APRENDIZAJES DE NUEVA NATURALEZA POST PANDEMIA

A raíz de un reciente artículo de Leonardo Boff, en el que sostiene la urgente necesidad de un cambio sustantivo en la relación del hombre con la naturaleza, como consecuencia de la actual pandemia (el coronavirus no es una crisis como otras, sino la exigencia de una relación amistosa y cuidadosa con la naturaleza … Dado que el virus amenazador proviene de la naturaleza, el aislamiento social nos ofrece la oportunidad de preguntarnos: ¿cuál fue y cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza y, más en general, con la Tierra como Casa Común?), Andrés Opazo nos invita  pensar en que “el desafío de Chile y de la humanidad no es de carácter económico. Es esencialmente cultural y moral. Atañe a la relación entre yo o lo mío, y el otro o lo de los otros. Se interroga por un posible “nosotros”, por un futuro para todos".  

Por su parte, Rodrigo Silva nos entrega unos apuntes sobre la forma de expresar la afectividad y de qué manera se ve afectada por la situación actual y el impacto de las plataformas tecnológicas para acompañarnos en esta nueva realidad.

APRENDIZAJES DEL COVID

A veces aprendemos, otras veces volvemos a tropezar en la misma piedra. Todo depende de la sabiduría, la experiencia, la capacidad de vislumbrar algo mejor. Estamos viviendo en Chile momentos de incertidumbres y temores. Se han coludido dos fenómenos: un potente estallido social y una enorme pandemia sanitaria. Fenómenos de distinta naturaleza pero de efectos entrelazados: alteración del aparato productivo, desempleo, mayores urgencias económicas y sociales. Y ya se aprecian reacciones distintas.  Algunos sólo conciben el regreso al día antes del 18 de octubre pasado. Otros se levantarían contra tal regreso y piensan en cambios profundos para Chile.

La preocupación tiende a centrarse en lo económico. Economistas y empresarios diseñan estrategias para volver a la rentabilidad anterior. El crecimiento económico acapara la atención. Incluso se desconfía de la urgente intervención del Estado y se la percibe como amenaza a la libertad. ¿Libertad? Vamos entonces al fondo. ¿Es libre la madre de la Pintana para decidir qué dar de comer a sus cuatro hijos, elegir su colegio, su médico, cambiar de barrio, salir de vacaciones?

El desafío de Chile y de la humanidad no es de carácter económico. Es esencialmente cultural y moral. Atañe a la relación entre yo o lo mío, y el otro o lo de los otros. Se interroga por un posible “nosotros”, por un futuro para todos. Sobre esto versa el artículo de Leonardo Boff que deseo compartir.

Muchos lo han visto claramente: después del coronavirus, ya no va a ser posible continuar el proyecto del capitalismo como modo de producción, ni del neoliberalismo como su expresión política. El capitalismo sólo es bueno para los ricos; para el resto es un purgatorio o un infierno, y para la naturaleza, una guerra sin tregua.

Lo que nos está salvando no es la competencia –su principal motor– sino la cooperación, ni el individualismo –su expresión cultural– sino la interdependencia de todos con todos.

Pero vayamos al punto central: hemos descubierto que el valor supremo es la vida, no la acumulación de bienes materiales. El aparato bélico montado, capaz de destruir varias veces la vida en la Tierra, ha demostrado ser ridículo frente a un enemigo microscópico invisible que amenaza a toda la humanidad. ¿Podría ser el Next Big One (NBO) que temen los biólogos, “el próximo gran virus” que destruya el futuro de la vida? No lo creemos. Esperamos que la Tierra siga teniendo compasión de nosotros y nos esté dando sólo una especie de ultimátum.

Dado que el virus amenazador proviene de la naturaleza, el aislamiento social nos ofrece la oportunidad de preguntarnos: ¿cuál fue y cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza y, más en general, con la Tierra como Casa Común? La medicina y la técnica, aunque muy necesarias, no son suficientes. Su función es atacar al virus hasta exterminarlo. Pero si continuamos atacando a la Tierra viva, “nuestro hogar con una comunidad de vida única”, como dice la Carta de la Tierra (Preámbulo), ella contraatacará de nuevo con más pandemias letales, hasta una que nos exterminará.

