido para que tengan vida y vida en abundancia” dice Jesús.

-         El nos ensancha el espacio de nuestra vida, abre puertas y ventanas, derriba muros que nos separan, nos prepara lugares de encuentros donde puedan ser acogidos muchos que buscan y necesitan  albergue y compañía.
-         No podemos vivir centrados en nosotros mismos, preocupados de nuestra tranquilidad y de nuestras enfermedades. Somos hombres y mujeres para los demás. ¿Qué puertas tenemos cerradas? ¿Qué miedos nos habitan?
     Somos cristianos con otros y para otros. El Espíritu nos pone palabras en nuestros labios, pone en movimiento nuestros pies y nos hace arder el corazón. Necesitamos aprender una nueva manera de presentar la experiencia de Dios. Nuestra tarea es llenar el barrio, la ciudad, el país compartiendo la maravillas de Dios, la experiencia vivida.

·       Pidamos sin cansarnos que venga el Espíritu e inunde nuestras comunidades, nuestras familias, nuestra Iglesia. Sólo así podremos renovarnos, estar contentos de ser cristianos, con sentido de vida, con capacidad de consolar tantas víctimas de todo tipo de abusos. Ellas son la herida abierta en el costado de Jesús.
     Amén

Alvaro González


DE LA PROFECÍA AL NARCISISMO ECLESIAL

Se nos ha pedido a todos los católicos, cualquiera sea nuestra posición en la Iglesia, participar en la reflexión sobre su crisis, y decir la verdad sin rodeos. Como creo que, antes que nada, es preciso comprender esa crisis en su raíz y naturaleza, me parece oportuno traer a la memoria una situación vivida años atrás, en donde se refleja el distanciamiento de la Iglesia respecto de sus propios fieles.

Una encuesta de Adimark sobre la Iglesia (Revista del Sábado, 25 de septiembre de 2005), constataba que el 59% de los católicos desearía que los sacerdotes pudiesen casarse; el 60% era partidario de la ordenación sacerdotal de las mujeres; el 74% no compartía que se impidiera a los divorciados recibir la comunión; el 75% deseaba que los sacerdotes y fieles de una diócesis eligieran a sus obispos; el 95% aprobaba el uso del condón para prevenir el Sida; el 95% estimaba legítimo el derecho de las parejas a elegir su propio método de control de la natalidad. Era patente la resistencia de los católicos a disposiciones reiteradas hasta el cansancio por la autoridad de la Iglesia.

Algunos eclesiásticos cuestionaron la metodología de la encuesta. Pero Juan Ignacio González, Opus Dei y obispo de San Bernardo, sorprendió con una mirada diferente. No cuestionó la veracidad de las opiniones allí expresadas, sino que las interpretó a su manera, como señal de la crisis moral que vive el país que, según él, ha abandonado a Dios (nótese: no a la Iglesia, sino a Dios). Pero dijo más, se aventuró sobre la causa del fenómeno. Sostuvo que la propia Iglesia era la responsable de ello, por haberse dedicado “a cuanta cuestión política había” (sic), en vez de anunciar a Cristo, su Evangelio y su moral. Con tal insólita aseveración, no cabía duda de que se refería a la pastoral social y de defensa de los derechos humanos encabezada por el Cardenal Silva Henríquez y seguida por muchos obispos. Sorprendentemente, quince años después, Juan Ignacio González retomaba el discurso de la dictadura y de un sector del catolicismo chileno, sobre la supuesta intromisión política de la Iglesia.

Pero el obispo fue aún más lejos. A su juicio, cuando la Iglesia se dedicaba a la política, las iglesias estaban llenas, pero al dedicarse ahora a “lo suyo”, quedaban vacías. (El Mercurio, 1 de octubre de 2005). Sólo la Iglesia resistía, aferrada a lo suyo, mientras el país se precipitaba al despeñadero. Era la percepción claramente política de un religioso que calló la boca ante la violación sistemática de los derechos humanos. Pero no me detengo en la dimensión política del asunto, sino en la religiosa y eclesial. ¿Qué podría ser para el obispo “lo suyo” o lo propio de la Iglesia? Esto es aquí lo decisivo.

