SALUD COMO PARTE DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
Nos reencontramos después de una larga semana de fiestas patrias, que para algunos significó unas verdaderas vacaciones y para otros el anhelo de tener muchos días ajenos a la cotidianeidad del trabajo. En esta entrega Andrés Opazo, a partir de un tema personal reflexiona sobre el sentido de la salud y la forma de entenderla. Algo que va más allá de lo orgánico y que contempla muchas dimensiones. El teólogo Leonardo Boff, citado por AndréS, sostiene que “la salud no es ausencia de enfermedad. La salud es la fuerza para vivir con esa enfermedad … La salud es acoger y amar la vida tal como se presenta, alegre y laboriosa, saludable y enfermiza, limitada y abierta a lo ilimitado que vendrá más allá de la muerte.”
Por su parte, Rodrigo Silva relata dos experiencias de estos días. Un encuentro de oración (Misa de Sanación) y otro de hermandad en el marco de las festividades dieciocheras, solo que este se dio en Mendoza, un territorio que fue parte de Chile hasta avanzado el siglo XVIII.
SOBRE LA SALUD
Todos concordamos en que la
preocupación por la salud y por mantener una buena condición física es algo muy
loable y por eso muy recomendable. Sin embargo, en la hora actual, esta
disposición de ánimo y las prácticas a las que conduce, parecen estar
sobredimensionadas. Cabe, pues, la pregunta acerca de la intensidad y calidad
de la atención hoy dispensada al cuidado del cuerpo y de la salud. Hay casos en
que ella puede constituir una verdadera obsesión.
En efecto, se puede observar cómo
existen en la actualidad muchas personas de nuestro entorno, que consumen
diariamente una buena cantidad de medicamentos, a los que se agrega una
variedad de vitaminas, minerales, suplementos alimentarios y otros productos
farmacéuticos. Vemos, también, cómo se ha hecho costumbre la de acudir regularmente
a gimnasios y otros centros de ejercicios deportivos y de cuidado corporal. En
sí misma, esta práctica debe ser bien valorada, pero también puede dar paso a obsesiones.
Todos nos alegramos del inmenso
progreso de las ciencias médicas, que han hecho posible la curación, el
retroceso, disminución e incluso la extinción de enfermedades. No cabe la menor
duda al respecto; la gente goza actualmente de una salud muchísimo mejor que en
el pasado. Pero no son descartables otro tipo de preguntas o inquietudes que
uno legítimamente se hace desde otra perspectiva, desde una aproximación más integral
o englobante al tema de la salud. En este caso, una pregunta fundada en una visión
más holística, la que, a la vez, es más existencial. Consiste en la sospecha
acerca del real alcance de una visión meramente biologista de la salud humana,
es decir, de una mirada o análisis que se restringe sólo al funcionamiento
adecuado del organismo corporal. ¿No será que en una buena salud intervienen elementos
no reductibles a lo orgánico? ¿Será posible concebir una idea superior de salud,
más inclusiva de las diversas dimensiones de lo humano?
Puedo partir de mi caso personal. He
sufrido recientemente de la pérdida total de la visión de un ojo, en
condiciones en que el otro ojo no se encuentra exento de problemas. Me he
planteado la posibilidad de quedar ciego. Una condición extremadamente
limitante, una pérdida sin remedio. En esta situación, y aparte del apoyo
médico, ¿no tendría yo que buscar cómo hacerme de un torrente de fuerza
espiritual, que me permita vivir y relacionarme de modo satisfactorio con mi
entorno físico y humano? No creo en este momento poseer esa capacidad de
control de mi ánimo y disposición vital, pero quizás buscar la forma de conseguirla
podría ser mi meta más profunda y existencial. Alcanzar una semejante
disposición psíquica o espiritual, puede ser un componente importante de mi
estado de salud integral como persona.
Pues bien, con el trasfondo de esta
preocupación, me tocó ver un capítulo del programa televisivo Conciencia
Inclusiva. La conductora dialogaba con tres ciegos: dos de edad madura y otro
muy joven. Los tres eran personas muy vivas y motivadas, activas, con sentido
del humor, con responsabilidades en instituciones de acogida y apoyo a
pacientes como ellos. No podía dudarse de que, a pesar de su ceguera y desde
una perspectiva integral, ellos gozaban de muy buena salud.
