PANDEMIA, VALORES Y ESPIRITUALIDAD

El impacto que provoca la pandemia del COVID-19, genera en Andrés Opazo  varias preguntas que apuntan a la espiritualidad y cómo entenderla y vivirla:  ¿Cómo estamos viviendo? ¿Cuál es nuestro lugar dentro de la naturaleza? ¿Qué nos mueve preferentemente como personas y como sociedad? ¿Podemos avanzar hacia una mayor armonía en nuestro interior, para hacerla posible en nuestra convivencia humana? Y apunta a una serie de visiones sobre este fenómeno, concluyendo en que “tenemos distintos tipos de espiritualidad que puede complementarse y fecundarse mutuamente. A mi juicio, una espiritualidad de realización personal mediante la comunión mística es liberadora en una cultura como la actual, individualista, materialista y productivista, que margina a los débiles y amenaza con destruir la naturaleza. Esa búsqueda de comunión con todos y con todo, está destinada a generar efectos de bien común.”

Por su parte María Teresa Hevia, por vez primera en este blog, reflexiona sobre el valor de gratuidad que permite nuestra existencia. “Esta pandemia, que nos afecta a todos por igual, está mostrando la importancia de valorar lo sencillo, lo gratuito que, sin darnos cuenta, gozamos todos los días, como la familia, los afectos y las relaciones que fuimos tejiendo a lo largo de los años.”

Y finalmente, Rodrigo Silva noes entrega unos apuntas sobre la necesidad de compartir, ponerse en el lugar del otro, ayudar y vivir los valores cristianos en todos los ámbitos. Sin nombres, ni etiquetas, solo pensando en las necesidades de los demás y el bien común.

Textos para compartir, debatir y comentar, esperando que cada uno de ustedes viva esta época compleja con plenitud y esperanza.

EL COVID-19 Y LA ESPIRITUALIDAD


El impacto de la actual pandemia es enorme y multidimensional. Como es obvio, desafía a la ciencia, a la economía, a la justicia y a la democracia. Pero, dado el estupor en que nos ha sumido a todos, puede suscitar preguntas de otro orden. Por ejemplo: ¿Cómo estamos viviendo? ¿Cuál es nuestro lugar dentro de la naturaleza? ¿Qué nos mueve preferentemente como personas y como sociedad? ¿Podemos avanzar hacia una mayor armonía en nuestro interior, para hacerla posible en nuestra convivencia humana? Son preguntas propias del ámbito de lo que llamamos espiritualidad, la capacidad que tenemos - o de la que carecemos - para procesar situaciones vividas en vista de una mayor estabilidad, armonía interior, paz y sentido pleno. El tema se tocó en mi comunidad y se esbozaron algunas ideas. Intento aquí presentar aquí algunas de ellas, distintas pero que puede ser complementarias.

Para el Dalai Lama, una espiritualidad es genuina en la medida en que nos trasforma interiormente, nos convierte en mejores personas. Agregaría al respecto que lo contrario a la espiritualidad es el egocentrismo. Aunque ella no se identifica con la religión, es natural que haya germinado dentro de tradiciones religiosas. Propio de la religión es proyectarse más allá de la esfera de nuestro tiempo y espacio histórico para explorar la trascendencia. Presupone, pues, una idea del ser humano en tanto autotrascendente, es decir, que busca su plena realización desbordando sus propios límites, yendo más allá de sí mismo.  

Pues bien, ante el desconcierto provocado por la actual pandemia, hay personas que reaccionan espontáneamente de una forma que podría asociarse a sabidurías surgidas en el oriente: el hinduismo o el budismo. La búsqueda de un camino hacia la paz, la comprensión y la concordia, aconseja entrar en uno mismo para hallarse con la propia Alma profunda, principio interior, realidad última, o eso que llamamos Dios. Una nueva Luz colmará el propio corazón, la misma que también alumbra lo más íntimo del entorno humano y natural. Pero es más que eso, es una suerte de energía cósmica que mueve a la naturaleza exterior e impulsa el universo entero. Uno puede descubrir entonces que somos parte de un mismo ser viviente, que somos un Todo, un Cosmos. Sólo en esa Gran Comunión se encontrará la propia esencia, la suprema armonía y la paz definitiva. Se diluirán, entonces, todas las distancias y conflictos que actualmente nos dividen; nos volveremos todos UNO en el Amor. Reinará la compasión por los sufrientes y solidaridad con todos. Entonces será posible construir una nueva sociedad.

Otras personas caminan tras una espiritualidad diferente, que inspira una ética e incluso una política. En este caso, ante la precariedad experimentada a causa de la pandemia, la mirada tiende a dirigirse no tanto hacia el interior de la persona, sino hacia afuera, hacia los otros, hacia el otro en cuanto tal. Puede hablarse aquí de espiritualidad, por cuanto la sensibilidad hacia la situación del otro o de los otros, surge de lo íntimo de la persona y hace brotar la compasión. Sólo cuando uno ha salido de sí mismo, puede dejar que el otro entre en el seno del yo profundo. Ello no solo vale para las relaciones interpersonales, sino también para comunidades o a sectores enteros de la sociedad. Allí también se proyecta la sensibilidad y la responsabilidad por el destino colectivo. Ser responsable implica atender especialmente a las causas del mal, para erradicarlas y actuar con eficacia. En esto consiste pues la política. ¿No nos iría mucho mejor como sociedad si contáramos con muchos políticos inquietos espiritualmente, movidos por convicciones éticas alojadas en su alma?

