QUÉ NOS DEJA EL COVID19?
Una nueva Iglesia será aquella en la que podamos disfrutar de una fe compartida y gozosamente celebrada; y que al mismo podamos humanizarnos cada vez más como efecto de un cálido amor fraterno compartido. Esto nos dice Andrés Opazo en la entrega de esta semana, cuando reflexiona sobre una forma de vivir el cristianismo en esta sociedad seculariza y moderna. Nos dice que Dios ya se fugó, tanto de la conciencia individual estándar como del espacio cívico. Ni bueno ni malo, sino real.
Y concluye en que la diversidad llegó al campo religioso para quedarse; personas de distintas religiones y otras simplemente no creyentes en ninguna. (…)Los cristianos secularizados podremos ser, entonces, profundamente religiosos y al mismo tiempo firmemente comprometidos con lo genuinamente humano.
Como siempre, Andrés nos pone ante una propuesta inquietante y actual.
Además, en un segundo artículo nos presenta el caso de Costa Rica, en el que vivió por quince años, país que a su juicio hay sido muy exitoso en el tratamiento de la pandemia, “gracias a un sistema de salud y educación pública que alcanza a toda la población y el territorio”.
Y finalmente, Rodrigo Silva, siempre desde una óptima muy personal, nos entrega algunos apuntes sobre la cuarentena que afecta al Gran Santiago, la soledad y las condiciones en que lo enfrentan los más vulnerables y desposeídos, con la esperanza de un cambio en la sociedad para alcanzar más equidad, justicia y equilibrio.
HACIA NUEVAS FORMAS DE
CRISTIANISMO
La
tradicional cultura católica, que pervivió por siglos en Europa y en América
Latina ya no mantiene vigencia en las generaciones actuales. Los que hoy añoran
esa cultura del pasado y rechazan el cambio, ven en la cultura actual,
secularizada, una maniobra del diablo, un triunfo del racionalismo o de los
enemigos de la religión. No logran entender que la secularización, lejos de ser
una negación de Dios, no es más que el fruto de procesos históricos tales como
la urbanización, la democratización, el conocimiento científico, el progreso
tecnológico en lo productivo, en el campo de la salud, de las comunicaciones...
Estos avances han permitido a los humanos una mayor autonomía y mejores
condiciones de vida. “Y Dios vio que esto era bueno…” (Génesis)
En
los países de tradición cristiana, la cultura se forjó en una alianza entre la
Iglesia como institución y el poder político y social. Ello determinó una forma
de presencia de la Iglesia en la sociedad. Pero tal régimen llamado de cristiandad
ha sido superado política y culturalmente, aunque todavía sea añorado por los
sectores más tradicionalistas. En lo medular, el cambio hacia una cultura
secularizada significó una pérdida del poder social de la Iglesia. Pero ello no
debería afectar a la fe de los cristianos. Por el contrario, les abre nuevos
horizontes para el ejercicio de su fe.
Jesús
envió a sus discípulos a predicar la llegada del reino de Dios a todos los
hombres, en todo tiempo y lugar, cualquiera fuese su raza, lengua o cultura. En
un primer momento ello implicaba salir del estrecho mundo judío para abrirse a
los “gentiles”, a otra mentalidad, otros valores y costumbres. La fe cristiana
fue pensada en categorías paganas como la griega; un gran esfuerzo intelectual
desplegado desde Pablo en el siglo I hasta los grandes teólogos del siglo IV.
Pero si los primeros cristianos no hubiesen sido gente del Mediterráneo sino de
la India o la China, se hubiese requerido un similar empeño para comunicar a
Jesús según los códigos culturales allí vigentes.
Eso
fue, precisamente, lo que intentaron misioneros jesuitas en el siglo XVII,
Nobili en la India y Mateo Ricci en China, italianos que adoptaron las
costumbres locales, logrando así gran reconocimiento y aceptación. Lograron
vivir su fe cristiana en el marco de la visión del mundo, las tradiciones y los
ritos usuales. Pero ello no era aceptable por el papado romano que exterminó en
su cuna el emergente cristianismo chino e indio. ¡Vaya qué pérdida! Quizás
ahora tendríamos una versión asiática del cristianismo, fecundado por la
sabiduría hindú y budista.
