¿ADÓNDE VA CHILE?
Todo comenzó como un hito el viernes 18 de octubre. Y se extiende. ¿Qué estamos viviendo en Chile? ¿Cómo entenderlo y cuáles pudieran ser sus proyecciones? En primer lugar Milena Vodanovic nos insta a tomar partido, a definirnos sobre esta realidad. Por su parte, Andrés Opazo reflexiona sobre el estallido social y las causas que a su juicio lo explican. Y finalmente, Rodrigo Silva nos comparte el relato de un viaje a Punta Arenas. Es la experiencia de un coro que fue invitado al inicio de las ceremonias de conmemoración de los 500 años de la primera misa celebrada en Chile, en el escenario de la convulsión social de nuestro país.
Estamos de vuelta luego de algunas semanas de ausencia, que a todos nos ha permitido reflexionar profundamente sobre la nueva realidad. Esperamos los comentarios de todos.
A TOMAR PARTIDO. SIN
DEPRIMIRSE (*)
Me ha pasado en estas semanas que hago un esfuerzo
permanente y agotador por ver y comprender, por distinguir y separar, por no
dejarme llevar por polaridades básicas y encontrar una posición, la mía, desde
donde situarme para mirar, entender, hablar y cooperar en todo este
huracán-país.
Es un esfuerzo que requiere tiempo y caldo de cabeza. Uno
lee, conversa, discute, se aprieta las tuercas, ve la tele, piensa algo, luego
en la tarde concluye exactamente lo contrario. Se queda uno con el
cerebro frito.
Pero he llegado a convencerme -quizás porque no tengo
ninguna otra forma de subirme a este carro- que se trata de una tarea
fundamental e ineludible. Hay que fijar una posición. No son tiempos para
pusilánimes.
Entonces: veo los supermercados y las farmacias quemados
y saqueados; veo los semáforos rotos, las esculturas hechas pebre; las
señaléticas de las calles convertidas en alimento de hoguera; veo los ojos
perdidos, decenas, más casi dos centenares de lesiones oculares; un joven al
que en una comisaría le introdujeron una luma por el ano; heridos con balines.
Muertos.
Y sé que cuando digo “supermercado saqueado” estoy
diciendo más: familias desabastecidas en barrios pobres; gente que perdió su
trabajo sin remedio; proveedores que no podrán pagar sus cuentas; compañías de
seguros que nunca más avalarán un supermercado en esas zonas; caída de la
inversión extranjera, pobreza.
Y sé que cuando digo “decenas de ojos menos” también
estoy diciendo dolor, miedo, rabia, impotencia, odio. Trauma. Un impacto que
desde la víctima se extiende a sus familiares, a sus amigos, a sus conocidos, a
los que estaban allí casualmente cuando ocurrió, a los que los atendieron en la
Posta, a los que vimos las imágenes.
Deliberadamente enumero ojos y supermercados en el mismo
párrafo porque es importante ver la película completa. Pero ya que estamos
haciendo ejercicios curiosos también podemos hacer este: Si te dicen que
perderás un ojo o quemarán cuatro supermercados, ¿qué escoges?
Por lo tanto, bueno es unir para observar la película
completa, pero también hay que separar para no meter todo en un mismo saco.
Y así nos vamos. Porque viene la pregunta: ¿Habría ojos
de menos si nadie hubiera usado un disco pare para la barricada? Y luego, ¿por
qué se rompen los vidrios y nos robamos el Quix y cinco esponjas del Líder o le
prendemos fuego al local de una cabra que acababa de emprender con figuritas de
papier
maché?
“Hay pacos infiltrados”. “Viene del Pacto de Sao Paulo,
los manda Maduro”. “Son anarquistas entrenados por el Frente”. “Está clarísimo
que es lumpen puro y duro”. “Son los narcos”. “Son cabros irresponsables y
aburridos”. He perdido la cuenta de las teorías que salpican los whatsapps
sobre quiénes son los responsables de los destrozos y hasta ahora no he visto
ninguna respaldada por algún dato, alguna prueba, algún detenido. Quizás
ocurran simultáneamente todas las anteriores.
