LA ESPERANZA DE UN NUEVO MUNDO

¿Qué hacemos, cómo reaccionamos frente a las grandes calamidades que afectan a la humanidad?  Aunque no todos los de la sociedad las perciben y sufren de la misma forma “vivimos como humanidad, y en Chile en particular, una gran oportunidad para construir un mundo distinto, más razonable, en donde la economía vele por el cuidado entre nosotros y por la naturaleza, nos dice Andrés Opazo en la entrega de hoy. En el fondo, “podríamos acostumbrarnos a que la economía sea gobernada pensando en todos.”
Por su parte, Rodrigo Silva nos pregunta de qué forma enfrentaremos la gran crisis post-pandemia. ¿La abordaremos solidariamente, con un sacrificio compartido entre todos? Se pregunta si habremos aprendido la gran lección de humildad y viviremos de acuerdo a otros códigos. Nos relata su experiencia de ayer, con respecto al desprendimiento, y de hoy, en el encierro ante la pandemia.
Pero por sobre todo, en esta entrega les invitamos a mirar el futuro con esperanza y oración permanente.


LA ACTIVACIÓN DE LA ESPERANZA

Muchos, y desde distintos frentes, habían advertido sobre el abismo a que nos conduce como humanidad el actual sistema socioeconómico que, por una parte, concentra en muy pocas manos una extrema riqueza abandonando a la miseria a mayorías sobrantes; y por otra, atenta contra el medio ambiente y la vida misma del planeta. Algo tendría que pasar para detener tanto la codicia, como la depredación de la naturaleza. Y apareció en todo el mundo el Coronavirus. ¿Un designio de la providencia? ¿Una advertencia de la naturaleza?

Las grandes calamidades afectan normalmente a poblaciones pobres y lejanas: pestes en Africa, huracanes en Filipinas, aludes en una favela de Río. Pero ahora castiga a las naciones líderes del desarrollo: China, países europeos, Estados Unidos. En Chile, el virus prefiere asentarse en los sectores altos de la sociedad. Las actividades más golpeadas son la aviación civil, el turismo, los restaurantes y hoteles de lujo. Significativamente, pues, el foco se sitúa en el seno del capitalismo del consumo suntuario, ejemplo de una economía que persigue sólo el rendimiento del capital, totalmente ajena a las necesidades básicas de los seres humanos. Un hecho que obliga a pensar.

Ese rendimiento del capital es lo que persigue, también, un sistema de salubridad y de seguridad social mercantilizado, convertido en un negocio entre privados, hecho evidente para los chilenos: las ISAPRES y AFP. Pero el covid-19 ha puesto en máxima tensión al sistema de salud pública. La emergencia hace que el Estado se vea forzado a prohibir, obligar, asumir funciones administrativas usualmente ejercidas en el campo privado. Lo público ha tomado el protagonismo. La resistencia al virus es tarea de todos; nos golpea a todos y no podemos salvarnos sino los unos del brazo de otros. Es la hora de lo común, del Bien Común.

Si bien todos estamos de acuerdo teóricamente con la doctrina del Bien Común, ella no se ha reflejado en la realidad social. El cambio es indispensable y lo acontecido con el coronavirus señala el camino. Vivimos como humanidad, y en Chile en particular, una gran oportunidad para construir un mundo distinto, más razonable, en donde la economía vele por el cuidado entre nosotros y por la naturaleza. Por ejemplo, la injerencia del Estado en la economía, aceptada sólo en situaciones de crisis, comienza a ser pensada como más profunda y permanente. Sorprende la reacción del empresariado que, afectado por la crisis, pide la asistencia del Estado. Como en otras oportunidades, le asiste la convicción de que en la salvación de la empresa se juega la salvación de todos. Pero esta justificación perdió credibilidad. Lo que hoy se exige de un Estado democrático es la protección de la vida y los derechos de todos los ciudadanos.

