BASES DE UNA NUEVA IGLESIA

En esta entrega Andrés Opazo sostiene que asistimos a la creación de una nueva iglesia, entendida como “una red de comunidades de hermanos iguales, en lo posible liberada del lastre que le impide el seguimiento de su Maestro”. Y añade que  “el principal requisito para el nacimiento de una Iglesia que sale de la experiencia de crisis que la ha conmovido, es la incorporación plena, y con capacidad resolutiva, de los laicos en todas las instancias eclesiales, desde la base hasta la cúpula.” ¿Será posible? ¿En qué tiempo y de qué manera se desprende del poder para reconstituirse en iglesia  “pobre y para los pobres”?
Grandes preguntas en medio de un escándalo creciente.
Los invitamos a compartir, debatir y enriquecernos. Nuestro blog está abierto para ustedes. Les esperamos


POR UNA IGLESIA QUE SE DESPRENDE DEL PODER

A muchos católicos nos ha sorprendido que los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes haya sido una práctica tan extendida y, además, que su encubrimiento por parte de las autoridades eclesiásticas haya significado una suerte de tácita tolerancia. Al hundirse el prestigio de la Iglesia, muchos se preguntan si esta crisis sea de carácter terminal. ¿Podrá subsistir la Iglesia?

La Iglesia se acaba, pero es ésta, la que hasta ahora conocemos. Efectivamente, hay una Iglesia que muere mientras otra puja por nacer. La que termina sus días en forma tan vergonzosa, es la institución eclesiástica cuyos directivos reclaman y ejercen poderes dentro y fuera del ámbito religioso. La Iglesia naciente deberá ser algo muy diferente: una red de comunidades de hermanos iguales, en lo posible liberada del lastre que le impide el seguimiento de su Maestro.

En la Palestina de Jesús, el uso del poder garantizaba la dominación de una pequeña minoría enriquecida sobre una gran mayoría excluida de todo derecho. El poder, tanto en el ámbito religioso como en el político-militar, se construía sobre la fuerza. A la siga de los profetas históricos de Israel, Jesús clama que Dios no quiere eso para su pueblo. Y comienza a predicar un Reino de justicia y compasión, donde los últimos serían los primeros. En el contexto económico y social en que se vivía, este mensaje era entendido sin ninguna ambigüedad; todo el mundo sabía a qué y a quiénes aludía.

Al poder como dominación, Jesús opone el poder de Dios como servicio humilde. En la cena de despedida de los suyos, se rebaja a realizar la labor del esclavo: lava los pies de los desconcertados comensales. Y les dice: si yo he lavado sus pies, es para que ustedes hagan lo mismo; entiendan estas cosas y pónganlas en práctica. (Juan 13, 2-17) Un consejo que nos sigue removiendo, en especial cuando vemos que la ambición del poder se disfraza de servicio público o de celo pastoral.

Los propios discípulos ya habían caído en la tentación. Los hermanos Juan y Santiago, primeros seguidores de Jesús, se acercaron a él para pedirle que, en su reino glorioso, ellos dos se sentaran uno a su derecha y otro a su izquierda. No saben lo que piden… “Entre los paganos, los jefes se creen con derecho a gobernar con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre los pequeños. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande, debe ponerse al servicio de los demás. (Marcos, 10, 35-45) Para Jesús no existen las jerarquías, ni los títulos honoríficos, ni superiores por encima de inferiores, sino una comunidad de hermanos, todos iguales.

Pero en verdad, lo más elocuente no es tanto el discurso de Jesús sobre el poder sino su práctica. El nunca se relacionó con la aristocracia laica y religiosa que disfrutaba de una inmensa riqueza, ni visitó sus barrios, ni entró en sus casas. Nunca buscó influencias desde arriba, como algunos estarían tentados de hacerlo en pro de la eficacia de su acción apostólica. Jesús optó por hacer su vida y ejercer su misión en las aldeas de Galilea, entre los más pobres y despreciados de la sociedad. Cambiar el mundo desde abajo parece haber sido su consigna. Ello despertó un gran entusiasmo entre la multitud, así como la decisión de las autoridades de acabar con él.