Pero, ¿qué expresa esa pulsión destructiva? ¿Dónde
estaba? ¿Qué significa?, ¿Cómo cesa?, ¿Qué la calmaría?
Porque estaba ahí. Debajo de la alfombra. No nos hagamos
los lesos. No viene de Venezuela, ni de la ex Unión Soviética, ni del Mir que
en paz descanse, ni menos llegó en el platillo de Cecilia. Estaba ahí. Entre
nosotros. Es nuestra. Nuestros insurgentes, nuestros narcos, nuestros jóvenes
incontinentes e irritados, nuestro lumpen, nuestros infiltrados. Todos
chilenos. Todos.
Y sigamos, ya que queremos distinguir. ¿Era paz lo que
teníamos antes? Yo pensaba que sí. El Oasis ese. Era lindo creerlo. Qué orgullo.
Pero no. Resultó que ni tanto. Porque, ¿es violencia o no es violencia que un
medicamento que cuesta 2.200 pesos se venda a 40 mil porque sí no más? ¿Es
violencia o no es violencia vivir con 300 mil pesos y que te suban el metro y
que un ministro de la República te diga que no reclames y te levantes más
temprano? ¿Es violencia o no la colusión de las farmacias y la del papel
confort? ¿Es violento que los militares se anduviesen comprando autos y los
carabineros ya no me acuerdo qué con el dinero del país?
La normalización del mal trato normaliza el maltrato. La
impunidad engendra impunidad. Nos acostumbramos. No importa. Todo es violento.
Si ellos me violentan, ¿qué más da que el barrio se quede sin minimarket? ¿qué
me importa? Ya que hemos creado una sociedad donde se “es” en la medida que se
tiene no nos extrañemos que quienes no tienen comiencen a convencerse de que ni
siquiera son.
Sí pues, hagámonos cargo del monstruo que engendramos.
Y volvemos al hoy. A la angustia que sentimos ante esta
situación sin salida y al cómo nos polarizamos.
Entonces unas palabras sobre el miedo: seis años de
sicoanálisis en la prehistoria de mi vida y una dedicada atención a los códigos
de la vida animal y natural en estas postrimerías, me han enseñado que el miedo
no se debe desestimar. Nunca. Porque es una señal de alerta frente al peligro.
Pero es eso, nada más. Porque después del miedo debe venir rápido el
discernimiento y la acción: o me escondo o me arranco o ataco. No hay más. Lo
otro, quedarse paralizado, solo nos convierte en presas.
Por lo tanto: sí, tenemos miedo. Todos: de que se acabe
la democracia; de que destruyan mi negocio, mi casa, mi fuente de trabajo; de
que me lancen la lacrimógena en la cara; de que me maten; de que unas hordas se
lancen contra mí; de que en pocos años seamos nosotros los inmigrantes pidiendo
por favor que nos dejen pasar a Bolivia; de que acabe mañana a combos con mi
cuñado o escupiéndole a mi vecina.
Pero quienes hemos visto en este estallido un despertar y
una esperanza; quienes creemos que lo aquí ocurrió es que al fin vimos la
basura pestilente que teníamos escondida, quienes aún pensamos que en esta
movilización – que tiene, claro, un rostro claro y otro oscuro- hay una
fulgurante oportunidad de ser grandes de verdad, y no un país de plástico
haciéndose el lindo con los muertos en el armario, tenemos el deber de buscar
un modo de que el miedo no nos gane.
Porque esta es una crisis. Y cuando el miedo manda en una
crisis, el primer impulso es volver a atrás, al statu quo.
Entonces, la crisis deja de ser oportunidad. Se neurotiza y se convierte en
pataleta.