Hoy no le compete al Estado sólo la recuperación de la salud pública. Debe hacerse cargo de los efectos económicos y sociales de la pandemia, del desempleo, de la recuperación de los ingresos, de la distribución de los bienes de consumo básicos, de los servicios indispensables, etc. La actividad que antes funcionaba en el marco de las leyes del mercado hoy pasa parcialmente al ámbito público. La emergencia obliga a echar mano de grandes sumas de dinero. La salud está primero, la economía después. Una ley que bien podría llegar a ser una evidencia para el sentido común.

En el fondo, podríamos acostumbrarnos a que la economía sea gobernada pensando en todos. Hasta ahora en Chile, aunque teóricamente el poder reside en el pueblo, el poder real ha estado en manos del gran empresariado. Es hora, pues, de un cambio sustantivo: que el poder lo ejerzan las instancias contempladas por la democracia, las instituciones políticas. Las naciones que hoy ocupan los primeros lugares en desarrollo humano (Noruega, Finlandia, Suecia y otras) deben sus logros a un gran pacto ciudadano. Optaron por gobernar el mercado; no lo eliminaron, sino que lo subordinaron. Tomaron más en serio la democracia, de demos, pueblo. Una democracia social o socialdemocracia.

Por último, es posible que, como efecto de la rebelión del 18 de octubre, y luego del remezón del coronavirus, se fortalezcan las instituciones políticas, y se dinamicen gracias a un nuevo protagonismo de las organizaciones sociales. El ejercicio del poder podría acercarse a la comunidad, de modo que, una vez superada la emergencia sanitaria, se vuelque el país entero a la recuperación económica. Es la esperanza de los demócratas, que podemos activar conscientemente a través de nuestros intercambios.

Desde una mirada distinta, si pretendemos abrirnos a un país mejor para todos como logro del ejercicio democrático, no deberíamos desoír voces diferentes, por largo tiempo silenciadas por el imperio de una cultura mercantilista dominante. Convocada en torno al drama del coronavirus, junto a otros representantes de pueblos originarios, Cristina Zarraga, descendiente del pueblo yagán, nos advierte: “Nos hemos olvidado de lo esencial. La humanidad se ha desconectado consigo misma, desconociendo sus propias fuerzas de sanación, su conexión con el Gran Espíritu, la naturaleza y los seres elementales. Hemos creado necesidades innecesarias”.

Es muy posible que muchos de los que permanecemos aislados en el combate contra la plaga, estemos también albergando ideas y sentimientos sobre nuestra verdadera naturaleza como seres humanos, hermanos todos no solamente entre nos, sino hermanos también con todas las criaturas surgidas de un mismo acto creador: el Dios que es Amor. Como en el Cántico de la Criaturas de San Francisco de Asís … el hermano sol en las alturas … la hermana luna y las estrellas claras y bellas … la hermana agua, preciosa y casta, humilde y buena … el hermano fuego, robusto y fuerte, bello y alegre … y la hermana muerte, que a todos llega, callada o fuerte…  Los que nos defendemos del coronavirus en el campo podemos cultivar esta actitud contemplativa; para los recluidos en un departamento en plena urbe debe ser más difícil. Pero a todos nos haría mejores: más pequeños, pero más conectados y por eso mismo más plenos.

Andrés Opazo


ENSAYO DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

¿Tendremos la capacidad de ser efectivamente solidarios para enfrentar la realidad de este “nuevo mundo” en gestación, pero que aparece como evidente? Primero el impacto del 18 de octubre y sus consecuencias. Y ahora, la pandemia mundial. ¿Resultado? Menos empleo, menos producción, más necesidades, más angustia. ¿Seremos generosos y fraternos? ¿Aprenderemos a ser más humildes y austeros?

¿Seremos solidarios de verdad, no de la boca para fuera? No de la lectura del Evangelio. Cuando todo pase, cuando volvamos a circular, cuando nos podamos abrazar con fuerza para expresar todas las emociones contenidas, en ese momento, pero también mucho antes. ¿Nos daremos cuenta que estaremos en otro país? Una verdadera y nueva crisis de largo plazo. ¿Cómo la enfrentaremos? ¿Con más estado protector / regulador y empresarios dispuestos a desprenderse? ¿Seremos capaces de hacerlo solidariamente, pensando en el otro más que en mí? ¿Nos sacudiremos de nuestros egoísmos atávicos? Será una gran prueba.

