DISCUSIONES INDISPENSABLES DE PROFUNDA HUMANIDAD
En esta entrega, Andrés Opazo analiza la significación de una eventual extensión de carrera militar. Qué significa en costos para un país que aún tiene extraordinarias urgencias en materia social. Ilustra con el ejemplo de Costa Rica, país sin ejército que ha vivido en paz y que se siente orgulloso por sus avances en materia de salud, educación y protección social. Gran tema para un gran debate.
Por su parte, Rodrigo Silva comparte algo de su experiencia personal con el reciente fallecido actor Humberto Duvauchelle y la significación de interpretar la vida de otros, de gente que busca respuestas, hasta en las más dramáticas circunstancias.
Una entrega en pleno verano, para abrirnos a otros temas, todos de profundo contenido humano
EXTENSIÓN
DE LA CARRERA MILITAR. ¿PARA QUÉ?
En el nivel de los oficiales, la
carrera militar tiene una duración de 35 años; ellos jubilan en torno a los 55
años de edad, reciben una pensión mensual, al tiempo de emprender otras
actividades económicas, muchas veces ligadas a las mismas instituciones armadas.
El proyecto del actual gobierno pretende prolongar esa carrera a 41 años, con
el objeto de ahorrar en pensiones para los jubilados. Pero tal ahorro se
lograría después de 10 años pues, al prologarse la carrera, se debe continuar
pagando a los que se mantienen en servicio por cinco años más.
El debate sobre este tema alienta preguntas
más generales. ¿Tiene sentido el gran esfuerzo económico del país, para sostener
una fuerza armada de aire, mar y tierra, que mantiene a miles de funcionarios y
exige costosos equipos (armamento, aviones, barcos, tanques) en permanente
renovación tecnológica? Las cifras de ese gasto se publican en las instancias
correspondientes, pero nadie las conoce y no son objeto de análisis y reflexión
ciudadana. Adelanto algunas de ellas.
El presupuesto ordinario de 2018
destinó 2.939 millones de dólares, para sueldos, consumo y servicios en el área
de defensa (alrededor de un billón o millón de millones de pesos chilenos). Adicionalmente,
la Ley Reservada del Cobre entrega a las Fuerzas Armadas para la compra de
material bélico, el 10% de las ventas del principal recurso chileno. En 20 años
(1995 y 2015), su monto ascendió a 17.456 millones de dólares (875 millones
como promedio anual); quizás en dos años se podría haber construido un moderno
tren de Santiago a Puerto Montt, además de hospitales y escuelas.
Si uno repara en las miles de familias
que viven en casas de cartón y latas, o los que carecen de servicios mínimos, o
en los hacinados en viviendas sociales, o en las exiguas pensiones de los
ancianos, en las deficiencias en el campo de la salud y la educación, en los
bajos salarios que redundan en comercio callejero; en fin, en las múltiples carencias
de un alto porcentaje de la población, no se puede quedar indiferente. Y ante
la justa demanda social, se repite siempre que no alcanza la plata. Pero eso no
es cierto: plata hay; no sólo en las capas privilegiadas y barrios acomodados,
sino que también en el Estado chileno.
Pareciera, entonces, como que las
fuerzas armadas amedrentasen al Estado, sin que poder civil alguno logre una racionalización
y su sometimiento. Su efecto es la merma de inquietud social y sensibilidad
humana; se inhibe la conciencia nacional y nadie se atreve a plantear el tema.
Se da por supuesta la necesidad de un ejército poderoso y moderno, objeto de
jactancia de las autoridades al adquirir nueva tecnología militar. Como si
nuestros vecinos argentinos, bolivianos y peruanos estuviesen a la expectativa
del menor descuido para invadirnos. Una mitología o paranoia que moldea la
cultura nacional y que quizás esconda otros intereses.
