¿DÓNDE ENCONTRAMOS A DIOS?

A Dios lo encontramos confundido entre los humanos, especialmente en la masa anónima de personas reales, nos dice Andrés Opazo en su entrega de esta semana. Y refiriéndose al Papa en su bendición Urbi et Orbi de la semana pasada escribe: “ Me desconcierta esa imagen del llamado Vicario de Cristo bendiciéndonos desde el Vaticano, herencia del Imperio Romano, símbolo de esplendor terrenal, de majestuosidad, poder y riqueza. Ante un mundo aquejado por la pandemia, el miedo y el dolor, no me pareció el del Papa un gesto de amor, menos aún que evocara a ese Jesús, nacido indigente en una pesebrera y luego ejecutado en una cruz. Algo me resultaba chocante.” Y se pregunta en qué mundo vive la Iglesia, para concluir que Cristo camina con nosotros y “no está en las nubes ni en la columnata de San Pedro.”

En esta entrega, además, Paola Zaccarelli nos relata una experiencia  muy personal “a partir del deseo de compartir mi forma de vivir y entender este tiempo de cuarentena y cambios radicales.” Nos dice que  “escribo muy resumidamente los temas que me ocupan en estas horas y mi visión de ellos. Para que, a partir de éste abramos conversas de nuestros procesos interiores".

Blog para compartir en esta “competencia feroz” e indiscriminada de las redes sociales en las que todos deseamos tener una voz y levantar una  bandera aunque solo sea para reenviar lo ya enviado.

LA HUMANIZACIÓN DE DIOS

Hace unos días vimos por la TV al Papa caminando en la soledad del Vaticano hasta llegar a una columna de la Basílica de San Pedro, frente a la cual se detenía. Luego se cubría los hombros con una suerte de ruana grande y brillante, agarraba algo como un relicario de rayos dorados, con el cual hacía movimientos que quizás evocaban a una cruz. Se nos informaba que lo que el Papa hacía era dar una bendición Urbi et Orbi, a la urbe de Roma y al mundo entero. Y que esa bendición confería una indulgencia plenaria. ¿Qué podría ser eso? Pienso que el hecho de bendecirnos a todos, creyentes y no creyentes, es en sí mismo un gesto de buena voluntad y lo agradecemos. Pero el simbolismo del Papa caminando por el Vaticano de noche y en plena soledad no lo logré entender.

Yo no podría dudar de la intención de Francisco que, como obispo de Buenos Aires, compartía con los pobladores de las villas miseria, y al llegar a Papa se niega a habitar en palacios vaticanos. Pero la cultura eclesiástica es más fuerte. Me desconcierta esa imagen del llamado Vicario de Cristo bendiciéndonos desde el Vaticano, herencia del Imperio Romano, símbolo de esplendor terrenal, de majestuosidad, poder y riqueza. Ante un mundo aquejado por la pandemia, el miedo y el dolor, no me pareció el del Papa un gesto de amor, menos aún que evocara a ese Jesús, nacido indigente en una pesebrera y luego ejecutado en una cruz. Algo me resultaba chocante.

Por otra parte, esa soledad del Papa también me desconcertó. Jesús no era un solitario, buscaba la soledad sólo para orar, pasaba su vida entre la gente sencilla, comiendo, bebiendo, alegrándose y llorando con ella. En el ritual oficiado por Francisco por la TV no estaba Jesús; él impartía una bendición propia de épocas pasadas, de sociedades católicas sujetas al poder de la Iglesia. Y conjuntamente ofrecía una indulgencia plenaria, es decir, un recorte temporal de las penas del purgatorio. ¿En qué mundo vive la Iglesia? El purgatorio no es una verdad de fe, y muy pocos deben ser los que piensan en él. Ello demuestra la resistencia de la cultura eclesiástica a todo cambio, su incapacidad de apertura a otras maneras de ver y de sentir. Una cultura que, por otra parte, adoraba a un Dios celestial y todopoderoso, olvidada del Jesús histórico, de ese judío del que hablan los evangelios. Gracias a Dios, ese Jesús ha sido redescubierto por una Iglesia más despierta como el Dios humanizado.

