LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS

En esta entrega Andrés Opazo, teniendo como base el evangelio del último domingo, en que Jesús nos advierte  sobre “ la  tentación de aspirar a ser autoridad, a ser respetados y obedecidos, a ser el primero”,  enjuicia la manera cómo se ejercita el poder en la iglesia. Una reflexión de plena vigencia, no solo para Chile, sino para la iglesia en su conjunta. Para debatir.
Por su parte, Laura Yáñez, nos relata una experiencia de amor y fraternidad, en la que se conjugaron varias voluntades para atender y mejorar  la vida de niños vulnerables. Y, finalmente, Rodrigo Silva nos entrega un texto acerca de su experiencia y contacto con la discapacidad. Para reflexionar y agradecer.


SOMOS SIMPLE SIRVIENTES

En el evangelio del domingo pasado, Jesús nos advierte sobre la tentación de aspirar a ser autoridad, a ser respetados y obedecidos, a ser el primero.

“Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. Les pregunto: ¿qué quieren de mí? Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús les replicó: no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo he de beber, o recibir el bautismo que yo he de recibir? (se refería a su pasión) Ellos respondieron: podemos.
Jesús les dijo: la copa que yo voy a beber también la beberán ustedes, el bautismo que yo voy a recibir también lo recibirán ustedes, pero sentarse a mi derecha y a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado. Cuando los otros lo oyeron se enojaron con Santiago y Juan.
Pero Jesús los llamó y les dijo: saben que, entre los paganos, los que son tenidos como gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre ustedes; más bien, quien entre ustedes quisiera llegar a ser grande, que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero, que se haga sirviente de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.” (Marcos X, 35-45)

La reacción espontánea ante este texto, es la de elevar la mirada hacia los que mandan, a la jerarquía de la Iglesia. Sin embargo, el Evangelio no debiera ser un arma para apuntar a la conducta de otros, sino una invitación a mirarnos en primer lugar hacia adentro de uno mismo. Lo insinúa Álvaro González en su comentario del domingo. Allí desnuda nuestras propias y ocultas ambiciones de poder, de estar por encima de los demás, de ser protagonistas, de ser reconocidos. “Tenemos la tentación de mandar, de controlar, de dominar, que las cosas se hagan como nos gusta o como nos conviene”.

Habiéndonos, pues, examinado a nosotros mismos a la luz del Evangelio, podemos legítimamente enjuiciar desde él a la autoridad de la Iglesia. Y hoy resulta políticamente correcto hacerlo; es ella la que se encuentra en el banquillo de los acusados. No cabe la menor duda de que obispos y sacerdotes han abusado del poder en forma moralmente inaceptable. De allí la indignación. Pero ello no es más que el reflejo de algo más profundo a la vez que cotidiano. En la Iglesia se ha ejercido el poder sin contrapeso alguno, como algo natural y supuestamente derivado de la consagración ministerial. He ahí, justamente, la más clara expresión de un arraigado clericalismo, un ejercicio de la autoridad que acarrea la anulación o ninguneo de la comunidad, y que termina condenando al silencio y al infantilismo a los simples fieles. “No será así entre ustedes”, dice el Señor.

A muchos nos avergüenza la conducta de pastores como Ezzati y Errázuriz cuando intentan negar su encubrimiento de sacerdotes acusados de abusos sexuales. Sería mejor, y más sensato, que actuaran con la verdad, y reconocieran lo que para todos es evidente: que, antes que nada, los ha movido la urgencia de sostener el prestigio de una Iglesia en entredicho. Y quizás, y con el fin de atenuar su culpa, podrían agregar que, dado el actual despertar de la conciencia, hoy no lo harían de ningún modo. Una postura que podría ser más comprensible, aunque nunca justificable. Pero la veracidad y la humildad no suelen ser virtudes frecuentes en autoridades.

El texto del evangelio arriba transcrito, en donde Jesús entiende a sus discípulos como servidores antes que superiores por encima de los demás, posee otras y diferentes connotaciones. Por ejemplo, una referida al criterio para apreciar la reacción de sacerdotes excluidos del ministerio sacerdotal. Aparte de que ello ocurre hoy como un grave castigo, habría que tener en cuenta que la condición de sacerdote no es en sí un atributo de superioridad; no debería nunca desplazar o menoscabar la condición de cristiano. Si el sacerdocio fuese visto y se ejerciese como un ministerio de servicio a la comunidad, y no como un rango o estatus sagrado, de mayor elevación y privilegio, no habría el menor drama en que aquel que ocupó ese cargo ministerial, retorne al seno de la comunidad como uno más. Pues lo que define a todo cristiano, cualquiera sea posición en la comunidad, es su vocación hacia el seguimiento de Jesús. ¿Por qué no esforzarse como laico?