Luego, leyendo el libro de Leonardo
Boff titulado El Cuidado Esencial, me encontré con la siguiente cita de un
médico alemán: “La salud no es ausencia de enfermedad. La salud es la fuerza
para vivir con esa enfermedad”. Sentí que esta afirmación tenía un profundo
sentido. Y el teólogo brasilero comentaba: La salud es acoger y amar la vida
tal como se presenta, alegre y laboriosa, saludable y enfermiza, limitada y
abierta a lo ilimitado que vendrá más allá de la muerte.
El mismo Leonardo Boff sostiene en
otro pasaje: “Estar sano significa tener un sentido de la vida que englobe la
salud, la enfermedad y la muerte. Alguien puede tener una enfermedad mortal y,
a la vez, estar sano, porque con esa situación de muerte, crece, se humaniza y
sabe dar sentido a lo que padece”.
Ya la Organización Mundial de la Salud
de la ONU propuso una definición de la salud que va en un sentido similar. “La
salud es un estado de bienestar total, corporal, espiritual y social, y no sólo
la ausencia de enfermedad y de debilidad”. Sin embargo, esta concepción adolece
de una limitación o falta de realismo. No asume en la forma debida que la
enfermedad, los achaques, los dolores, forman parte de la vida humana, así como
también la agonía y la misma muerte. La fuerza para ser persona, y persona
saludable como tal, comprende, pues, todas las dimensiones de una existencia
consciente, incluido el proceso de deterioro corporal que culmina en la muerte.
En consecuencia, ser sano en un sentido global debería equivaler al alcanzar
una sabiduría de vida, y ser sano sería sinónimo de ser sabio, o ser feliz.
Para una persona que cree en Dios, en
otras palabras, para quien el universo físico, cósmico y personal es habitado y
movido por la fuerza del Bien o del Amor, esa misma fuerza puede ser objeto de
petición. Podemos pedir que ella habite nuestra mente y nuestro corazón. Así
estamos pidiendo la auténtica sabiduría, un sentido pleno infundido por la
acción de Dios en nuestra conciencia creyente. Pedimos que esa acción anime
nuestra existencia concreta. No es preciso, pues, pretender ser superhombres
dotados de total autocontrol. Para nosotros, personas de fe, es posible que,
desde nuestra pequeñez y debilidad, podamos recibir como regalo una salud plena,
una que no conoce límites. “Ven Espíritu Santo y llena los corazones de tus
fieles”. ¿Qué más se podría pedir?
Andrés
Opazo
ORACIÓN Y
HERMANDAD
Hay dos fechas que marcan el año en Chile. Semana Santa,
la primera, y luego el 18 de septiembre.
Y los ciclos, verano, semana santa, vacaciones de invierno, fiestas patrias y
navidad. Y se acaba el año. En este dos mil diecinueve, la semana del 18 me
pareció igual un exceso, aun cuando quienes tenemos flexibilidades nos podemos
tomar ciertas licencias. Y después de una semana completa, todo lo previo es
como historia antigua. Por ejemplo, la Misa de Sanación que viví en la capilla
del Colegio Saint George. Un espacio de profunda oración por los enfermos, para
acompañarnos todos en nuestras aflicciones y dolores. Para regocijarnos y
fortalecernos. Un cura joven, recientemente ordenado, miembro de la
Congregación de Santa Cruz fue el encargado de oficiar. Y lo hizo con
sencillez, calidez y cercanía. Un largo y especial momento se vivió cuando
Michael, el sacerdote, explicó que impondría el sacramento de la unción de los
enfermos. Contrariamente a lo que muchos podríamos pensar –que era para
personas en riesgo inminente de muerte- prácticamente todos los asistentes se
sintieron motivados a recibirla. Y una larga y lenta fila se formó para que el
cura les impusiera los óleos. Fue mágico porque reinó un espíritu de profunda
emoción y cercanía. La música del Conjunto Los Perales aportó el canto para que
la oración fuese plena. Ven Espíritu
Santo / y envía desde el cielo / un rayo de tu luz y varios otros temas, de
acuerdo al orden de la misa. Recogimiento, oración y comunión de espíritus. Eso ocurrió el sábado 7 de septiembre, que
después de las fiestas patrias, parece historia antigua.