Sucede que la mayoría de la humanidad y los jefes de estado no son conscientes de que estamos dentro de la sexta extinción masiva. Hasta ahora no nos sentíamos parte de la naturaleza ni tampoco como su parte consciente. Nuestra relación no es la relación que se tiene con un ser vivo, Gaia, que tiene valor en sí mismo y debe ser respetado, sino de mero uso según nuestra comodidad y enriquecimiento. Estamos explotando la Tierra violentamente hasta el punto de que el 60% de los suelos han sido erosionados, en la misma proporción los bosques húmedos, y causamos una asombrosa devastación de especies, entre 70-100 mil al año. Esta es la realidad vigente del antropoceno y del necroceno. De seguir esta ruta vamos al encuentro de nuestra propia desaparición.

No tenemos otra alternativa que hacer, en palabras de la encíclica papal “sobre el cuidado de la Casa Común”, una “conversión ecológica radical”. En este sentido, el coronavirus no es una crisis como otras, sino la exigencia de una relación amistosa y cuidadosa con la naturaleza. ¿Cómo implementarla en un mundo que se dedica a la explotación de todos los ecosistemas? No hay proyectos listos. Todo el mundo está a la búsqueda. Lo peor que nos podría pasar sería, después de la pandemia, volver a lo de antes: las fábricas produciendo a todo vapor, aunque con cierto cuidado ecológico. Sabemos que las grandes corporaciones se están articulando para recuperar el tiempo perdido y las ganancias.

Pero hay que reconocer que esta conversión no puede ser repentina, sino gradual. Cuando el presidente francés Macron dijo que “la lección de la pandemia era que hay bienes y servicios que deben ser sacados del mercado”, provocó la carrera de decenas de grandes organizaciones ecologistas, como Oxfam, Attac y otras, pidiendo que los 750.000 millones de euros del Banco Central Europeo destinados a remediar las pérdidas de las empresas se destinaran a la reconversión social y ecológica del aparato productivo en aras de un mayor cuidado de la naturaleza, más justicia e igualdad sociales. Lógicamente, esto sólo se hará ampliando el debate, involucrando a todo tipo de grupos, desde la participación popular hasta el conocimiento científico, hasta que surjan una convicción y una responsabilidad colectivas.

Debemos ser plenamente conscientes de una cosa: al aumentar el calentamiento global y aumentar la población mundial devastando los hábitats naturales, acercando así los seres humanos a los animales, éstos transmitirán más virus, a los cuales no seremos inmunes, que encontrarán en nosotros nuevos huéspedes. De ahí surgirán las pandemias devastadoras.

El punto esencial e irrenunciable es la nueva concepción de la Tierra, ya no como un mercado de negocios que nos coloca como sus señores (dominus), fuera y por encima de ella, sino como una superentidad viviente, un sistema autorregulado y autocreador, del que somos la parte consciente y responsable, junto con los demás seres como hermanos (frater). El paso de dominus (dueño) a frater (hermano) requerirá una nueva mente y un nuevo corazón, es decir, ver a la Tierra de manera diferente y sentir con el corazón nuestra pertenencia a ella y al Gran Todo. Unido a ello, el sentido de inter-retro-relación de todos con todos y una responsabilidad colectiva frente al futuro común. Sólo así llegaremos, como pronostica la Carta de la Tierra, a “un modo de vida sostenible” y a una garantía para el futuro de la vida y de la Madre Tierra.

La fase actual de recogimiento social puede significar una especie de retiro reflexivo y humanista para pensar en tales cosas y nuestra responsabilidad ante ellas. Es urgente y el tiempo es corto, no podemos llegar demasiado tarde.

Andrés Opazo


HOMENAJE A PAMELAS Y GUSTAVOS

Cuando en algún día, ojalá no muy lejano, nos volvamos a abrazar tendremos que dar infinitas gracias. A todos quienes participan en este descomunal esfuerzo por enfrentar y resolver la pandemia y sus consecuencias. Entre miles de personas desconocidas agradeceremos a Pamela y Gustavo.

Qué natural lucían los abrazos, los besos en las mejillas, las manos en los hombros y cualquier gesto que implicara un contacto físico. Era lo obvio, lo impensado, aquello que fluía como parte de nuestros afectos o de expresiones culturales de simples saludos. La más simple de ellas, darse la mamo, como el saludo más coloquial, formal y hasta cierto punto distante. Hablo de Chile, hasta comienzos de marzo de este año.

La precaución primero, luego el temor y, finalmente, la responsabilidad cambiaron hábitos y costumbres. Para aquellos que han visto en la distancia humana una forma de convivencia esta nueva realidad no les afecta en absoluto. Conozco a un hombre joven que por timidez, protección o convicción, le incomoda el contacto físico. Lo máximo que hacía era dar la mano, no sin cierto pudor. Lo hacía porque cuando estiraba el brazo, la mano llegaba como una consecuencia ineludible hasta la mano del otro. La distancia quedaba establecida. Cordialidad básica. Buena educación y alivio. Nada más que hacer, nada más que soportar. Pero también hay personas frías, oscas y distantes. Tampoco les afecta. A quienes son maleducados, mucho menos.