Aceptar
este destino universal de la fe exige, pues, apertura cultural. Tal como a
Nobili y a Ricci hace 4 siglos, hoy se nos ofrecen nuevas formas de encarnación
del mensaje de Jesús; ahora en una cultura secular. No se trata sólo de un nuevo
lenguaje y pedagogía, ni de últimas tecnologías comunicacionales. Bastaría con
centrar la mirada en Jesús, su vida y su palabra, y desde allí relativizar
eventuales vacíos o estrecheces propias de una forma particular de religión,
con sus dogmas, costumbres y rituales. Un desafío existencial y práctico hacia
otras formas de vivir y pensar la memoria de Jesús.
El
mundo de ahora es mucho más complejo que el de nuestros padres y abuelos; exige
continua reinvención y creación de capacidades no sólo para subsistir sino,
sobre todo, para progresar en una vida que no se nos ofrece como ya dada. Cada
uno debe abrirse camino, forjar un destino propio y vivir en permanente
aprendizaje. Y para ello dispone de mayores conocimientos y herramientas, pero
no de un seguro de vida. El hombre ya no es un elemento más dentro de un
universo estable, sino un sujeto capaz de actuar, transformar y crear. Pero
también de errar y fracasar.
En
esta nueva forma de ser, ya no resulta indispensable recurrir a una divinidad
para entender los procesos naturales, humanos o sociales. Otras explicaciones
se encuentran a la mano. Tampoco parece necesario refugiarse en un Dios garante
de una buena convivencia humana. Tener una buena educación es para muchos más
importante; incorporar al aprendizaje social que establece lo que es razonable
y lo que es útil. Dios ya se fugó, tanto de la conciencia individual estándar como
del espacio cívico. Ni bueno ni malo, sino real.
Pero
por más que se expanda la secularización, ello no implica un agotamiento del
anhelo de trascendencia constatable desde la alborada de la humanidad. De ser
así, la única diferencia entre la sociedad de cultura laica y la sociedad
católica tradicional radicaría en que, en la primera, la laica, ese anhelo de
trascendencia ya no es administrado sólo por la Iglesia. Lo decía León Felipe:
“Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios/ por este mismo camino que
yo voy”. Los caminos son muchos, y no siempre antagónicos sino complementarios.
La diversidad llegó al campo religioso para quedarse; personas de distintas
religiones y otras simplemente no creyentes en ninguna. Pero yendo más al
fondo, se podrá advertir tres posturas básicas entre la gente de hoy: algunos
inquietos y buscadores de trascendencia dispuestos a discurrir por diversas
vías; otros, escépticos y resignados ante el sinsentido, ateos teóricos o
existenciales; y otros, gente que nunca levanta la mirada del comprar, el
vender, el consumir, ateos prácticos.
Nunca
sabremos nada sobre Dios, ni menos tendremos una total seguridad sobre dónde
encontrarlo. Sólo señales: ¿dónde se encuentra Dios para Jesús de Nazaret? La
respuesta está muy clara en los evangelios: “lo que hiciste con el más pequeño
de mis hermanos, conmigo lo hiciste”. Una respuesta que vale también para el
hombre moderno y adulto. Puedo descubrir a Dios en los más pequeños, en los
últimos, en los sufrientes, en los excluidos del bienestar, los pobres, los
migrantes, las mujeres agredidas, los niños de la calle, los delincuentes y los
lumpen: los “nadie”, en palabras de uruguayo Eduardo Galeano.
Para
nosotros, cristianos modernos, se ha inaugurado un tiempo favorable. Disponemos
del evangelio de Jesús y atendemos a su llamado a adelantar el reino de Dios
aquí en esta tierra nuestra. En nuestro mundo secular puede brillar mejor la
misteriosa humanidad del Dios de Jesús, su compasión, su compromiso con la
vida, su proyecto de convivencia en paz, justicia y dignidad. Los cristianos
secularizados podremos ser, entonces, profundamente religiosos y al mismo
tiempo firmemente comprometidos con lo genuinamente humano.
