CELEBRACIONES, INCERTIDUMBRES Y ESPERANZAS

En esta entrega, Andrés Opazo reflexiona sobre los efectos del COVID 19 en Chile y se pregunta qué modelo surgirá, sobre todo con la latencia de la rebelión social de octubre pasado. Sostiene que ante la enfermedad, el hambre o la muerte, el Estado debe salir a suplir las funciones que la economía debiera desempeñar y agrega que la pandemia está sacando a plena luz del día la realidad de la gran mayoría del país, esa misma que fue denunciada por la gran protesta de octubre. En su reflexión repasa el rol del estado y del capital para preguntarse sobre la posibilidad de un nuevo pacto social como el que ocurriera en Suecia luego de la guerra, en la que “los poderosos empresarios de la construcción en Suecia optaron por un pacto con el movimiento social. El real equilibrio de fuerzas lo ameritaba. Nacía un nuevo modelo económico en torno al Estado Benefactor. ¿No podría impulsarse lo mismo en Chile?”

Esta Semana Santa fue celebrada de forma diferente. Presentamos dos testimonios. Uno de Soledad Gatica, miembro de nuestra Comunidad y, el otro, del sacerdote Marcos Buvinic, Párroco de una comunidad popular, en la estricta cuarentena de Punta Arenas. Experiencias que hablan de su sentido más profundo.

Finalmente, Rodrigo Silva nos entrega unos apuntes sobre la nueva forma de vivir a la que nos deberemos necesariamente acostumbrar a partir de esta pandemia.
Material interesante, nos parece, para analizar, compartir y comentar.  
Abrazos para todos, en cuarentena o sin ella, pero con gran sentido de responsabilidad y cuidado.

¿Y DESPUÉS DEL COVID-19?

A veces la situación del Covid-19 y las subsecuentes cuarentenas llegan a evocar las plagas de Egipto, pero en plena modernidad. Se suscitan en nosotros diversas experiencias: de encuentro obligado consigo mismo, de vida familiar intensificada y no siempre bien soportada, de suspensión de relaciones amistosas y afectivas, de revisión de hábitos y rutinas, de interrogantes sobre el tipo de sociedad que vivimos, todo acompañado de un inquietante sentimiento de limitación y fragilidad. Y quizás nos preguntemos por la probable responsabilidad que nos pudiera caber como humanidad en la calamidad que nos aqueja, y en la necesidad de cambios de vida a nivel personal y social. Poco sabemos acerca de esa responsabilidad, pero parece ser la hora de indagarlo. Recuerdo al respecto un axioma surgido en la investigación de los llamados desastres naturales: “los desastres naturales no son naturales”.

Hoy quisiera compartir inquietudes sobre lo que podría ocurrir en nuestro país con posterioridad a la esperada victoria sobre el virus y la reconstrucción de la cotidianeidad. Pero toda opción de futuro no podrá permanecer ajena al impacto provocado por la rebelión social de octubre de 2019, ocurrida meses antes de la llegada de la pandemia. ¿Volveremos a la normalidad anterior o tendremos que construir una nueva normalidad? ¿Habrá cambios sustantivos en el plano económico y social?

Una constatación de partida. Los primeros contagiados por el virus fueron personas que regresaban de viajes al extranjero, el virus se propagó en barrios acomodados, afectó a la industria de miles de millones de dólares orientada al privilegio y al lujo; lo pagan miles de trabajadores. Pero la expansión del virus podría dar lugar a un auténtico drama. Vemos por TV el hacinamiento en campamentos de la periferia de Temuco o en poblaciones de Puente Alto, y extendemos la mirada a los miles de personas cobijadas en viviendas sociales, a familias enteras viviendo en 30 metros cuadrados. ¿Tiene sentido allí la cuarentena? Los contagiados pueden alcanzar los cientos de miles, y millares los muertos.

