¿VIVIR CON MIEDO PERDIENDO LA VIDA?
En esta entrega Andrés Opazo se pregunta si vivimos sólo para mantenernos vivos y qué hace que valga la pena vivir. Lo piensa a propósito del filósofo surcoreano Byung-Chul Han sosteniendo que la pandemia desató una verdadera histeria o miedo colectivo. Han dice que “vivimos en una sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la muerte” y que en este tipo de sociedad se pierde todo el sentido de la buena vida. “La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan inhumana. A quien tenemos al lado es un potencial portador del virus y hay que mantenerse a distancia.” Andrés sostiene que estos breves textos hay muchas interrogante para meditar a fondo el sentido de la vida y de qué ocurrirá post pandemia.
Por su parte Rodrigo Silva se encontró con una historia tan curiosa como sorprendente. Y la relata en su particular estilo, tan personal. Nos cuenta del cinturón blanco de “Gabo” cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1982. Pero sobre todo de trasfondo de las amistades, que siempre tienen mucho más que entregarnos.
EL MIEDO versus UNA BUENA VIDA
Pocas
veces me he encontrado con una crítica tan radical a nuestro modo de vida.
Proviene de la lectura de un reportaje al filósofo surcoreano Byung-Chul Han,
residente en Alemania y profesor en la Universidad de Berlín y otras
universidades. Reflexiona acerca del mundo post covid-19. Sostiene que la pandemia
desató una verdadera histeria o miedo colectivo. Se incrementan las
prohibiciones y el control social producto de una obsesión por prolongar la
vida y postergar la muerte. Ello domina nuestra cultura y, a la larga, conduce
a una renuncia a disfrutar una vida buena, placentera, compartida. A mi modo de
ver, la interrogante que abre este filósofo atañe a la actitud para enfrentar
el miedo: ¿soy capaz de encararlo o prefiero huir? ¿Me arriesgo o me inhibo de
vivir?
Lo
importante para mí, en esta primera aproximación al pensador coreano, son las
preguntas, el cuestionamiento de lo que para nosotros han llegado a ser
verdades definitivas. El autor no da respuestas claras y precisas, menos
recetas o consignas. Pero obliga a pensar, a interrogarse sobre cosas dadas por
sabidas y aceptadas y que quizás… Se le pregunta a Han: ¿Qué consecuencias van
a tener el miedo y la incertidumbre en la vida de las personas?
Comparto
aquí solamente algunos chispazos.
El virus
es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos. Y vivimos en una sociedad de
supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la muerte. Ahora
sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de
guerra permanente. Todas las fuerzas vitales se emplearán para prolongar la
vida.
En una
sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida. El placer
también se sacrificará al propósito más elevado de la propia salud. El rigor de
la prohibición de fumar es un ejemplo de la histeria de la supervivencia.
Cuanto la vida sea más una supervivencia, más miedo se tendrá a la muerte. La
pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que habíamos suprimido y
subcontratado cuidadosamente. La presencia de la muerte en los medios de
comunicación está poniendo nerviosa a la gente.
La
histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan inhumana. A quien
tenemos al lado es un potencial portador del virus y hay que mantenerse a
distancia. Los mayores mueren solos en los asilos porque nadie puede visitarlos
por el riesgo de infección. ¿Esa vida prolongada unos meses es mejor que morir
solo?
En
nuestra histeria por la supervivencia olvidamos por completo lo que es la buena
vida. Por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga
la pena vivir: la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía. Con
la pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos
fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos.
Los
sacerdotes también practican el distanciamiento social y usan máscaras
protectoras. Sacrifican la creencia a la supervivencia. La caridad se
manifiesta mediante el distanciamiento. La virología desempodera a la teología.
Todos escuchan a los virólogos, que tienen soberanía absoluta de
interpretación.
La
narrativa de la resurrección da paso a la ideología de la salud y de la
supervivencia. Ante el virus, la creencia se convierte en una farsa. ¿Y nuestro
papa? San Francisco abrazó a los leprosos...
El pánico
ante el virus es exagerado. La edad promedio de quienes mueren en Alemania por
covid-19 es 80 u 81 años y la esperanza media de vida es de 80,5 años. Lo que
muestra que nuestra reacción de pánico ante el virus es que algo anda mal en
nuestra sociedad".
Como
pueden ver, aquí les presento material para pensar, y ojalá para conversar. ¿Vivimos
sólo para mantenernos vivos? ¿Qué es lo que hace que valga la pena vivir?
