LA RESURRECCIÓN EN CADA UNO DE NOSOTROS
Concluida la Semana Santa, todos parecemos tener una experiencia significativa. Andrés Opazo reflexiona sobre la intimidad en la cual celebró la Resurrección. Y apunta que “la resurrección de Jesús no fue un acontecimiento público, grandioso, triunfante, victorioso y espectacular. Así lo ha representado la imaginería cristiana posterior, forjada quizás en la experiencia de poder alcanzado por una Iglesia triunfante. Pero no fue así como ocurrió realmente. El que resucitó fue el mismo que tres días antes había sido crucificado como el más peligroso de los delincuentes. Su ejecución fue pública, pero su resurrección, privada.” Para seguir profundizando en un tema clave de la fe.
Y por otro lado, Rodrigo Silva nos cuenta algo de sus experiencias desde el día previo al Domingo de Ramos. Apuntes para significar el valor de la acogida y el amor.
Como siempre, confiamos en que estos temas sirvan para compartir y ayudarnos a crecer.
LA
RESURRECCIÓN DE JESÚS
La Iglesia celebra la Semana Santa con
actividades que transcurren entre el jueves y el domingo. Se realizan
ceremonias litúrgicas, se convoca a retiros en parroquias, colegios, sedes de
movimientos. Aunque parece disminuir su convocatoria, tales actividades
mantienen su vigencia. Sin embargo, muchos católicos no nos encontramos
vinculados a instancias regulares de Iglesia. Las razones pueden ser muy
diferentes: lejanía física, problemas de transporte, desmotivación o
distanciamiento de la institucionalidad eclesiástica. Esta es una realidad
sobre la cual no cabe emitir juicios en este momento. Pese a ello, a muchos
católicos no les es indiferente la Semana Santa. Este es mi caso. Aún más, me
reúno cada domingo en mi casa con un pequeño grupo de vecinos, para orar en
comunión con los creyentes en Jesús, y en este sentido con toda la Iglesia.
Esto ocurrió el domingo recién pasado,
celebración de la Resurrección de Jesús. Por diversas circunstancias, éramos
solamente tres las personas que en ese día nos reuníamos. Leímos y comentamos
el pasaje del evangelio de San Juan escogido por la Iglesia para esta fiesta
litúrgica. Allí se relata el momento en que María Magdalena sale en la
oscuridad de la noche para llevar los ungüentos y perfumes usuales para la
sepultación, y se encuentra con la tumba vacía. Ha partido oculta, sin ruido,
en plena oscuridad; no sólo física sino también simbólica, es decir, en la
oscuridad de su alma. Y se encuentra con la gran sorpresa; la piedra que
sellaba el sepulcro estaba removida y no sabe qué ha ocurrido. Entra en pánico
y corre para avisar a Pedro que se han llevado el cuerpo del Señor y no se sabe
dónde lo han puesto. Este junto a Juan, emprenden veloz carrera para constatar
el hecho. Al llegar, el impetuoso Pedro irrumpe en el sepulcro vacío y constata
sólo la presencia del sudario y las vendas, no así el cuerpo de Jesús. Después entra
Juan, el cual vio y creyó; no dice nada más el texto. Luego los tres regresan a
casa.
Éramos sólo tres personas que leíamos
este evangelio. Otros merodeaban en el patio, en sus trajines matinales u
ocupados de los huevitos del conejo. Sólo nosotros tres recibíamos la noticia
de la resurrección, en forma discreta, humilde, en silencio, pero con emoción
interior. Después rezamos como cada domingo el Padrenuestro, y pedimos que
venga tu Reino. Me impresionaba verificar que nuestra simple y humilde plegaria
no tuviese ningún efecto público y visible; la hacíamos en la intimidad del
cuarto que ocupábamos. Era un silencio acorde con el silencio de la
resurrección del Señor.
Efectivamente, la resurrección de
Jesús no fue un acontecimiento público, grandioso, triunfante, victorioso y
espectacular. Así lo ha representado la imaginería cristiana posterior, forjada
quizás en la experiencia de poder alcanzado por una Iglesia triunfante. Pero no
fue así como ocurrió realmente. El que resucitó fue el mismo que tres días
antes había sido crucificado como el más peligroso de los delincuentes. Su
ejecución fue pública, pero su resurrección, privada. Ocurrió sin ruido ni
ostentación. Jesús se hizo ver sólo por sus íntimos, por aquellos sencillos
galileos, perplejos, incrédulos, desilusionados, desconfiados y encerrados por
miedo a las autoridades.