A
Dios lo buscamos a tientas en nuestro presente, pero confiados en la promesa de
encontrarlo plenamente un día, cuando El será Todo en Todos. Del mismo modo, una
similar esperanza podemos abrigar respecto de la Iglesia, pero no sólo para el
día del juicio, sino para hoy en la medida en que nos sumemos a edificar esa
esperanza. Una nueva Iglesia será aquella en la que podamos disfrutar de una fe
compartida y gozosamente celebrada; y que al mismo podamos humanizarnos cada
vez más como efecto de un cálido amor fraterno compartido. ¿No sería eso algo
muy bello?
Andrés
Opazo
¿POR QUÉ COSTA RICA CAMPEÓN ANTIVIRUS?
¿Alguien sabe cuál es el país
americano de mejor desempeño en la lucha contra el virus? Costa Rica por muy
lejos. Según información de EMOL del día 5 de mayo recién pasado, sumaba 742
contagiados y 6 fallecidos. Su población alcanza actualmente los 5 millones de
habitantes. Al 8 de mayo, Chile, con una población tres y media veces superior,
contaba con 25.972 contagiados y 294 fallecidos. La tasa de letalidad de Costa
Rica es 0.8, mientras que la de Chile era 1.25.
Para quien conoce ese país en donde viví
por 15 años, esto no es ninguna novedad. Adelanta en muchos aspectos al resto
de los países latinoamericanos, especialmente en rubros considerados clave en
el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, como son la salubridad, la
educación, las comunicaciones internas y el cuidado del medio ambiente.
Respecto de la salud, Costa Rica
destina el 6% del Producto Interno Bruto para financiar un sistema integrado que
ha demostrado su eficiencia. Con esta cifra acompaña a los países más avanzados
en la materia, como Canadá, Cuba y Uruguay. Para sus 5 millones de habitantes
cuenta con 29 hospitales, en los cuales la disponibilidad de camas es
actualmente suficiente. En cuanto a los ventiladores mecánicos, ellos ascienden
a 400 en condiciones de ser utilizados, a los que se deben agregar otros 300
que están por llegar.
Probablemente, el éxito de Costa Rica
en su combate a la pandemia se debe a un factor institucional. El sistema de
salud contempla unos organismos denominados Equipos Básicos de Atención
Integral en Salud, los Ebais, los que alcanzan la cifra de 1000 distribuidos en
el país entero. Su función principal es la de visitar en su hogar a cada uno de
los casos de covid-19 que se presentan, analizar el estado del paciente y
continuar en contacto permanente vía WhatsApp con su familia. Los Ebais operan
articulados con los centros de salud distribuidos a lo largo del territorio.
Pero aparte de la eficacia del sistema
de salud, Costa Rica se caracteriza dentro del contexto latinoamericano por
contar con un sistema escolar de amplia cobertura territorial. La educación
pública ha sido objeto de principal preocupación de parte de la sociedad
costarricense, lo que se ha traducido en un financiamiento correspondiente. Las
escuelas y los escolares son los protagonistas indiscutidos en las
celebraciones nacionales gracias a sus coloridos desfiles por las calles de
pueblos y ciudades. Y toda Costa Rica se precia de ello. Esa atención prestada
tradicionalmente a la educación corre a la par con la importancia asignada a la
conciencia cívica. Hoy el país cuenta con una población bastante educada,
consciente y disciplinada. Esto ha sido resaltado por las autoridades como un
importante factor del éxito obtenido en el combate al coronavirus. “La mejor
vacuna es una población disciplinada”.