En el 2008, cuando se advertía el impacto de la llamada “crisis asiática” y la expresión que tendría en Chile, le propusimos (propuse con equipo de expertos publicistas) a la iglesia chilena –Comité Permanente de la Conferencia Episcopal- generar una gran campaña de unidad nacional. Para enfrentar en conjunto sus consecuencias. Empresarios y trabajadores, en todas sus derivadas.
La iglesia, a través del Comité Permanente en pleno, lo acogió muy bien. En ese entonces, todavía tenía la legitimidad para convocar y ser escuchada. Su palabra se respetaba. Debíamos entonces, en conjunto, reunirnos con los empresarios para que la iniciativa pudiera prosperar. Y uno de los obispos líderes de la Conferencia, de gran respeto en el país, invitó a un grupo pequeño para “testear” la iniciativa. Empresarios católicos, hombres de sensibilidad y de mucho dinero. Gente relevante para la economía de Chile. Fue un desayuno. Todo muy grato. La iniciativa muy bien evaluada. Pero, pero, pero, y por qué no tal o cual o puede que aún no sea el momento; podríamos pensar en o quizá en, pero claro habrá que estudiarlo muy bien o pensar en hacerlo el próximo año …. El obispo sabiamente agradeció y la reunión concluyó en el mejor de los tonos, con fuertes apretones de mano e incluso abrazos. Hoy, toda esa formalidad impensada.

¿Seremos capaces de pensar en el bien común en la nueva hora? Ya lo veremos, hay tiempo para eso, pero hay que pensarlo, en una discusión que a mi juicio será eminentemente política y que tendrá su base en la sensibilidad, principios y desprendimiento.

Hoy estamos en cuarentena. Voluntaria y también obligada. Con incertidumbre y también con el optimismo de la fe. Conscientes de la gravedad, cuidándonos y, al mismo tiempo, entregados. Estamos en el campo, a cuarenta minutos de Santiago, donde todo parece vivirse de otra forma. Hasta ayer todo era normalidad, con mascarillas pero con la sensación que aún estamos lejos a pesar de “los de Santiago”. Pero de pronto hubo un cambio. Un médico del hospital de Curacaví, que además atendía en urgencia dio positivo. Me comentan que están contactando a toda la gente que había atendido para ponerla en alerta. El virus comienza a expandirse en esta localidad de uno de los márgenes de la Región Metropolitana. Gente tranquila del campo, que valora su vida apacible comienza a sobresaltarse ante la realidad de la pandemia que se expande sin cesar.

“Nos traen la peste.” Ese pareciera haber sido el mensaje de un lugareño del Condominio La Aurora, Curacaví, al mediodía del lunes de la semana que termina. Son del orden de trescientas parcelas, de las cuales entiendo que un tercio tiene casas, con cuarenta o cincuenta que están ocupadas permanentemente. El hombre se movía colocando distintos productos en el mesón de pago y conversaba con toda familiaridad con la dependiente y una señora que esperaba a prudente distancia. Sin quejarse se quejaba de los “santiaguinos” que han venido a refugiarse acá. Y nosotros que estábamos tan tranquilos y ajenos parecía decir y llegan ellos a complicarnos. Por cierto, usaba rigurosa mascarilla que casi le cubría los ojos.

Vivimos un momento extraordinario en la historia de Chile y de la humanidad, que nos cambiará radicalmente la vida. He pensado tanto en Saramago, en la intermitencia de la muerte o en el ensayo sobre la ceguera, o sobre la lucidez. Tres títulos tan extraordinarios como sorprendentes de ese premio nobel fallecido en 2010. Me parece que estamos viviendo en medio de las páginas de una de sus novelas, la súper póstuma, quizá en “el ensayo de una nueva civilización.”

Rodrigo Silva 

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