El covid-19 devela especialmente la visible inequidad reinante en el plano de la salud. Pero también otras realidades. Por ejemplo, las cuarentenas dispuestas por la autoridad paralizan las actividades económicas no indispensables, afectando al empleo. Los más afectados son los más precarios, los trabajadores por cuenta propia que salen día a día a la calle a trabajar. El gobierno debe destinar recursos para que la masa de afectados pueda comer. Alrededor de un 40% de los trabajadores chilenos lo hacen sin contrato y sin la protección que el contrato dispensa. En síntesis, ante la enfermedad, el hambre o la muerte, el Estado debe salir a suplir las funciones que la economía debiera desempeñar. ¿No cabe, entonces, una pregunta de fondo sobre la calidad de la economía y las políticas sociales chilenas? Entiendo que esa calidad se mide por su capacidad de satisfacer las necesidades básicas de la población; esa es su finalidad. Pues bien, la pandemia está sacando a plena luz del día la realidad de la gran mayoría del país, esa misma que fue denunciada por la gran protesta de octubre.

Recuerdo una situación vivida en Guatemala que se asemeja en ciertos aspectos a la nuestra. Tuvo lugar a raíz del terremoto de 1976. La inspección de sus consecuencias por todo el territorio desnudó una situación de indigencia generalizada especialmente en zonas rurales e indígenas. Esta verdadera toma de conciencia generó una movilización política en contra de los gobiernos militares reinantes por décadas, activando la guerrilla ya existente. Recrudeció la lucha social y el ejército aplicó la política de tierra arrasada en las aldeas indígenas. Tras verdaderas masacres y la total derrota de la insurgencia retornó la democracia en lo formal y el poder económico a sus antiguos dueños. En Chile se vivió algo parecido. Los cambios profundos instaurados por los gobiernos de Frei y Allende fueron desmantelados por la dictadura y sus chicago boys. ¿Qué podría ocurrir hoy después de la explosiva mezcla de rebelión y pandemia?

Para algunos llega el fin del neoliberalismo, de una política dictada por la ganancia de la empresa (ganancia del capital), y que entrega enteramente al mercado la satisfacción de las necesidades. Lo que ahora debe venir, se estima, es la profundización y permanencia de lo que estamos observando como reacción a la pandemia: que el Estado supla la deficiencia de la economía. Se hace posible, pues, que un Estado Democrático se haga cargo del gobierno del mercado y controle el movimiento del capital en vista del bien común, que no es otro que la satisfacción de las necesidades básicas de todos. Es la senda seguida por los países más desarrollados del mundo, de Europa, Nueva Zelanda, Australia.

Pero esto no es lo que piensan los detentores del poder económico parapetados en su férreo marco ideológico. Hemos escuchado en estos días a dirigentes gremiales del empresariado, al actual ministro de economía, Lucas Palacios, al exministro Felipe Larraín. No son capaces de mirar la realidad. Creen que sólo se ha reaccionado ante un evento excepcional, y que la normalidad regresará cuando se logre controlar la violencia; entonces retornará el crecimiento económico. No se justifica, pues, un cambio de modelo. Palacios rechaza una eventual injerencia mayor del Estado en la economía; los empresarios, luego de la crisis, serán más conscientes y corregirán sus prácticas en pro de una mayor equidad social. ¿Se podrá creelo? Sería contradecir la lógica intrínseca del capital, el cual, si llegase a encontrar obstáculos aquí, emigra más allá, sale del país. Sobran las evidencias. Es la lógica del sistema, no una mala voluntad del empresario.

Apareció hace unos días una entrevista a un experto, el catalán Joan Melé quien, después de trabajar por 35 años en el sistema bancario, lo abandonó para sumarse a la Fundación Dinero y Conciencia. Como buen conocedor del sistema, afirmaba que el 99% de la economía financia la especulación, es decir, que la economía actual se guía sólo por el máximo beneficio. La entrevista la dio después de pasar quince días en Chile previo al estallido social. Hacía ver un mapa de Santiago señalando allí a un pequeño grupo que posee una renta equivalente a Suiza; a otro de renta como Noruega; y otros dos más numerosos, uno similar a Irak y el otro al Congo. Para el economista, a la actual economía competitiva y destructora del planeta, debía suceder una economía consciente, responsable y colaborativa.

