EL SENTIDO DE LA CRUZ Y DE LA MUERTE

¿Cuál es el sentido de la muerte de Jesús? ¿Cuál es el significado de la cruz? ¿Cuál fue la que tuvo para él y la tiene para nosotros? Predicar la cruz hoy, nos dice Andrés Opazo en esta entrega,  es “disponerse a seguir a Jesús en su camino de vida. De ningún modo consiste en exaltar el sufrimiento ni magnificar lo negativo. Es el anuncio más positivo imaginable: impedir que unos hombres crucifiquen a otros.” Por eso sostiene que la Semana Santa nos debería permitir una doble y simultánea mirada: una al hermano mayor clavado en la cruz, y otra a la multitud de hermanos agobiados por el dolor y el fracaso, hermanos de hoy de todos los tiempos. Será un acto de compasión esperanzada en el triunfo definitivo de la Vida.”

En esta entrega regresa Rodrigo Silva con unos apuntes muy personales para preguntarse si luego que pase esta tragedia del COVID-19 podremos efectivamente cambiar en el modo de relacionarnos. Comprobada una vez la fragilidad humana ¿seremos más humildes y solidarios en una sociedad que ha cultivado el individualismo como base del éxito y el progreso? ¿Será posible un cambio en nuestra mentalidad? ¿Qué pasará luego de esta avalancha de susto e incertidumbre?

Finalmente, entregamos diez consejos de “Cómo soportar el encierro”,  de Frei Betto y Leonardo Boff.  “Carlos Alberto Libânio Christo, más conocido como Frei Betto, es un fraile dominico brasileño, teólogo de la liberación. Es autor de más de 50 libros de diversos géneros literarios y de temas religiosos.” “Genésio Darci Boff, más conocido como Leonardo Boff, es un teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño.” Wikipedia

LA CRUZ DE CRISTO HOY

Herederos de una religiosidad del dolor, de la culpa y del valle de lágrimas, podemos abrirnos a nuevas miradas sobre el tema de la cruz y del sacrificio sangriento de Jesús, y encontrar en ello una verdadera liberación. Un texto que leí hace bastante tiempo y al que regreso, me dio luces que quisiera compartir en esta Semana Santa. Es del teólogo brasilero Leonardo Boff: “Pasión de Cristo y Sufrimiento Humano”. La Teología de la Liberación nos ofrece una perspectiva positiva que se aleja del intimismo y sentimentalismo que tradicionalmente se ha hecho cargo del tema de la cruz y la pasión de Cristo. Fiel al criterio central de los evangelios, esta teología nos muestra que el mensaje de Jesús no se agota en la subjetividad humana, sino que se cumple en la relación con el prójimo, con seres humanos concretos. Es lo que trato de exponer en esta reflexión.

Boff nos plantea de entrada que, antes que nada, tenemos que ampliar nuestro concepto de la muerte. La muerte no es sólo el último momento de la vida, sino que en ella se integra y sintetiza la vida entera. Allí ésta cobra sentido en su conjunto. Jesús murió de acuerdo a como vivió, a cómo enfrentó los conflictos de su existencia. Su muerte fue la consecuencia de su vida, de allí su pleno sentido.

Pero la muerte de Jesús no fue simplemente el final de su vida. Muere clavado en una Cruz, la máxima expresión de violencia, odio y crueldad. Cristo no buscó la cruz. Por el contrario, buscó un tipo de vida que evitase la cruz, tanto para sí mismo como para otros. Predicó y vivió el amor. Y el que ama y sirve a los demás renuncia con su forma de vida, a fabricar cruces para otros. Jesús anunció la buena nueva de la vida y del amor. Luchó por ella.  El mundo no lo aceptó, se cerró ante él, sembró de trampas su camino y al fin lo colgó de un madero. La cruz fue la consecuencia de un mensaje crítico hacia su propia sociedad, reafirmado por una vida consecuente. Jesús continuó amando a pesar del odio. Aceptó la cruz como señal de su fidelidad a Dios y a los hombres. En este sentido decimos que murió “por nosotros”, por la propuesta de una vida diferente.