Estamos hablando aquí de una espiritualidad laica. Como laica es también una espiritualidad de Comunión desde la interioridad, de cuya capacidad para conferir paz, armonía y sentido no podría dudarse. Pero en ningún caso la laicidad puede desvalorizar sensibilidades espirituales provenientes de una fe religiosa. Lo atestigua San Francisco de Asís: Gracias te damos Señor, por… el hermano sol, la hermana agua, incluso la hermana muerte. Religiosos y no religiosos comulgamos tanto con una espiritualidad cósmica como con una espiritualidad ética.

Esa espiritualidad que mira hacia afuera y se deja interrogar por lo “otro”, lo nuevo, lo desafiante, responde a la intuición fundante del judeocristianismo. Una tradición religiosa que arranca de la revelación de un Dios Creador, pero que no ha lanzado a la existencia su creación desligándose de ella, sino que la ama, interviene activamente en su historia, atiende a su sufrimiento. Yahvé libera a su pueblo de la esclavitud. Desea para él la dicha plena, pero le exige acatar su Voluntad. Con ese Dios nosotros podemos establecer una relación personal; podemos dirigirle súplicas en la desgracia, alabanza y acción de gracias en la ventura, e incluso protestas en medio del acoso de la injusticia. Es la espiritualidad que encontramos en los salmos.

La relación con este Dios se hace más cálida en Jesús de Nazaret. A ese Dios él se dirige como Abbá o Papá, y pasa noches enteras en unión con él. Nos enseña, además, que ese Dios es el Amor mismo, la fuente de donde mana y se derrama el amor en nosotros. Coincide, pues, con la imagen del Padre, del Padre de todos nosotros, sus hijos, a los que quiere y perdona (parábola del hijo pródigo). Pero Jesús va más allá: al despedirse de sus discípulos, les promete transmitirles su propio Espíritu, el Espíritu Santo; les ruega que permanezcan con él, así como él permanece en ellos. Por eso rezamos: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y derrama en ellos el fuego de tu amor”. Si lo creyésemos realmente, pediríamos con insistencia el Espíritu, lo haríamos realidad en nuestra vida.

Es manifiesto que la espiritualidad de Jesús acoge e impulsa una política. Acepta la misión encargada por el Padre de desenmascarar el aprovechamiento de los débiles y anunciar otro reino, otra forma de vivir. “Felices los pobres…Ay de vosotros los ricos… El que manda debe ser como el que sirve…”  Una personalidad tan subversiva no podría terminar sino en el patíbulo. Y al morir en la cruz exclama: “Todo está consumado… Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Creo que sobran los comentarios sobre la vigencia en nuestro tiempo de esta espiritualidad. Jesús muere para luego resucitar. Una esperanza para nosotros en medio de nuestros dolores y nuestra muerte. ¿Qué más podría pedirse? Vendrán muchas muertes, pero la Vida finalmente triunfará. La nuestra, pues, es una espiritualidad esperanzada.

Tenemos, pues distintos tipos de espiritualidad que puede complementarse y fecundarse mutuamente. A mi juicio, una espiritualidad de realización personal mediante la comunión mística es liberadora en una cultura como la actual, individualista, materialista y productivista, que margina a los débiles y amenaza con destruir la naturaleza. Esa búsqueda de comunión con todos y con todo, está destinada a generar efectos de bien común.

Pero a otras personas mueve preferentemente una espiritualidad más activa y eficaz en la transformación no sólo de nuestra vida interior, sino de la sociedad en su conjunto. La mística de sufrir con los que sufren puede incitar la lucha junto a ellos para reducir tanto sufrimiento. En condiciones de pandemia, podemos orar por todos los enfermos, por los familiares que no pueden despedir a sus difuntos, por el éxito de la investigación científica, por las instituciones y personal de la salud, para que alcancen los resultados esperados. Pero al mismo tiempo, apoyar las iniciativas de todo tipo que vayan en beneficio de los menos favorecidos. “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Andrés Opazo


LAS PÉRDIDAS SON GANANCIAS

Nunca imaginé que un bicho que ni siquiera vemos, haya podido afectar nuestra vida, a tal punto que tiene a la humanidad entera paralizada y confinada en los hogares por temor a perecer. Es normal sentir miedo, más aún cuando no se logra ver la luz al final del túnel.

La angustia y el miedo que nos atrapa muestra que no estamos preparados para prescindir del bienestar que habíamos ganado, quizás porque no sabemos renunciar a las formas de vida que nos fuimos dando a través de los años, sin pensar que todo lo que nos ha permitido vivir lo hemos recibido gratuitamente. El oxígeno que respiramos, el sol que nos ilumina, la naturaleza que nos regala vida y energía son riquezas enormes, que no vemos….  

