UN CAMBIO RADICAL PARA LA IGLESIA

Hicimos puente o sándwich. Nos tomamos la semana pasada. Hoy estamos de vuelta
La iglesia se ha tornado irrelevante en países de tradición cristiana. Lo afirma Andrés Opazo en la entrega de hoy.  “ …  se ha mantenido apegada a prácticas sacramentales y rituales rutinarias y carentes de significado simbólico, es decir, que no le dicen nada a nadie.” Un iglesia que no refleja  el espíritu de Jesús, según los evangelios. Lo afirma categóricamente. La irrelevancia ha dado paso a su total descrédito, por tanto otra iglesia debe surgir. Este es el planteamiento central de Andrés. Para reflexionar y debatir.
Por su parte Rodrigo Silva, a propósito del evangelio de Marcos, sostiene qué haría si Jesús le preguntara “qué hago por ti.” Un acercamiento a la forma de ver y actuar, siempre tan importante.
Como siempre dispuestos a debatir, compartir y enriquecernos.

YA LLEGA EL CAMBIO EN LA IGLESIA

El abandono silencioso y sostenido de la Iglesia Católica en países de tradición cristiana, es un hecho por todos reconocido. Ella se lo ha buscado, tras haberse condenado a sí misma a la inercia y la autocomplacencia. Ha persistido en un discurso puramente doctrinal, y salpicado de moralismos que a menudo ofenden a la conciencia moral moderna, por lo que se ha tornado irrelevante. Además, se ha mantenido apegada a prácticas sacramentales y rituales rutinarias y carentes de significado simbólico, es decir, que no le dicen nada a nadie. Y ha primado en su conducción el sentido jurídico en diversas materias, tanto de orden disciplinario como moral. Se ha hecho difícil, entonces, percibir en ella la acogida y el amor.

Este tipo de Iglesia – no hay una forma única de serlo - no refleja el espíritu de Jesús según nos hablan los evangelios. Es una Iglesia que no evangeliza, es decir, que no muestra a Jesús ante el mundo, su anuncio de una buena nueva para todas las personas y para la sociedad en que vivimos. No parece guiarse por aquel que dio su vida para desterrar a un dios dominador y justiciero, que inocula el fatalismo en sus fieles. Jesús proclamó, con su palabra y ejemplo, al Dios del Amor, su Padre a la vez que Padre nuestro, que nos ama a todos como hijos, y en virtud de quien todos llegamos a ser hermanos. Por ello, el anuncio de esta buena noticia es inseparable de la vocación a construir fraternidad en nuestro mundo real y concreto, a despertar la solidaridad, el encuentro, la compasión, el perdón, en última instancia la felicidad. Esto es evangelizar.

Efectivamente, a pesar de haberse instalado en las más altas esferas del poder, la Iglesia como institución se ha tornado irrelevante en nuestra sociedad. Pero la irrelevancia ha cedido el lugar a un total descrédito. Ella, que se mostró tan severa en el campo sexual, ha terminado sucumbiendo a causa de algo tan bajo y vergonzoso como los abusos sexuales de parte de sus propios ministros y representantes. Ha llegado a ser la institución peor evaluada por los chilenos, con sólo un 14% de aprobación, una realidad que hay que mirar de frente. La recuperación de la fe pública en la actual Iglesia, es imposible. Otra forma de Iglesia deberá surgir.

La crisis del cristianismo en occidente es de larga data. Nos lo ilustra el teólogo español José Ignacio González Faus en su libro Calidad Cristiana, que inicia con citas de grandes pensadores visionarios. El primero de ellos es el filósofo danés Soren Kierkegaard (1850): “La lucha por el cristianismo ya no será por un cristianismo como doctrina. Se luchará por un cristianismo como existencia. La cuestión fundamental será el amor al prójimo; la atención se dirigirá a la vida de Cristo, y el cristiano deberá ocuparse fundamentalmente de conformar su vida a la del Maestro. La indignación en todo el mundo grita: lo que queremos ver son hechos.”

Le sigue la reflexión del teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis, quien sostenía desde la prisión: “Nuestra Iglesia, que durante estos años sólo ha luchado por su propia subsistencia, como si ésta fuera una finalidad absoluta, es incapaz ahora de erigirse en portadora de la Palabra que ha de reconciliar y redimir a los hombres y al mundo. Por esta razón, las palabras antiguas han de marchitarse y enmudecer, y nuestra existencia de cristianos sólo tendrá en la actualidad dos aspectos: orar y hacer justicia entre los hombres. Todo el pensamiento, todas las palabras y toda la organización en el campo del cristianismo han de renacer partiendo de esta oración y esta actuación cristiana.”

El otro testimonio recogido proviene del sueco Visser’t Hookt en la apertura de la cuarta asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (1968). “Un cristianismo que haya perdido su orientación vertical (su permanente referencia a Dios), se habrá perdido a sí mismo. Pero un cristianismo que utilice las preocupaciones verticales como medio para rehuir responsabilidades ante los hombres, no será ni más ni menos que una negativa de la encarnación. Es hora de comprender que todo miembro de la Iglesia que rehúya en la práctica de su responsabilidad ante los pobres, es tan culpable de herejía como el que rechaza una de las verdades de la fe.”

