¿CÓMO ENTENDER Y VIVIR ADVIENTO EN EL CHILE ACTUAL?

En esta entrega Andrés Opazo, en el primer artículo reflexiona sobre el carácter y la significación del tiempo de Adviento, “una promesa de felicidad, de bienaventuranza. Las primeras comunidades terminaban sus celebraciones con una invocación: “Ven Señor Jesús” (…) como un acontecimiento espiritual en el ámbito del sentido y del corazón, como una poderosa luz que resplandece en la conciencia individual y en la historia de la humanidad, y como energía amorosa capaz de transformar la vida.”
Más adelante dice que tiene la impresión  de que el Adviento definitivo no ocupa el debido lugar en la actual reflexión y espiritualidad cristiana. Creo que persiste la tendencia a leer el Evangelio bajo la preocupación por nuestro quehacer, por ser mejores cristianos, con rigurosos exámenes de conciencia.” Un gran tema desarrollado con su habitual lucidez. En su segunda nota, Andrés expone dos visiones acerca del impacto económico de la convulsión social generada a partir del 18 de octubre
Por su parte, Rodrigo Silva propicia un nuevo reconocimiento en un país dividido, en el que al parecer conviven varios países. “Precisamos, dice, vivir una nueva experiencia de reencuentro humano, de espacios de reconocimiento y de confianza. En los niveles y disciplinas que corresponda, de acuerdo a nuestras motivaciones, deseos, competencias y habilidades. Creo que todos debemos ser constructores de justicia y de esperanza. Actores de una paz permanente.”

ADVIENTO: DIOS VIENE GRATIS

Tiempo de Adviento, atentos a la venida de Jesús. En él Dios se hace uno de nosotros y con nosotros. ¡Qué idea más audaz! Sólo plausible cuando se ha conocido la vida y la palabra de Jesús. Un gran misterio de fe cargado de consecuencias. Una principalísima: no somos nosotros los protagonistas; con Isaías sólo se nos llama a preparar los caminos. Es Dios el que irrumpe en nuestra vida y nuestra historia. Y no cabe más que decir: “gracias, gracias, gracias…” Lo decimos hoy en este Adviento, tiempo de benevolencia y esperanza.

Una gran distorsión de la fe cristiana se ha introducido desde antiguo: la de traspasar el protagonismo a los hombres, creer que el bien, la felicidad, la salvación, la ganamos con nuestro sudor y lágrimas. En tiempos pasados se trataba del intento por ganar el cielo. Hoy nuestro empeño puede estar orientado a una ganancia de otro orden: construir una sociedad más justa y solidaria. En sí mismo, un grandioso y noble objetivo. Pero el Evangelio de Jesús no es una exposición de virtudes humanas. Aunque contenga una ética, la del amor al prójimo, (porque tuve hambre y me diste de comer, porque estuve enfermo y me visitaste), no consiste propiamente en una ética. Es el anuncio de una Buena Noticia: Dios nos ama a todos y cada uno de los humanos; es nuestro Padre amoroso. Y en virtud de ese amor universal, todos somos hermanos y debemos cuidarnos unos a otros.

Esta es la Buena Noticia que celebramos en Adviento; una promesa de felicidad, de bienaventuranza. Las primeras comunidades terminaban sus celebraciones con una invocación: “Ven Señor Jesús”. Creían inminente el día de su descenso de entre las nubes, pues así había ascendido al cielo. Hoy no lo pensamos de ese modo. Exceptuando quizás a los fundamentalismos, la venida de Dios ya no se la entiende en términos cósmicos o físicos. La vivimos como un acontecimiento espiritual en el ámbito del sentido y del corazón, como una poderosa luz que resplandece en la conciencia individual y en la historia de la humanidad, y como energía amorosa capaz de transformar la vida.

En el Adviento se nos invita, pues, a un genuino acto de fe y de confianza. Dios vino ayer, viene hoy, y vendrá especialmente a la hora en que culmina nuestra existencia en esta tierra. Ayer, hoy y mañana. Los tres tiempos del Adviento.

Primero, una conmemoración. Llegada su hora, un niño nació en las afueras de Belén, en Palestina; era el enviado de Dios, su palabra, su testigo. No había posada en el pueblo y tuvo que cobijarse en una pesebrera para animales en el campo. Así este niño ya revelaba al Dios que venía a anunciar, su preferencia por el de abajo, el pequeño, el débil y despreciable del mundo. Y ese niño después vivió como nació; anduvo entre mendigos y prostitutas, acogió en sí la degradación y el sufrimiento de la gente, sanó a los enfermos, perdonó en nombre de Dios. Pero también se irguió contra el poder opresor, contra el dinero y contra el Templo que sacralizaba un orden inhumano. Fue rechazado por príncipes y sacerdotes, y castigado en el patíbulo más atroz y oprobioso. Así llegó Dios al mundo; el Adviento es, pues, conmemoración, recuerdo y celebración.