Obviamente, el sentido común podría interpretar ese abandono de la Iglesia como originado, precisamente, en la visión del obispo González sobre “lo suyo”. Pues no cabe la menor duda de que la sociedad chilena apreció mucho más a la Iglesia cuando los pastores, como el Buen Samaritano, recogían al herido y vendaban sus heridas. Para González, era algo ajeno a la labor propia de la Iglesia.

Tenemos, entonces, dos visiones de Iglesia confrontadas. Una profética y evangélica, proyectada al mundo, o “en salida” en terminología del Papa Francisco, versus una ensimismada, narcisista, volcada a “lo suyo”, sus creencias, normas morales y ritos. A la hora de inclinarse por una u otra, el discernimiento del cristiano no puede basarse sino en la práctica de Jesús. El optó por dirigirse a la gente de su tiempo en su condición real, sanando a los leprosos, dando vista a los ciegos, repartiendo el pan, predicando el amor al prójimo como su único mandamiento.  No pretendió reformar la religión de Israel. Le interesaba la vida de la gente, la superación del dolor, la búsqueda de una mayor hermandad como anticipo del Reino de Dios. Esto le valió el cadalso reclamado por la autoridad religiosa de su tiempo, centrada en la obediencia a sus propias prácticas. Pues bien, en Chile se transitó efectivamente de la primera a la segunda visión de la Iglesia, y la sociedad la abandonó. En esto González tiene razón.

Ahora bien, el cambio en el quehacer de la Iglesia no se produce por azar o por una nueva constelación astral. Tiene causas históricas y es producto de decisiones humanas. El papa Juan Pablo II se preocupaba del comunismo, y le inquietaba una Iglesia Latinoamericana comprometida con la justicia, la suerte de los pobres y excluidos, y que adhería a los proyectos de transformación social. Con el fin de intervenir en ella, envió a Chile al nuncio Ángelo Sodano. Apenas el Cardenal Silva Henríquez cumplió 75 años y debió presentar su renuncia, ésta le fue inmediatamente aceptada. Luego dispersó a los obispos progresistas y proféticos, enviándolos a regiones más apartadas y de menor influencia. (Fernando Ariztía, Enrique Alvear, Sergio Contreras, Carlos Camus, Tomás González y otros) En su reemplazo designó como obispos a personas menos deliberantes y sumisas a la autoridad central. Un vuelco radical del episcopado chileno. Sodano fue premiado con los honores de Cardenal, y llegó a constituirse en el segundo poder del Vaticano después del Papa.

El largo pontificado de Juan Pablo II se caracterizó por un doble propósito. Por una parte, se abocó a una restauración del centralismo y la autoridad del papado; mientras el Concilio Vaticano II se inclinaba por un gobierno colegiado y participativo de la Iglesia, y una mayor autonomía de las iglesias locales. Por otra parte, mostró un pesimismo antropológico radical, que veía en el fortalecimiento de la Iglesia la única salvación para un mundo desquiciado. Su modelo era Polonia. Se volcó hacia el Opus Dei, movimiento capaz de infiltrarse en los resquicios de la sociedad, para hacerse del poder económico y político. Esta estrategia de cristianizar mediante el ejercicio del poder, a la fuerza y desde arriba, no puede ser más contraria a la práctica de Jesús y al espíritu del Concilio. Pero pareció eficaz para los fines de la institución eclesiástica. En El Salvador, país que todavía lamentaba el asesinato del obispo Romero, puso a la cabeza de la Iglesia al capellán militar, hombre del Opus Dei. Otro tanto en Perú, donde el nuevo arzobispo, también Opus, expulsó canónicamente a Gustavo Gutiérrez, padre de la teología de la liberación.