Si comparto aquí las anteriores citas, es porque creo que ellas nos ayudan a pensar con mayor amplitud la crisis de la Iglesia chilena. Puede estar viviendo una coyuntura providencial para avanzar hacia una Iglesia renovada, atenta a Jesús y al mundo de hoy. Ya no se centrará en cuestiones doctrinales, ni dictará cátedra sobre moralidad, ni se contentará con reproducir rutinas rituales. Su servicio al mundo consistirá en el esplendor de su mirada y su modo coherente de vida.

Ante la complejidad de las cuestiones planteadas por una modernidad en continuo y acelerado proceso de cambio, la Iglesia no deberá confundirse; invitará a sus fieles fundamentalmente a orar y a hacer justicia entre los hombres. En esto consistirá su praxis esencial. Una auténtica moral inspirada en el Evangelio, sustituirá a los moralismos insustanciales que la condujeron a la irrelevancia.

Ese servicio que la Iglesia debe prestar al mundo, será el de hacer ver la responsabilidad de todos y de cada uno, ante las situaciones sufridas por los pobres y abandonados en sus diversos contextos de vida. En esto el Evangelio es muy claro. Una Iglesia renovada recordará a cada cristiano que no le es permitido complacerse en su propia riqueza y bienestar, insensible ante la desesperanza, la frustración y el dolor de los postergados y olvidados de este mundo. Como lo repite el Papa Francisco, será una Iglesia de los pobres y para los pobres.

Se sabe que esa renovación demandará tiempo, pero los procesos ocurren hoy con mayor rapidez que en el pasado. Por una parte, el Papa Francisco emprende la lucha en la cúpula, en la curia romana y entre los obispos renuentes al cambio. Por otra, al menos en la desprestigiada Iglesia chilena, la presión desde abajo la asumen los laicos y el pueblo en general. Y en todo momento, la oración de todos los fieles pedirá al Espíritu Santo que se derrame en abundancia. Es nuestra esperanza.

Andrés Opazo


SI JESÚS ME PREGUNTARA

Si Jesús me preguntara qué quieres que haga por ti como le dijo a  Bartimeo, el ciego, en el evangelio de Marcos, quizá le respondería también, que pueda ver. Si bien no estoy ciego, afortunadamente, hay tantos momentos de mi vida en que no me he dado cuenta del sufrimiento o del impacto de mis acciones. No las medí, pensando en que obraba bien. No tuve la sensibilidad suficiente para evaluar con antelación qué provocaría con una afirmación o con una conducta. Tantas heridas provocadas, tantos sufrimientos causados. ¿Tantas? ¿Tantos? Pensándolo bien, es posible que no fueren tantos, pero sí importantes. Porque ver no es observar. Contemplar no es razonar. Darse cuenta no siempre es actuar.

Me impresiona mucho aquella gente que en la misa tiene una actitud piadosa, respeta todos los signos, se hinca con devoción, agacha la cabeza con recogimiento y pareciera que viven a concho la liturgia, pero que luego, ante el menor estímulo “matarían” a cualquiera que no sea como ellos. Aquel que no piense de la misma forma. Me impacta especialmente un hombre maduro a quien veo con frecuencia y que declara su intención de matar a todos los comunistas o aquellos que él identifica como tales. Gente que expresa sensibilidades, que se pone en el lugar de los que sufren. Para él todos son comunistas. Es probable que su declaración no se transforme en realidad, pero el sólo hecho de pensarlo y, además, decirlo, ya es muy impactante. Agresivo. La antítesis de un cristiano de hoy.

Hay algunos personajes que están corriendo los cercos de la decencia y el respeto. Que hablan con toda libertad de discriminar, de agredir, de torturar y de matar. Hay gente que no sólo les escucha. También les eligen para representarlos y luego para conducir sus países. Como si dentro de la legalidad y las normas de convivencia democrática todo fuese permitido, incluso la destrucción de la propia democracia. Esto es obvio. Ha ocurrido muchísimas veces a través de la historia. Lo penoso es que parecieran destruirse no sólo las formas de convivencia social, sino que asistimos a una degradación humana. Es como el inicio de la legitimación de la barbarie. ¿Es que no nos damos cuenta, que no podemos verlo? ¿Será que hay miles y miles de personas, millones que no pueden o no quieren ver? ¿Le dirían a Jesús que quieren ver?

Quiero pensar que Jesús me lo permitirá. Ojalá sea siempre. Hasta que tenga capacidad de raciocinio.  Ver y razonar. Ver y explicar. Ver y aportar. Necesitamos que se imponga la razón, que los seres humanos aprendamos a no repetir los ciclos negros de la historia. Que no se legitime la irracionalidad. Que no nos acostumbremos a ella. Que no perdamos la capacidad de asombro, aunque las justificaciones avancen como el fuego aparentemente incontrolable y que la mayoría las acepte, por miedo o por convicción.

Cada día que avanza mi vida, me siento más reconfortado en el encuentro íntimo con Jesús. Aunque me cueste, robándole tiempo a la vorágine en que todo parece importante.  Y nos quedamos con menos tiempo para lo sustantivo.  Si Jesús me preguntara nuevamente qué hago por ti, le diría también que su presencia sea cada vez más evidente para que robustezca mi fe. Le diría que no me abandone y también le diría que en mi nombre y de tantos otros, reprendiera con todo el amor del mundo, pero con mucha fuerza a quienes en su nombre utilizan su poder y autoridad para someter y abusar.

Rodrigo Silva

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