Pero en Adviento también trascendemos el tiempo y el espacio, para instalarnos en un eterno Hoy. Dios sigue viniendo cuando lo buscamos y llamamos. Viene hoy a nuestro corazón para impregnarnos de calor y de sentido. También viene hoy a nuestra historia, invitándonos a entrar en su Reino de fraternidad, a contribuir a su construcción en esta tierra, a empeñarnos por humanizar nuestra convivencia en sociedad, para hacerla más hermanable y feliz. Es el proyecto de Dios, que viene incluso en el hoy de nuestra crisis y desorientación. Por eso clamamos en comunidad: “Venga a nosotros tu Reino”; “Ven Espíritu Santo y llena los corazones de tus fieles”, tráenos tu luz y sabiduría. O bien: “quédate, Señor, con nosotros, que se hace tarde y anochece”.

El tercer tiempo del Adviento se cumple cuando creemos y tememos llegar al fin de nuestra existencia corporal, y nos amenaza el temor, acaso la angustia de la pérdida en la tiniebla total. Es la hora más crucial para pedir la venida del Señor, la hora de la fe y la confianza. “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Es el adviento definitivo, que hace que la muerte deje de ser un final para convertirse en un tránsito. Todos vamos a morir, vamos a dejarnos abrazar por el Amor que un día nos creó. Es la Buena Noticia, la mejor que pudiéramos escuchar. Y viene de la mano de la muerte, de la hermana muerte.

Tengo la impresión de que el Adviento definitivo no ocupa el debido lugar en la actual reflexión y espiritualidad cristiana. Creo que persiste la tendencia a leer el Evangelio bajo la preocupación por nuestro quehacer, por ser mejores cristianos, con rigurosos exámenes de conciencia. Pero nosotros no somos los protagonistas de la historia de la salvación. Quizás un tipo de cristianismo un tanto moralizante, por muy aggiornatto que sea, puede adolecer de una escasa sensibilidad ante la alegría del Evangelio, la gratuidad de la Buena Noticia del “Dios con nosotros”. San Francisco murió cantándole al hermano Sol y a las criaturas.

En medios católicos instruidos, se omite con frecuencia la palabra muerte y se la reemplaza por “pascua” (tránsito). O bien se habla de la Iglesia o la comunidad que “peregrina” en… Ambos términos contienen una obvia carga escatológica. Pero ¿trascendemos desde la terminología a la espiritualidad?. Para nuestros abuelos, la preocupación religiosa se centraba en el cielo. Para ellos era válida la pregunta: ¿para qué la tierra si el cielo es lo que importa? Hoy parece suceder lo inverso: ¿para qué el cielo si la tierra es lo que importa? Es natural, vivimos inmersos en las preocupaciones por esta vida, por la mía, la de los míos y aun la del prójimo. Pero estimo reconfortante y fecundo hablar de la muerte y de la “otra vida”. Jesús murió y resucitó; nosotros resucitaremos, comenzando por los más pobres y aporreados en esta vida, los primeros bienaventurados. Estamos en el corazón de nuestra fe. Y hoy podemos sostenerlo abierta y gozosamente sin temor a ser el opio del pueblo.

Por último, creo que a viejos, enfermos, fracasados y sufrientes, que vemos a la muerte insinuarse en el propio horizonte personal, este Adviento no puede ser privado de su dimensión escatológica. Celebramos una gran noticia: Dios vino, viene y vendrá. Pronto, lo que hoy es futuro, será nuestro presente. Gratuidad pura; antes, ahora y siempre. ¡Gracias Señor!

Cantamos con el Padre Esteban:

Jesús eres mi futuro y mi presente,
mi horizonte de llanuras anheladas.
Eres canto, rocío, eres llamada,
mi amigo desde ayer y desde siempre.

Andrés Opazo


¿PARA BIEN O PARA MAL?

Las movilizaciones ocurridas en Chile desde el 18 de octubre son valoradas en forma diametralmente opuesta por la ciudadanía. Para algunos, son una catástrofe de nefastas consecuencias para la paz y la economía del país. Otros las ven como el despertar de un pueblo por décadas sometido al modelo económico impuesto desde la dictadura, causante de la desigualdad socioeconómica que agobia a multitudes.

