SIGNIFICACIÓN E IMPORTANCIA DE LA ESPIRITUALIDAD
El gran tema de la espiritualidad y su transformación aborda Andrés Opazo en esta entrega. Leonardo Boff y el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin, son fuentes de su reflexión. “Al alejarnos de la perspectiva utilitarista, sostiene Andrés, ingresamos al ámbito de la espiritualidad. Podemos ser penetrados por el sentido de pertenencia universal, de comunión con todo lo creado y de conciencia de lo sagrado. Podemos volver a ser contemplativos, tanto del esplendor del universo, como de la maravilla de lo humano y de la obra del hombre; descubrir a Dios insinuado en todo lo natural y en todo lo que sentimos y hacemos; admirar nuestro mundo transfigurado por la acción de Dios. Un Dios que es el Todo para todos. Y finalmente, dar gracias por haber llegado a la conciencia de habitar un Medio Divino.”
Por su parte Rodrigo Silva nos entrega algunos apuntes sobre el rol de los medios de comunicación en la conversación sobre temas que preocupan a nuestra sociedad, como la crisis de la iglesia católica. Todo a propósito del premio a la memoria de la periodista Raquel Correa, entregado este viernes.
Les invitamos a compartir, a pensar y a escribirnos, para profundizar en estos y otros temas. Bienvenidos todos.
ESPIRITUALIDAD EN TRANSFORMACIÓN
Pareciera que
el mundo occidental cristiano retrocede en espiritualidad, mientras corrientes
místicas del oriente, especialmente de inspiración budista, seducen a muchas
personas. Tales corrientes aconsejan ahondar en la vida interior y ofrecen
métodos para la meditación. Surgen movimientos e iniciativas grupales de
comunión y reflexión en torno a concepciones más integradoras sobre la vida
personal y la existencia en el mundo. Es uno de los beneficios del proceso de
globalización que nos inunda, el cual, no sólo incrementa el intercambio de
productos, sino también intercomunica culturas e impulsa el encuentro entre
religiones. Así se hace posible una mutua fecundación entre ellas. Lejos de ser
una amenaza para los cristianos, les abre la oportunidad de profundizar y
enriquecer la propia espiritualidad.
Leonardo Boff,
en su libro “Espiritualidad”, nos habla del camino espiritual de oriente, que promueve
una experiencia de identificación y comunión con la totalidad de lo real. Se
funda en la convicción de que todo lo que somos y todo lo que nos rodea,
conforma una unidad sustancial; de que en nuestra existencia nos encontramos religados,
atravesados por una sola corriente de vida que nos hermana: piedras, ríos y
montañas, plantas y animales, hombres y mujeres de diferente proveniencia. Es
una intuición religiosa originaria, que se asienta en el interior de la persona.
Cuando me propongo descender a mi yo más profundo, me descubro parte viva de un
todo, en una comunión espiritual de carácter universal. Todo se vuelve claro y
luminoso; el fruto es la paz, el equilibrio, la bondad, la responsabilidad.
Entre los
pueblos originarios de América también ha florecido una espiritualidad cósmica.
La Pachamama es el hogar primordial que hay que respetar y venerar; el sol
garantiza la vida y se le rinde culto en las altas cumbres. Para la cosmovisión
mapuche, la montaña, los ríos, la foresta, son seres vivos; la naturaleza no es
pura exterioridad como para nosotros, sino fuente de vida en lo físico y
espiritual. Todo lo real es sagrado, aunque pudiese no existir una idea
metafísica de Dios. Sabemos que el budismo, por su parte, se abstiene habitualmente
de ese concepto. Pero en textos del budismo japonés se habla de “un principio
místico que impulsa el universo”. No recurre a un principio material como
nuestro átomo en expansión, sino a uno místico, es decir, una energía espiritual
de comunión. Hermosa formulación también para un cristiano.
El horizonte
de la espiritualidad cristiana se amplió infinitamente con el aporte de la
ciencia. En efecto, la ciencia y la mística se entrelazaron en el jesuita
francés Pierre Teilhard de Chardin. Como investigador en terreno por décadas, fue
capaz de mirar desde el espíritu la teoría de la evolución, antes rechazada por
la Iglesia. El universo nunca ha sido fijo e inmóvil, sino en permanente transformación.
