LA VICTORIA DE UNA CULTURA HUMANISTA

En esta entrega, prácticamente de fin de semana, Andrés Opazo  reflexiona sobre el libro “La Dictadura” de Jorge Baradit, y todo cuanto implicó ese período en el cambio profundo de los principios y valores que movilizan a la sociedad. “La tesis del libro de Jorge Baradit nos mueve a pensar en el hoy de nuestro país, cuando emerge la tendencia a relativizar la democracia y abrir espacios a populismos autoritarios con propósitos neoliberales. Una inocente combinación entre autoritarismo y liberalismo. ¡Vaya paradoja! Ahogar libertades personales y derechos sociales (derechos humanos), con el fin de despejar el campo a la total libertad de mercado.” Para profundizar, discutir y crecer.
Por su parte, Rodrigo Silva nos entrega algunas pinceladas sobre micro intentos de cambio en parroquias en que los laicos se sienten con el deseo y el deber de intervenir, no siempre con éxito, todo a propósito de una columna escrita por un sacerdote en La Prensa Austral de Punta Arenas. ¿Qué está pasando en la iglesia? Al parecer, muy poco.


LA VERDADERA VICTORIA

Acabo de leer el libro “La Dictadura” de Jorge Baradit. Para los que vivieron el Golpe Cívico-Militar de 1973 como un auténtico drama nacional, no hay en él novedades sustanciales. Pero para los que descorcharon champagne, se aliviaron y se beneficiaron con la purga de supuestos enemigos, debe ser muy distinto. Si llegaran a leer el libro, alegarán resentimiento y distorsión comunista. Pero una mirada serena no podrá dejar de reconocer los valores que lo orientan: el horror a la violencia y la sensibilidad ante el sufrimiento ajeno; un mínimo sentido de humanidad.

Allí se recuerda la violencia extrema aplicada de inmediato contra los partidarios de la UP, y después continuada con eficiencia y sofisticación por la DINA y la CNI. Muestra la irrestricta libertad de los agentes del Estado para irrumpir en casa de cualquier ciudadano, secuestrarlo y hacerlo desaparecer. Se habla de unos 3.000 ejecutados, más de 1.000 desaparecidos, alrededor de 50.000 salvajemente torturados, decenas de miles exiliados. Algo nunca visto en toda la historia de Chile. Hasta a la aparición de la Vicaría de la Solidaridad, las víctimas no contaron con la mínima instancia de protección.

Una violencia menos visible impregnó el ámbito económico, una política imposible de aplicar en cualquiera democracia. La cárcel o la desaparición silenció a dirigentes sindicales y poblacionales. Se abolió todo derecho social o económico que pudiera contrapesar al imperio del mercado, con el agravante de que, en condiciones de gran cesantía y escuálidas remuneraciones, sólo el dinero podía satisfacer necesidades básicas. La violencia de la represión sostenía la violencia económica contra un pueblo empobrecido. Simultáneamente, el capital privado se apoderaba de empresas estatales, dando origen a la concentración de grandes grupos económicos, hasta ahora responsables de la desigualdad existente. Lo propio ocurría con los servicios de salud, seguridad social y educación, que también se transformaron en negocios privados. Se instaló así la idea de que sólo el lucro hace funcionar la sociedad, lo que muchos todavía creen como verdad única.

Si bien el retorno a la democracia introdujo correcciones al implacable liberalismo económico, sus consecuencias culturales y espirituales son evidentes: la interiorización de un materialismo e individualismo extremos. Lo que realmente importa en la vida, es que a uno y a su familia le vaya bien, en dinero, oportunidades, propiedades y prestigio social. Cada uno a lo suyo, y que el desfavorecido se las arregle como pueda. Una mentalidad que perdura hasta hoy. Tal como lo afirma Baradit, la sombra de la dictadura sigue vigente entre nosotros.

