HACIA UNA ESPIRITUALIDAD PARA TODOS
No es nuevo. Todas las semanas Andrés Opazo nos sorprende con una reflexión profunda. Con una gran invitación. Esta vez, sobre la necesidad de una espiritualidad ecuménica, construida en torno al diálogo y la retroalimentación mutua.
“En la hora actual, dice Andrés, se requiere con urgencia la convergencia entre religión, ética y espiritualidad. La gran tarea de nuestra época convulsionada por profundos cambios, es construir un mundo más amable y equitativo; lograr el acceso de todo ser humano a una vida buena.”
Por su parte, Rodrigo Silva nos entrega algunos apuntes sobre el caso del sacerdote Muñoz Toledo, un nuevo y triste episodio de abuso y manipulación de poder. Otra aliciente para una nueva iglesia, horizontal y cercana. Una verdadera comunidad.
Temas para compartir y debatir. Nuestro blog está abierto para ustedes
UNA ESPIRITUALIDAD ECUMÉNICA
El tema de
esta reflexión puede parecer teórico o demasiado elevado, pero lo estimo de gran
importancia práctica. Es pertinente no sólo para nuestra vida de fe como
creyentes, y para la situación que vive la Iglesia en Chile, sino también para la
construcción de una convivencia gratificante y humanizada en nuestra sociedad.
Se piensa a
menudo que la espiritualidad proviene de la religión y es inseparable de ella. Pero
son realidades diferentes. En términos genéricos, la religión postula una creencia
y una expectativa de “salvación”, es decir, una posibilidad de acceso a un
ámbito superior, definitivo y sobrenatural, de plenitud total. Puede ser un
cielo o paraíso, un nirvana, o un estado de iluminación sin retorno. En vista
de esta salvación, se elaboran doctrinas, dogmas, enseñanzas, se impone una
moral, se practican ritos y oraciones, y se establece un sistema de autoridades
que regulan la ortodoxia y ortopraxis. Así comprendida la religión, la Iglesia
Católica la representa en forma acabada. Pero los rasgos señalados también se
presentan en otras religiones.
La
espiritualidad no está necesariamente asociada a la religión, pero puede
derivarse de ella. Desarrolla cualidades del espíritu humano, tales como el
amor y la compasión, la paciencia y la tolerancia, la capacidad de perdonar, la
alegría, las nociones de responsabilidad y armonía. Así ella proporciona
felicidad, tanto a la propia persona como a los demás. (Dalai Lama) En
síntesis, es un proceso de transformación interior; si no se avanza en este
rumbo, no hay espiritualidad.
Reconocida la
diferencia, puede haber espiritualidad sin religión, aunque es difícil
concebirla como del todo carente del marco referencial de sentido que ofrece la
religión. Pero de lo que no cabe la menor duda, es que existe una religión sin
espiritualidad. Un conjunto de doctrinas, de normas morales y disciplinarias,
de rituales y oraciones; pero ello como entidades objetivadas y estandarizadas,
que pueden subsistir sin interioridad, sin espíritu, sin cordialidad. En
diferentes épocas, la Iglesia Católica ha ejercido una religión sin
espiritualidad, y hoy puede estar aconteciendo lo mismo. Pero esa religión sin
espiritualidad puede instalarse también en nuestra vida personal de fe; como buena
conciencia, adhesión a creencias, rigurosa moral, cumplimiento de ritos y
oraciones. Puedo ser muy católico, pero sin inquietud por la transformación
interior, por el crecimiento en el amor, la compasión, la responsabilidad, la alegría.
