GRAN CONVOCATORIA PARA LOS LAICOS

En esta entrega, Rodrigo Silva selecciona los párrafos principales de la Carta de Papa al Pueblo de Dios, para todo el mundo, de esta semana, en la que se hace cargo  de los crímenes cometidos por quienes han abusado de niños y jóvenes y convoca para erradicar la cultura de la muerte. El Papa insiste en la presencia y el compromiso de los laicos. Un forma impensada de actuar de un Papa hasta hace pocos años. Que abre esperanzas y motiva para un cambio trascendental de la iglesia. Y luego, Rodrigo nos comparte la experiencia de una comunidad y, desde su perspectiva, cómo tratar las diferencias para tener mayor apertura en la fe.
Como siempre, esperamos comentarios, puntos de vista divergentes y aportes para enriquecer nuestra reflexión.


EL DOLOR Y LAS HERIDAS NO PRESCRIBEN

Como un “crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes”, calificó el Papa los abusos sexuales, de poder y conciencia, cometidos por sacerdotes durante aproximadamente setenta años, refiriéndose a un informe “donde se detalla lo vivido por al menos mil sobrevivientes.” El Papa envió una carta al Pueblo de Dios, en todo el mundo.
El dolor y las heridas no prescriben. Categórico el Papa. Expresó su vergüenza, convocó a la participación de todos para erradicar la cultura de la muerte. Es un llamado valiente y único, que con el correr del tiempo debería traducirse en medidas ejemplares para una transformación radical del ejercicio de la autoridad de los miembros del clero y de la presencia de los laicos.
Rodrigo Silva  
A continuación y aun con el riesgo de omitir algunos párrafos que pudieran ser significativos, transcribimos los aspectos centrales de su carta:
“ … Con el correr del tiempo hemos conocido el dolor de muchas de las víctimas y constatamos que las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte; las heridas “nunca prescriben”.
“El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado. Pero su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad.  
“… y sentimos vergüenza cuando constatamos que nuestro estilo de vida ha desmentido y desmiente lo que recitamos con nuestra voz.
“Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños.  
“La magnitud y gravedad de los acontecimientos exige asumir este hecho de manera global y comunitaria.   
“Hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu. Si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura, en un ámbito donde los conflictos, las tensiones y especialmente las víctimas de todo tipo de abuso puedan encontrar una mano tendida que las proteja y rescate de su dolor   
Solidaridad que reclama luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual, «porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co 11,14)”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 165).  
“… es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos. Tal transformación exige la conversión personal y comunitaria, y nos lleva a mirar en la misma dirección que el Señor mira.  
“Invito a todo el santo Pueblo fiel de Dios al ejercicio penitencial de la oración y el ayuno siguiendo el mandato del Señor,[1] que despierte nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con una cultura del cuidado y el “nunca más” a todo tipo y forma de abuso.
“Es imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Es más, cada vez que hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva, sin vida[2]. Esto se manifiesta con claridad en una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia —tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia— como es el clericalismo, esa actitud que «no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente».[3] El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo.
“Todo lo que se realice para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará generar las dinámicas necesarias para una sana y realista transformación. La dimensión penitencial de ayuno y oración nos ayudará como Pueblo de Dios a ponernos delante del Señor y de nuestros hermanos heridos, como pecadores que imploran el perdón y la gracia de la vergüenza y la conversión, y así elaborar acciones que generen dinamismos en sintonía con el Evangelio. Porque «cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).
“Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables.  
“ … la penitencia y la oración nos ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Que el ayuno y la oración despierten nuestros oídos ante el dolor silenciado en niños, jóvenes y minusválidos. Ayuno que nos dé hambre y sed de justicia e impulse a caminar en la verdad apoyando todas las mediaciones judiciales que sean necesarias. Un ayuno que nos sacuda y nos lleve a comprometernos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de abuso sexual, de poder y de conciencia.
“«Si un miembro sufre, todos sufren con él», nos decía san Pablo. Por medio de la actitud orante y penitencial podremos entrar en sintonía personal y comunitaria con esta exhortación para que crezca entre nosotros el don de la compasión, de la justicia, de la prevención y reparación.  
“Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la conversión y la unción interior para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción y nuestra decisión de luchar con valentía.”