Prueba de ello es otra reacción que surge ante el miedo y el dolor provocado por la pandemia. El arzobispo de Lima, dada la imposibilidad de sacar en procesión de Semana Santa al Cristo de los peruanos, recordaba estos versos:

¿Quién ha dicho esas historias que el Cristo este año no sale,
si está vestido de blanco, de azul o de verde, en los hospitales?

¿Quién dice que el Nazareno no puede hacer penitencia,
si están todos atendiendo a enfermos en las urgencias?

Cristo no está en las nubes ni en la columnata de San Pedro. Camina con nosotros. Y son muchos los que hoy día, como el Cireneo de los evangelios, comparten la cruz unidos por el amor: son médicos, personal de enfermería, policías vigilantes en las calles, personal de aseo, basureros, sepultureros… Ellos permanecen unidos en el servicio anónimo, afanándose hasta el agotamiento por sanar heridas del cuerpo y del espíritu.

El gran poeta que fue Antonio Machado comprendió profundamente esta humanización de Dios. Pese a la repulsa de la cultura eclesiástica, no trepidó en escribir estas provocativas líneas:

“Y el Cristo volverá - creo yo – cuando le hayamos perdido totalmente el respeto; porque su humor y su estilo vital se avienen mal con la solemnidad del culto. Cierto que el Cristo se dejaba adorar, pero en el fondo le hacía poca gracia.
Le estorbaba la divinidad
– por eso quiso nacer y vivir entre los hombres –
y, si vuelve, no debemos recordársela”.

Realmente a Jesús le hemos perdido el respeto normalmente debido a un ser de la estratósfera. Efectivamente, a él le estorbaba la divinidad. Suena casi blasfemo, pero ya lo había sostenido la Iglesia naciente, y lo había recogido San Pablo en sus escritos, pronto considerados como canónicos, es decir, autorizados oficialmente. “Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que renunció a lo que era suyo y tomó la naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz”.  (Epístola a los Filipenses 2, 5-11) Machado coincide plenamente con San Pablo.

Los cristianos que vivimos nuestra fe en el mundo secularizado y no religioso de hoy, ya lo tenemos bastante claro. A Dios lo encontramos confundido entre los humanos, especialmente en la masa anónima de personas reales. Y nos basamos en la palabra de Jesús que, como Juez Supremo en el último día, invita a los elegidos a su reino diciéndoles: porque tuve hambre y me diste de comer, era un inmigrante y me acogiste, un joven del lumpen encarcelado, y me visitaste… ¿Cuándo fue eso Señor? Y el Juez responde: cuando lo hiciste con los hermanos míos más humildes, conmigo lo hiciste. (San Mateo 25, 31-46) Creo que aquí se sitúa el meollo de la fe cristiana. Lo corrobora un filósofo francés de mediados del siglo XX, consciente del cambio operado en el mundo y en la religión, Emmanuelle Mounier: “En el futuro, los hombres no se distinguirán por creer o no creer en Dios, sino por la postura que adoptan ante los condenados de la tierra”.

Debido a ese cambio de mentalidad operado, creo que a muy pocos les debe haber emocionado la pulcra ceremonia televisada en el Vaticano. Ciertamente, otros signos hablan mejor del Dios de la misericordia. Me impactó un gesto que presencié en Ronaldo Muñoz, sacerdote de los SSCC y teólogo doctorado en Alemania, una suerte de Mariano Puga por su vida entregada a los pobres, aunque menos conocido. Conversábamos un domingo en la tarde mientras él acogía a los que llegaban a misa en la capilla de la población Yungay. En eso entra un típico “curaíto”, sucio, maloliente y andrajoso. Ronaldo lo percibe y lo sale a recibir poniéndose de rodillas y besándole la mano para invitarlo a la eucaristía. Reconocía a Jesús en uno de los últimos, uno de los más despreciados de la sociedad.