Vivimos tiempos difíciles y tendremos que aprender a asumir muchas carencias. Sin lugar a dudas, las carencias son pérdidas irreparables. Pero las pérdidas siempre traen consigo ganancias.

Esta pandemia, que nos afecta a todos por igual, está mostrando la importancia de valorar lo sencillo, lo gratuito que, sin darnos cuenta, gozamos todos los días, como la familia, los afectos y las relaciones que fuimos tejiendo a lo largo de los años.

El fenómeno que nos tiene atrapados es una gran oportunidad para encontrarnos con nosotros mismos, darnos el tiempo para viajar hacia el interior del alma y preguntarse qué busco, qué es lo más importante para mí, qué espero de la vida. Es un llamado a volver a lo íntimo, regresar a la espiritualidad que nos vincula con Dios, con lo trascendente. No debemos olvidar que Dios está siempre a nuestra espera, que nos ama, protege y acompaña gratuitamente, en silencio.

El Señor nos invita cada día a liberarnos de dudas y miedos. Nos garantiza paz, seguridad y felicidad si amamos y servimos como Él ama. Acompaña y sirve en todo momento, a quien lo busca y encuentra. Invita a todos a liberarse de las dudas y miedos que agobian, sean creyentes y no creyentes. Garantiza paz, seguridad y felicidad, a quien lo busca y encuentra.

Comprender que “vivir es aprender a perder lo ganado” nos ayudará regresar a lo esencial, a lo justo y necesario, para ser hombres y mujeres libres, libertad que conquistaremos sólo volviendo a Dios, ubicándolo al centro de nuestra vida.

María Teresa Hevia

COMPARTIR
Compartir y no acumular. Esto es lo que nos enseña Jesús en el Evangelio de San Juan, más conocido como el de la multiplicación de los panes. Mal llamado así. Lo dijo este viernes el sacerdote, en la misa que se trasmite por YouTube todos los días a una de la tarde. El verdadero milagro es la transformación de nuestro corazón, sobre todo en esta época de pandemia, donde se avizoran tantas complejidades por la recesión económica y la pérdida de empleos. El drama que se avecina. Y le encontré toda la razón al poner el acento tan claro en estos dos conceptos.

Preocuparse por los otros. Eso es lo que hace Ruth. La primera vez me dio toda la información solicitada en el Conservador de Bienes Raíces de Buin. Fue por teléfono. Tuvo la mejor disposición. A nada puso objeciones. Solo pensando en responder a los requerimientos de una persona desconocida. Al segundo llamado mantuvo la misma disposición. Explicó todo con mucho detalle. Agradecí e hice ver que su actitud era magnífica. Que cumplía su trabajo a cabalidad. Incluso más que eso. Es que me encanta ayudar. Y amplió su comentario. Todos los días doy gracias a Dios por lo que tengo. Agradezco y al mismo tiempo le pido que me permita ayudar a alguien. Eso me hace feliz. En ese momento recordé a un sacerdote de Punta Arenas, a quien tenía que presentar en una charla y le pedí que me diera dos o tres datos sobre su trayectoria. Más allá de su rol, edad y cargo, concluyó así: “Un hombre agradecido del Señor Jesús, que me ha regalado una vida hermosa junto a Él y me ha permitido servir a su pueblo.”

Qué importante es compartir, ayudar y servir. En este período reconocemos de manera especial a todo el personal de salud, en sus diferentes niveles, a todos quienes están en hospitales y clínicas. Auxiliares, gente de la limpieza, administrativos, enfermeras, médicos. A quienes hoy arriesgan su propia seguridad por entregarse a los demás. Porque a diferencia de otras épocas, en esta pandemia todos tenemos la misma preocupación esencial. Solo que hay algunos a quienes les corresponde una doble función. La de prevenir, resguardarse y curar. Atender a otros con el riesgo de su propia vida. Es ese el momento en que los creyentes parecieran tener un doble blindaje, una doble protección, que finalmente se transforma en una entrega total, porque “tú estás con nosotros.”

Más allá de las normas, reglamentos y decretos, pienso que es hora que las empresas pongan en el centro de su quehacer a las personas y sus necesidades. Que se vea este como un tiempo extraordinario en que justamente es preciso dar y compartir. Posponer legítimos intereses de beneficios habituales y generar un diálogo abierto, franco y transparente con todos los miembros de cada organización, grande, mediana o pequeña y consensuar las necesidades inmediatas y aquellas que den sustentabilidad, al menos en el corto y mediano plazo. Los accionistas, empresarios y administradores deben centrarse en lo humano, para establecer un equilibrio que conjugue expectativas económicas y bienestar de las personas, porque en momentos de crisis debieran evidenciarse más que nunca los principios y valores que guían a las personas y a las empresas. Es el momento de demostrarlo. En la crisis y luego de ella. Siempre.


Rodrigo Silva


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