Del mismo modo que ayer, así transcurre
hoy la resurrección de Jesús. En lo íntimo de los corazones, especialmente de
aquellos que se afanan en la lucha junto a los crucificados de esta tierra. De
noche, mientas todavía permanece oscuro, Jesús resucita entre nosotros y en
nuestro mundo. Por eso no dejamos de pedir Venga tu Reino. Es largo y tortuoso
el camino de la liberación o de la humanización de nuestras sociedades. Lo real
es la permanencia de la cruz; la resurrección es sólo una expectativa que
habita en nosotros gracias al testimonio de Jesús, es nuestra esperanza.
Es la esperanza de la Iglesia, pero
también la esperanza del mundo, de todos aquellos que buscan la verdad y el
amor. Muy bien los decía el gran poeta que fue León Felipe. Dios viene,
resucita, aparece por distintos e inesperados recovecos; sólo se nos pide
despertar, estar atentos para abrir los ojos.
Nadie fue ayer, ni va hoy,
ni irá mañana hacia Dios,
por este mismo camino
que yo voy,
Andrés
Opazo
ACOGIDA AMOROSA
“Cuando te murai el
Señor no te va a preguntar cuántos ramos
llevaste a la iglesia, sino cuánto adheriste a él.”. Esta frase la escuché
mientras caminaba hacia la Parroquia, el Domingo de Ramos, previo a la misa de
las 11 de la mañana. Me impactó, obvio. Y luego la voz fue más fuerte. “En mi puta vida vuelvo a comprar un ramo
como este. Si no te va a preguntar cuántos ramos llevaste. Te va a preguntar si
fuiste fiel a su mensaje.” Pasó por mi lado un hombre vestido de negro con
un paso rezongón, agitando el ramo. No le vi la cara, que importancia tenía. Lo
había dicho todo.
¿Tiene valor la forma y el rito? Quizá poca cuando se le
desprende el contenido. Si agitar los ramos cuando el sacerdote ingresa al
templo, recordando un hecho histórico, no
va acompañado de una profunda coherencia en el sentido del Evangelio, en una
actitud de vida que demuestre los valores de Jesucristo, no tendría ningún
sentido. Eso era precisamente lo que decía ese hombre que avanzaba enrabiado.
El día anterior mi experiencia había sido de una tremenda
intimidad con Dios en nuestros corazones, en un grupo pequeño que se reunió
para expresar sus dolores, para contagiarse de un común espíritu y reflexionar
sobre el acompañamiento de personas queridas que están viviendo momentos de
dolor y aflicción o, que simplemente necesitan paz, equilibrio y entrega para
vivir el resto de su vida. Poco o mucho, generalmente con un horizonte
definido. Para ayudarles a encontrar la tranquilidad requerida, más allá de la
incertidumbre a la desconocida muerte.
Vivimos momentos hermosos porque todos nos dimos cuenta
de nuestros dolores y de la importancia de sentirnos refugiados y, sobre todo
de alcanzar un momento a partir del cual estamos dispuestos a compartir, a
acoger y ser acogidos. Momentos de gozo y de hermandad. Momentos de comunión
que se prologan y que permiten, una vez más, descubrir que somos necesariamente
seres humanos sensibles y volcados a la relación con otros.
Como lo fue un momento maravilloso de encuentro el Viernes
Santo en la capilla del colegio San Ignacio, en Providencia. Mañana de retiro y
de taller de oración cantada con el Conjunto Los Perales. Una capilla repleta
de hombres y mujeres que estaban allí en comunión. La gran mayoría venía de una
mañana de retiro, que comenzara con una reflexión del cura jesuita, Juan
Cristóbal Beitía. Se preguntó por qué estamos aquí, en un momento tan complejo
de la iglesia chilena. No lo dijo con estas palabras, pero ese fue el sentido.
En una mañana tan fría, cuando vivimos la mayor crisis de nuestras vidas. Por
qué. Y dio algunas pautas para comprenderlo. Finalmente, entiendo, porque la fe
es superior y consideramos que no hay “intermediarios” (sacerdotes e
instituciones), por más complicados que estén, que nos hagan renunciar.
Podremos tener dudas, legítimas, pero el mensaje es más profundo y sobrepasa
cualquier circunstancia.
Ciertamente creo que la gente que estaba allí y que
repletó posteriormente la capilla, es plenamente consciente de la crisis
–abusos, encubrimientos, discurso obsoleto y ritos que requieren rejuvenecer o
ser cambiados o suprimidos- pero están sobre ella. Iluminan un camino de
esperanza. Por eso estuvieron, escucharon y se sintieron en un círculos virtual
y rezaron a través del canto:
Yo
soy la resurrección,
soy
vida de verdad,
soy
camino, soy la puerta,
soy
luz en la oscuridad;
y el
que escucha mi palabra
aunque
muera vivirá
Rodrigo Silva
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