¡Utopía pura! sonreirán algunos. No, ello es posible y ha ocurrido en nuestro mundo, aunque imperfectamente como es obvio. Después de la Segunda Guerra Mundial, y ante el avance del comunismo, los poderosos empresarios de la construcción en Suecia optaron por un pacto con el movimiento social. El real equilibrio de fuerzas lo ameritaba. Nacía un nuevo modelo económico en torno al Estado Benefactor. ¿No podría impulsarse lo mismo en Chile? Ante la insospechada masividad y potencia de la rebelión de octubre, las fuerzas políticas agrupadas en torno al poder económico se atemorizaron y aceptaron un compromiso del que muy pronto renegaron. Pero esa rebelión sigue latente y a la espera de mejores condiciones sanitarias. Y es probable que la indigencia desnudada por la pandemia se sume y aconseje la urgencia de un pacto económico y social.

Andrés Opazo


CELEBRANDO JUNTOS LA PASCUA

Desde que tengo conciencia, de algún modo se forjó en mí la idea que la Semana Santa es una experiencia y vivencia que nos recorre toda la vida, no sólo en estas liturgias. Como hemos tenido tanto tiempo para reflexionar podemos evocar cuántos viernes santos han cruzado nuestras vidas, algunos han durado un tiempo largo. Al igual que la ceremonia de la bendición del fuego, por algún lado aparece una chispa pequeñita que de a poco se transforma en fogata, y de ahí el símbolo del Cirio iluminándonos a todos quienes compartimos su luz y de ahí seguimos caminando, hasta la próxima.

Estamos viviendo como país un muy fuerte Viernes Santo que no sabemos cuánto más va a durar…Yo rezo con Los Perales “ten paciencia si demora…si no viene por la noche tal vez venga por la aurora”. Cuando celebramos la bendición del fuego, la llegada de la luz y misa de Resurrección algo cambia dentro de nosotros. Esta experiencia individual le pido a Dios que sea una para todos nosotros, para el país, para los amigos y también para los que no lo son tanto.

Cuando Gonzalo mi marido estaba en la fase terminal de su enfermedad apareció Mariano Puga a despedirse. Irrumpió en la pieza y dijo: Gonzalito, “vengo a celebrar la Pascua contigo… “ Yo le pido al  Padre que juntos celebremos nuestra Pascua de Resurrección como personas, como comunidad y como el país entero.

FELICIDADES!
Soledad Gatica


LA PASCUA QUE ESTAMOS VIVIENDO

Soy cura en Punta Arenas, en una Parroquia de un sector poblacional antiguo (algo así como la población José María Caro, en Santiago). La población se llama “18 de Septiembre” y allí se encuentran las 6 Comunidades que forman la Parroquia “Nuestra Señora de Fátima”.

Acá; en Punta Arenas, la situación del coronavirus es particularmente complicada, pues tenemos la tasa de contagiosidad más alta de Chile y acabamos de iniciar la tercera semana de cuarentena total. En ese contexto particular de cuarentena total vivimos la celebración de la Pascua del Señor Jesús: todos los templos y capillas cerrados, la gente encerrada en sus casas, y todos muy conectados por los grupos de whatsapp de las distintas comunidades y por facebook.

La población siempre está llena de ruidos (los autos que pasan, los gritos de niños jugando, las motos y autos “roncadores” de los jóvenes, música a niveles mayores de lo soportable, y los ladridos de los perros), pero con el comienzo de la cuarentena la población se fue silenciando, ¡hasta los perros se callaron! Acabo de salir al patio de mi casa y es un silencio que sobrecoge.

Obviamente, no era posible hacer las celebraciones comunitarias de Semana Santa, así que decidimos que sólo se harían en la Catedral, donde -con los respectivos salvoconductos de circulación- estarían solamente el obispo, junto a un sacerdote y un diácono. Desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Pascua, esas liturgias en la Catedral se transmitieron por el facebook de la página web de la diócesis y -desde allí-eran transmitidas por dos canales regionales de televisión.