La materia misma es una realidad viva, que se expande y evoluciona desde
millones de años, configurando sistemas de concentración y complejidad
creciente: constelaciones, astros, planetas y lunas. En nuestro planeta tierra,
se originan las condiciones para que aparezca la vida en el nivel biológico. La
evolución continúa paso a paso, en el reino vegetal y el animal, hasta que, en
el primate, y en virtud de la complejidad de su cerebro, la vida llega a un
punto culminante, es capaz de volverse sobre sí misma; hace su aparición la
conciencia. El espíritu, que ha marchado siempre en interacción continua con la
materia, se manifiesta finalmente en el hombre. Y un nuevo camino se abre: la
ley del incremento de la complejidad y la conciencia se ha de verificar ahora en
el progreso hacia una convivencia social, que eleve cada vez más los valores
del espíritu.
Lejos de proponer
una simple teoría, Teilhard de Chardin revive el largo proceso evolutivo desde
la contemplación, con una intensa emoción, exaltación espiritual y expresividad
poética, llegando a mostrarse como uno de los grandes místicos de la época
moderna. Contempla y celebra la obra de Dios, la Creación, ya no sólo el primer
motor que da la partida al proceso, sino como la energía presente y eternamente
activa, que opera a la vez en el cosmos y en nuestro interior. Dios es el
aliento de la vida, desde la inerte materia inicial, hasta en el hombre
consciente que moldea su convivencia en sociedad. Ese Dios es el verdadero
sustento de todo. Si San Pablo había exclamado que “en Él vivimos, nos movemos
y existimos”, Teilhard lo expresa poéticamente para nosotros como nuestro “Medio
Divino”. Dios es como la atmósfera que nos envuelve, el oxígeno que mantiene
nuestra vida. Todo se vuelve sagrado, transfigurado por Dios.
Esta irrupción
de una profunda espiritualidad cósmica nos ilumina a todos en el momento
presente, en que la acción humana ha llegado a poner en riesgo la supervivencia
física del planeta, el futuro de la vida y de la humanidad. La naturaleza ha
sido concebida como recurso que se usa y se destruye. La ciencia ha derivado en
tecnología para la producción y consumo de bienes materiales, estimulada por el
afán de acumulación de riqueza y poder. El utilitarismo, es decir, la lógica centrada
en la materia, ha desplazado a la lógica del espíritu. La consecuencia es la
amenaza de desviación del rumbo espiritual que ha animado el proceso de evolución
cósmica universal.
La
preocupación por la ecología se inscribe en esa lógica espiritual. Demanda
austeridad en vista de la supervivencia, una mirada hacia el futuro, hacia las
generaciones que vienen. Posterga el disfrute individual en pos de la vida de
otros. Es una dimensión del amor. La ecología comprende de suyo un componente
espiritual. Alerta sobre la imperiosa necesidad del cuidado: cuidar a los
otros, cuidar la vida, cuidar la tierra.
Al alejarnos
de la perspectiva utilitarista, ingresamos al ámbito de la espiritualidad.
Podemos ser penetrados por el sentido de pertenencia universal, de comunión con
todo lo creado y de conciencia de lo sagrado. Podemos volver a ser
contemplativos, tanto del esplendor del universo, como de la maravilla de lo
humano y de la obra del hombre; descubrir a Dios insinuado en todo lo natural y
en todo lo que sentimos y hacemos; admirar nuestro mundo transfigurado por la
acción de Dios. Un Dios que es el Todo para todos. Y finalmente, dar gracias
por haber llegado a la conciencia de habitar un Medio Divino.
Andrés Opazo
EL VALOR DE LOS
APLAUSOS
Los primeros y sólidos aplausos se oyeron cuando habló de
la situación de la iglesia católica. Al finalizar todo se multiplicó. Las
palmas se sostuvieron por varios minutos. En el transcurso de su intervención
todo el mundo escuchó, con recogimiento incluso, con respeto y también con
admiración. ¿Por qué? ¿Estaban acaso esperando la mención de la iglesia para
conmoverse y expresar con esa ovación su rechazo o congoja? Todos los
asistentes, yo incluido, nos sentimos interpretados por sus palabras. Por el
rol que han jugado los medios de comunicación para tratar en profundidad acerca
del encubrimiento y los cada vez más numerosos casos de abusos de clérigos
denunciados y que tienen a la jerarquía eclesiástica dando explicaciones
extemporáneas de la conducta de algunos de sus miembros. Y como ocurre en
cualquier institución ¿dónde se fijan las miradas?, pues en la manzanas
podridas del cajón, aquellas que han causado dolor de estómago y descomposición
a quienes las comieron pensado que eran frutos sanos, frescos y nutritivos.
