INCOMUNICACIÓN ENTRE CULTURA E IGLESIA

Estamos en tiempos de expectativa para la iglesia. En Chile se anuncia la pronta visita de los delegados papales para lo que podría ser el comienzo de transformaciones radicales, tanto culturales como de jerarquías. Andrés Opazo ahonda en los orígenes de la distancia que hay entre la evolución que ha tenido la cultura de la humanidad versus el pensamiento retrógado y conservador de la Iglesia en materias como la sexualidad. Rodrigo Silva apunta sobre la reciente carta del Papa en la que llama a los laicos y las comunidades a ser parte activa del proceso, para generar un cambio cultural muy profundo y esperanzador.  



EL TRAUMA DE LA SEXUALIDAD EN LA IGLESIA

El distanciamiento constatado en Chile entre la Iglesia Católica y la sociedad posee aristas diferentes. Una de ellas apunta al campo de la sexualidad. En efecto, éste es un ámbito esencial de la existencia humana, que incide poderosamente en la vida de hombres y mujeres, y sobre cuya trascendencia y complejidad se ha tomado conciencia sólo en el último tiempo. Hoy todos estamos aprendiendo a interrogarnos sobre la materia. Y es allí precisamente, en donde la incomunicación entre la cultura actual y la Iglesia Católica se ha vuelto patente y dramática. Esta es dirigida por varones célibes, dotados de poder irrestricto en lo doctrinal, en lo normativo y en lo disciplinario. Una institución intrínsecamente patriarcal, que ha sospechado de la mujer como fuente del mal y permanente tentación. Un rasgo típico de culturas que quedan atrás, pero inaceptable en el tiempo presente.

Un episodio del pasado reciente es elocuente. El Papa Juan Pablo II invitó a una pareja polaca padres de cuatro hijos, a pasar con él un mes en su palacio de Castelgandolfo; eran amigos con los que podía ahondar en el ideal que lo inquietaba sobre la castidad en el matrimonio. En varias ocasiones instó públicamente a la continencia entre los esposos, en especial en una audiencia general, el 8 de octubre de 1980. Allí llegó a condenar al marido que mirase a su mujer con deseo sexual, “cometía un adulterio en su corazón”. (Juan Arias. El Enigma Wojtyla) Un despropósito que no dejó indiferentes a mujeres que alegaban por su derecho a ser deseadas, y que reclamaban que el problema consistía justo en lo contrario: que la siguieran deseando sexualmente. Lo que para uno es bueno, para el otro es malo, y viceversa. Un grave desencuentro.

No podría encontrarse antecedentes de tal rechazo a la sexualidad en la Biblia y la mentalidad hebrea. Ahí no se conoció la distinción griega entre alma y cuerpo, ni se desdeñó lo corpóreo; nunca valoró el celibato y veía en el amor de pareja un reflejo del amor de Dios con su pueblo. El Cantar de los Cantares no vacila en elogiar el amor erótico. Por su parte, en ningún pasaje de los evangelios habla Jesús de sexo; su tema es otro. Cuando rechaza el divorcio, lo que lo mueve es la condición desmedrada de la mujer según la legislación judía. Además, incluyó a mujeres en su entorno inmediato. Pero otra es la actitud que encontramos en San Pablo, hombre formado en la cultura helenista, que no conoció ni a Jesús ni a los evangelios, pues sus cartas fueron anteriores a éstos. Fue él quien cristianizó el silencio de las mujeres en la Iglesia y su subordinación a sus maridos; no puede extrañarnos que haya recomendado el celibato y aceptado el matrimonio sólo para quienes no pueden con la concupiscencia. Es mejor casarse que quemarse.

En las comunidades cristianas primitivas, las mujeres estaban habilitadas para ejercer los servicios y carismas eclesiales sin distinción de género. Pero esas funciones les fueron siendo arrebatadas la medida en que avanzaba el ordenamiento institucional de la Iglesia y, con ello, la introducción del poder en su interior. Tampoco se satanizaba la sexualidad y los matrimonios se celebraban y regían según la práctica acostumbrada en medios helenistas y romanos. A partir del siglo IV, con el reconocimiento del cristianismo por el poder imperial y la decadencia del rigor primitivo, surge como reacción el monacato. Varones, y después mujeres, se apartan del mundo, se retiran al desierto para llevar una vida de penitencia; y es en este contexto cuando se adopta el celibato voluntario. Desde entonces, los monjes han modelado en buena parte la espiritualidad cristiana, y ocupado cargos de máxima autoridad en la Iglesia.