Toda persona racional y medianamente equilibrada, cualquiera sea su origen social, económico o ideológico, condena el vandalismo, los saqueos, la destrucción gratuita de bienes públicos y privados. Son acciones constitutivas de delito y deben ser tratadas como tales por la fuerza pública. Lo preocupante es la ineficiencia, incapacidad y primitivismo de carabineros. Pero éste no es mi tema hoy. Vuelvo a la diversidad de percepciones del conflicto.

Manifiestamente, tenemos dos mundos opuestos. El Diario La Tercera del domingo pasado publica una entrevista a Rodrigo Vergara, investigador senior del Centro de Estudios Públicos, organismo representativo del gran empresariado chileno. Sostiene que “sería ilusorio pensar que tras esta crisis no hay un daño permanente”. Dice que la violencia tiene un efecto económico muy significativo, que impactará fuertemente la inversión, el crecimiento, el empleo. La entrevista es sólo un ejemplo entre muchos, acerca de la visión lúgubre y sin matices sobre el estallido social. Esta se difunde ampliamente, llegando a conformar en las personas de derecha una suerte de sentido común, una obviedad. Los medios de comunicación han cumplido con su papel.

Otro sentido común o evidencia compartida se refleja en las opiniones vertidas por diversos actores que ven en las grandes movilizaciones un despertar del pueblo. Se percibe como positiva la exigencia de un cambio que hará de Chile un país más justo y próspero. La encuesta CADEM, aparecida el lunes pasado (9 de diciembre), refleja una visión en el seno de la ciudadanía, que es antagónica con la anterior. Un 74% de los chilenos y chilenas cree que después del estallido social, Chile será un mejor país para vivir. Un 68% de la población se muestra preocupado de que decaigan las movilizaciones y se termine sin que nada cambie.

Creo que la actual crisis ha desnudado el total fracaso del proyecto político de la derecha (producción, intercambios, servicios básicos entregados al mercado o al negocio privado). Este fracaso no puede ser asumido por ella, y reacciona desviando los ojos hacia la economía, tal como ella la entiende (supuestamente despojada de utopía e ideología). En efecto, su desconcierto la lleva a volcarse en sus categorías económicas: se afectará el crecimiento, bajará la inversión, el empleo, el consumo, etc. Vergara antes citado, habla de estancamiento y mediocridad. No es algo nuevo. Hace recordar la frase acuñada ante el elogio de la economía de Pinochet y Büchi: “la economía está muy bien, pero la gente muy mal”.

Lo que sucede es que la ideología (no la ciencia) sustentada por los que mandan en el mundo político y económico, no terminan de aceptar que la finalidad de la economía no es el crecimiento y reproducción del capital, sino la satisfacción de las necesidades de la población. Otra economía existe (premios nobel, personalidades como Thomas Piketty), pero permanece arrinconada en la academia. ¿Una amenaza para los que conducen los destinos de Chile y del mundo? El neoliberalismo pareciera ser insustituible.

La confrontación de visiones que intento tematizar en esta página ha sido expresada mucho mejor en una gráfica analogía ofrecida por Juan Forch en un artículo publicado en El Mostrador. Dice que hay algunos que buscan un país para todos, mientras otros prefieren una parcela para cada uno. Puede ser que esta parcela se encuentre en otro país; sería urgente, entonces, sacar rápido el dinero de Chile.

Andrés Opazo

MUCHOS PAÍSES EN UNO SOLO

¿Cuántos Chiles hay en Chile? ¿Dos, tres cuatro? No lo sé. Genéricamente decimos que hay dos Chiles cuando se establecen las claras diferencias entre los ingresos de las familias, los espacios públicos, los barrios o condominios, parques y plazas públicas, espacios de diversión, áreas culturales, escuelas, liceos y colegios (la gran brecha de la educación). Y cada uno vive en “sus mundos”. Desconocemos y desconfiamos del otro. Pareciera que nos da pavor encontrarnos, conocernos, compartir. No se diga mezclarnos, aunque sea circunstancialmente.

Imagino que ejemplos habrá muchos. Me impactó hace ya varios años cuando un mozo en un restorán argentino abrazó con calidez a un comensal y conversó largamente con él, a la hora en que ya todo el mundo comienza a partir del almuerzo, tipo tres y media de la tarde. Luego le pregunté cómo lo conocía. Se sorprendió el mozo. Claro que lo conocía, no solo porque iba con frecuencia al lugar, sino porque habían estudiado juntos y ambos vivían cerca del colegio (¿liceo o escuela?). Uno, empresario, al parecer exitoso, y el otro el mozo. Conversación cercana, interesada, afable. De dos personas que han compartido parte de su vida, la niñez, y el crecimiento en un espacio común. Y luego cada uno emprendió su camino.