Jesús no pensó
nunca en fundar una religión tal como aquí la caracterizamos; la religión vino
después. Pero él fue un hombre profundamente religioso. Pasaba noches enteras
en oración, se recogía en soledad para estar con su Padre y se dirigía a las
multitudes en su nombre. Anunció una gran novedad: que Dios es sólo Amor, amor
por cada uno de nosotros sus hijos, y que su voluntad o su proyecto para toda
la humanidad, consiste en que nos amemos como el Padre nos ama. A este proyecto
lo denominó el Reinado de Dios. Y mandó a sus discípulos a proclamarlo ahora,
en nuestras vidas, a sanar a los enfermos, limpiar a los leprosos, resucitar a
los muertos, a alegrarse, a celebrar la cena de comunión; en síntesis, a
construir un mundo de hermanos. Jesús vivió, pues, una honda espiritualidad, la
cual fue por una parte mística, de unión con el Padre, y por otra política o
profética, volcada a cuidar la vida y la convivencia entre los hombres.
Una tercera
actitud vital, diferente de la religión y de la espiritualidad, es la ética,
también una fuente de energía de humanización. Es la disposición consciente de búsqueda
del mayor bien para sí mismo y para los demás. “Hacer a los otros lo que
desearías hiciesen por ti”. Muchas personas hoy son movidas sólo por la ética y
constituyen una corriente conocida como humanismo laico o incluso ateo. En un
sentido lato, podría asemejarse a lo que entendemos por espiritualidad, debido
a su sensibilidad ante los valores del espíritu y por la primacía otorgada a la
conciencia. En el discurso laico no abunda, como en el cristiano, la palabra
amor, pero se inspira en semejantes sentimientos, en una valoración del otro en
cuanto otro. La ética laica ha dado como fruto conceptos como libertad,
igualdad y fraternidad. Ellos se encuentran en el alma de la democracia y su
utopía de convivencia justa y armónica.
Pues bien, en
la hora actual se requiere con urgencia la convergencia entre religión, ética y
espiritualidad. La gran tarea de nuestra época convulsionada por profundos
cambios, es construir un mundo más amable y equitativo; lograr el acceso de
todo ser humano a una vida buena. Pero ya no vivimos atomizados en pequeñas
aldeas, sino en un mundo globalizado, en donde lo universal se conjuga con lo
diverso. Individuos de una identidad religiosa determinada están forzados a
convivir con otros de religiones distintas, con seguidores de diversas espiritualidades
no estrictamente religiosas, y también con personas sin religión y sin
tradiciones espirituales, pero de convicciones éticas probadas. Es la hora,
pues, de una convergencia espiritual profunda, del acercamiento hacia una espiritualidad
verdaderamente ecuménica y universal, construida en torno al diálogo y la retroalimentación
mutua. Por lo tanto, una espiritualidad despojada de todo apego a la pequeña
capilla propia, aunque cada una anclada firmemente a su fundamento específico.
Cada cristiano
consciente, así como la Iglesia como institución, estamos llamados, pues, a
contribuir desde nuestra propia fe y vivencia, al surgimiento de una
espiritualidad ecuménica, es decir, universal, diversa, y en retroalimentación
mutua. Es un gran desafío; por una parte, para cada uno de nosotros cristianos,
a veces instalados en la propia buena conciencia, en vista de reconocer e
incorporar el aporte de otras religiones, como así mismo del amplio humanismo
laico. Por otra parte, un reto a la Iglesia Católica en proceso de renovación. Hoy
a ella se le pide hablar menos de religión y más de espiritualidad; pero al
modo de la espiritualidad de Jesús que, al mismo tiempo de ser mística y
orante, es política o profética. Ella ya no puede seguir encerrada en su propia
verdad y a la defensiva ante amenazas externas, tal como ocurrió durante siglos
y quizás ahora en Chile cuando es cuestionada por los ciudadanos.
Sin
espiritualidad no habrá desarrollo humano. Ya un movimiento de teólogos,
pastores y dirigentes religiosos han forjado a nivel internacional la consigna:
“No habrá paz en el mundo sin diálogo entre las religiones”. De similar modo,
podemos pensar: “No habrá convivencia pacífica y benefactora entre ciudadanos,
sin la convergencia de religiones, ideales y utopías. Es la hora de abrir los
espíritus y los corazones, para que emerja en el horizonte una espiritualidad
ecuménica.
Andrés Opazo
¿QUIÉN INVITA AL
FESTIN?
