FE Y VIDA EN LIBERTAD

En la entrega de hoy, Andrés Opazo reflexiona sobre un cambio cultural sustantivo, que nos permite tener una nueva apertura para comprender la realidad, porque vivimos en comunicación permanente, expuestos a otras influencias. “En el presente las dudas ya son explícitas, aunque no conduzcan necesariamente al abandono de la fe. Una completa ortodoxia ya no parece posible.” Y concluye diciendo que es “justamente desde la libertad y la plena conciencia de donde emerge nuestra disposición a aceptar la fe en Jesucristo como una Buena Nueva.”
Rodrigo Silva, en tanto,  relata dos experiencias que van desde la fantasía, el juego, las inquietudes y la formación de los pequeños de hoy. De los que le rodean y le entregan amor. Experiencias con nietos, que revitalizan a los adultos y les hacen vivir aún con mayor alegría, en el camino circular de la vida.

EN VEZ DE ORTODOXIA, CONVICCIONES
El encuentro con personas de otras culturas, con otras formas de pensar, aunado al avance del conocimiento o a nuevos descubrimientos, nos han hecho dudar de verdades asumidas por mucho tiempo como verdaderas. Hemos aprendido a dudar de lo ya tenido por cierto, de nuestras verdades. Ello ocurre en todos los campos, pero especialmente en el religioso. Todo lo que acontece en torno a las iglesias y el retroceso de su credibilidad, hace que dogmas religiosos, vigentes por siglos, hayan perdido para muchos su capacidad de convicción.
El cristiano común y corriente sabe que la Iglesia posee un sistema de dogmas y normas morales, una doctrina que estima ha sido fijada de una vez para siempre. Pero su relativa despreocupación por el aparato doctrinal de la Iglesia, no afecta su pertenencia religiosa. En la cultura católica tradicional ha primado el criterio de no pensar ni cuestionar los datos de la fe, aceptándose que los dogmas religiosos son de por sí incomprensibles para la razón humana. Razón y fe han andado por cuerdas paralelas.

Pero esta realidad ha cambiado profundamente. En el presente las dudas ya son explícitas, aunque no conduzcan necesariamente al abandono de la fe. Una completa ortodoxia ya no parece posible. Si se pretendiese imponerla no se lograría ningún efecto. Tendría que recurrirse sólo a argumentos de autoridad, al magisterio católico, a nuevos catecismos, a algún discurso del Papa. Pero este tipo de argumentos ha perdido valor en nuestra mentalidad. Un ejemplo: lo que sucede con la moral sexual y familiar; se remite a culturas del pasado, en donde la mujer era posesión del marido, y se desconocía el problema de la sobrepoblación mundial. Cuando las normas no son razonadas en vista de un bien apreciado por la comunidad, tarde o temprano pierden vigencia. Ya no vale la lógica del tabú, propia de sociedades enteramente homogéneas y penetradas de un temor sagrado ante lo desconocido.
Nuestras sociedades son diferentes. Predomina en ellas una disposición favorable a la diversidad, algo percibido como signo de mayor calidad de la convivencia humana. Resulta entonces normal que se pida razones a quien dictamina sobre el bien y el mal. Pues necesitamos vivir y actuar con un mínimo de sentido. Desearíamos comprendernos en profundidad a nosotros mismos, apreciar mejor la vida nuestra y la de los demás, abrir los ojos ante el mundo que nos rodea, con todo lo que contiene de valioso pero también de engañoso. Y esto es hoy una necesidad. Para culturas tradicionales bastaba la explicación de que “así lo hicieron los antepasados, así es como se hace”…  Pero desde que el mundo empezó a desacralizarse y se abrió el espacio de la modernidad, necesitamos con urgencia nuevas significaciones. Y éstas ya no pueden ser aportadas enteramente por la tradición, ni menos ser impuestas por un golpe de autoridad.
Ya no es época de aceptación de visiones globales, en bloque y a fardo cerrado, sean políticas o religiosas. Se extinguió el comunismo de Lenin, así como el nacional-catolicismo de Franco. Pese a ello, en muchas personas quedan aún añoranzas de una sociedad en donde era natural el monismo político y cultural, que reconocía una sola verdad, inmodificable, una sola regla moral, bien clara y sancionada por la ley. Esa seguridad es cosa del pasado; no refleja el mundo de hoy. Hoy vivimos expuestos a la inseguridad propia de la diversidad. En nuestra sociedad el pluralismo se ha vuelto no sólo legítimo sino saludable, aunque pueda generar incomodidad y nostalgia en mentes menos flexibles.