La idea de autoridad emanada de Jesús, debería primar en otro caso que no deja de sorprender. El papa Benedicto XVI tuvo el coraje y la audacia de renunciar, al constatar el poder incontrarrestable de la curia romana. Pero después de dejar su cargo, sigue ostentando la blanca vestidura papal, habitando en el espacio vaticano, disponiendo de personal a su servicio, y recibiendo todo tipo de honores. ¿Será que habrá dos papas de igual dignidad? Esta realidad me parece una señal de sumo clericalismo en la cúspide. No refleja en absoluto el deseo de renovación de la Iglesia en la línea del servicio a la humanidad.

Otro texto del evangelio complementa, a mi modo de ver, al que encabeza esta página. Dice Jesús: “Supongamos que uno de ustedes tiene un sirviente arando o cuidando los animales; cuando este vuelva del campo, ¿le dirá que pase en seguida y se ponga a la mesa? ¿No le dirá más bien?: prepárame de comer, ponte el delantal y sírveme mientras yo como y bebo; después comerás y beberás tú. ¿Tendrá aquel señor que agradecer al sirviente que haya hecho lo mandado? Así también ustedes: cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: somos simples sirvientes, solamente hemos cumplido nuestro deber”. (Lucas XVII, 7-10)

Andrés Opazo


ME QUIERO QUEDAR AQUÍ PARA SIEMPRE

Esta semana tuve el privilegio de asistir a la inauguración de cuatro casas del SENAME, que fueron remodeladas y decoradas completamente, por una iniciativa de Desafío Levantemos Chile.  Convocaron a la tienda Easy y a la Asociación de Decoradores (AdD), para realizar un trabajo en equipo.
Iba en mi calidad de gerente de Hunter Douglas, socio colaborador de la AdD, y por esta relación fuimos invitados por ellos a colaborar con nuestros productos.
Era en La Pintana. Al llegar tuve la sensación que había estado ahí antes, y sí! Era el Hogar de Menores Cardenal Caro, al que yo había ido miles de veces en los años 80, fundado por un grupo de personas vinculadas a mi primer marido.
Recordé con mucho cariño las veces que fui a cantar, o a participar de Navidades con los niños. Luego que ese hogar estuviera al alero de las Aldeas SOS, pasó a depender del SENAME.
Yo me perdí del grupo con que íbamos, de modo que no supe más del hogar. Ayer me enteré que las casas estaban muy deterioradas. La gente del “Desafío” les hizo una visita, detectando la necesidad urgente de calefaccionar las casas. Esta fue la meta inicial que luego fue creciendo y el proyecto terminó siendo la remodelación total, gracias a que muchas empresas generosamente se sumaron.
El proceso fue hacer participar a los niños y escuchar sus expectativas, para luego trabajar en el proyecto que dejaría las casas totalmente renovadas. Pisos nuevos, calefacción solar, baños nuevos, ventanas termopanel, revestimiento nuevo, fue la obra gruesa que se hizo realidad con el aporte generoso de varias empresas.
Luego vendría el trabajo de decorar y hacer que cada casa se convirtiera en un hogar cómodo, grato y lindo para niños y niñas que nunca habían tenido un espacio así. Un equipo de decoradores de la AdD desarrolló el proyecto y con productos de la tienda Easy cambiaron camas, los muebles de living y comedor, escritorios para hacer las tareas, cocina y todo lo necesario.
La empresa en que yo trabajo, se sumó a esta actividad con la certeza que detrás de las cortinas que pusimos en todas las ventanas, hay niños y niñas que van a recuperar la confianza y la alegría.
Al final el resultado para mí, fue quedar con el corazón lleno de esperanza y gratitud al haber participado en una experiencia tan enriquecedora.
Testimonio de esto es lo que decían algunos niños y niñas:
“Siempre nos habían prometido cosas y nunca las cumplían hasta ahora”
“Ahora esto no parece un Hogar, es una casa!”
“Me quiero quedar aquí para siempre”
“Bacán mi casa, esa es MI casa, de pasar de tener una casa toda fea y vieja a tener esta bonita, me siento millonaria”
“Muchos de nosotros, en nuestras casas, ni siquiera teníamos camas propias, es muy fuerte”
Quedé impactada y regalada de amor. Sin duda se les entregó cosas materiales, pero lo que vi en las caritas de esos niños es más que lo material, se sintieron queridos, incluidos, respetados. Una hermosa acción que conjugó amorosamente buenas voluntades.