Vivir hoy la cruz de Cristo significa, por lo tanto, comprometerse en la construcción de un mundo donde cada día haya menos obstáculos al amor, a la paz, a la fraternidad. En ese compromiso está empeñado el mismo Dios. Por eso denunciamos en su nombre las situaciones que engendran odio o insensibilidad ante el sufrimiento. Y anunciamos la urgencia del amor, la solidaridad y la justicia en todo ámbito, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en el sistema económico, en las opciones políticas.

Diríase con cierta razón que nada se puede hacer, que así es la naturaleza humana, que la injusticia no tiene solución, o que no es problema mío. Aunque el cambio no esté en nuestras manos, algo se nos pide: un mínimo de sensibilidad para no desentenderse de los otros. Por ejemplo, podríamos analizar la política en tanto beneficie o perjudique a los más débiles y desventajados. Y al tomar partido, no deberíamos extrañarnos de las consecuencias: descalificaciones, confrontaciones indeseables, sufrimientos.
Esta es la opción de Jesús y puede ser la nuestra como cristianos. Una opción proyectada hacia el futuro, que inaugura historias de vida mejor para todos como humanidad, para que crezca la justicia, la vida digna, para que la sociedad del mañana sea más humana que la nuestra. Sufrir por esta causa es lo más elevado. Morir así tiene sentido. Cargar con la cruz como Jesús significa, por lo tanto, solidarizar con los que son crucificados en este mundo, con todos aquellos que padecen discriminación y violencia. Y éstos son multitudes, a nuestro alrededor y un poco más allá.

Jesús no quiso nunca huir de la cruz, siempre la tuvo en perspectiva, y cuando ésta irrumpió en la noche del Huerto, la pudo soportar sin odio. El nos invita, pues, a que, cuando llegue el momento, podamos sufrir sin rencores, cargar nuestra cruz de cada día sin huir de ella, y llevarla por amor a la verdad y a todos los crucificados, aún a costa de una pérdida de amistades, consideraciones, prestigio y seguridades.

La cruz viene a ser, en un cierto sentido, un símbolo del rechazo y de la violación del derecho sagrado de Dios y del hombre, lo que tradicionalmente se ha llamado el Pecado. Pero en un sentido inverso, puede ser la anticipación del triunfo definitivo de la Vida sobre la Muerte, así con mayúsculas. De ello da testimonio el Crucificado al tercer día. Se presenta sorpresivamente a sus discípulos y les muestra que no se había equivocado cuando, al expirar, se entregaba confiadamente en las manos de su Padre. Había sido resucitado por él.

Morir de ese modo era el inicio de una vida nueva que nunca terminaría, eterna como dice el evangelio de Juan. Y los discípulos de Jesús lo fueron comprendiendo muy poco a poco. Toda la vida del Maestro en esta tierra era una anticipación de la Vida Verdadera. Una Buena Noticia. Del mismo modo nos debiera suceder a nosotros: esa vida verdadera no nos llegará de repente, sorpresivamente, a la hora de morir. Ya comenzamos a vivirla en nuestro aquí y ahora. La Vida ya late en cada uno de nuestros corazones por el amor, la solidaridad, el coraje desplegado hacia nuestros prójimos durante nuestro oscuro y ambiguo tiempo terrenal.

En conclusión, predicar la cruz hoy día es disponerse a seguir a Jesús en su camino de vida. De ningún modo consiste en exaltar el sufrimiento ni magnificar lo negativo. Es el anuncio más positivo imaginable: impedir que unos hombres crucifiquen a otros. Y ello tiene un eco profundo en el corazón de Dios, de ese Dios que nos creó por amor. Nuestra relación con él se colorea, por lo tanto, según sea nuestra disposición a acoger el sufrimiento de los oprimidos. Dios sufre en ese sufrimiento y muere en esa muerte.