El libro concluye con el siguiente párrafo. “El verdadero fin de la transición a la democracia no vendrá por algún decreto o alguna reforma, ni siquiera cuando encontremos a todos los que se nos han perdido. Vendrá cuando entendamos que el cambio es aún más profundo. Que está clavado en el fondo del alma nacional en la forma de individualismo, desconexión con la comunidad y con “los otros”. Cuando comprendamos que hay que recuperar el amor por la política, el amor por el otro y su debilidad, su necesidad y su felicidad; cuando seamos ciudadanos de una comunidad como se es parte de una familia donde todos nos preocupamos por todos, y dejemos de ser gladiadores en un circo donde se matan unos a otros. Ese será el triunfo verdadero: cuando volvamos a comportarnos como seres humanos, y dejemos atrás este experimento salvaje que nos convirtió en animales sin corazón, cuando recuperemos los valores de la república con la que soñaron nuestros padres fundadores, aquella hecha de libertad, igualdad, pero por sobre todo, de fraternidad y amor entre hermanos. Ese día, recién, Pinochet habrá sido derrotado”.

Seguramente, para los impregnados por la ideología individualista y materialista reinante, lo de Baradit son sólo piadosos deseos, sólo utopías. Pero lo que en verdad revela este cómodo e interesado fatalismo, es un grave déficit de carácter intelectual y moral. Evidencia estrechez de pensamiento, desconocimiento de opciones democráticas que superan la tranquilizadora y falsa dicotomía entre liberalismo y comunismo. El pensamiento dominante ignora, por ejemplo, realidades como las de Noruega y otros países nórdicos, campeones mundiales en desarrollo humano según Naciones Unidas. Allí, el logro de una superior calidad de vida se debe a que la seguridad, en sus distintas acepciones, no la proporciona el dinero poseído, sino la comunidad política que garantiza una racionalización y distribución de los recursos. La población opta por una altísima tributación, a cambio de salarios dignos, pensiones y servicios públicos para todos. ¿Por qué no pensar en alternativas para Chile? ¿A qué intereses ello afectaría?

Pero hablo de un déficit no sólo intelectual, sino también moral. Y al respecto, creo que es la estrechez de corazón la que explica la ceguera de la mente. Pues la economía no consiste sólo en el diseño de soluciones técnicas para incrementar la producción de riqueza. En ella no se puede desconocer su dimensión moral, su finalidad dictada por un bien “común” y por lo tanto inclusivo. Una economía orientada sólo, o principalmente, a la reproducción del capital, desconoce el sentido de pertenencia a una comunidad nacional, presupone, pues, una dictadura tal como ocurrió en Chile. Esa economía no es legítima en democracia. Pues ésta tampoco consiste en una mera tecnología del poder, sino que, por esencia y desde sus inicios, se inspira en valores que no prescriben, como la libertad, la igualdad y la fraternidad.

La tesis del libro de Jorge Baradit nos mueve a pensar en el hoy de nuestro país, cuando emerge la tendencia a relativizar la democracia y abrir espacios a populismos autoritarios con propósitos neoliberales. Una inocente combinación entre autoritarismo y liberalismo. ¡Vaya paradoja! Ahogar libertades personales y derechos sociales (derechos humanos), con el fin de despejar el campo a la total libertad de mercado.

La verdadera victoria contra la dictadura está por construirse. Y será obra del pensamiento, de la difusión de una cultura humanista, de una recuperación de valores que nunca deberíamos haber perdido. Es la tarea del presente.