Pero no fue sino hasta el siglo VIII y IX que lo sexual se convierte en el territorio privilegiado del pecado. Monjes irlandeses y escoceses inician la práctica de la confesión secreta entre ellos y ante un sacerdote (confesión auricular que se mantiene hasta hoy). Tradicionalmente el pecador pedía perdón en el seno de la comunidad y ante el obispo. Pero ello se fue transformando en un asunto privado. Y al mismo ritmo de la privatización de la confesión, el pecado comenzó a afincarse en lo sexual. Se reglamentó estrictamente el ejercicio de la sexualidad, se elaboraron manuales de confesionario para sacerdotes, se jerarquizaron los pecados según su gravedad, y se les adjudicó la correspondiente penitencia. Esta práctica se expandió por toda la primera Edad Media, una época de gran violencia sexual ejercida en primer lugar por príncipes y monarcas guerreros (Carlomagno). En el siglo XIII, Tomás de Aquino otorga a la confesión el rango de sacramento.

Las reformas de una Iglesia relajada y corrupta, fueron encabezadas por monjes ascéticos y rigurosos, que terminaron implantando una moral enemiga del placer sexual. Impuso a toda la sociedad una severa casuística, algunos de cuyos elementos reproduzco sintéticamente. (Fuente: Hans Küng. El cristianismo. Esencia e Historia)
* Las mujeres no deben entrar a la iglesia en días de menstruación ni recibir la comunión.
* En los hombres, la eyaculación produce impureza.
* Los casados deben omitir las relaciones carnales no sólo en la menstruación y en el tiempo que precede y sigue al parto, sino también todos los domingos y fiestas de guardar, así como en las vigilias y octavas de éstas, en ciertos días de la semana (viernes), y también en todo el tiempo de adviento y cuaresma.
* No se permite recibir la comunión sin confesión previa.
* Sólo las manos puras del sacerdote célibe pueden tocar la hostia, los fieles supuestamente manchados, la reciben en la boca.

Efectivamente, la actitud traumática ante la sexualidad, no hunde su raíz en el evangelio de Jesús. Si bien él mismo fue célibe en vista de su consagración total al Reino de Dios, sus discípulos eran casados. Fue en siglos avanzados del primer milenio del cristianismo, cuando comenzó el rigorismo sobre la sexualidad que ha acompañado a la Iglesia Católica hasta hoy, pese a haberse atenuado un tanto. En Chile lo constatamos; la Iglesia ha resistido con vehemencia a leyes en las cuales está involucrado lo sexual: la legitimación de los hijos concebidos fuera del matrimonio, el divorcio, el aborto en tres causales, el matrimonio de los homosexuales, el reconocimiento legal de las personas transexuales.

Pero de lo que no cabe la menor duda, y lo atestigua la antropología cultural, es que los usos y prácticas de la sexualidad han sido conformados por la visión del mundo y de la naturaleza en culturas diferentes. Mientras esto no sea comprendido y aceptado por la jerarquía de la Iglesia, nada podrá arrellanar el abismo que en este punto la separa de la mentalidad actual. Ello no implica, por supuesto, una renuncia a la mirada crítica sobre la cultura en todo tiempo y circunstancia, en lo tocante a los avances y retrocesos en lo genuinamente humano, sus bondades y perversidades, en vista de la construcción de un mundo de mayor verdad, libertad, solidaridad y fraternidad. El crecimiento personal en lo físico, lo psicológico y lo espiritual, es un desafío en donde la sexualidad no puede ser ignorada.

 Andrés Opazo


EL PERDÓN NO BASTA


Confieso que leí con ansiedad la carta del Papa de este jueves 31 de mayo. Buscaba el anuncio de medidas específicas. Pero el Papa me dice que los cambios deben hacerse con valentía, coraje y sabiduría; con tenacidad y sin violencia; con pasión y sin fanatismos; con constancia pero sin ansiedad. Y lo central, que nada ponga en riesgo la integridad y la dignidad de cada persona.