Me impresionó el vivo interés de la gente por participar -por facebook o por televisión- en esas liturgias, y así lo comentaban después en los grupos de whatsapp. Estimo que a través de estos medios participó mucho más gente que lo habitual en las liturgias de Semana Santa; también yo seguía la liturgia de esos días a través de la televisión regional. Los templos estaban cerrados, pero sucedió que se abrieron -en muchos casos por primera vez- muchas iglesias domésticas.

También fue notable la creatividad de la gente para unirse a la liturgia propia de cada día. El Domingo de Ramos muchos pusieron ramos (acá son de coigüe) y flores en las puertas de sus casas como signo de acogida al Señor Jesús. El Jueves Santo muchas familias hicieron una “cena de pan y vino” y algunos subieron fotos del lavado de los pies en que los papás le lavaban los pies a sus hijos. El Sábado Santo muchos ponían una vela en sus ventanas. Los signos recreados en cada familia eran un modo vivo de participar en las celebraciones litúrgicas.

Igualmente eran de gran contenido los comentarios -por whatsapp- de mucha gente sobre la riqueza que habían vivido en la familia durante las liturgias, así como a través de la preparación de los signos en cada familia.

Con las personas con quienes tenía contacto a través de los grupos de whatspp de las comunidades de la parroquia, pude percibir una fe viva y bien enraizada en corazón de muchas personas y de las familias, pero me queda -por ahora sin respuesta- la pregunta de qué pasaba con las otras personas, con los que no están vinculados a las comunidades de la parroquia. Sólo tengo algunas intuiciones y suposiciones que -quizás- más adelante podré verificar.

Si bien los medios de comunicación que usamos nos permitieron estar conectados y vivir el ritmo litúrgico de estos días, me queda la preocupación que en este tipo de vivencia litúrgica el protagonismo de la asamblea que se reúne para celebrar los misterios de la fe es sustituido por un protagonismo excesivo que adquiere la figura del cura al que todos ven y siguen a través de las pantallas. No hay comunidad que se reúne, no hay encuentro de personas, hay una reunión virtual y un solo protagonista en las pantallas de todos.

Por último, me queda una reflexión pendiente -que es de más largo aliento- acerca del papel de la fe religiosa en las personas en estos tiempos en que confluyen muchos temores y ansiedades, la experiencia de una gran vulnerabilidad y la necesidad de contacto con otros, contactos que quedan limitados a “lo virtual”.

Para terminar, en lo personal he quedado con la experiencia agradecida que la fe en el Señor Jesús no pertenece al ámbito de “lo virtual”, sino que es una Presencia que acompaña y anima, fortalece y comunica paz, que crea comunión y renueva la esperanza en que Dios es más grande que el corona virus que mata (ayer murió de corona virus una señora que era miembro de un grupo de una de las comunidades de la parroquia), y que con la resurrección de Jesús lo imposible hace parte de lo real.    