Laura Yáñez


MOLLY Y LA OSCURIDAD

 De Molly Sweeney no sabía nada hasta el domingo pasado. Esa es la verdad. Allí la conocí. Estuvo sentada por largo rato en una especie de taburete, dándome la cara a mí y a unas doscientas personas más. Ella es un personaje. Quizá haya sido real. No lo sé. Es la creación del dramaturgo irlandés ya fallecido, Brian Friel. Es ciega, prácticamente de nacimiento. Y así vive por más de cuarenta años hasta que se somete a una operación para recobrar la vista. Y lo logra, pero a poco andar se niega a ver. Y concluirá la vida en un sanatorio, rodeada de personajes reales, vivos y muertos.

¿Por qué escribo todo esto? Primero, por agradecimiento. Por tener la posibilidad de mirar y ver. Molly dijo haber sido feliz. Creó su mundo. Segundo por curiosidad. Tercero, por admiración. Y cuarto, porque ver y reflexionar sobre la experiencia de la discapacidad me enriquece. Y ojalá nos sensibilice a cada uno de nosotros en este mundo tan individualista en el que vivimos. Pero creo que en lo esencial, lo escribo por agradecimiento a Dios por darme todas las posibilidades para vivir en mi equilibrio. Con todos los sentidos.

Hace muchos años, comienzo de los años noventa quizá,  hubo una exposición extraordinaria en el edificio de Telefónica. Para ver y sentir desde la perspectiva de los ciegos. Pintores, escultores, caracterizando personajes, fotografiándose. En fin, en varias facetas de su creación artística. Al final del recorrido nos encontrábamos con ellos en un espacio de la más absoluta oscuridad, para ser guiados, para intentar comprender por algunos segundos parte de su realidad. Mi reacción inicial en ese momento era escapar, porque tengo la impresión que es humano comprender, pero no necesariamente asumir.

Perdona que hable en primera persona. Quince años atrás viví una experiencia de discapacidad. Sabía que sería temporal. Dos operaciones, rehabilitación, durante seis u ocho meses. Y lentamente volver a la normalidad. A caminar primero, a correr después. Con toda normalidad, hasta ahora. Ojalá siga siendo así. Me permitió comprender en algo la realidad y experiencia de tantos seres humanos que pasaron por mi lado, por años, inadvertidos. Para agradecer. Para cerrar los ojos con la certeza que cuando los abro sigo viendo.

Molly Sweeney a ratos desaparecía. Luces apagadas. Total oscuridad. Solo se escuchaban parlamentos. De tranquilidad para la mayoría, quizá de angustia para otros porque el tiempo parecía eterno,  de normalidad para algunos ciegos asistentes a la representación. Qué alivio cuando se iluminaban los tres actores en el escenario, ella, su marido y el médico que va recordando su relación con Molly, desde que la conoce hasta cuando se despide de ella en el sanatorio.

Para cualquiera de quienes nos creemos normales, la discapacidad debería hacernos más humildes. Comprender nuestra fragilidad y entender que todos somos iguales, afectos a los mismos problemas y debilidades. Claro, somos iguales en tanto seres humanos, pero muy diferentes en cuanto a recursos para enfrentar la adversidad. Por eso también doy gracias, por haber tenido las posibilidades, hasta ahora. La última experiencia, el 31 de enero pasado. A las 9:30 voy al oftalmólogo, a las 15:30 cita con el especialista y a las 9 de la noche en el quirófano. Desprendimiento de retina, tratado con la máxima urgencia. Hoy veo bien. Muy bien. Y doy gracias a Dios por la oportunidad. Sin los seguros asociados quizá hoy vería diferente. Por eso agradezco cada día. Qué hermoso sería que todos pudieran hacerlo. Que la cobertura de salud fuera digna, de alta especialización y en el tiempo necesario. Sin angustia. Para dar gracias.

Rodrigo Silva


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