Dice San Juan: “Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo Único, para que todo aquel que cree en él, no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él”. (Juan 3, 16-17) En consecuencia, “si Dios nos amó de esta manera, también debemos amarnos unos a otros” (1 Juan, 4.11).

La Semana Santa debería ser, por lo tanto, un momento privilegiado para una mirada doble y simultánea: una al hermano mayor clavado en la cruz, y otra a la multitud de hermanos agobiados por el dolor y el fracaso, hermanos de hoy de todos los tiempos. Será un acto de compasión esperanzada en el triunfo definitivo de la Vida.

Andrés Opazo


¿SEREMOS MEJORES?

De Lorena no tengo dudas. De Ana María tampoco. Lo mismo de Scarlett, también de Isabel Margarita o Cecilia. Y de tantas otras personas que conozco. No necesitan de COVID-19 para que su corazón vibre intensamente con los seres humanos, sus necesidades y sufrimientos. Son buenas personas. Lo han sido y los seguirán siendo. Y los de mi Comunidad o de Los Perales y tantos otros conocidos. ¿Pero será cierto que la experiencia de la pandemia nos cambiará la vida y la forma de relacionarnos? ¿Estaremos más atentos a las necesidades de los otros? ¿Nos preocuparemos del bienestar común y seremos solidarios?  ¿Se transformará nuestro egoísmo en abnegación?

Hay ciertas frases e ideas instaladas en este período. Por ejemplo “aplanar la curva” para entender que es preciso que la enfermedad sea progresiva pero no explosiva, para evitar la saturación de los sistemas de salud. O que todos los seres humanos somos muy “frágiles”, cuestión que es cierta y que no necesita pandemia para reconocerlo. Lo que sí me parece evidente es que por primera vez y de esta forma, nos vemos sometidos por un virus, que nos acorrala y nos mete en nuestras casas y nos asusta más que un tigre. Este virus microscópico e invisible al ojo humano nos pone manos en alto o de rodillas. Hasta la noche del martes había 5.546 contagiadas en Chile y 48 fallecidos. Y hoy miércoles en el mundo, 1.224.374 y 66.503 muertes. Cifras que se expanden hasta no sé sabe dónde. Y cuando ustedes lean estas líneas, las cifras serán superiores. Y así cada día, por ahora.

¿Somos frágiles los seres humanos? Claro que sí. En cualquier minuto, en cualquier circunstancia podemos doblegarnos. ¿Nos puede afectar a todos el COVID-19, sin distingos de clases sociales, ingresos o educación? Sí, claramente, a todos por igual. Es una evidencia. Claro, los primeros contagiados fueron personas que estaban en otros lugares del mundo, por tanto importamos el virus y luego hemos pasado al denominado contagio comunitario, que se extiende sin distingos y muy probablemente en sectores donde el autocuidado sea menor o mayor el grado de irresponsabilidad o de necesidades.