Paradigmático fue lo acontecido en la Iglesia holandesa. Esta, que se había destacado en los debates del Concilio con el Cardenal Alfrink a la cabeza, fue pionera de cambios que la llevaron a superar a los protestantes en feligresía. En los años setenta se sumaba a las manifestaciones populares contra la reducción de fondos para pensiones, contra el militarismo y los misiles de USA en Europa, contra la contaminación, el racismo y otras causas nobles. La Iglesia denunciaba las llagas de una sociedad opulenta: los minusválidos, los trabajadores, los viejos, los migrantes. En lo interno, ya estaba en marcha un proceso profundo de desclericalización y participación de los laicos, en la liturgia, en la pastoral, en la teología, el cual era apoyado por el cardenal Alfrink y otros obispos. Ello suscitó la fuerte oposición del conservadurismo que recurrió a Juan Pablo II. Este no dudó en intervenir con su acostumbrada energía. Sustituyó a los obispos abiertos a la transformación eclesial en curso, reemplazándolos por otros autoritarios y dóciles a Roma. Ello provocó la protesta de las organizaciones de sacerdotes y religiosos, que denunciaban la llegada de funcionarios eclesiásticos seguros de sí mismos, diplomáticos y burócratas insensibles a la realidad local. Las visitas del papa a territorio holandés fueron públicamente resistidas: “sal de aquí Juan Pablo, estás oscureciendo a Jesús”. El abandono de la Iglesia fue masivo en Holanda.

Lo ocurrido en Chile, por lo tanto, no es un caso aislado. Juan Pablo II emprendió con fervor y universalmente políticas eclesiales contrarias al Concilio renovador, haciendo un gran daño a la Iglesia. Apostó al poder de la institución eclesiástica, con lo que se fue opacando la mirada al Evangelio de Jesús. Esa estrategia de uso del poder puede tener graves consecuencias; entre ellas la creación de un contexto facilitador de abusos de conciencia, que bien pueden materializarse en abusos sexuales.

Pero la actual crisis entraña un despertar de las conciencias muy beneficioso; es obra del Espíritu Santo que actúa hoy inspirándolas desde dentro, sin coacción alguna. No ha sido propiamente una crisis de la Iglesia, sino del clero y su poder sin freno. En buena hora. Hoy se abre el espacio para que quede atrás el narcisismo o el ensimismamiento en “lo suyo”, y florezca una Iglesia más acorde con lo que desearía Jesús.

Andrés Opazo


CONCIENCIA, RESPETO, TRANSPARENCIA, LA OBRA DEL AMOR

Comparto la bendición que una joven azteca del siglo VII pronuncia sobre sí misma y sobre su pueblo. En tiempos tan remotos, y ajenos a toda influencia cultural de Occidente, ya era consciente de la presencia de la divinidad en su interior. Es ella la que la vuelve enteramente libre. Y todo puede ser penetrado por el Amor.

"Yo libero a mis padres de la sensación de que han fallado conmigo...
Yo libero a mis hijos de la necesidad de traer orgullo para mí, que puedan escribir sus propios caminos de acuerdo con sus corazones, que susurran todo el tiempo en sus oídos...
Yo libero a mi pareja de la obligación de completarme. No me falta nada, aprendo con todos los seres todo el tiempo...
Agradezco a mis abuelos y antepasados que se reunieron para que hoy respire la vida...
Los libero de las fallas del pasado y de los deseos que no cumplieron, conscientes de que hicieron lo mejor que pudieron para resolver sus situaciones dentro de la conciencia que tenían en aquel momento... Yo los honro, los amo y reconozco inocentes...
Yo me desnudo el alma delante de sus ojos, por eso ellos saben que yo no escondo ni debo nada, más que ser fiel a mí misma y a mi propia existencia que, caminando con la sabiduría del corazón, soy consciente de que cumplo mi proyecto de vida, libre de lealtades familiares invisibles y visibles que puedan perturbar mi Paz y Felicidad, que son mis únicas responsabilidades.
Yo renuncio al papel de salvador, de ser aquel que une o cumple las expectativas de los demás...
Aprendiendo a través y sólo a través, del AMOR... bendigo mi esencia, mi manera de expresar, aunque alguien no me pueda entender.
Yo me entiendo a mí misma, porque sólo yo viví y experimenté mi historia; porque me conozco, sé quién soy, lo que siento, lo que hago y por qué lo hago.
Me respeto y me apruebo.
Yo honro la Divinidad en mí y en ti... Somos libres. "

(Antigua bendición Nahuatl, escrita en el siglo VII en la región central de México, que trata de perdón, cariño, desapego y liberación).



