LECCIONES DE VIDA Y DE MUERTE

En esta entrega, la última previa al receso de vacaciones, no de las nuestras, sino la sumatoria de todos, presentamos dos textos. Andrés Opazo comparte uno, “bello y profundo” que nos enseña “que la auténtica intimidad en el matrimonio, consiste en encontrarse en la verdad, a riesgo de enfrentarse con oscuridades y muertes, pero que conducen a la luz y a la vida.”

Y Rodrigo Silva nos apunta sobre nuestra fragilidad y el dolor inmenso que nos provoca la muerte en determinadas circunstancias. Ocurrió esta semana con el fallecimiento de un niño de menos de dos años. ¿Cómo vivimos esa realidad? Lo relata en su estilo, entre la contemplación y la reflexión.

Nos reencontramos en marzo. Para todos, el mejor de los veranos.

ENCONTRARSE EN LA VERDAD

Comparto con los que leen nuestra página, un texto bello y profundo. Lo escuché en el matrimonio de Pablo y la Florencia: lo escribió y leyó su hermana Consuelo. Nos enseñó que la auténtica intimidad en el matrimonio, consiste en encontrarse en la verdad, a riesgo de enfrentarse con oscuridades y muertes, pero que conducen a la luz y a la vida.
Andrés Opazo

Cuando Pablo me pidió escribir unas palabras para su matrimonio, lo primero que recordé es que nuestra relación de hermanos ha sido desde niños atravesada por las palabras, el afecto y la cercanía.

Así es que, honrando esa tradición fraterna, hoy quiero compartir con Florencia y Pablo, y con todos los que celebramos con ellos, estas palabras que buscan ser bendiciones.
Para que como toda buena palabra, estas palabras tengan la fuerza y el poder de entregar como un regalo lo que nombran.

Como todos, lo primero que les deseo a los novios es felicidad y mucho amor, caminos anchos y planos, llenos de aprendizajes y alegrías. Y más aún, les deseo la confianza y el coraje de abrazarse en lo difícil, en la diferencia y en lo feo. Que en esos momentos en que todo cuesta, sepan siempre compartirse.

Les deseo prosperidad, intimidad y sabiduría, que cada cosa que hagan por el otro sea un regalo de entrega infinita. Que en el cansancio se rían, que en el dolor se abran como flores silvestres, confiados de la vida. 

Lo que más quiero es que puedan amarse lo más profundamente que puedan, para que sean hogar el uno para el otro.

Yo sé que ustedes saben que el amor no es sólo amor rosa y clichés bonitos, por eso quiero recordarles que el amor también es muerte, muerte que trae más vida. 

Les deseo que en esta familia que ya está creciendo, puedan atreverse a pasar por esas muertes que no son sino profundas transformaciones, que pasen por ellas tomados de las manos, mirándose a los ojos, aceptando su poderosa vulnerabilidad. 

Como dice Taylor Jenkins Ried: “La gente piensa que la intimidad es sobre el sexo. Pero la intimidad es sobre la verdad. Cuando te das cuenta de que puedes decirle a alguien tu verdad, cuando puedes mostrarte ante ellos, cuando te encuentras frente a ellos desnudos y su respuesta es 'estás a salvo conmigo', eso es intimidad". 

Es lo único que conozco por experiencia propia como verdadero amor. Ser el que eres, cambiando constantemente, entregándote a la verdad de tu ser mientras amas y aceptas el viaje de quienes amas. En pareja ese viaje puede ser un milagro, un asombro y una maravilla. Realmente deseo que puedan vivirlo así cada día. Libre y soberanamente a su forma. Y que su hijo, y los que vengan, sean bendecidos por ese ejemplo de amor.

María Consuelo



EXTREMOS DE VIDA MUERTE

Martes 22, 19:45 horas. Jaime tenía noventa y cinco años. Juan Diego veintiún meses. Ambos eran velados en la misma Parroquia. El final y el comienzo de la vida. Y también de la muerte. Lo primero, comprensible, quizá esperado. Lo segundo, inentendible e impactante. Pero así fue la realidad.