Esto será para largo. Vamos a tener que aprender a vivir
en la incertidumbre. Como tantos chilenos que ya lo hacen, mes a mes, parando
la olla con $ 300.000.
Y entonces, ¿qué hacemos? Es difícil, lo reconozco,
encontrar la posición y el discurso que afirme la fuerza del movimiento social
y al mismo tiempo desestime la violencia, porque no se trata de simplemente
decir “condeno la violencia”, qué facilismo de hello Kitty.
Ando en eso y no tengo la respuesta, pero pienso que si
miramos todo esto desde ese lado que llaman “las energías”, el combate entre la
luz y las tinieblas nunca jamás se solucionó con la luz escondiéndose,
apagándose o atenuándose.
A las tinieblas, claridad. Acuérdense de Star Wars.
Así es que fuera tristeza, fuera depresión, fuera
inmovilidad. Como sea, desde uno primero, buscando y anclando, dialogando y
afirmando, hay que tomar partido. Por el cambio, por la esperanza, por una
profunda transformación. Por otra plaza en qué encontrarnos. Con el miedo bien
cachado y después bien amarrado. Sin destrucción irresponsable. Con una voz que
vamos a tener que aprender a articular. No veo hoy tarea más hermosa ni más
urgente.
Y no fue distinto antes. Sin odio, sin violencia. ¿Se
acuerdan?
Milena Vodanovic
Periodista
(*) Tomado de Entrepiso. Noviembre 9 de 2019. Autorizado
por su autora
HACIA UN CAMBIO PROFUNDO
El artículo de Milena Vodanovic que
incluimos en nuestro blog expresa en forma certera, el estupor y profunda
inquietud de muchos en torno al estallido social en curso. Todos nos
atemorizamos cuando irrumpe la violencia destructora, lamentamos los daños y
destrozos, los efectos de la cruel e indiscriminada represión policial. En la
comodidad de nuestro living, nos perturba la violencia desatada por una masa
descontrolada, pero no siempre somos conscientes de la violencia estructural y
cotidiana soportada por millones de personas concretas, no meras cifras, sino
familias como la mía, mujeres luchadoras, niños, jóvenes, ancianos.
Nos indigna el vandalismo, pero no
siempre atendemos a las causas, dolores, rabia contenida, ilusiones y
esperanzas frustradas que oculta. Basta una chispa para que arda la pradera
entera. ¡¡¡Ya no más!!! El miedo cesó. La dictadura se extinguió en lo
político, pero no en lo económico y social. Silenciosamente, se impuso el imperio
absoluto del mercado. Y con él su lógica intrínseca, la del “todo tiene su
precio”. A la larga, ello nos ha parecido normal, natural. Se nos hizo creer que
“así es la economía”. Y al amparo de esta ideología, el dinero penetró
profundamente en todas las relaciones humanas: alimentación, vivienda, salud,
medicinas, educación, transporte, pensiones, distracciones. No hay servicio o
prestación que, directa o indirectamente, no implique lucro. Y en todo lucro
hay algunos beneficiados y otros perjudicados. Finalmente, el mapa de la extrema
riqueza vino a reflejar como contrapartida, una inmensa mayoría carente de lo
más elemental, además de una amplia clase media endeudada y estresada.
Sabemos que la miseria ampliamente
compartida por un pueblo lo degrada, pero no explosiona. Siempre la hubo en
Chile: tradicionalmente en el campo y luego en los márgenes de florecientes
centros urbanos. Ella fue vista como una fatalidad. Pero hoy ya no es tiempo de
fatalismos. Vivimos más educados, más comunicados y somos más conscientes.
Grandes mayorías se han convencido hoy de que la injusticia no es castigo
divino sino producto humano y social, y que una vida mejor es posible.