Al comenzar la semana de festejos patrios, con mi esposa
nos fuimos a Mendoza en automóvil. Nunca antes había cruzado la cordillera por
tierra. Hace varios años había estado en
Portillo, 2.680 metros sobre el nivel del mar. Pocos kilómetros más arriba está
el túnel del Cristo Redentor, de algo más de tres kilómetros de largo y 3.175
metros de altitud. Allí, en medio del túnel se marca la frontera entre Chile y
la Argentina. Otra iluminación, otro pavimento, en ambos lados de la frontera,
en el mismo túnel, para marcar las diferencias que luego también se evidencian
en el carácter de las personas, en su disposición a compartir.
El viaje por tierra es hermoso porque siempre vamos
serpenteando en medio de la montaña hasta que damos un salto a través de un
caracoleo de veintisiete pronunciadas curvas antes de llegar a Portillo y en
unos minutos más estamos en la frontera. Hemos avanzado en el misterio de la
montaña, en esa inmensidad que emociona y genera un alerta permanente, sobre
todo cuando se conduce. Siempre hay tensión y curiosidad. En el lado argentino
el descenso es suave y las montañas se tiñen de diferentes tonalidades de
ocres, rojos, amarillos, verdes y grises. Son formaciones rocosas que bien
valdrían la explicación de un geólogo para que el viaje fuera completo. La ruta
desemboca finalmente en algunas de las más de mil doscientas bodegas que hay en
la región. Será el presagio de experiencias hermosas en los días siguientes, en
un marco natural en el cuadro de la cordillera de los andes.
Algo particular e interesante fue visitar por algunos
minutos, la tarde/noche del miércoles 18 de septiembre la Plaza Chile. Allí por
cuatro días se celebran las fiestas patrias de Chile, como si estuviéramos acá.
Un gran escenario y decenas de puestos de comida y espacios de baile. Organiza
el Municipio de Mendoza, en conjunto con la Embajada de Chile y organizaciones
de residentes. Es una fiesta de hermandad. Emociona. Un país celebra a otro.
Una región a un país. En el comercio hay descuentos especiales para los
chilenos que han cruzado Los Andes. La celebración da cuenta de la historia
porque Mendoza fue parte de la Capitanía General de Chile hasta avanzado el
siglo dieciocho, hecho que los chilenos no sabemos o no recordamos.
Al retorno, se evidencia algo más de la diferencia de
actitud, disposición o carácter entre ambas nacionalidades. En el complejo
fronterizo de Chile conviven funcionarios de ambos países. La primera estación
es de la Policía de Investigaciones. Serios, cumplen con su deber. Luego viene
el paso por una ventanilla de funcionarios argentinos. Sonrisas, buena
disposición, referencia a los festejos patrios. Todo cálido. Sonrisas y buenos
deseos. Y luego la oficina de aduana
chilena para concluir con los funcionarios del SAG. Todos serios, rutinarios,
cumplidores de su tarea. Nada que reprochar, nada que enaltecer, nada que
agradecer.
En la misa del domingo 22, el evangelio de Lucas indica que no se puede servir a Dios y al
Dinero. Lo explica una parábola que puede confundir.
“El dinero nos seduce fácilmente y creemos que es la fuente de felicidad que necesitamos para vivir en paz”
indica en su comentario el sacerdote Alvaro González. Prosigue. “Poseer,
acumular nace de nuestras inseguridades, por eso nunca nos detenemos de tener
más. No confiamos ni en Dios ni en la bondad de los demás. La mejor manera de
blanquear nuestra acumulación de bienes es compartirlo con los más necesitados".
“Hoy el Evangelio nos desafía a revisar nuestra manera de vivir,
de relacionarnos con Dios y con nuestros hermanos. Detengámonos y entremos en
comunión con Jesucristo, el Señor de nuestra vida.”
Cuesta detenerse, a pesar del llamado. Ahora comienza el tobogán
del fin de año, hasta la navidad y año nuevo. Con muchas tareas, con una cumbre
sobre el cambio climático de extraordinaria relevancia para Chile y el mundo.
Para el futuro de la humanidad. Todo tan rápido después de este pequeño oasis
dieciochero.
Rodrigo
Silva
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