¿Qué podría explicar tal
particularidad en un pequeño país centroamericano? La causa no puede ser sino de
carácter histórico. Costa Rica era la colonia más alejada de los centros de
poder, como Guatemala y Honduras dependientes del virreinato de México. Su
territorio carecía de la riqueza ambicionada por los conquistadores, los
metales preciosos. Tampoco albergaba una población indígena significativa que
se pudiese esclavizar y explotar, lo que forzaba a los españoles allí
avecindados a trabajar la tierra con sus propias manos. Desde el comienzo, la
población de esta colonia fue la más pobre de la región al mismo tiempo que la
más homogénea. Las autoridades surgían de entre campesinos iguales elegidos por
la comunidad, los que debían combinar la función pública con la labranza de la
tierra. Ello ciertamente constituyó una base para el desarrollo de un espíritu
democrático, algo que no pudo ocurrir en otros países latinoamericanos. En el
año de 1821, los costarricenses recibieron a través de un correo desde México
la noticia de que ya eran independientes, lo que seguramente muy poco cambiaba
su situación.
Pero aconteció en 1948 una breve y
doméstica guerra civil. Al finalizar las operaciones, el hacendado triunfador, don
Pepe Figueres, decidió prohibir constitucionalmente la existencia de fuerzas
armadas de tierra, aire y mar. Fue una medida muy bien recibida por la
población de un país que prácticamente no contaba con el peso de un ejército
regular. Pero era algo insólito para América Latina y quizás para todo el mundo
tanto de ayer como de hoy. Efectivamente, al dar a conocer actualmente en Chile
esta verdadera hazaña y proyectarla hacia nuestro país, he comprobado una cierta
incomodidad nacionalista. Impera aquí la creencia que, de no disponer de aviones
F16, de tanques modernos, de barcos de guerra y contingentes humanos bien
disciplinados, los bolivianos, peruanos y argentinos no habrían dudado en
invadirnos y anexar nuestro territorio. Dañina y peligrosa mitología. Los “ticos”
han sido más inteligentes: han vivido por décadas entre dos países gobernados
por dictaduras militares, Panamá y Nicaragua. Nunca se les ocurrió abalanzarse sobre
un país desarmado.
La ganancia para Costa Rica ha sido
enorme. Setenta años exenta de gasto militar. Se pudo invertir principalmente
en salud, en educación, en caminos vecinales para el comercio de la producción
campesina, origen del desarrollo económico nacional. Pero ese desarrollo no fue
sólo económico sino también cultural. Los latinoamericanos que allí llegamos en
los años setenta pudimos apreciar un cierto repudio al autoritarismo, un mayor
civismo y horizontalidad en el trato. La ausencia de ejércitos puede haber
tenido este beneficioso efecto de civilidad.
Chile fue pionero en salubridad dentro
de América Latina gracias a la creación del Servicio Nacional de Salud, que
funcionó desde 1952 hasta la dictadura. Destacados médicos costarricenses
estudiaron en Chile. Lo propio ocurrió con la educación pública desde los
gobiernos radicales. Pero la privatización y mercantilización de los servicios
públicos terminó con esos iniciales desarrollos. En educación se puso término
incluso a las clases de educación cívica en los colegios. El neoliberalismo
conformó una nueva cultura: el utilitarismo, la riqueza rápida y cada uno por
sí mismo y para sí mismo.
Quizás la experiencia de la pandemia
nos convenza como país de que es posible y deseable otro tipo de sociedad, en
donde el objetivo sea el desarrollo humano: de todos los humanos y de todo lo humano.
Y para ello, predominio de lo público o lo común; es decir, vigencia de los valores
democráticos.
Andrés
Opazo
CUARENTENA POR LA
VIDA
A media tarde del viernes 15 de mayo mandé el siguiente
mensaje: Hoy a las 22 horas comenzamos a vivir un hecho extraordinario y
sorprendente. Cuarentena total para el Gran Santiago. Ocho millones de personas
en sus casas. Una medida que nos afectará, pero que es fundamental para
preservar la vida.
Los invito a que estemos conectados, unidos y preocupados
especialmente por quienes están solos. Aquellos que siempre se sienten bien,
pero que en estas circunstancias quisieran compartir una reflexión, una sonrisa
o incluso frustraciones o rabias. Estemos todos atentos. Los unos a los otros.
A apoyarnos y querernos. Cuidémonos, lo mismo que nuestras familias.