Andrés Opazo



DECLARACIONES Y REALIDADES

“En medio de la crisis que vive la Iglesia en Chile, muchos se preguntan qué novedades hay en la vida eclesial, fuera de las informaciones de los medios de comunicación acerca de denuncias de abusos, de los procesos judiciales, de las autoridades de la Iglesia que declaran en los tribunales, de la escasa credibilidad institucional, etc. ¿Pasa algo en la Iglesia en Chile?
“En realidad pasa mucho y pasa poco. Mucho que no es noticia y tiene que ver con la vida de las comunidades, con la discreta y eficaz acción del Espíritu de Dios en los católicos que viven su fe en medio de estos temporales, y que -al mismo tiempo- se preguntan por los pasos a ir dando para enfrentar la crisis. Y pasa poco en los pasos concretos para ir enfrentando esta crisis.”
Quien escribe estas primeras líneas en el sacerdote Marcos Buvinic, párroco de Nuestra Señora de Fátima en Punta Arenas. Lo dijo en días recientes en La Prensa Austral. Y me apropio de parte de su contenido para compartirlo con ustedes. Pero antes sigo yo.
Un amigo muy cercano, laico, me decía lo mismo. Su párroco reza todos los domingos por el renacimiento de la iglesia en Chile. Se lo pide al Espíritu Santo, pero internamente su estructura es la misma. Mantiene celosamente su poder. No quiere que nada se le escape. Los laicos tratan pero se enfrentan a un dique, aparentemente infranqueable. Las palabras del Papa Francisco han estimulado a los laicos, pero la estructura eclesial resiste. No abre canales, más bien los cierra. También he vivido algo parecido. Las nuevas iniciativas propuestas en la parroquia son verbalmente bien acogidas, pero las decisiones se encaminan en otros rumbos. Y eso genera frustración, algo de rabia y, por cierto, desesperanza.
Marcos Buvinic sostiene en su columna que en entre lo mucho que pasa, pero no en Chile, estuvo la realización en Roma del reciente Sínodo sobre los jóvenes en la iglesia. Dice.
“Sobre los abusos de poder, de conciencia, sexuales y económicos, “el Sínodo reafirma su firme compromiso con la adopción de medidas preventivas rigurosas que impidan su repetición”, al tiempo de denunciar la evidente falta de responsabilidad y transparencia con la que se han manejado muchos casos. También rechazan todo tipo de clericalismo, que es una comprensión elitista del ministerio sacerdotal como un poder, en lugar de un servicio libre y generoso, y que “nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y ya no necesita escuchar y aprender nada, o finge escuchar”.
“Piden crecer en la sinodalidad para ser una Iglesia participativa y corresponsable, en la que nadie sea puesto de lado, y piden “a las Conferencias Episcopales y a las Iglesias particulares a continuar este camino, participando en procesos de discernimiento comunitario que también incluyan a aquellos que no son obispos en las deliberaciones”.
Refiriéndose a Chile, sostiene que “lo poco que ha pasado en la vida de la Iglesia tiene que ver -precisamente- con la necesidad de ir más allá de documentos y declaraciones para superar la parálisis que tiene inmovilizada a la Iglesia en Chile.”
“A pesar de la magnitud de la crisis que vivimos, los católicos seguimos esperando que se den pasos concretos en el modo de enfrentar -entre todos- la crisis que nos afecta. Si esta crisis no ha sido -hasta ahora- la ocasión para convocar a los católicos a un proceso de diálogo, reflexión y renovación, ¿qué tendría que ocurrir para que eso suceda?, ¿qué tendría -entonces- que suceder para que se realice un Sínodo de la Iglesia en Chile, con participación -desde las bases- de los católicos del país? 
“Somos muchos los miembros de la Iglesia que esperamos que los obispos de nuestro país sean capaces de enfrentar el inmovilismo que afecta a nuestra Iglesia en medio de la crisis que vivimos, y puedan convocar al Pueblo de Dios a la búsqueda de un nuevo modo de ser Iglesia.”
A diferencia de Marcos Buvinic quizá la expectativa de los laicos sobrepase a los obispos que hasta ahora pareciera que no han podido o no han querido avanzar en nueva dirección. Parecieran no escuchar lo suficiente. ¿Qué tendrá que ocurrir?
Rodrigo Silva

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