Esa injusticia ya era bien conocida
por muchos, menos por la élite que controla el poder en Chile. Esta élite nos
engañó y se engañó a sí misma. Nos hizo creer que éramos un ejemplo para
América Latina. Pero, salvo a los agentes económicos de la gran economía y a su
prensa, a nadie convenció. Un botón de muestra: durante la semana más álgida de
conflicto, mi hija participaba en Valparaíso de un festival internacional de
fotografía; allí escuchó decir a extranjeros: ¡Por fin! Nunca entendimos la
inercia de los chilenos y su capacidad para soportar y agachar la cabeza. Por
su parte, el presidente electo de Argentina comentaba: el mentado milagro
chileno consiste, realmente, en que no haya estallado antes la rebelión.
Los socialmente privilegiados
desconocemos la carencia y el sufrimiento de los marginados. Pero podemos creer
en el testimonio de algunos que han optado por hacer su vida con ellos, como el
padre Mariano Puga y otros. Ellos han bendecido el despertar de los pobres.
Pero algo he visto también con mis ojos. Conozco una escuela, la Casa Azul,
erigida en la población Yungay de La Granja, sector penetrado por el
narcotráfico. Ella responde a una iniciativa y solidaridad vecinal. Es una
escuela diferente, su pedagogía se basa en el cariño y atención hacia niños
profundamente dañados. Una mañana recibió la visita de inspectores del
Ministerio; no encontraron a los profesores y se comunicaron las sanciones.
Costó explicar que en esa población los profesores deben salir cada mañana a
buscar a los alumnos. Sus padres están ausentes por razones de trabajo o porque
padre o madre, o ambos, están presos. Allí no hay vida familiar ni cuidado de
los niños.
En esa misma población asistí a una
escena singular. Un joven escapaba de una redada policial, y era esperado con
admiración por niños que, además, se ilusionaban con un cariñito de su parte. Esta
es la realidad de poblaciones enteras. La monja capellana de la cárcel de
mujeres lo captó bien y lo sostuvo frente al Papa: “en Chile se encarcela a la
pobreza”. Tenía razón. Era el momento de recordar a esas decenas de jóvenes
“lumpen” que murieron hace poco en el incendio de la cárcel, sin hacer mayor
ruido. Me vino a la mente ese episodio, al escuchar a Mariano Puga sobre un
sueño suyo de corte escatológico: era una gran fiesta en la población, y él
sacaba a bailar a las luchadoras mamás, y a una cantidad de “cabros volaos”.
No son, pues, los destrozos
ocasionados por el lumpen lo que debe preocuparnos, sino principalmente su
existencia. Además, la fijación en este segmento adolorido de nuestra sociedad
nos impide ver lo obvio. Tampoco se trata de caprichos juveniles, como lo
afirmó un conocido y despistado rector universitario. La chispa inicial inflamó
a lo más amplio y diverso de nuestra realidad. Los que salieron a la calle en la
más grande marcha de todos los tiempos, fueron: pobladores, dueñas de casa,
estudiantes, profesores, trabajadores de la salud, consumidores, pensionados,
trabajadores del Estado y del mundo privado… En esta universalidad y variedad,
se puede fundar nuestra esperanza.
En Chile,
cuando se comienza a hablar de una nueva constitución y se diseñan políticas
sociales para remediar la injusticia, la bolsa baja, el capital huye y el dólar
se dispara. Da para pensar.
Andrés
Opazo
VOCES EN EL
ESTRECHO
Domingo 10 de noviembre, al interior del vuelo 284 de
LATAM, con destino a Santiago. Una chica se acerca y me dice que sería hermoso
que cantáramos en el avión. Sí, porque cantan maravilloso. “Los vi en el
concierto de sábado en la Catedral y luego en la misa del domingo.” Me impresionó
su comentario. Le agradecí y sonreí. Pasaron algo más de quince minutos después
del despegue y viene a mi encuentro. Insiste en que cantemos y nos cuenta que
con su mamá habían ido a proteger la Catedral luego que intentaran quemarla en
la madrugada del viernes 8. Vimos el
ensayo y nos quedamos al concierto y volvimos el domingo. Lloramos de emoción,
confiesa.