Hoy nos entendemos como sujetos humanos y autónomos en búsqueda de realización material y espiritual. Por otra parte, vivimos en creciente comunicación con mundos culturales distintos de los nuestros, expuestos a otras influencias. Nos sorprendemos en lo cotidiano conociendo a otros y descubriendo nuevas posturas ante el mundo. Y en el camino vamos asimilando, admirando o repudiando, amando u odiando, festejando o lamentando. Y en esta vivencia diaria se despliega la enorme riqueza de lo humano. Una riqueza que compartimos en el encuentro con otros y en el reconocimiento mutuo, y de la cual nos apropiamos para conferir nuevos significados a la vida. Así es como ejercitamos nuestra razón en su dimensión espiritual o simbólica, y construimos el subsuelo de lo que viene a ser lo humanamente razonable.
No debiera entonces llamar la atención el que existan posturas de rechazo explícito a planteamientos eclesiásticos que no parecen razonables, y que esa negativa se incube entre de personas creyentes y autodefinidas como católicas. Los jóvenes y adultos de hoy requerirán en forma creciente de reales argumentos que sean convincentes y comunicables. Ello reflejaría autonomía de conciencia, una autonomía tan resistida por la Iglesia en el pasado, que no implica relativismo ni soberbia individual. Al contrario, cuando ella es abierta y compartida, refleja un fenómeno cultural que exige atención y estudio.
Es justamente desde la libertad y la plena conciencia de donde emerge nuestra disposición a aceptar la fe en Jesucristo como una Buena Nueva. Pues sólo en la experiencia vivida, partiendo de nuestras frustraciones y anhelos, se pueden enraizar las convicciones más profundas. Allí se funda lo razonable de nuestras “razones”, las que no provienen sólo del intelecto, sino especialmente del corazón y de la búsqueda de sentido. Allí se asienta la base de nuestro pensar, sentir y decidir en libertad. Cuando Jesús nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, no lo entendemos en términos positivistas o metafísicos, sino existenciales. Las opciones de Jesús (su camino), sus convicciones (su verdad), y su modo de relacionarse con los otros (su vida), pueden ser nuestras opciones, nuestras convicciones, y nuestro método de vida. A los que se empeñaran en ello, Jesús llamó “bienaventurados”, felices. Se dan en todo tiempo y cultura.
Andrés Opazo

VIDA DE DETECTIVES
Es inquieto. A veces más y otras veces mucho más, salvo cuando se concentra armando un puzle, Allí la imaginación vuela. Son naves, aviones, torres, casas y pájaros de todos colores los que invaden sus espacios. Comenta, llama a los cercanos para mostrarle sus creaciones. Y también se cuenta a sí mismo, como en un murmullo de lenguajes ajenos. Sin embargo, esta vez entró de sorpresa al escritorio y pregunto ¿tata, cuando fue la última vez que lavaste los platos? Sin pensarlo demasiado contesté. Hizo algo que podría haber sido una anotación con el lápiz que tenía en su mano derecha. Lo movió rápidamente en círculo sobre la hoja de la pequeña libreta que traía en su mano izquierda. Y salió. A los tres o cuatro minutos regresó. Venía serio. Volvió a preguntar ¿tata, cuando fue la última vez que cocinaste? Hace dos días, respondí. Hizo el mismo movimiento con el lápiz sobre la libreta. Por la noche me enteré que esa misma tarde le había hecho preguntas similares a su abuela. Luego de tres o cuatro,  ella fue la que preguntó esta vez. ¿Estás haciendo una encuesta Manuel? Noo, Vivi … soy detective. Manuel, el detective, tiene cuatro años y siete meses.