Los ejércitos se justifican sólo en
vistas de la guerra; no se arman para apagar incendios ni para socorrer a las
víctimas del terremoto. Pero lo cierto es que, en América Latina, la guerra es
asunto del pasado. En la segunda mitad del siglo XX, sólo hubo dos escaramuzas
en la región: una entre Honduras y el Salvador (1969), y otra entre Perú y
Ecuador (1997). Ambas fueron desactivadas en sus inicios por la acción de
organismos interamericanos. Se sospecha, incluso, que la segunda fue producto
de un pacto entre militares peruanos y ecuatorianos para forzar la compra de
armas. Hoy día, en un continente mucho más integrado e interdependiente, y con
instituciones regionales más consolidadas, la guerra es imposible.
Efectivamente, aparte de los
organismos internacionales de carácter político, como la OEA, la ONU y sus
agencias en cada país, se cuenta con organismos de integración regional, además
de numerosos pactos comerciales. Ellos regulan una actividad económica que se
ha vuelto transnacional, por lo que se alertarían ante eventuales conflictos de
graves perjuicios no sólo a los países involucrados, sino para toda la región. Así
mismo, grandes empresas de un determinado país de origen, operan con idénticas
o mayores ventajas entre sus vecinos. El capital no reconoce fronteras ni
nacionalidades. Nunca estará dispuesto a tolerar una destrucción que atente
contra sus intereses. Obviamente, lo dicho vale para nuestra región, no así
para otras como el cercano oriente.
“Si
vis pacem, para bellum”, fue la consigna de Julio César: “si deseas la paz,
prepara la guerra”. Parece que tal consigna debió inspirar al actual gobierno ante
el conflicto de la Araucanía para crear el Comando Jungla. Pero la seguridad nacional
e interna no se asienta en las armas, sino que se construye con el diálogo, el
trabajo, el estudio, la investigación, el desarrollo, tareas sólo realizables
en paz.
Suele argumentarse sobre la colaboración de la FFAA en asuntos civiles: su
despliegue durante desastres naturales, la vigilancia de costas y mares ante la
presencia de pesqueros extranjeros o del narcotráfico, o la colaboración de
cuerpos militares de trabajo. Pero todas estas actividades las pueden asumir mucho
mejor cuerpos especializados, bien entrenados y eficientes. Ciertamente el costo
no sería nunca asimilable al gasto militar.
Costa Rica abolió constitucionalmente
las FFAA en 1948. Pese a que sus vecinos inmediatos, Nicaragua y Panamá, eran
gobernados por dictaduras militares, este país desarmado nunca ha sido
agredido. El mundo no lo permitiría. Tampoco Argentina atacaría a un Chile cuyo
desarme fuese reconocido internacionalmente. Gracias a la abolición del
ejército, Costa Rica se puso a la cabeza de América Latina en los servicios de
salud, educación, electrificación, conectividad, paz social. Se eximía de comprar
aviones, tanques, barcos de guerra y de costear sueldos, alimento, vestuario,
instalaciones y transporte de millares de hombres improductivos. Los
costarricenses hoy se sienten orgullosos de su civilidad.
Finalmente, hoy nos quejamos de la
violencia que campea en nuestro país. Aparte de atacar causas de diversa
índole, deberíamos reflexionar sobre lo que implica el axioma romano “si deseas
la paz, prepara la guerra”. ¿No reside allí el germen de una cultura de la
violencia? Me temo que esta cultura de la violencia haya impregnado el alma
nacional.
Andrés
Opazo
DEL TEATRO Y DE LA
VIDA
Lo vi muchas veces antes de conocerlo. Caminaba erguido por
la acera de la Av. Bustamante, con su hija pequeña de la mano. En varias
ocasiones llevaba alguna carpeta bajo el brazo. Ella vestía jumper colegial
azul marino. Eran quizá los últimos pasos cuando yo les veía, antes de girar a
la izquierda en la calle Juana de Lestonac para llegar a su edificio.