Tradicionalmente en Chile antes de la masiva llegada de extranjeros, especialmente del Caribe, nos vinculábamos poco o casi nada con nuestros vecinos, en los lugares públicos en ascensores o incluso en espacios a los que vamos con frecuencia. Todos tenemos ejemplos. Uno de ellos, de mis padres que vivieron por años de años en un edificio de cuatro pisos con cuatro departamentos por planta. Un buenos días o un esbozo de sonrisa, con suerte, con el vecino que también por años de años abría y cerraba la puerta de su departamento a un metro cincuenta de distancia de la suya. Y algo sorprendente. Durante dos años nunca se dieron cuenta que la señora que vivía exactamente en el departamento debajo de ellos era una mujer que había sido vecina por al menos diez años en la casa de enfrente en la ciudad de Rancagua. Cuando nosotros éramos chiquitos y la Cato y el Bicho Palacios eran unos personajes. La Cato abajo, mis padres en el departamento de arriba y nunca se enteraron de sus presencias. Y eso que mis padres no eran personas mal educadas, por favor. Pareciera que no queremos o no queríamos saber del otro. No es deseable que nadie se meta conmigo. En la Parroquia a la cual voy a misa los domingos, a la misma hora, todos los domingos a las 11 de la mañana, por lo general van las mismas personas. Nos ubicamos. Pero sin embargo, muchas veces, no una, escasamente una mueca, una leve sonrisa para responder al saludo. En el gimnasio no se diga. Todos parecen autistas. Con sus audífonos, una pequeña toalla y la mirada al frente, al vacío. Nos cruzamos de frente y no existimos, claro con gloriosas excepciones, después de año y medio. Hay cuatro o cinco personas con las que el saludo se responde, pero cuesta que eso se transforme en naturalidad. Y la experiencia del terremoto del 2010, para recordar. A las cuatro de la mañana el hall del edificio recibió a más personas que para una asamblea de residentes. Incluso hubo gente que trajo café, galleras y algunos abrigos. Saludos, intercambio de experiencias, buena onda. Y nunca más nos vimos. No sabemos quiénes somos, salvo, como siempre, las contadas excepciones de personas que de tanto verse, se saludan e incluso establecen relaciones de preocupación o amistad.

Me pareció curiosa una carta al director publicada esta semana en el diario El Mercurio, en que una señora de tercera edad, comentaba que con una o dos vecinas habían intercambiado llaves de sus departamentos, para auxiliarse en caso de necesidad, porque todas viven solas. Se publica como una novedad del tipo de relaciones que se han establecido a propósito de la cuarentena de estos días. Algo tan simple y tan sencillo que al parecer evidencia costumbres de una sociedad tan segregada.

En nuestra sociedad, hasta ahora, poco contribuye a la solidaridad, al encuentro humano. Por eso es evidente que cuando estamos asustados recurrimos a otros cercanos para cobijarnos y compartir la angustia. ¿Pero qué ocurrirá cuando todo pase y volvamos a una nueva normalidad?
Si Judas hubiera vivido en estos días de COVID-19 ¿habría dudado de entregar a Jesús a cambio de treinta monedas de plata? ¿O lo habría hecho igual?

¿Hasta dónde estamos dispuestos a cambiar a raíz de esta experiencia extraordinaria que nos ha encerrado y obligado a mirarnos en el espejo, llenos de incertidumbre? Sí así fuera seríamos una mejor sociedad, al menos un mejor país.  Pero todo está por verse, en todos los niveles, gubernamental, legislativo, empresarial, laboral y de convivencia comunitaria, donde hay comunidad.

Rodrigo Silva

CONSEJOS PARA SOPORTAR EL ENCIERRO

Diez consejos. Frei Betto.
Estuve en prisión bajo la dictadura militar. Por eso comparto estos consejos para pasar mejor este período de encierro forzado por la pandemia:
1. Mantén el cuerpo y la cabeza juntos. Tener el cuerpo confinado en casa y la mente enfocada hacia afuera puede causar depresión.
2. Crea una rutina. No te quedes en pijama todo el día, como si estuvieras enfermo. Establece una agenda de actividades: ejercicio físico, especialmente aeróbico (para estimular el sistema respiratorio), lectura, limpieza de armarios, limpieza de habitaciones, cocina, búsqueda en internet, etc.
3. No pases todo el día delante de la televisión o del ordenador. Diversifica tus ocupaciones. No hagas como el pasajero que se queda en la estación todo el día sin la más mínima idea del horario del tren.
4. Usa el teléfono para hablar con familiares y amigos, especialmente los ancianos, los vulnerables y los que viven solos. Entretenerlos les hará bien, y a ti también.
5. Dedícate al trabajo manual: repara equipos, arma rompecabezas, cose, cocina, etc.
6. Juegos mentales. Si estás en compañía de otras personas, establece una hora del día para jugar al ajedrez, a las damas, a las cartas, etc.
7. Escribe el diario de la cuarentena. Aunque no tengas intención de que otros lo lean, hazlo para ti mismo. Poner ideas y sentimientos en el papel o en la computadora es profundamente terapéutico.
8. Si hay niños u otros adultos en casa, comparte las tareas domésticas con ellos. Organiza un programa de actividades, momentos de convivencia y momentos en que cada uno vaya a su aire.
9. Medita. Incluso si no eres religioso, aprende a meditar, ya que esto vacía tu mente, sujeta tu imaginación, evita la ansiedad y alivia la tensión. Dedica a la meditación al menos 30 minutos al día.
10. No te convenzas de que la pandemia terminará pronto o que durará tantos meses. Actúa como si el período de reclusión fuera a durar mucho tiempo. En prisión, nada peor que un abogado que asegura al cliente que recuperará su libertad en dos o tres meses. Esto desencadena una expectativa agotadora. Así que prepárate para un largo viaje dentro de tu propia casa.