Recuerdo que en el Liceo de Hombres de Rancagua, hace ya muchos años, había diversidad. Familias con recursos, otras con menos y otras con recursos muy escasos. Todos compañeros compartiendo los mismos sueños y esperanzas. Así fue también en el Internado Nacional Barros Arana. Muchos estudiantes especialmente de provincias, de familias muy diferentes que compartían el deseo de una buena y laica educación. Tantos y tantos ejemplos de personas que como yo estamos entre los sesenta y los setenta y otros que han superado los ochenta y noventa años. Estudiábamos en los mismos colegios, compartíamos las mismas vivencias. Todo eso cambió. Mis hijos, por ejemplo, que estudiaron en un colegio privado, conocen algo de la diversidad social porque tuvieron contacto con niños de otras realidades, a propósito de programas especiales de un colegio con sensibilidad, pero hoy “viven en su mundo” con sus amigos de siempre, con los compañeros que les acompañaron desde que tenían cuatro años. Todos de una parte de la ciudad, de un círculo específico, con una red de conocidos de un circuito de colegios de similares características, que hoy se vuelve a repetir con los nietos.

En estos días estuve en la graduación de un colegio de habla francesa. Hermoso. Y uno de sus directivos entregó unas cifras interesantes. Más menos indican que el 25% de sus egresados van a estudiar a universidades francesas, un 8% a otras universidades, básicamente europeas. De los que se quedan en el país, el 50% ingresa a la Universidad Católica, el 37% a la Universidad de Chile y el resto a otras universidades. Del total de los egresados, históricamente, casi el ciento por ciento recibe un grado universitario. Entonces, ver a esos chicos y chicas en la alegría del término de sus estudios, es proyectar un futuro, al menos muy prometedor de sus vidas. Qué gran diferencia con la realidad de la educación pública.

Todo lo vivido y observado a partir del 18 de octubre de este año, nos deja en evidencia esta fractura acentuada de ambos o de varios Chiles. Precisamos, me parece, vivir una nueva experiencia de reencuentro humano, de espacios de reconocimiento y de confianza. En los niveles y disciplinas que corresponda, de acuerdo a nuestras motivaciones, deseos, competencias y habilidades. Creo que todos debemos ser constructores de justicia y de esperanza. Actores de una paz permanente.

Pasado este schok no podremos quedarnos al margen de la gran responsabilidad de reorientar el rumbo de este querido país. ¿Abusos? Ayer fui a una de las farmacias de cadena a comprar un medicamento que tomo todos los días para el corazón. Para que siga latiendo acompasadamente. Valor, $ 25.490 la caja de veintiocho (28) comprimidos recubiertos. Deme su rut. Se lo doy y en ese momento pienso que como el tiempo pasa tan rápido, mejor será llevar dos cajas. Pido la segunda y me da la cuenta: $ 25.490. Se equivocó. Son dos cajas. No, la segunda es gratis. Qué generosa la red de farmacias. Qué regalo navideño me está haciendo. Alternativa 1. Su beneficio es tan grande en este medicamento o en otros de alta rotación, que puede darse el lujo de perder dinero. Alternativa 2. O ha tenido un margen de ganancia tan alto, por tanto tiempo, que por una vez han hecho un acto de contrición. Alternativa 3. Sea cual fue la alternativa seleccionada, u otras de este carácter,  al menos con este “remedio”, desde hace quince años, pareciera que podría haber sido abusado. Y así, vamos multiplicando por miles.

Si somos cristianos y deseamos vivir total o parcialmente los valores del Evangelio, sería bueno que pensáramos cómo es nuestra conducta, la permanente, no la circunstancial. Preguntarnos acerca de la avaricia, del egoísmo, de la indiferencia, de la codicia, de la crueldad, de la desconfianza y otros de este carácter. ¿Cuán presentes están en nuestro actuar? Y esa pregunta vale para empleados públicos, profesionales liberales, empresarios, estudiantes universitarios, curas, sindicalistas. Para cada uno de nosotros.

Rodrigo Silva


Comentarios

  1. Palabras de maravilla que me calan hondo Andrés Opazo, con ellas has prendido ya en mi, tarde de Sábado, la Tercera Vela de Adviento. Qué más se puede pedir? Un abrazo, JC / Quintin.

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