Los medios de comunicación se están dando un festín con
los problemas de la iglesia. Eso fue lo que dijo, casi textualmente, en su
prédica de la misa de las 11 de la mañana del último domingo el párroco de la
iglesia a la cual acudo permanentemente. Y se preguntó por qué no hablan de las
positivas acciones de la iglesia con respecto a los adultos mayores, por
ejemplo. Citó a la Cuaresma de Fraternidad, campaña que durante los tres
últimos años estuvo dedicada precisamente a desarrollar programas para ayudar
al desarrollo y la vida cotidiana de los adultos mayores. También mencionó
otros temas, que a su juicio deberían ser parte de las preocupaciones
noticiosas de diarios, radios o canales de televisión. Se quejó y quizá con razón,
pero no abordó los problemas de la iglesia, al menos no los conectó de manera
directa en su reflexión del Evangelio. Al menos así lo percibí.
Este jueves 12 debe haber quedado más impactado aún por la detención y posterior
formalización del sacerdote Oscar Muñoz Toledo, Ex Canciller del Arzobispado de
Santiago, un cargo de confianza de los sacerdotes Errázuriz y Ezatti. Gran
difusión periodística, para un hecho bien sorprendente porque no es usual. Más
bien parece algo nuevo e inédito. La justicia ordinaria se hace parte,
investiga y avanza en un proceso por delitos sexuales y estupro, eventualmente cometidos por este sacerdote,
entre 2002 y 2018.
Y nos enteramos que el hombre precisamente por su rol de
canciller, verdadero Notario de la Curia, tenía acceso a información de privilegio del
archivo secreto del obispado. Y eso tiene que ver con información sobre
nombramiento de obispos, de cardenales, redacción de decretos y documentos
oficiales, conocimiento de denuncias, incluso actuando como ministro de fe para
recibir el testimonio de algunos de los denunciantes de Karadima.
Oscar Muñoz se autodenunció en enero pasado. Es un recurso de la
legislación penal para tener, eventualmente, un tratamiento especial de la
justicia. Esa decir, asumo, “comienzo a expiar mis culpas a cambio de cierta
benevolencia”. Quizá no sea exactamente así, pero así se percibe.
Pero lo de fondo es que la iglesia al parecer ha manejado
todo muy mal. Cuesta creer que la jerarquía no conociera este caso, al menos
este, a fondo. De hecho, algunos fieles
de las parroquias Inmaculada Concepción, de Maipú, y
Jesús de Nazareth, de Estación Central han sostenido a medios de comunicación
que estos eran hechos conocidos. Pero claro esas son voces anónimas que siempre
aparecen para comentar todo lo consumado.
En este contexto, en este clima de
denuncias “por goteo”, quizá sea mucho lo que falte por conocer. De hecho se
han establecido canales formales para las denuncias, pero más allá de eso, la
jerarquía debería provocar un gran remezón, sacar las alfombras y sacudirlas
golpeándolas contra las gruesas paredes de los claustros. Es decir, mucho más
que pasar la aspiradora. ¿Será posible que esto ocurra o nos tendremos que
acostumbrar a la participación de las fiscalías y los tribunales, más allá de
las investigaciones canónicas de las que por cierto el sacerdote Muñoz,
presumo, debió tener información absolutamente privilegiada?
La iglesia pierde legitimidad. Es
un hecho. Quienes ejercen el poder
parecieran estar abocados a contener un vendaval. Se advierte que si no se
ponen a la vanguardia de este proceso, serán arrasados por el viento. Por eso,
todo lo que vemos apunta en la dirección de un cambio bien radical, con una
participación cada vez más activa de los laicos, en tareas que en otras
circunstancias eran propias de los sacerdotes.
Razón tenía el Papa cuando llamaba
a la paciencia y cuando habló de cambios de corto, mediano y largo plazo.
Supongo que estamos en los inicios de los cambios. Y como se trata de un tema
cultural muy profundo y de una nueva forma de ejercicio del poder, el camino se
avizora de largo aliento.
Rodrigo Silva
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