Por mi parte,
estoy pensando seriamente en volver a fumar…
Andrés Opazo
CINTURÓN BLANCO Y
MASCARILLAS
Luego de unos minutos aparece Gabo y expectante como
contando un secreto les dice que acaba de escribir la última línea, de poner
punto final a la gran novela de su vida. El amor en los tiempos del cólera. Eso
dijo ante mis amigos hace ya muchos años, 1982, en ciudad de México. Un
mediodía cuando se preparaba para recibir el Premio Nobel de Literatura, que
sería el 8 de diciembre de 1982. En la ceremonia de entrega en Estocolmo
vestiría un liqui liqui íntegramente blanco, de punta a cabo, incluidos los
zapatos. Para los que no saben, este es un traje de dos piezas. Pantalón y chaqueta
cerrada con cuello tipo militar, de algodón o lino, que se utiliza de
preferencia en los llanos de Venezuela y Colombia. Lo que quizá prácticamente
nadie sabe, es que además, ese día, bajo su chaqueta y sujetando el pantalón
llevaba un cinturón de cuero blanco, especialmente preparado en una curtiembre,
hecho por un chileno. Se lo entregaron ese mediodía, después de saber acerca el
punto final de la nueva novela. Le habían esperado en una charla amistosa con
su esposa, con el regocijo de saber que su amigo recibiría el más ansiado o
representativo de los premios literarios con un pantalón sujeto con “ese”
cinturón. Precisamente con ese, blanco, preparado por encargo especial. Como no
habría nunca otro igual.
Esta sorprendente revelación surgió a comienzos de la
tarde del último domingo, en una acogedora casa de campo en Curacaví, donde la
cuarentena es un privilegio, rogando por todos quienes están prácticamente
hacinados en edificios de más de veinticinco pisos, en cualquier comuna de
Santiago, en espacios reducidos y sin más expectativa que la resignación. Pero
ahí estábamos nosotros conociendo del cinturón de García Márquez cuando recibía
el Premio Nobel de Literatura. Si esa hubiera sido la primera referencia de
García Márquez como todos le conocemos, ciertamente el impacto hubiera sido
mayúsculo. Pero no, los recuerdos eran
varios. Como cuando el propio Gabo les llevó a conocer la casa en que había
escrito su célebre novela Cien años de
soledad, el libro ícono no solo suyo sino también del llamado boom
latinoamericano. Había llegado de improviso al departamento de una reconocida
mujer, muy cercana de nuestro anfitrión dominical y realizador del cinturón y
les había invitado a ambos a recorrer ese espacio que va quedando en el tiempo
como un tesoro vivo, en los márgenes de Ciudad de México. Los negocios de
siempre, la carnicería, los abastos, el tiempo que parecía no transcurrir. Como ha de ser hasta ahora que escribo estas
líneas para compartir con ustedes.
Cuando salí de casa esa mañana pensaba en Jessy y
Marcelo, nuestros vecinos en “la hacienda de CuracavÍ” como le llamo a este
espacio de privilegio que se transforma cada día en más cercano y del cual
comienzan a surgir recuerdos, breves nostalgias y descubrimientos. Como los
musgos olvidados en las piedras, que han resurgido luego de algunas ráfagas de
agua del miércoles reciente. La naturaleza que reanima aquello que parecía
olvidado. Pensaba en escribir sobre la experiencia de esa pareja de creativos
emprendedores que tienen un local en permanente crecimiento en una galería
artesanal de Curacaví. Comenzaron comprando zapatillas y vendiéndolas casa a
casa, parcela a parcela. Luego fue ropa y así, más y más hasta que optan por
instalar un local giran en torno a las necesidades de una comunidad que
requiere de creadores, inteligentes y decididos. Y ellos son Jessy y Marcelo.
Fotocopias, estampados, bordados. Lentamente se van equipando y abriendo nuevas
oportunidades, en las que todo parece posible, hasta las mascarillas personalizadas,
lavables y desarrolladas con todo el cuidado y la preocupación de quienes
desean contribuir con su comunidad y su gente.
Pensaba en ellos y en Gay Talase, periodista y escritor
norteamericano del cual había leído una entrevista esa mañana. Un hombre que
concedía especial atención a lo cotidiano, a los personajes inadvertidos y
cercanos, desconocidos para millones. Pero que con su capacidad de observación
los transforma en personas destacadas, presentes, con nombres y rostros para
que no se olviden. Los convertía en personas.
García Márquez es referencia para ustedes, Gabo para mi amigo, pero Jessy y Marcelo no. Pero de ahora en más,
a la chicha de Curacaví se unirán Jessy y Marcelo. Y quizá nuestro amigo, el
que hace treinta y ochos años atrás le hizo el cinturón blanco a Gabo, que
nadie viera en la ceremonia de la Academia Sueca, el 8 de diciembre de 1982. Sin
que nadie lo supiera, cuando el escritor colombiano en parte de discurso dijera:
“Un día como el de hoy, mi
maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del
hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera
la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad,
el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más
que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a
través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de
fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía
no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una
nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta
la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la
felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por
fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
Rodrigo Silva
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