Voces en el Estrecho denominamos el encuentro musical del
8, 9 y 10 de noviembre reciente en Punta Arenas. Fuimos invitados al inicio de
las ceremonias de Conmemoración de la Primera Misa celebrada en Chile, el 11 de
noviembre de 1520. Somos el Coro Voces de San Juan, que unidos al Grupo Arte
Vocal y a varios jóvenes instrumentistas, desarrollamos el concierto en la
Catedral, el sábado a las 20 horas y acompañamos la misa de las 12:15 del
domingo, presidida por el Obispo Bernardo Bastres y el Vicario General de la
Diócesis y Párroco de la Catedral, Fredy Subiabre. Fue una experiencia para
clamar por la paz, la justica, el diálogo y el entendimiento en estos días de
convulsión social, en el que se mezclan expresiones de legítimas necesidades
con actos de violencia y desenfreno que conducen al temor y la desesperanza.
Como volvió a ocurrir con los saqueos y destrozos en varias ciudades terminado
el Paro del martes 12 de noviembre. Oramos cantando por la concordia y la
justicia. “Cantemos al Señor, ¡Qué grande
es su victoria!”.
Previamente, el viernes 8, en el inicio del Mes de María,
cantamos en la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima. Una misa de alta
devoción, calidez, encuentro y cercanía, en medio de una comunidad generosa que
nos agasajó al término de la Eucaristía. La madrugada de ese día, a las 01:39
recibí la imagen de la puerta quemada de la Catedral por la calle Fagnano, que
me enviaba el Párroco. Salíamos de un Santiago altamente convulsionado e íbamos
en un viaje misionero a un escenario que parecía también inquietante. De hecho
cuando caminamos por las cuadras del entorno de la Plaza Muñoz Gamero vimos la
gran mayoría de ventanales tapiados, una protección básica e indispensable ante
tanto descontrol e ira destructora, para mi inaceptable aún cuando se pueda
entender la frustración que fue creciendo con los años. Pero si justificamos la
violencia de estos días y de alguna manera la justificamos con violencia la estructural,
me parece que vamos por muy mal camino. No obstante, las horas se sucedieron en
Punta Arenas y todo lo que vivimos fue armonía y comunión de espíritus. Por la
noche, después de haber cantado en Fátima, y de haber recibido el cariño de la
comunidad guiada por el sacerdote Marcos Buvinic, terminamos un ensayo en la
catedral a la medianoche. Estábamos cansados pero extasiados. Y nos sentimos
con más fuerza en el espíritu y nuestro corazón potenciado.
Me impactó la entrega, calidad y disposición de Arte
Vocal y su director, Manuel Rodríguez, para plegarse a la batuta de Alvaro
Olavarrieta (Coro Voces de San Juan) y transformarnos todos en una sola
expresión, con fuerza y grandeza, delicadeza y dulzura. Lo agradecemos
plenamente.
“Se me grabó en el
alma y repito sin cesar, acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los
muertos. Él es nuestra salvación, nuestra gloria para siempre.” (Ana
María). “En estos momentos difíciles y de
incertidumbre, nuestros cantos entregaron Humanidad” (Odette). “Estos días fueron aportes de felicidad para
la cuenta de la vida.” (Maria Laura). “Que
privilegiados somos de haber vivido esta maravillosa experiencia, puro
enriquecimiento para el alma.” (Viviane). “Muchas gracias Señor.” (Isabel). Expresiones de algunos miembros
de nuestro Coro.
Tengo el privilegio de pertenecer a este Coro y al
Conjunto Los Perales el más antiguo y prestigioso de la música religiosa de
Chile. Por eso, quienes estuvimos en esta experiencia musical de Magallanes
coincidimos en valorarla porque nos unió a esa maravillosa comunidad, con la
convicción de aportar y recibir, crecer y agradecer.
Rodrigo Silva
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