DESCONCIERTO Y DESAFÍOS DE LIBERTAD
Para entender miradas
distintas y un mundo cultural nuevo que se abre camino especialmente entre
jóvenes, es preciso despejar la mente de prejuicios. También las mujeres a
veces nos desconciertan, pero piden que se les escuche. Jesús nos invitó a
liberar el corazón para ir al fondo de lo humano.
DESCONCIERTO Y DESAFÍOS DE LIBERTAD
Muchos de nosotros nos
hemos sentido desconcertados o molestos al saber de alegatos, manifestaciones y
protestas de parte de sectores que reivindican derechos o aspiraciones muy
sentidas y no comprendidas por otros. Muchachas feministas se toman escuelas y
universidades, mujeres exigen un aborto libre y seguro, homosexuales demandan matrimonio
y adopción legal de niños, transexuales buscan reconocimiento y derechos
cívicos. A veces ponen en entredicho un modo generalizado de pensar, lo que se
cree ser el “sentido común”.
Al conocer las tomas
feministas me preguntaba ¿qué es lo que piden? Leí una columna de un escritor
tan lúcido e irreverente como Rafael Gumucio, que calificaba esas tomas como propias
de personas satisfechas y educadas, a las que no les falta nada, y no saben qué
exigir. Me pareció razonable y lo comenté con una de mis hijas, la que,
indignada, me respondió: ¡es que hay que ser mujer para entenderlo… ustedes no
saben del miedo y disgusto con que muchas veces una debe salir a la calle!... Luego
supe que el escritor había cambiado de opinión al dialogar con sus alumnas. La
desorientación también llegó al rector de la U de Chile quien, al recibir un
petitorio después de varios días de toma, exclamó aliviado: “por fin sé qué es
lo que piden”. Ello refleja bien el carácter diferente del reclamo feminista.
Estamos acostumbrados a reivindicaciones económicas o de ventajas sociales. Pero
la de ahora es de otra naturaleza y es más profunda; es una rebelión cultural
contra relaciones dominantes de género que terminan humillando a la mujer.
Ellas lo resienten, no así nosotros los hombres, todavía instalados en un patriarcalismo
heredado.
Expresión de lo mismo
es otra causa, también de mujeres: la demanda por un aborto legal y seguro. A
ellas no se les ocurre pensar que asesinan a una personita indefensa. Interrumpen
el desarrollo de un embrión no siempre por puro egoísmo. Han sido demasiado
jóvenes, o bien incapaces de hacerse cargo de un nuevo hijo por impedimentos
físicos, psicológicos, económicos o de otro orden. No por ello son asimilables
a los nazi, aunque así lo diga el Papa, quien ofende impunemente a miles de
mujeres. Bien lo expresaba una española: “antes nos perseguían por brujas,
ahora por nazi”. En Argentina se legalizó el aborto sin reparar en causales, en
Brasil el movimiento es muy poderoso, y en Chile se fragua la misma demanda.
El matrimonio de
homosexuales y su habilidad para la adopción de niños se encuentra en plena
discusión, así como el reconocimiento registral del cambio de sexo de las
personas transexuales. Los avances en el conocimiento científico de la
sexualidad humana, confirman variantes que amplían el rango de lo normal. Abren
paso a que, los antes discriminados por una condición sexual no elegida sino
inscrita en su naturaleza, puedan sacudir el anatema y reivindicar su derecho a
ser tratados como personas, capaces de amar y de establecer relaciones
igualitarias dentro de la sociedad.
La Iglesia Católica ha
resistido frontalmente la alteración de lo considerado por ella como normal. Pero
lo que llama la atención de un creyente, es que no fundamenta su verdad en las
fuentes de su fe, en los evangelios, en la práctica y el espíritu de Jesús.
Este nunca se refirió a cuestiones de sexualidad; su prioridad radicó en la
condición humana y en el sufrimiento de los postergados y discriminados. Desde esta
toma de posición, él escrutó el corazón de justos y pecadores, para llamarlos a
la conversión, al amor y la compasión. Invitó a un cambio de perspectiva.
En efecto, la Iglesia se
ciñe a doctrinas elaboradas en el marco de la mentalidad reinante en una época
determinada, no necesariamente asimilables en una cultura diferente. Por
ejemplo, Santo Tomás de Aquino nunca pensó que en las primeras fases del
desarrollo del embrión existiera un alma humana; para él, había allí una persona
sólo “en potencia” (potencialmente), pero no en la realidad. En esto seguía
fielmente a Aristóteles. En el siglo XVIII, y en plena confrontación con protestantes
y liberales, el magisterio eclesiástico definió que el alma humana llegaba en
el momento de la concepción. Ello no tenía base en las escrituras ni en
concilios anteriores, no era un dogma de fe. En temas como éste, la autoridad
de la Iglesia, en lugar de recurrir a Jesús y los evangelios, adopta una creencia
como doctrina oficial, exponiéndose a que los cambios culturales la relativicen
o la desechen. Tenemos entonces que, en lugar de comunicar la palabra de Dios, el
magisterio expone una ideología, su ideología eclesiástica, la que como tal puede
ser confrontada con otra ideología. Hoy vivimos inmersos en una concepción del
mundo, de la vida y de la naturaleza humana muy diferente a otras en las que se
han formulado algunas doctrinas. Nuestra cultura también debe ser iluminada por
la fe en Jesús.