El siglo IV mostró a una Iglesia que se cobija en el poder imperial, bajo el supuesto de que ello facilitaba su misión. Esta forma de instalarse en la sociedad desde arriba, se prolongó por siglos en los países de tradición católica, y el Chile colonial no fue una excepción. Sin embargo, la toma de conciencia de la pobreza y del conflicto social, plasmó una pastoral de mayor cercanía a los más pobres. El Padre Hurtado es su símbolo. Y en tiempos de dictadura, la Iglesia asume la voz de los sin voz, en concordancia con el Concilio Vaticano II. Pero luego cambiaron los aires. Al considerar peligrosa la pastoral de inserción en el mundo popular, la Iglesia de Juan Pablo II y de Sodano retorna a buscar el apoyo del mundo del poder. Un indicador de ello fue la decisiva influencia en el nuncio, de un Karadima cuyo discipulado, compuesto por jóvenes de familias poderosas, engruesa las filas del clero, accede al episcopado, a la rectoría del Seminario y a altos cargos en la curia. Coincidentemente, movimientos conservadores, como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo, arraigan en las clases dirigentes y adineradas, crean universidades y colegios elitistas. La Iglesia chilena recupera así la confianza de los poderosos, del núcleo que controla el campo económico y social.

A contramano, se ha ido elevando un clamor entre sectores cristianos, el cual ha sido acogido por el Papa Francisco: “Una Iglesia pobre y para los pobres”. Desde este desiderátum surgen preguntas ciertamente incómodas:
¿Qué importancia cobra el dinero para la Iglesia? ¿Requiere de una amplia base financiera para realizar su labor? ¿Podría sostenerse con medios más sencillos y mayor austeridad?
¿Son necesarias las universidades católicas para ejercer influencia en la sociedad? Ellas demandan ingentes recursos y dedicación de personal. Además, ¿son ellas eficaces en términos de una pastoral evangelizadora?
¿Y los colegios católicos? Son objeto de similares cuestionamientos, agravados por el hecho de atender de preferencia a la elite social.
Universidades y colegios católicos son herencia de tiempos de cristiandad. ¿Podría pensarse en otra estrategia para evangelizar a la sociedad chilena?

Por otra parte, la aspiración al poder en la sociedad está asociada a la modalidad de ejercicio del poder al interior de la Iglesia. Este se concentra en un exclusivo y excluyente cuerpo profesional, el clero, cuya formación y sostenimiento exige, además, grandes recursos. Los ministros de la Iglesia podrían ser hombres y mujeres que viven como todo el mundo y se ganan la vida con su trabajo, aparte de un natural apoyo de la comunidad. El clericalismo ha subordinado a la masa de los fieles y excluido a las mujeres. El principal requisito, entonces, para el nacimiento de una Iglesia que sale de la experiencia de crisis que la ha conmovido, es la incorporación plena, y con capacidad resolutiva, de los laicos en todas las instancias eclesiales, desde la base hasta la cúpula.

Pero un laicado activo y competente exige un gran esfuerzo de formación teológica y pastoral de ministros o dirigentes, hombres y mujeres. Por lo tanto, en vez de destinar grandes recursos en colegios y universidades de dudosa eficacia pastoral, la Iglesia podría crear centros de pensamiento cristiano, libres y creativos para asumir el desafío de leer el Evangelio de acuerdo a los signos de los tiempos. Tales centros deberían cumplir una doble tarea. Por una parte, la formación de responsables y dirigentes; y por otra, la presencia en el debate nacional desde la perspectiva de la fe y del Evangelio.

Los aspectos señalados son algunos entre muchos otros. Una Iglesia pobre y para los pobres, es el fruto de un proceso de profunda transformación institucional. Y debería arrancar del firme propósito de desprenderse de los lazos con el poder.

Andrés Opazo

Comentarios

  1. Muy de acuerdo con lo del empoderamiento de mujeres y hombres, pero no estaria de más una precisión respecto a eso de la presencia en el debate nacional, es en erl sentido de algo asi como un "Partido católico", lo que podria ser una contraparte al Opus Dei, o más bien algo como un Centro Bellarmino y la revista Mensaje. Extraño aqui algo que para mi es fundamental, el fortalecimiento de la sociedad civil, algo en lo que las instancias confesionales también han de estar involucradas.
    Y otra cosa, qué significa una iglesia "para los pobres"? Dado que la meta permanente para toda sociedad ha de ser disminuir y ojalá eliminar la pobreza, significa eso que aspira a ser una iglesia cada vez más reducida? Los que son clase media deben buscarse otra iglesia o han de quedar marginados como católicos de segunda clase?
    Con estas preguntas quiero mas que nada ilustrar que se echa de menos aqui una precisión de la preposición "para".

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

EL ESPÍRITU DE JESÚS QUE INSPIRA NUESTRA VIDA

LA ESPIRITUALIDAD DE HOY

¿ADÓNDE VA NUESTRA DEMOCRACIA?