Pero ¿qué pasa con el cajón?, con los
encargados de velar por una institución que en otras épocas era el soporte
moral de nuestra sociedad. Hasta hace pocos años, las palabras del Cardenal
Arzobispo de Santiago en el tedeum de la catedral con ocasión de las fiestas
patrias eran una especie de guía en la cual convergía la conversación nacional.
Todo eso ya pasó.
Pero volvamos al comienzo. Los aplausos los provocó la
intervención de Matilde Burgos en el repleto Salón del Senado del ex Congreso Nacional
de Santiago. Agradecía este viernes 20 de julio, el premio Raquel Correa 2018,
entregado por la Asociación Nacional de Mujeres Periodistas. Curiosamente no
había curas entre los presentes, a pesar que la periodista distinguida por este
premio, por años de años ha dedicado su tiempo a tratar los temas de la
iglesia, tanto en Chile como directamente en El Vaticano. Solo un ex sacerdote
como Rodrigo Tupper se veía en medio de
una multitud de políticos, diplomáticos, académicos, amigos, familiares y
periodistas cercanos y admiradores de la mujer homenajeada.
La premiada relató el momento en que le tocó preguntar al
Papa Francisco -en el avión que lo conducía de regreso a Roma, luego de su
visita a Chile y Perú, en enero pasado- por las denuncias de las víctimas en
Chile y por lo que ella consideraba el fracaso de su estadía en Chile. El Papa
se incomodó, ella insistió. Recordemos que el Papa, momentos antes de abandonar
Iquique había sido muy enfático para señalar que no había pruebas en contra del
obispo Barros. Incluso habló de
calumnias.
Claramente el Papa había sido engañado. Lo supimos
después. Lo dijo también con toda claridad. Asumió su equivocación. Pidió
perdón. Muchas pruebas acusadoras habían sido destruidas. Y la historia se
desencadenó, en un proceso que está en plana evolución. El Papa comenzó a tomar
medidas.
Matilde Burgos se siente participe, activa, abriendo un
canal de permanente de conversación con quienes son protagonistas en diversos
ámbitos de la historia. Lo hace con pulcritud y también con fuerza, con empatía
y firmeza. Nunca ella se transforma en protagonista, no confunde su rol. Es
estudiosa y sistemática, afable y cercana. Por eso la reconocieron con el
premio Raquel Correa, justamente para que permanezca en la memoria colectiva
una forma independiente de desarrollar el periodismo, con todo el riesgo que
eso implica. Recuerdo a Raquel Correa entrevistando a un miembro del gobierno
militar, a los pocos días del golpe de estado, preguntándole por la
responsabilidad de los militares por los cadáveres que surcaban las aguas del
rio Mapocho. O años después cuando entrevistaba a Ricardo Lagos y este desafió
al dictador, apuntándolo con el dedo, momento que se convertiría en uno de los
íconos de la televisión chilena.
Matilde Burgos ha perdido relaciones de confianza con
algunos de los miembros de la jerarquía de la iglesia católica, que se sienten
atacados cuando muchas víctimas de abusos en la iglesia, les señalan a ellos
como responsables de encubrimiento de los abusos. Por qué tanto espacio a
quienes me atacan, le diría más de alguna vez uno de los cardenales
interpelados. Y ella respondería que la pantalla también está disponible para
él, pero sin condiciones. Para hablar con franqueza, para preguntar todo cuando
corresponda. Hasta ahora eso no ha ocurrido. La iglesia sigue dando,
institucionalmente, explicas vagas. Lamentablemente.
En la intimidad de un almuerzo posterior al premio, uno
de los hermanos de Raquel Correa, comentaría todo cuanto tuvo que superar la
honrada periodista para formar su personalidad y convertirse en una mujer
respetada por sus valores e independencia. Lo mismo que le ha ocurrido en otras
dimensiones a Matilde Burgos, reconocida
en el precioso edificio del Congreso Nacional de Santiago, que fuera inaugurado
en junio de 1876. Un espacio donde se consolidó la república y en que también
se horadó profundamente nuestra convivencia democrática.
Rodrigo Silva
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