Los jóvenes de hoy no
se espantan ante las demandas de mujeres, de homosexuales o transexuales; ya
las han interiorizado como naturales. Los adultos, en cambio, estamos obligados
a pensar y a liberarnos de ataduras mentales. Hace veinte siglos San Pablo
decía a los cristianos de Galacia: “Para ser libres nos liberó Cristo”, y lo
asumimos ahora como libres de prejuicios y presiones, a fin de bregar por lo
único importante: el proyecto de vida buena de las personas, y la libertad para
emprenderlo.
Sugiero leer
atentamente el capítulo V de la Epístola de San Pablo a los Gálatas, que se
inicia precisamente con las palabras ya adelantadas. “Para ser libres nos liberó Cristo. Manteneos pues firmes y no os
dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud”. Se refería a la
esclavitud de la ley. “Porque en Cristo
Jesús, ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la
fe que actúa por la caridad”. Sólo en vista del amor se justifica nuestro
actuar. “Si sois conducidos por el
Espíritu no estáis bajo la ley”. …. “El fruto del Espíritu es amor, alegría,
paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza; contra
tales cosas no hay ley”.
Para nuestro mundo de
hoy, la ley no es sólo la legislación formal del Estado que prohíbe y ordena,
sino normas tácitas a veces aún más imperiosas, convenciones sociales,
tradiciones, un sentido común compartido y asumido como único criterio de
normalidad. Siempre nos desconcertaremos y fastidiaremos ante lo nuevo e inesperado.
Pero no hay más remedio que ir al fondo, y redescubrir allí el Espíritu del que
nos habla San Pablo: la felicidad de las personas, el amor, la paz, la
afabilidad, la bondad, la empatía. Cuando Pablo nos invita a vivir según el
Espíritu, asumimos con confianza eso que llamamos libertad de espíritu, que no
es otra cosa que liberarnos de los a priori que nos condicionan. Así podremos
llegar a ser libres nosotros mismos y dejar que los demás también lo sean.
Junto a estos cambios hay muchas críticas a la Iglesia Católica que no nos atrevemos a decirlas públicamente y que sería bueno que pudieran ser conversadas. Las Misas de principio a fin, no tienen al menos para mi el sentido de la "Cena del Señor", con la sola excepción de aquellas que celebra Mariano Puga en Villa Francia. Que tengan una Liturgia idéntica, oraciones que se recitan sin reflexionar, oraciones en un folleto que se reparte para todas las Misas y que se lee, sin que se pueda objetar ni cuestionar nada, aunque a uno por dentro muchas cosas le molestes,
ResponderEliminarQue el Clero esté formado por una larga categorías de autoridades eclesiasticas, en las que quedan al margen las mujeres, que en las misas los ornamentos y vestimentas de los curas y demás autoridades, sean carísimas y exclusivísimas, todas con un nombre y un significado especialísimo que han llevado a ameritar un curso denominado "Liturgia" dentro de la Facultad de Teología, para mi es tan cuestionable como aceptable que mis amistades ya no vayan a Misa.
Que los curas sigan imponoéndonos que recemos para "vocaciones sacerdotales" cuando no estamos de acuerdo y tampoco queremos que nuestros hijos hombres sean sacerdotes, pero que debamos hacer como que lo aceptamos y que ellos sigan creyendo que nosotrosqueremos lo mismo que ellos creen que queremos y que debemos querer.
Que las prédicas sean basadas en una Teología a la pinta de los "hombres", especialmente de la Jerarquía, sin participación del Pueblo de Dios y que no se plantee la posibilidad de otras interpretaciones.
Que exista un derecho canónico que hasta el día de hoy nos obligue a ir a Misa los Domingos, que nos excomulgue si nos separamos de nuestros cónyuges y nos volvemos a casar, que diga tantas cosas a espaldas del pueblo de Dios y que ya son letras vacías y otras muertas...
Hay mucho mas para cambiar.
Hola María Teresa,
EliminarEstoy ciento por ciento de acuerdo con tu aporte a la reflexión. Yo mismo y mi esposa tampoco vamos a misa por las mismas razones que tú expones. Además, vivimos en Paine, en la órbita del obispo González. Hemos salido de allí con rabia.
Pero como queremos seguir celebrando la eucaristía como comunidad, hacemos nuestra propia celebración dominical con vecinos que piensan como nosotros. Leemos los textos de la misa, los comentamos, pedimos por nuestras intenciones y rezamos una suerte canon que me llegó. Rescata la oración eucarística con un cambio. No pretendemos consagrar el pan y el vino para no tener líos, transformamos las palabras para hacer un recuerdo de la Cena del Señor. Terminamos con el Padre Nuestro, nos deseamos la paz y compartimos una copa de vino.
Acabo de leer una columna de Jorge Costadoat, que anima a los católicos a hacer lo mismo o algo semejante. Muy pocos de mi medio católico van a misa. Tenemos que ser creativos para animar nuestra fe en forma comunitaria.
Te agradezco mucho tu comentario, y te pido autorización para publicarlo en nuestro blog.
Cordialmente
Andrés