¿Podría la Iglesia despojarse algún día de sus rituales arcaicos? ¿Llegará a tener la vitalidad para imaginar símbolos significativos de su fe en un Dios humanizado? Tenemos al menos el pan y el vino, símbolos empleados por Jesús y muy actuales en la vida y la comunidad fraternal.

Andrés Opazo


REALIDAD CONCRETA Y REALIDAD SUTIL

Cuando estuve en España, desde el 25 de diciembre del año pasado hasta el 3 de febrero de este año, mi rutina cambió y tuve que quedarme mucho tiempo tranquila, acompañando a Arnau, un niño de 9 años.

Todo se detuvo, el trabajo, la rutina con mis papás y la cercanía con Felipe.
Por primera vez en mi vida de profesional, paraba la carrera de trabajar para vivir ... por tanto rato y fue muy bueno. Además tuve algunos fines de semana en hoteles del mediterráneo con todo el tiempo para mí.

Medité mucho. Planifiqué mi año en cuanto a mi trabajo y a mi crecimiento espiritual ... ya que en el físico estamos fritos.

Visualizando el movimiento social en Chile, pensé que era importante que en los momentos de tomar decisiones estuviéramos lúcidos y conectados con nuestra sabiduría interior. Por lo tanto y, en consecuencia, pensé en hacer un taller para encontrarnos con nuestra Alma, o Ser interior o Dios que nos habita.

También dediqué mucho tiempo a la astrología, y por lo tanto sabía que se venía un año complicado ... pero nunca pensé que tanto. Cuando volví, el virus estaba partiendo en España.

Hoy veo todo lo que está pasando y hay una parte mía, mi Alma, que está feliz porque sabe que ésta es una oportunidad única para cambiar radicalmente. TODO. Es como que el taller para el Alma, que pensaba hacer, se hubiera convertido en una posibilidad cierta y concreta para todos.

Mi Alma sabe que ahora nos jugamos un paso tremendo de evolución del planeta. Y digo planeta porque una de las cosas que aprendí es que el planeta y nosotros, la tierra y nosotros, somos un sólo ser vivo. Un gran ser vivo. No es que lo que hagamos nosotros aquí, le afecte a la tierra allá ... es que nos afecta altiro, a los dos a la vez. Somos inseparables de ella, somos ella.

¿Qué habría que cambiar?
Mucho.
La estructura social
La estructura económica
La forma de “usar” a la naturaleza ... incluidos nosotros.

Pero creo que previo a todo eso es necesario que entendamos quienes somos.
Creo que somos seres hechos de Amor para vivir en Amor y comprender, desde ahí, que somos piezas de Dios.

Si nosotros supiéramos eso y fuera una certeza de vida, todos nuestros problemas se acabarían porque lo que regiría la vida sería la comprensión, la compasión y la solidaridad. La integridad sería parte inseparable de nuestra constitución como seres humanos.

Eso ocurre cuando estamos conectados con nuestra Alma.

Por consiguiente creo que hoy es el tiempo de encontrarnos profundamente con quienes somos en esencia, y desde ahí salir a actuar en consecuencia.

Ya no es tiempo de seguir enredándonos con los culpables y las víctimas (por ahí no llegamos), es tiempo de actuar como dioses de nuestras vidas y co-crear con él desde su y nuestro espíritu de Amor, la nueva sociedad que queremos. Y ésa se crea desde la magia del Amor, traspasando y trascendiendo la emocionalidad (rabia, pena, miedo, etc) para sólo focalizarse en sentir Amor intensamente y soñar visualizando la sociedad que queremos crear.

Es como que Dios nos dijera “deja de pelear con tu hermano y ven a ayudarme con imágenes para la nueva sociedad que queremos”. Pero es Dios, así que no hay límites. ¡Soñemos!

La imagen y el pensamiento generan realidad.

Hace un tiempo que un grupo de personas estaba pidiendo que la humanidad parara un día ... y miren lo que generó. El planeta detenido por cuarenta días o quizá cuántos más.

Empecemos a crear nuevas realidades como seres luminosos y mágicos que somos. Ésta es la realidad sutil que veo sobrepuesta a nuestra otra realidad limitada y tremenda.


Paola Zaccarelli V.


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