¿EN QUIÉN CONFIAR?

¿En quién confiar, se preguntarán muchas personas, católicos incluso, que ven cómo la iglesia católica día tras día suma hechos que desacreditan a sus miembros en Chile? El tema es muy complejo. Recién llegados de Roma, los obispos despertaron con una realidad que parece una bola de nieve.  Catorce sacerdotes de la diócesis de Rancagua son separados en los días recientes de su ejercicio ministerial por presunta participación en delitos de abusos sexual. Constituían una verdadera secta. Consultado uno de ellos en un reportaje para un programa de televisión respondió con una cándida estupidez admitiendo que enviaba fotos desnudo a menores de edad.

El jueves se conoció la denuncia de abuso sexual de un ex acólito de la ciudad de Constitución y el eventual encubrimiento del obispo Tomislav Koljataic, del círculo cercano de Fernando Karadima. Hecho ocurridos hace varios años, denunciados y que no habrían tenido respuesta, ni menos explícita preocupación de parte de la estructura eclesiástica. Eso dijo.

“Su obra es secreta, y todo el mérito de ella quedará como un secreto compartido entre él y Dios. Qué importa la imperfecta justicia humana … Pero retrocede de esos pensamientos, pues no quiere caer en la soberbia de la santidad ni en la tentación del martirio”. Así se refiere el escritor argentino César Aira, a un sacerdote que es el personaje central de su corta novela Actos de Caridad. No está hablando de abusos sexuales. El relato, más bien es una bofetada a la misión que debiera tener el sacerdote en una comunidad específica que tiene máximas carencias. Pero claro, es ficción. Pero en estos días, cada vez más, conocemos realidades que superan la ficción

¿En quién confiar? En Chile las instituciones están en un desprestigio total. La confianza en ellas es muy baja. Hablamos del parlamento, que cobija a todos los legisladores, del poder judicial, de las instituciones de la defensa nacional y, obviamente de la iglesia. Y otras. Para sentir desesperanza.

Creo que los católicos debemos confiar en nuestra capacidad de pensamiento crítico. Debemos confiar en nuestros valores y principios. Debemos confiar en nuestra disposición para participar de manera activa y vigilante en la iglesia. No sólo podemos sorprendernos, sino que nuestra obligación es participar, preguntar, colaborar, sugerir, asumir tareas, ser responsables de nuestras convicciones y de la forma cómo vivimos la fe.

Siento que la iglesia nos llama para ser soportes activos de nuestros párrocos. Para entregar, recibir y exigir. Para afianzar nuestra vida en comunidad. Debemos ser responsables en nuestro rol.  En estos días, por ejemplo, quizá debiéramos sugerir y aportar para reflexionar sobre la realidad de nuestra iglesia y la forma cómo superar esta seria y profunda crisis en la que estamos. Me ha sorprendido que los sacerdotes no se hagan cargo explícitamente en las homilías de los temas de actualidad, porque no solo no es usual, sino por el contrario, es absolutamente extraordinario que el Papa llamara a todos los obispos para que concurrieran a Roma,  o que les pidiera que dejaran por escrito su renuncia al concluir su estadía allí. Necesitamos que el clero asuma la necesidad de hablar con franqueza, con transparencia y, sobre todo, con el corazón abierto.

Los abusadores pueden ser muchos. Es cierto. Pueden haber tenido conductas y prácticas muy lesivas, por años y años. Pero no son todos. Hay también muchísimos sacerdotes maravillosos, cercanos, respetuosos, sanos, que siguen el camino de Jesucristo, que no buscan el poder ni la dominación. Personas de carne y hueso, como cualquiera de nosotros, que tienen una vocación real para atender y compartir la vida de los postergados, de los desamparados y débiles de nuestra sociedad. Personas que no abusan de su poder. Sino que están dispuestos para nosotros, para recibirnos y cobijarnos, con sano y legítimo desinterés.

Con esta crisis tenemos una oportunidad para una profunda renovación de la iglesia. Unámonos en ese objetivo.

Rodrigo Silva

Comentarios

  1. Me gustó muchísimo tu comentario amigo Andrés. Gracias, un abrazo / Quintin

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