Estuvo dirigido a un grupo mayoritariamente femenino, con
edades que podrían promediar los sesenta años. Algunas de ellas, por el avance
de la vida, por los hijos casados -algunos fuera del país- o porque los maridos
decidieron marchar primero, viven parte de su vida en soledad, con afectos
profundos de hijos, nietos e incluso bisnietos en algunos casos, pero
finalmente solas a esa hora del día o de la noche en que los afortunados nos
recogemos con nuestras parejas a esos espacios de intimidad y complicidad en
los que no se necesita nada más que sentir. Ver al otro en su quehacer, en las
rutinas que van tejiendo las complicidades de los años. Por cierto, acabo de
ver el mensaje de una que comenta que uno de sus hijos regresa el 15 de junio,
si Dios quiere. Puro rezar, porque día por medio cancelan los vuelos. Eso dice.
Y yo siempre la digo a mi esposa que un momento emocionante es el fin de día,
cuando nos reservamos a ese espacio mutuo de las últimas sonrisas, la lectura,
la música o el abrazo. Ese momento en el cual doy gracias por el día vivido,
por estar sanos, por haber compartido. Un día que se celebra, a veces sin
palabras. Sólo miradas, gestos y complicidad.
Tanta falta que hará la complicidad para quienes están
solos en esta cuarentena del Gran Santiago. Pienso en mi hermana que está en
una residencia, con muchas comodidades, con gente que es referente de todos los
días, cuando les asocia, pero sin ningún afecto de la vida. Obviamente no se
puede visitar desde hace más de dos meses. Una eternidad para ella y para todos
quienes están allí, bien cuidados, pero ajenos. Lo mismo para nosotros. Pero al
parecer nos tenemos que acostumbrar a “las eternidades”. Son épocas para las
cuales no estábamos preparados, pero que tenemos que aprender de ellas. Ahora. “Yo les mando que se amen los unos a
los otros”, dice el Evangelio de Juan de este viernes 15. Él nos enseña que la
vida es amor y entrega, particularmente a los más débiles, a los desposeídos. El mensaje es contribuir a la construcción del
Reino de Dios aquí en la tierra. Con justicia, con dignidad, con generosidad.
Han pasado
48 minutos desde que comenzó la cuarentena. Pienso en los venezolanos que
estaban acampando en las afueras de la Embajada de su país en Chile. Qué será
de ellos. ¿Evelyn en un gesto humanitario habrá contribuido para reubicarles en
algún lugar seguro? No lo sé. O lo que se hizo con un grupo significativo de
bolivianos que estuvieron en cuarentena en un liceo de Vitacura previo a su
viaje de retorno a su patria. Acogidos y atendidos, en un gesto humano que no
debería sorprendernos, pero que nos sorprende, porque no es la norma de
conducta de todos.
Pero la
cuarentena no solo impacta a quiénes están solos, a los adultos mayores o
ancianos que están en el ocaso. Es muy cruel con quienes están hacinados en
espacios reducidos y sin lo mínimo necesario para la subsistencia. O quienes
viven día a día de su trabajo y no pueden salir de sus hogares, cuando lo
tienen. O aquellos que hicieron de la calle su vivienda. Para varios millones
de personas del Gran Santiago, la cuarentena es un verdadero drama. Pero es
fundamental para preservar la vida, para poner un dique frente a la pandemia,
para evitar el colapso total del sistema sanitario. Esa experiencia ya la han
vivido otros países europeos y vecinos nuestros de este continente.
Mi
cuarentena ha sido y es un privilegio hasta ahora. Doy gracias todos los días.
Pienso en el futuro y quisiera ver un cambio político real para que el
sufrimiento actual sea un estímulo decisivo para reordenar nuestra convivencia
sobre otras bases. Para avanzar en equidad, en equilibrio, en justicia.
Palabras y principios que no surgen del aire, sino que son la expresión de una
nueva forma de entender la organización económico-social-y política de nuestra
sociedad. Ojalá la soledad de tantos, el sacrificio de millones y el trabajo
incansable de miles y miles que lo sacrifican todo por todos nosotros en esta
época terrible, sea la base de una nueva sociedad, más austera, menos egoísta,
exenta de avidez y más generosa.
Rodrigo Silva
Comentarios
Publicar un comentario