APERTURA EN LA FE


Qué buenas son las diferencias cuando se tratan con franqueza y respeto. Todos podemos pensar diferente y decirlo. Y aunque no comparta tus argumentos, los acepto y los respeto. Me sirven para evaluar otras alternativas, para ponerme en tu lugar y entender tus razones. Para comprenderte más como persona y saber de tus motivaciones e intereses. ¿Por qué lo digo?

Hablo de una comunidad en la que participo desde hace algunos años. Es posible que las motivaciones de cada uno para pertenecer hayan sido variadas en el tiempo, pero en lo sustantivo, es compartir una reflexión permanente sobre el Evangelio de Jesús. Una orientación que nos guíe, a partir de la cual evaluamos, analizamos, criticamos, nos enriquecemos, nos preocupamos o nos alegramos con la manera como se tratan los problemas actuales de la iglesia en Chile, por ejemplo,  o las profundas señales que nos envía el Papa, sobre todo después de su visita de enero pasado. Rezamos, agradecemos, ponemos en común nuestras intenciones, seguimos los textos de algunos autores que nos enriquecen en la comprensión de la vida de Jesús y su palabra. Y en este caminar nuestros afectos se profundizan, nos sentimos cómodos y mutuamente acogidos. Nos queremos.

No sé si a ustedes les pasa, pero cuando vemos una película, leemos un libro, comemos algo rico o compartimos una reflexión que nos enriquece, desearíamos extender esa experiencia con personas afines, que yo al menos asocio con esos mismos intereses y deseos. Cómo negarme a esa opción, que a mi juicio es una forma de preocupación por los seres que nos rodean. O con otros ahora desconocidos, pero que mañana podrían ser muy cercanos. Lo pienso en todo orden de cosas. Y más aún cuando nos unen valores y principios que encontramos en el Evangelio y nos hacen crecer como seres humamos. Pero no todos lo vemos del mismo modo, sobre todo cuando formamos parte de un grupo, que aun cuando esté unido por el afecto y el interés de crecer y profundizar en la fe, cada uno responde a distintas sensibilidades e historias. Y en algunos casos cuesta abrirse a otras personas y comprender que en ellas hay nuevas oportunidades de dar y recibir, de enriquecerse y enriquecer. Y nos encerramos. No queremos riesgos. Ni andar caminos ya transitados con otros.

Anoche leía un texto de Fernando Montes, sacerdote jesuita (Compartiendo mi fe) en el que escribía: “Es impresionante cómo todos, de alguna manera, cuando hemos obtenido un privilegio, nos agarramos a él, en lugar de ponerlo al servicio de los demás.” Lo cito porque me siento privilegiado de pertenecer a la comunidad de la que comento y me encantaría que otras personas lo tuvieran. Por eso desearía que nuestro afecto y sensibilidades, textos y reflexiones pudiéramos compartirlas. Tener la apertura para salir de “nuestra zona de confort” (abrigados en el afecto, el conocimiento mutuo y también en la intimidad de un grupo que se conoce desde hace años) y aceptáramos la participación acotada de otras personas que nos pudieren aportar sus visiones, sus vivencias y su experiencia de vida en la fe.

Todos somos selectivos. No siempre deseamos relacionarnos con cualquier persona en cualquier circunstancia. Lo entiendo y lo respeto. También me ocurre. Pero nos hace falta ver en el otro una oportunidad. Como nos pasó hace dos o tres años, en una pastelería en Mendoza. Luego de intercambiar algunas palabras de cortesía, de viajeros circunstanciales, con una persona del lugar, por la actitud generosa de Fernando, que luego de indicarnos dónde podíamos comer, nos llevó   en su camioneta a un sitio recomendado y, por su disposición y apertura, hoy estamos relacionados en el afecto, la amistad y el cariño mutuo. Incluso hemos viajado juntos, con su esposa y mi esposa, con su hija. Y eso porque sólo porque nos dimos la oportunidad. Hemos crecido como seres humanos.

Rodrigo Silva 

Comentarios

  1. Muy bien, y ante tan bellas palabras, mi pregunta sigue siendo la misma: Qué significa todo ésto en concreto para el empoderamiento de hecho de laicas y laicos?!

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