Marcos Buvinic


APRENDER UNA NUEVA FORMA DE VIVIR

Santiago. Las calles y avenidas estaban prácticamente desiertas en algunas partes de Vitacura y Providencia, entre las once y media de la mañana y las cinco y media de la tarde. Jueves 16 de abril. Imagino que como yo, las personas se tratan de cuidar. Salir lo menos posible. Solo lo indispensable. La gran mayoría con mascarilla. Pocos a cara descubierta, salvo una pareja de jóvenes que se besaban apasionada y largamente en la esquina de Tobalaba con Eliodoro Yáñez, en el preludio de una larga despedida o en la emoción del reencuentro. Imposible saberlo. La soledad me parece que es el presagio de la nueva realidad que se nos avecina. Ya los especialistas anuncian cesantía, contracción económica, es decir crisis. Para no hablar de la pandemia que quizá al decir de algunos científicos podrían durar largo tiempo, más de un año, quizá dos o incluso más. Hoy supe de una empresa de veintidós personas en la que quedaron sólo tres. Liquidación como manda la ley, con todos los pagos. Dinero hoy para vivir algunos meses y la necesidad de reinvención a poco andar, a la vuelta de la esquina. Todo en el marco de la incertidumbre que nos agobia, porque además circulan tantos canales de información, formales e informales, verdaderos o falsos, tendenciosos y bien intencionados. Lo cierto, parece ser, es que de ahora en adelante deberemos aprender a vivir en un nuevo escenario de desasosiego. Se acabaron las certezas, No sabemos cómo será el mañana. Nuestra planificación de vida es de corto plazo. Tendremos que acostumbrarnos, y siento que no es fácil, porque cuando vamos en un avión y comienza la turbulencia parece lógico que nos produzca temor. Nos sobresaltamos, apretamos las manos con fuerza en el asiento o con quien vamos al lado. Sin saber si habrá un nuevo vacío, si el camino seguirá empedrado. De pronto nos habla el piloto y nos pide calma, que nada va a pasar, que mantengamos los cinturones abrochados y da algunos datos técnicos. Sí, tranquiliza, pero no supera nuestra angustia de base, hasta que todo pasa y la nave vuelve a la placidez y pareciera que el vacío no existe y que estamos suspendidos en la nada a novecientos kilómetros por hora. O cuando estamos en el sillón del dentista y sentimos ese chillido infernal que aunque no genere dolor lo podría producir en cualquier instante, hasta que de pronto es como si nos recogiéramos y, él o ella lo perciben y preguntan con cierta candidez ¿hay dolor? Por eso, hasta que no escuchamos esa frase de alivio “estamos terminando” y sentimos que se apagan las luces de esos focos intensos y se retira la bandeja del instrumental no estamos tranquilos.

En Chile después del 18 de octubre del año pasado y del 3 de marzo de este año (estallido y corona virus) nos hemos tenido que adaptar a una nueva forma de vivir la realidad. Con grandes costos en todos los sentidos. Baste pensar solo lo que ocurría con las personas que no podían utilizar el Metro y en lugar de ocupar treinta o cuarenta minutos, se tardaban dos horas para llegar a sus trabajos. Y de ahí suma y sigue. No digamos todos los negocios que quebraron, o todas las vidrieras rotas, los autobuses quemados o quienes perdieron la visión de sus ojos. Y ahora tenemos mes y medio de pandemia declarada en Chile y ya estamos modificando drásticamente nuestros hábitos. Cambian totalmente nuestras relaciones afectivas. Los espacios se reducen, las rutinas requieren de inmensa creatividad, pero por sobre todo, nos hemos puesto a pensar sobre el verdadero valor de la vida, algo que muchísimos han hecho a través de la historia en circunstancias límite. Despejamos lo intrascendente. Nos damos cuenta, aunque no lo quisiéramos, que la solución de la pandemia es un tema colectivo, depende de ti, de mí y de ellos. Se enhebra una nueva forma de tejer la sociedad. Hoy más que nunca, y en lo sucesivo, hay valores que tendrán que ser parte de nuestra esencia, como preocupación, desprendimiento, reconocimiento y entrega.

En este escenario, nuestra Semana Santa fue diferente. Por la televisión. Por You Tube y otros canales del nuevo milenio. Iglesias y grandes espacios dedicados al culto totalmente vacíos. Cantamos a distancia, cada uno desde sus hogares, utilizando sistemas tecnológicos novedosos y perturbadores de nuestra privacidad. Aunque el sentido último se mantuvo inalterable y aún más sólido.

Viviremos en zozobra, en una turbulencia de largo plazo. Ayer un infectólogo decía con mucha convicción que todo podría durar un par de años. Eso cambia todos nuestros hábitos y comportamientos. Todos. En Chile y en el mundo. En nuestros trabajos, familias, amistades, en la economía. Así, pareciera que estamos comenzando este largo camino de aprendizaje. Ojalá lo sepamos aprovechar.

Rodrigo Silva 

Comentarios

  1. Estoy contigo 100% Andrés Opazo, crisis como éstas dejan al desnudo total el engaño sistemático de un sistema estructuralmente injusto, como es el que auspicia la dispensación neoliberal.

    De pronto se ve a las claras que todo el montaje tramposo de los medios de prensa y TV, asi como los cantos de sirena del retail endeudador,no son más que míseras fachadas a lo Potemkin.

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