No obstante, la carta es sustantiva. Nos llama a los laicos a tener una presencia muy activa para la transformación de la cultura del abuso y del encubrimiento por la cultura del cuidado y la protección. Y les dice a sus “colegas”, abran los canales para que esa participación y presencia sea efectiva. Y, a la vez, nos dice, sean ustedes capaces de crearlos, los que correspondan.

El Papa recalca que la condición del Pueblo de Dios es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en el templo.
El Papa sabe, por las características del uso del poder y por la experiencia previa de la iglesia de Chile, que requiere no solo de cambios de personas para una renovación profunda. Dice que “la Santa Madre Iglesia hoy necesita del Pueblo fiel de Dios, necesita que nos interpele …. La Iglesia necesita que ustedes saquen el carnet de mayores de edad, espiritualmente mayores, y tengan el coraje de decirnos, 'esto me gusta', 'este camino me parece que es el que hay que hacer' … esto no va. Que nos digan lo que sienten y piensan.” Esto es capaz de involucrarnos a todos en una Iglesia con aire sinodal que sabe poner a Jesús en el centro.
El Papa nos pide participación y asegura que no existen cristianos de primera, segunda o tercera categoría. “Insto a todos los cristianos a no tener miedo de ser los protagonistas de la transformaci6n que hoy se reclama y a impulsar y promover alternativas creativas en la búsqueda cotidiana de una Iglesia que quiere cada día poner lo importante en el centro.
El Papa se anticipa a decirnos que el cambio de la jerarquía no basta. La transformación nos debe involucrar a todos, para estar atentos, ojos abiertos, críticos. Para que seamos iglesia profética y esperanzadora.

Y aun cuando no baste, las expectativas creadas son muy altas. No solo con esta carta, sino con el documento que les entregó a los obispos en Roma, que fue lo suficientemente fuerte, duro y claro como para esperar cambios sustantivos, en este proceso de “revisión y purificación”, como denomina el Papa a lo que debe ocurrir en Chile.

¿Cómo resolver el gran tema de los abusos, nos preguntamos en nuestra última reunión de Comunidad? Y un sacerdote invitado nos dijo que el gran problema es el cambio en la cultura de ejercer el poder y la autoridad. Mientras eso no cambie en la formación eclesial, todo debiera ser difuso. Y claro, es razonable pensar así, porque el clero se ha sentido como un gran poder, hermético, hasta cierto punto impenetrable. Lo digo yo.

El Papa reconoce “con vergüenza” que la iglesia no supo escuchar y reaccionar a tiempo. Tiene toda la razón. Y no solo eso. No quiso creer. Le pareció que era mejor dejar pasar el tiempo. Que el agua fluyera y se esparciera por los cauces laterales. Pero ha ocurrido todo lo contrario. Por la fuerza, convicción y perseverancia de unos pocos, el agua se convirtió en torrente y comenzó a romper los diques de contención construidos desde siempre. Como diría este jueves el obispo Juan Ignacio González, así es la iglesia que fundó Cristo.
Se ha develado la cultura del abuso. Y cuesta creer. El Secretario de la Conferencia Episcopal, Fernando Ramos, lo reconocía este jueves. Como ocurre en una familia cuando se conoce que un miembro muy cercano ha cometido abusos. Lo graficó bien. Cuesta creer, porque no se ha escuchado a las víctimas, porque la iglesia se ha encerrado en sí misma, porque ha “endiosado” a algunas figuras en tiempos de cambios culturales muy profundos de la sociedad chilena.

La cultura del abuso y el encubrimiento es incompatible con la lógica del Evangelio, dice el Papa.  “Todos los medios que atenten contra la libertad e integridad de las personas son antievangélicos; por tanto es preciso también generar procesos de fe donde se aprenda a saber cuándo es necesario dudar y cuando no.”

Seremos fecundos en la medida que potenciemos comunidades abiertas desde su interior y así se liberen de pensamientos cerrados y autoreferenciales llenos de promesas y espejismos que prometen vida pero que en definitiva favorecen la cultura del abuso.” Clarito el Papa.