El sacerdote fue acogedor con el dolor de ambas familias. Se puso en su lugar. Pidió comprensión y consuelo para ellos, en especial para quienes sufren con la prematura partida de Juan Diego. Un shock total. Incluso para mí que nunca le conocí. Solo ayer por la noche vi su foto. “Hoy existe un Angel en nuestra familia. En nuestro corazón. En nuestra Fe. En nuestra esperanza …”

Qué difícil es entender la muerte en estas circunstancias, me diría el sacerdote pocos minutos antes de comenzar la misa. Más tarde anunciaba que Juan Diego sólo tuvo la opción de amar y ser amado. La única. Nada más. Y nosotros, dijo, los cristianos, la certeza de una vida en plenitud, eterna. Lo difícil es para quienes quedamos, para superar ese dolor intenso, con toda seguridad desgarrador para sus seres más queridos, en el caso de Juan Diego. Y probablemente de conformidad y agradecimiento luego de una larga vida, en el caso de Jaime, a quien tampoco conocí.

Sabemos que la muerte vendrá. De improviso. O con anuncios previos, con señales que no quisiéramos ver.  O quizá desear. Siempre agazapada, acechante, viendo la oportunidad, para raptarse de madrugada a cualquier Juan Diego, inocente y desprevenido.

“Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

“La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.” (Neruda)

A los cien años Emma reposa con mucho deterioro, pero con lucidez. Por eso está consciente que su final se acerca. La familia se prepara. Reza también para que su partida sea plácida. Ojalá en el sueño, como cualquier noche en que sus hijas la despiden hasta mañana mamá, sin desear la muerte, pero sí evitando el desgaste del sufrimiento. Pensando que a la mañana puede seguir dormida.

Pensé mucho en mis nietos, a los que veo y no veo. A los que amo y se desdibujan en la ausencia. La de ellos y la mía. Pensé tanto en Juan Carlos, el abuelo de Juan Diego, a quien he visto pocas veces, pero sé que es un hombre de fe. Un católico activo. Quiero hablar con él para saber de sus certezas  y la forma cómo convive con este dolor que ha llegado a su alma de improviso, tan inesperadamente de improviso.

Nos cuesta hablar y aceptar la muerte. Verla con la naturalidad que la viví cuando murieron Juan y Odette. Con un año de diferencia. Primero él y luego ella. Ochenta y tres u ochenta y cuatro años. Sus hijos quisieron que permanecieran en su dormitorio, vestidos para su viaje final, sobre la cama, sus manos sobre el pecho. Así estuvo él la tarde y la noche. Y ella, la madrugada y parte del día siguiente. Luz tenue y una música suave y relajante. Todos fuimos, todos los que fueron, nos despedimos. Rezamos, contemplamos, vimos, olimos. Convivimos con la naturalidad de la muerte producida, con el hombre y la mujer que horas antes se quejaban y que quizá deseaban desprenderse de esta realidad. Y lo hicieron. Pareció natural. Y para nosotros, diría que más aún.

Hace algunos meses, en mi comunidad (que rico es apropiarse así de esta manera) dije que estaba preparado para la muerte. Que no tenía miedo. Que estaba tranquilo, porque particularmente en el 2018, por pequeños detalles tomé plena conciencia de la fragilidad de la vida. Porque creo en la plenitud de la vida que nos viene luego. Y dije también, al final del año, que había sentido fuertemente la presencia de Dios en mi vida. En lo cotidiano. Por eso agradezco todos los días. ¿Cómo será el agradecimiento de Juan Carlos hoy luego de la partida de su nieto?

Rodrigo Silva

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL ESPÍRITU DE JESÚS QUE INSPIRA NUESTRA VIDA

LA ESPIRITUALIDAD DE HOY

¿ADÓNDE VA NUESTRA DEMOCRACIA?