Les veía desde el parque. La escena se repitió muchas veces.
Cómo habría podido imaginar en esa etapa de mi niñez o adolescencia que años
después conocería a ese actor y compartiría algo de su experiencia, su cultura
y su bondad. Su voz se apagó la semana pasada. Pero permanecerá en el tiempo
para siempre. Para la gente mayor su voz quedó sellada con los más importantes
poetas chilenos y latinoamericanos. Realizó más de mil trescientas
presentaciones de un espectáculo llamado precisamente “La noche de los poetas”.
Su imagen se transformó en centenares de personajes del teatro clásico. Todos
estuvieron en él y seguirán siendo recuerdo en otros actores y también en él.
Tuve el privilegio en los años ochenta de presentar, por
tres noches consecutivas, en Caracas, en una de las salas repletas de un ávido
auditórium ese espectáculo íntimo y emotivo, con Humberto Duvauchelle, Mario Lorca
y un excelente guitarrista, cuyo nombre olvido en este momento. Fue un
verdadero éxtasis, al punto que para la tercera y última jornada me atreví a
dedicarles una prosa que esencialmente agradecía a aquellos artistas su
capacidad expresiva y la infinita virtud de llevarnos en un viaje maravilloso,
multiplicando nuestros sentidos, recalando en valles, puertos y llanuras. En
otros ritmos. Contemplando al hombre en sus dimensiones más hermosas y también
más siniestras.
El sábado me senté en una de las butacas laterales del
teatro Antonio Varas. En el centro del escenario estaba el féretro que contenía
el cuerpo de Humberto. Varias coronas ubicadas en diferentes niveles
interpretaban la escenografía fúnebre. Se veía todo triste, como parece ser la
muerte vista de lejos. Predominaban los grises y los verdes. Las luces
claramente blancas. Todo aquello podría presagiar una función. Todo en su fase
previa. Di gracias por estar mirando el ataúd, en diagonal, a unos veinte
metros. Por tener la capacidad de recordar y asociar diferentes momentos, no
muchos, pero sí importantes con ese hombre que estaba en su interior. Por
recordar su sonrisa que envolvía cualquier ambiente. Por recordar su voz, unida
indisolublemente al poema de Oscar Castro ….
Yo me pondré a vivir en cada rosa,
y en cada lirio que tus ojos miren,
y en cada trino cantaré tu nombre,
para que no me olvides.
y en cada lirio que tus ojos miren,
y en cada trino cantaré tu nombre,
para que no me olvides.
Si contemplas llorando las estrellas
se te llena el alma de imposibles,
es que mi soledad viene a besarte,
para que no me olvides.
se te llena el alma de imposibles,
es que mi soledad viene a besarte,
para que no me olvides.
Yo pintaré de rosa el horizonte,
y pintaré de azul los alhelíes,
y doraré de luna tus cabellos,
para que no me olvides.
y pintaré de azul los alhelíes,
y doraré de luna tus cabellos,
para que no me olvides.
…
Vivió intensamente, apasionado por el teatro, la poesía y
la humanidad. Hasta el final, hasta diciembre pasado haciendo clases. Bandera
izada a media asta en la Faculta de Derecho de la Universidad de Chile.
Apasionado por sus personajes.
Como el actor y dramaturgo colombiano, Fabio Rubiano,
quien esta semana interpretaba a Salvo Castello en la obra “Labio de liebre”
(Festival Internacional Santiago a Mil). Un hombre que ha matado en el marco de
una guerra que duró más de cincuenta años en Colombia y que se encuentra con
sus víctimas asesinadas, quienes piden una explicación sobre su muerte y su
destino. Una obra sobre la venganza, el perdón y la paradoja permanente del ser
humano enfrentado a su deber y a su conciencia. Como es la vida.
Murió el actor Duvauchelle. Quedan para siempre sus
personajes. Y su voz.
Rodrigo Silva
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