Qué fastidio el recuerdo de la niñez cuando los adultos tenían la “maldita” costumbre de presionar nuestras mejillas con los dedos pulgar e índice.  Era entre presión y giro de uno de nuestros cachetes. Se leía entre cariño, admiración por el crecimiento o una prueba de extrema cercanía con nuestros progenitores. A todos luces un desagrado. Y como los niños nunca hemos o han sido idiotas, cuando llegaban aquellas personas, los tíos chilenos, tratábamos de evadir el encuentro, pero casi siempre debíamos exponernos porque “salude mijito” era una frase recurrente de nuestros padres. Por educación.

Pero hay tantas personas, entre las que me cuento, para las cuales la cercanía física es fundamental. Abrazos, besos. Contacto. Nos debemos acostumbrar a la nueva realidad. Distancia mínima de un metro y medio, gestos, inclinación del cuerpo y más aún, una visión parcial del rostro de nuestros interlocutores. Todo lo demás, por pantalla, desde cumpleaños, reuniones de trabajo, encuentros de grupos habituales, clases virtuales, consultas médicas, en fin, prácticamente todo. Ya es habitual el uso de diferentes plataformas, con muchas dificultades de audio e imágenes desfasadas o a veces congeladas. “Me escuchan”, “no te veo”, “habla no más” o varias otras expresiones se incorporan a la habitualidad. En el futuro todo será perfecto. Como lo es hoy la comunicación digital del teléfono, maravillosa, impecable. Antiguamente un llamado telefónico a distancia era simplemente una sensación de comunicación. Nadie hablaba, todos gritábamos, había ruidos de todo tipo. En suma era para dar cuenta de la necesidad de comunicarse. La gran mayoría de las veces era un llamado para indicar que había una carta en curso o la grabación de una cinta de audio (casete) enviado con alguna conocida o de confianza.  La pandemia nos obliga a la distancia, a la frialdad o a la expresión del afecto sin contacto físico. A través de plataformas tecnológicas. Y en ese sentido canales como whatsapp operan de maravilla.
Así estoy de contenta !!!!!, escribió María Elena desde Puerto Montt, acompañada de una muñeca sonriente y con los abrazos abiertos. Era su primer día allí. Y luego llovían los comentarios.
Qué envidia, es tan lindo el sur
Espero que ahora disfrutes esa naturaleza y de tan buena compañía
Muchos cariños

Ya medio instalada pero feliz y dando gracias a Dios que el viaje fue sin ningún percance y solo nos pararon una sola vez a pesar de las varias barreras sanitarias que había en el camino. Estoy segura que el Espíritu Santo venía con nosotros.

Buenos días a todas y todos y en particular a Ellen que ya llegó a iniciar un nuevo proyecto de vida   a ser felices entonces

Gracias Isa y Teo por tan lindas palabras de cariño y esperanza, estoy segura que así será mi nuevo renacer. Es que se mueren el paisaje maravilloso que tengo desde el departamento, realmente el sur es precioso. GRACIAS A TODOS. Los quiero con el corazón.

Suma y sigue. Entre tanto, Pamela, ingeniera comercial de la Universidad del Desarrollo, hace fila para entrar a un supermercado. Es su sexto pedido del día. Comprará cuatro productos. Lo propio hará Gustavo, dominicano, once años en Chile, hombre alto y grueso, polera roja, jeanes azules y zapatillas rojas. Alto y fornido, con varios tatuajes en sus brazos. Para él será la décimo primera entrega del miércoles.  Soy feliz en este trabajo, dice Pamela. Siento que además ayudo. Hay que hacerlo, no hay otra opción, comenta Gustavo, con la sonrisa franca de tanta gente del caribe. Ambos están trabajando por necesidad y cuidando por extensión a muchos que no deben o no pueden salir de su casa por la pandemia. Se arriesgan por necesidad y contribuyen al trabajo silencioso de miles que con su esfuerzo permiten que los servicios esenciales no se detengan. Para ellos también la pantalla de su celular es determinante. Así como el auto para la entrega de sus pedidos. A la espera de los abrazos y de la nueva normalidad. Y qué decir de los equipos de salud que conviven tan de cerca con el virus invisible y mortal. También a las espera de los abrazos y de la nueva normalidad.

Rodrigo Silva 

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