Algunos puntos espirituales para la cuarentena. Leonardo Boff. 
Dado que la cuarentena es un retiro forzado, haz como los religiosos y religiosas que deben hacer un retiro todos los años. Algunas sugerencias para la dimensión espiritual de la vida:
1. Toma tiempo para ti y haz revisión de tu vida.
2. ¿Cómo ha sido mi vida hasta ahora?
3. ¿De qué lado estoy? ¿Del de aquellos que están bien en la vida, o del lado de los que tienen alguna necesidad, de los que necesitan una palabra de consuelo, de quien es pobre y sufre?
4. ¿Cuál es mi opción fundamental? ¿Ser feliz por todos los medios? ¿Acumular bienes materiales? ¿Conseguir estatus social? ¿O ser bueno, comprensivo, dispuesto a ayudar y apoyar a quienes están en peor situación?
5. ¿Puedo tolerar los límites de los demás, a los aburridos, controlarme para no responder a las tonterías que escucho? ¿Puedo dejarlo pasar?
6. ¿Puedo perdonar de verdad, pasar página, y no ser rehén de resentimientos y malos juicios?
7. ¿Puedo encontrar las palabras correctas cuando tengo que decir algunas verdades y llamar la atención sobre los errores o equivocaciones de otros que están relacionados conmigo? ¿O van directamente, agresivamente, humillando a la persona?
8. Cuando me levanto por la mañana, digo una oración con el pensamiento, no necesita ser con palabras, pidiéndole a Dios que me proteja a mí, a mi familia y a aquellos con quienes vivo y trabajo Y por la noche, antes de ir a dormir, elevo mi mente a Dios, incluso sin palabras, para agradecer el día, por todo lo que ha sucedido, y por estar vivo.
9. ¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida? ¿Quieres intentar unos minutos de meditación pura, donde sólo Dios y tú estéis presentes, olvidando un poco el mundo? Simplemente levanta la mente y ponte en silencio ante Él. He escrito un pequeño libro: Meditación de la luz: el camino de la simplicidad, un método que une Oriente y Occidente, dejando que un rayo de luz de lo Alto penetre en todo tu cuerpo y en tus puntos de energía (chakras) y transfigure tu vida. Son suficientes unos minutos.
10. ¿Tienes el coraje de fomentar una actitud de entrega total a Dios, sabiendo que siempre estás en la palma de su mano? Todo lo que sucede proviene de su amor. La muerte es como un nacimiento y nadie ha visto su propio nacimiento. En la muerte, sin darnos cuenta, caeremos en los brazos de Dios Padre y Madre de infinita bondad y misericordia. No olvides nunca las palabras reconfortantes de la Primera Epístola de San Juan (3,20): “Si tu corazón te acusa, debes saber que Dios es más grande que tu corazón”. Entonces, parte en paz bajo el manto de la infinita misericordia divina.



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