Por qué lo relato. Por su vitalidad, por su ingenio, semejante quizá a cualquier otro niño de esa edad, por el desparpajo con el que suele actuar. Y también por los abuelos, que en este caso, a sus sesenta y más abordan años que suelen ser cronológicamente decisivos. Él a diferencia de Clemente, de edad similar, no se ha planteado el tema de la muerte y quizá si lo ha pensado, jamás lo ha dicho. Por el contrario, para Clemente es una preocupación, asociada a algunos seres queridos de su familia que ya no están, pero que son parte de la conversación en su familia. Se cuestiona qué ocurre con la muerte. Y lo hace con las inquietudes de un pequeño que busca respuestas a su alcance.

El encuentro y el abrazo con Clemente fue prácticamente al final del encuentro entre nietos y abuelos, en la fría mañana de este viernes. Reunidos los seis cursos de pre kínder, cada grupo fue recibido en su salas con diferentes actividades de los niños, obviamente guiados por sus educadoras. En “la previa”, un grupo musical evocaba canciones de años pretéritos, esos temas que quizá se anidaron para siempre en nuestra memoria, con los que hemos recorrido la vida. Luego bendiciones, mensajes alentadores sobre el rol decisivo que jugamos para sentarnos frente a ellos en sus salas y comprender que ese espacio de asociación y amor nos envuelve a todos. Fue interesante la explicación inicial descrita por una de las educadoras. Los niños se enfrentan al colegio en el cual la gran mayoría estará catorce años. Reconocen y comienzan a vivir su espíritu. Y el segundo paso es el reconocimiento de su propia historia. Y allí estamos nosotros. Su procedencia, el nido con sus padres. Lo demás fue un conjunto de expresiones que nos permiten observar un instante de sus personalidades y conductas. De su forma de vincularse grupalmente, de vernos y sentirnos.  

Concluido el espacio del aula, caminamos con ellos hasta el casino del colegio para compartir un desayuno. En el gran espacio, acogedor y sencillo, seis grandes mesas en diagonal, otras estaciones para líquidos calientes, permitieron reconocer a rostros con los cuales nos hemos visto por años, con nuestros propios hijos en similares espacios en años pasados. Primero padres ahora abuelos. Varios de los mismos rostros, solo que algunos años después. Otros roles en áreas que nos conocieron y cobijaron nuestras esperanzas.

Fotos, videos, abrazos, sonrisas, agradecimientos en poco más de una hora y media para luego seguir con la normalidad de un viernes. En el pre kínder A se queda mi nieto Jerónimo con sus amigos y compañeros de una ruta que espero sea para la vida. Y vamos saliendo con Cecilia, la abuela de Clemente, comentando de esos momentos intensos vividos en grupo. Ella, por años fue también educadora de estos mismos niveles. Su experiencia es tremenda. Sabe interpretar cada signo y compartirlo con delicadeza. Al final, ya en el estacionamiento, en ese momento previo cuando cada uno va a recoger su auto, la pregunta de este período. ¿Cómo está Michelle? Está súper bien, contenta, optimista, llena de energía. Estuvo cenando con nosotros. Muy optimista. El cáncer no le va a ganar, recuerda Cecilia, de lo que dice Michelle.

Michelle, superando los sesenta años, hermana de Cecilia, ha comenzado recientemente una batalla por su vida en el peor de los escenarios, en el marco del peor de los pronósticos. ¿Por cuánto tiempo más? ¿Por cuánto más cada uno de nosotros, sin pronóstico conocido? ¿Qué respuestas tendremos para esos momentos finales? Con fe profunda, en páginas anteriores, Andrés Opazo dijo que en el momento final quería estar lúcido para ir al encuentro con Dios. Ojalá.

Rodrigo Silva

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