Transitar de la cultura del abuso, a la cultura del cuidado y la protección exige un cambio radical en la forma del ejercicio del poder y la autoridad. Y para que eso ocurra se espera decisiones políticas y señales extraordinariamente claras. Quizá no baste el llamado que hace el Papa para que los cristianos y todas las instituciones vinculadas a la formación y educación promuevan esta nueva cultura.

La carta del Papa pareciera marcar una línea de tiempo muy clara. Ya no basta con pedir perdón como se hace siempre al comienzo de cada misa. Este gesto ¿nos ayuda realmente a ser mejores personas? Como Dios es misericordioso y nos ama, nos perdona. Y nos sentimos queridos. Pero como somos imperfectos, seguimos cometiendo equivocaciones y así el círculo parece infinito. Pero qué pasa cuando nuestra conducta lesiona gravemente a otras personas. ¿Basta con pedir perdón?

Así lo hizo la Congregación Hermanas del Buen Samaritano esta semana después del testimonio de Consuelo Gómez, ex religiosa, quien dijo haber sido abusada sexualmente, humillada y maltratada, tanto en Chile como en España. “Yo fui abusada sexualmente por una monja en España, que también era chilena y superior a mí, varias y repetidas veces. Y todos sabían y me hicieron callar. Me hicieron sentir a mí que era culpable de todo. Pero ahora comprendí que esta es una historia que yo viví, que es mía, y que no soy la única”. La Congregación reconoció que sabía, pero al parecer no hizo nada. Ahora sí se apresura.

Nada pareciera suficiente. Por eso la carta del Papa debiera ser el preludio final antes del comienzo de medidas y medidas y medidas que debieran transformar la iglesia que fundó Cristo como diría el obispo González con tanta ligereza, me pareció. Es como decir, somos imperfectos y qué le vamos a hacer.

La pronta visita de los delegados papales Scicluna y Bartomeu pudiera ser el comienzo del gran cambio. El resto le corresponde al “pueblo fiel de Dios.”

Rodrigo Silva



Comentarios

  1. Yo debo señalar que siento mucha rabia. En la década del 60 con la Encíclica Humanae Vitae la Iglesia prohibió los anti-conceptivos artificiales, como la píldora, después en la década del 70, siguió prohibiendo los anti-conceptivos que la sociedad iba descubriendo y los no católicos utilizando como medios de planificación familiar. Recuerdo amistades recién casadas que conversaban con un cura y éste les prohibía estos métodos anti-conceptivos, no quedando mas alternativa que tener mas hijos, a veces en circunstancias muy complejas para la pareja, no siempre económicas, también de salud y de cuidado de los otros hijos ya nacidos.
    Recuerdo que en lo que dice relación a las relaciones sexuales, era prácticamente pecaminoso que uno planteara el tema de las relaciones sexuales pre-matrimoniales. Ni siquiera estaba permitido conversarlo y que los jovenes y las jóvenes, tuvieramos puntos de vista divergente. En esto, los curas eran drásticos.
    Vi sufrir a parejas casadas, separadas y vueltas a casar porque la Iglesia los había condenado con la Ex-Comunión.
    Jamás vi durante los períodos de las dictaduras Militares en Latinoamerica, una condena a la tortura, a la prisión injusta, a las ejecuciones políticas, sin juicio justo, a las detenciones seguidas de desaparecimiento y a las crueldades cometidas en contra de personas inocentes y las mas de las veces, muy pobres.
    Hoy, vemos a esa Jerarquía arrogante y siempre instalada en un podio de mayor altura, desde donde con una superioridad moral, jamás discutida, nos decía qué era pecado y que no era pecado, que era pecado mortal y que no era pecado mortal, en asuntos en los que nuestra conciencia moral como laicos no era reconocida....cae y....justo, el el area en la que fue mas dura, mas dogmática, mas intransigente ....la sexualidad.
    Admiro a las 3 víctimas de Karadima que hoy son vistas como héreoes y en realidad, lo son. Junto con admirarlos, les agradezco todo lo que han hecho y que hoy nos abren una ventana a todos los laicos, en esa misma Iglesia.

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  2. Muchas Gracias M Teresa, tu rabia y tu desahogo es el de muchas y muchos, tengamos fe y esperanza que habrá cambios! Saludos!

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